domingo, octubre 14, 2012

VENDE CUANTO TIENES Y DÁSELO A LOS POBRES…LUEGO, VEN Y SÍGUEME
Mc 10,17-30


Cristo toma forma, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus obras, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus pobres méritos; a este puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo, ya que dice: Cada vez que lo hiciste con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hiciste” (San Agustín, Sobre la carta a los Gálatas 37,38).
En la predicación de Jesús el reino de Dios es el acercamiento a la causa de los pobres, en quienes Dios ha visto la aflicción sufrida y decide tomar partido por ellos (Ex 3,9.17) El reino de Dios es la justicia propuesta en Jesús (Cfr. Ro 3,20-23) evidenciado en el anuncio de las bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,1-12; Lc 6,20-23) acontecimiento de fe vivido en la espiritualidad cristiana desde el reinado de Dios y su justicia (Cfr. Mt 6,33).
El reinado de Dios es opuesto a los que quieren vivir desde  “la cultura del atajo”, maquinando todo tipo de injusticia, perpetuándola en el inocente: “¡Hay de aquellos que planean injusticias, que traman maldades en sus lechos y al despuntar el día las ejecutan, porque acaparan el poder! Codician campos y los roban, casas, y las usurpan; atropellan al hombre y a su casa, al individuo y a su heredad”. (Mq 2,1-2).
Quien obra de esta manera no comprende la justicia de Dios; sino que vive practicando su injusticia frente al pobre y marginado, sigue su propia concepción de justicia, excluyéndose del reino de Dios, destinado a los pequeños: De esta manera, los pequeños, los que son tenidos como poca cosa, son los llamados a vivir en Dios, a heredar el reinado de Dios, ellos son los bienaventurados del Señor: “Bienaventurados los pobres en el espíritus porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3) Estos hombres y mujeres llamados pequeños por Jesús, son considerados desgraciados y malditos por la ley. Pero Jesús se refiere a ellos como los felices, ya que son aptos para recibir la bendición del Resino .
El reino de Dios es para quienes deponen su apego a las riquezas y hacen la voluntad del Padre, desprendiéndose de todo tipo de apego, es asumir el compromiso del llamado del Señor, sin condicionamientos, es dejarlo todo por causa del reino, es estar libre de apegos, de la ley muerta y de tantas cosas que lo impiden; es simple asunción en la cruz: La pedagogía de la Cruz en el discipulado desestabiliza las pretensiones particulares de ascender, quita el deseo reprimido de mando; por esto,  se pide poder: “Pues por el camino habían discutido entre sí quien era el mayor” (Mc 9,34)… El verdadero discípulo seguidor de Jesús es el que se hace servidor de todos, comprende que la cruz es servicio, es entrega, es darse por amor, es hacer profesión de amor, es vida, es fe en Jesucristo, es hacernos uno con Él, es ser servidor del Reino de la vida: “Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35) .
Desde esta perspectiva, quien está apegado a sus riquezas materiales asume el camino contrario al seguimiento a pesar del llamado del Señor, se hace adulador, es decir, quiere chantajear al Señor: “Maestro bueno”, este tipo de atajo, es contrario al seguimiento de quien lo deja todo por el Señor (Mc 1, 16-20; 3,13), de aquellos que son enviados a predicar el evangelio, sin llevar nada para el camino (Mc 6, 6-13) solo confiando en la providencia de Dios (Mt 6,19-21.24-34).
Quien no comprende la provincialidad de Dios, se apega así mismo a las cosas materiales rompiendo con la dinamicidad del llamado, rechazándolo después de haber adulado al Señor. Jesús exige radicalidad en el seguimiento, en este aspecto, no se puede confundir seguimiento con cumplimiento, al igual que en la ley judaica, que consideraba que el cumplimiento era el favorecimiento de Dios reflejado en la riqueza. Por esta razón, los mandamientos del éxodo también eran agregados para el favorecimiento de Dios, quitándole el valor de justicia con el cual fueron concebidos en la tradición bíblica del éxodo (Ex 20, 1-31).
Ya hemos mencionado que Jesús no discute con la ley judaica, ni con los mandamientos, él le da un nuevo enfoque desde el reinado de Dios, orientándola desde el amor a Dios y al prójimo. Por está razón Jesús mira al joven rico con cariño y le dice: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme” (Mc 10, 21).
Pero quien ha crecido en el apego, de la ley y de las normas y de sus riquezas, desprecia el tesoro que el señor le promete, ya no como favorecimiento del mero cumplimiento, sino como exigencia de la generosidad solidaria con los pobres (Mt 25, 35-40) como nos lo plantea Santo Tomás de Villanueva: “Muchas cosas nos deben inducir a ser misericordiosos. En primer lugar, nuestra propia miseria: No ignorando el mal, aprendo a socorrer a los miserables; en segundo lugar, su gran utilidad, porque también nosotros tenemos necesidad de misericordia: Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia” .
A modo de conclusión
• La riqueza se puede convertir en obstáculo para el seguimiento: “¡Oh, cuán grande es el peligro de los ricos! Observen el ejemplo del rico epulón: se condenó, porque no tuvo  misericordia; no porque robó, sino porque no dio. Y no esperen a casos de extrema necesidad, cuando el pobre tiene ya la vela en la mano; porque entonces ya no necesita alimento, sino una tumba” .
• No podemos entender la riqueza como signo del favor divino, porque “Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10,25), no se le puede restar importancia a este termino empleado por Jesús, con respecto a los ricos que apegan sus vidas a las riquezas. Es clara la intención de Jesús al usar esta hipérbole: Todo el que no viva desde el desprendimiento, desde la solidaridad, se inflama así mismo igual que un camello al tomar agua y no puede pasar al reino por la hinchazón de sus riquezas.
“El Señor te dice: Te allané el camino que conduce a la patria; no te aparte del camino” (San Agustín.  In ps 125,4).

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