sábado, noviembre 10, 2012

ÉSTA EN CAMBIO, HA ECHADO, DE LO QUE NECESITABA, TODO CUANTO POSEÍA, TODO LO TENÍA PARA VIVIR


 
Mc 12,38-44 

Por eso al verme enfermo y débil para encontrar la verdad basada en la razón pura, y al tener necesidad, por lo dicho, de la autoridad de las Sagradas Escrituras, comenzaba a penetrarme la convicción de que Tú no le habrías dado tal prestigio y competencia a aquellas Escrituras, a lo largo y a lo ancho del mundo si no hubieras querido que creyéramos en Ti y te buscáremos por medio de ellas. (San Agustín. Conf. L. VI. 5,8).
 

La rectitud o justicia del creyente en Jesucristo Resucitado se centra en la fe: “Se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen” (Rom 3,22) y en el amor que nos coloca en el mismo amor de Dios: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos” (Mc 12,29-31). 

Este mandato es central en la experiencia espiritual de los cristianos creyentes en el discipulado, alejando de ellos todo intento de concentración de poder y de privilegios siguiendo el ejemplo del Maestro que vino al mundo como siervo: “Que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45; Fil 2,5-8).  

Por esto Jesús llama a sus discípulos que se aparten de toda ostentación de poder, de privilegios y entreguen todo (Cfr. Lc 14,33) Para no ser como los escribas: “que les gustan pasear con amplios ropajes, ser saludados en la plaza, ocupar los primero asientos en la sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones” (Mc 10, 38-40) De esta manera el verdadero discípulo es  quien  lo da todo incluso lo que tiene para vivir, y no da de lo sobra: “Les digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobra; ésta, en cambio, ha echado, de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (Mc 10,43-44). 

El discípulo, escucha la voz del Maestro: “Entonces llamó a sus discípulos, les dijo” (Mc 10,43) “Vengan bendito de mi Padre, reciban la herencia del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y acudiste a mí. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sedientos y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti? Y el Rey les dirá: Les aseguro que cuánto hiciste a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hiciste” (Mt 25,34-40). 

Por esta razón, debemos ser perfectos en la justicia de Dios, estando atentos a los signos de los tiempos (Cfr. Lc 21,28; Rm 8,23) viviendo en estado permanente de misericordia (Cfr. St 2,1-23) Si no actuamos con misericordia caemos en la displicencia de practicas de piedad idolátricas creyendo que todo nos conduce al Padre. Pero actuando sin misericordia vamos al camino de la perdición porque no todo el que diga Señor, Señor se salvará: “No todo el que me diga Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Pero entonces les declararé: ¡Jamás los conocí; apártense de mí, malhechores! (Mt 7, 21-22) Si nuestra fe esta alejada de la misericordia seremos juzgados no por nuestros actos de piedad idolátricos, sino por no haber obrado con misericordia  (Is 58,7; Eclo 7,32). 

El Señor nos invita a vivir en la espiritualidad de la  misericordia: “Porque yo quiero amor, no sacrificios, conocimiento de Dios mejor que holocausto” (Os 6,6; Cfr. Mt 12, 7) Por esta razón, es necesario buscar el Reino de Dios y su Justicia (Mt 6,33; Cfr. Mt 5,6.10.20; 21,32; Sal 37,4) Ser consecuentes con esta justicia, es lo que pide Jesús a los discípulos que vean en la viuda que ha dado lo que tenía para vivir como concretización de la espiritualidad cristiana: “¿Por qué los primeros han de recibir el reino? “Tuve hambre y me dieron de comer”. ¿Por qué han de ir los segundos al fuego eterno? “Tuve hambre y no me dieron de comer” (…) Respecto a los que han de recibir el reino, bien veo que le dieron al no despreciar, como buenos fieles cristianos, las palabras del Señor y al esperar con confianza sus promesas (…) Y, a su vez, a los otros: Vayan el fuego eterno (…) “Por qué tuve hambre y no me dieron de comer” (San Agustín. Ser.389, 4-5).
 

A modo de conclusión 

La responsabilidad adquirida en la escuela del discipulado evidencia la espiritualidad de la resiliencia cristiana frente a la adversidad, como camino para llegar al banquete del reinado de Dios, alejados de todo tipo de espiritualismo idolátrico (Lc 19,1-10): 

· Idolatría del Dinero mal habido (Fácil) (Lc 19,2; Cfr. Mt 5,46)
· Idolatría del  Ego: Fe fantasmagórica  (Lc 19,4)
· Idolatría del poder (Lc 19,2) 

Porque en la espiritualidad cristiana del reino dejar la idolatría es dejarse convertir por la Palabra de Dios:
· Bajarse al conocer al Señor (Lc 19,5)
· Compartir el dinero a los pobres (Lc 19,8)
· Entregar lo robado (Lc 19,8) 

Esta espiritualidad cristiana se mide según los criterios de pobreza y servicio interhumanos. Fuerza que nos hace dar razón de nuestra esperanza (Cfr. 1P 3,15) como fidelidad al proyecto de Dios en el que entregamos lo único que teníamos para vivir, sin estos criterios de donación no llegaremos a la perfección para ser “santos como nuestro Padre celestial es Santo” (Mt 5,47-48; Lv 11,44; 19,2; Dt 18,3; 1P 1,16; St 1,4)[1]
“Pasa a la caridad de la vida en común, para vivir en la sociedad de aquellos que tienen sola alma y un solo corazón hacia Dios, de nada que nadie llama propio a nada, sino que todas las cosas les son comunes” (San Agustín. De tratado a los Monjes. Cap. 25, 32-33).

1) CASALINS, G. Otro texto para no leer: Reflexión  Mt 25,31-46.  Medellín  Nov 20 de 2011

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