viernes, diciembre 21, 2012

DICHOSA TÚ POR HABER CREÍDO QUE HAN DE CUMPLIRSE LAS COSAS QUE EL SEÑOR TE HA DICHO

 
Lc 1,39-45 

“Si son hijos de Dios, haz que entiendan que están movidos por Dios, para que puedan hacer lo que debe ser hecho, haz que den gracias a aquel por medio del cual lo hacen” (San Agustín, perdón de los pecados 4) 

Al aceptar la propuesta de Dios, María se proclama así misma como la esclava del Señor: “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lc 1,38) en quien se cumple la esperanza del pueblo, en las palabras pronunciadas por el mensajero de Dios se vive la aceptación de María como Madre del Salvador.  Ella es la peregrina de Dios que va al monte lugar de Dios llevando en su vientre la Buena Nueva de Dios, mensaje salvador del “Dios con nosotros” (Cfr. Mt 1,21-25) María al igual que Jesús ejerció su misión por el camino, en ella comienza a darse cumplimiento la promesa de Dios en favor de los desfavorecidos del pueblo. 
En el evangelio de Lucas, Isabel representa la historicidad de la tradición bíblica del Antiguo Testamento que esperaba al Mesías y al llegar, la criatura salta  de gozo en su vientre (Lc 1,44) María es la novedad de Dios (Cfr. Lc 1,45) que es acogido en la gratuidad gozosa por la acción “siempre nuevas y siempre antiguas” del Espíritu Santo. 
Juan es quien señaló a Jesús como el cordero de Dios (Cfr. Jn 1,36) Él es el último profeta del Antiguo Testamento y la apertura del Nuevo, él ve lo que muchos quisieron ver y no vieron. Jesús es la renovación, la justicia, la presencia de Dios en el pueblo. Para llevar la novedad de la Buena Nueva María va a prisa como el mensajero del Señor: “¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas noticias!” (Rm 10,15; Is 52,7; Nh 1,15) Ella es portadora de la noticia salvadora en un pueblo desfavorecido y olvidado. Ella es la memoria de Dios en favor de su pueblo oprimido (Cfr. Ex 3,7):  

46Proclama mi alma la grandeza del Señor,
Y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
Lc 1,251Sam 1,11Porque se fijó en su humilde esclava,
Lc 1,251Sam 1,11Y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz.
El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
49¡Santo es su Nombre!
Sal 111,9Is 57,15Sal 103,17Muestra su misericordia siglo tras siglo
Sal 111,9Is 57,15Sal 103,17A todos aquellos que viven en su presencia.
Job 12,19Dio un golpe con todo su poder:
Job 12,19Deshizo a los soberbios y sus planes.
Ez 21,23Sal 113,7Derribó a los poderosos de sus tronos
Ez 21,23Sal 113,7Y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
53Y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su siervo,
54Se acordó de su misericordia,Miq 7,20
Sal 18,51Como lo había prometido a nuestros padres,
Miq 7,20Sal 18,51A Abraham y a sus descendientes para siempre. (Lc 1,46-56)

María es la Bienaventurada del Padre, que acepta la maternidad, ella concibió por obra del Espíritu Santo la misma Palabra de Dios en su Seno Virginal, que entregó al pie de la Cruz consagrándose como Madre (Cfr. Lc 1,29-33; Jn 19,25-27), consagrándose como Discípula para hacer la voluntad del Padre (Cfr. Lc 1,39-45; Mc 3,31-35; Lc 11,27-28; LG 58), al dar su Sí, pidiendo  que hiciéramos lo mismo al decirnos que se haga lo que Él nos manda (Jn 2,5), consagrándose como Maestra-Misionera, al llevar la Palabra a la montaña, camino al lado del Maestro, escuchó la Palabra y guardó en su corazón estas cosas (Lc 2,51).
María es la mujer que colocó toda su confianza en el Dios de la vida, es portadora de la gracia salvífica de este Dios humano y sencillo, que hecho hombre abrió para siempre las puertas de la esperanza. Es en este sentido que esta mujer queda incorporada en nuestra propia historia de salvación por ser la Madre de Jesús de Nazaret; ella irrumpe en la historia de los hombres a través de su Hijo que al cumplirse el plazo señalado por el misterio de Dios padre, asumió nuestra condición humana: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer” (Gal. 4,4)[1].

A modo de conclusión:
1.      Virgen Santísima, Señora Nuestra: míranos Tú también a nosotros y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Muéstranos sus clavos y sus heridas. Muéstranos su corazón traspasado por la lanza. Muéstranos su amor  vuelve nuestra mirada a nuestra historia de fe. Aparta de nosotros las plagas de la idolatría silenciosa, del cristianismo a la carta,  de la fe acomodaticia y sin compromisos, de un vago catolicismo de boquilla, solo para cuando nos interesa. Aleja de nosotros la tentación de un imposible Cristo sin su Iglesia. Tú, que eres testigo privilegiada de que Dios existe y es amor, ayúdanos a vivir en su santo nombre.  
2.      Haznos revivir, Virgen Santísima Señora Nuestra, las raíces cristianas. Y que nunca tengamos miedo a proclamarnos como cristianos con todas sus consecuencias, Que nada ni nadie, nos quite la cruz de nuestros caminos y de nuestros corazones. Tú Hijo es la Cruz.
3.      Virgen Santísima, Señora Nuestra: María de la Caridad y de la Solidaridad, haznos instrumentos visibles del Dios que es amor. Haznos testigos del Evangelio a través de las obras. Que enjuguemos no solo tu llanto, sino también el llanto de la humanidad herida: El llanto de los más damnificados, sin vivienda, sin trabajo, sin salud, sin educación. El llanto de tantas madres que, como Tú, lloran al hijo perdido, al hijo alejado, asesinado, secuestrado[2].
“Oh verdad, luz de mi corazón, no permitas que me hablen mis tinieblas. Haz que yo no sea mi vida, pues he vivido mal y he sido mi muerte. En Ti vivo de nuevo. ¡Habla Tú, conversa conmigo! (San Agustín. Conf. 12,10).


[1] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Lc 1,26-38. Medellín. Dic 8 de 2012.
[2] CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Lc 1,26-38. Medellín. Dic 8 de 2011.

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