Mc 10,2-16
“Cuando no siguen
el camino del Señor, ¡Qué lastima dan, por bien que caminen! Es preferible, sin
duda, ir por el camino aun cojeando, a correr fuera de él. Y con esto, su
caridad dése por satisfecha” (San Agustín. Serm. 141,4)
No pretendemos juzgar la conciencia de aquellos que
profesan la fe en Jesucristo, pero si sus actitudes, ellos hacen todo lo
contrario a lo que dicen profesar; podríamos aventurarnos a hacer la siguiente
afirmación: Se encuentra más ética en un ateo o no creyente, que en un cristiano. Los
cristianos rehúsan escuchar la voz del Señor, se han hecho sordos frente al
clamor del pobre, son despreciativos, discriminan a los que consideran pocos
piadosos y los marginan:
“Oigan, cielos, escuchen tierra, que
habla Yahvé:
Hijos crié y saqué adelante, pero se
rebelaron contra mí.
Conoce el buey a su dueño,
Y el asno el pesebre de su amo;
Pero Israel no conoce,
Mi pueblo no discierne” (Is 1,2-3).
Así como Isaías describe que su pueblo desconoce a
Dios, pero los bueyes y los asnos si reconocen a sus dueños, de la misma
manera, los cristianos hoy desconocen a
su creador y la voz de su pastor y Señor
(Cfr. Jn 10) Existe una distancia enorme entre fe y vida, se ha creado
distancia entre los cristianos: “Y además,
entre nosotros y ustedes se interpone un gran abismo…Ya tienen a Moisés y los
profetas; que les hagan caso” (Lc 16, 26.29) Nos
relacionamos con los mismos mecanismos de la sociedad: “Ley del atajo”, con
estos criterios educamos en la familia, en la sociedad, en la comunidad
eclesial, creando la “cultura del atajo”,
de la corrupción.
Como cristianos estamos llamados a formar ética
cristiana que sea consecuente con la fe que se proclama, también debemos
desarrollar mecanismos éticos contra la “cultura del atajo”, Mockus
plantea: "Primer anillo de
seguridad, tu conciencia. Segundo anillo -si tu conciencia falla- tus vecinos,
amigos y colegas. Si la autorregulación y la mutua regulación no bastan,
policía y justicia. Pero en ese orden".
Este
mecanismo, acompañado de la corrección
fraterna (Mt 18,15-17) serían alternativa en la ética cristiana, fruto del amor
a Dios y al prójimo, que responda a las exigencias de Jesús, esto implicaría
respeto a los demás y en especialmente a los más débiles: “Amor, el respeto al
prójimo, la justicia interhumana. Dios pide que el amor se dirija
principalmente a los que no son tratados con justicia, los más pobres y
necesitados, y así se cumple aquello. -Cuánto hiciste a uno de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hiciste-”[1].
De esta
manera, los pequeños, los que son tenidos como poca cosa, son los llamados a
vivir en Dios, a heredar el reinado de Dios, ellos son los bienaventurados del
Señor: “Bienaventurados los pobres en el
espíritus porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3) Estos hombres
y mujeres llamados pequeños por Jesús, son considerados desgraciados y malditos
por la ley. Pero Jesús se refiere a ellos como los felices, ya que son aptos
para recibir la bendición del Resino[2].
La situación
de la mujer en Israel también era de dependencia, ella era sujeto de
vejaciones, estaba bajo la tutela de la casa paterna y al ser comprometida
quedaba sometida al marido, quien determinaba su destino, el hombre se hacia
propietario de ella: “Si un hombre toma
mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no logra caerle bien, por
haber hallado en ella algo que le desagrada, le escribirá carta de repudio, se
la pondrá en su mano, y la despedirá de su casa. Supongamos que ella,
tras haberse marchado de casa de éste, se casa con otro hombre. Y luego este
segundo hombre acaba aborreciéndola también, le escribe carta de repudio, se la
pone en su mano, y la despide de su
casa, o bien que se muera este otro hombre que la tomó para sí por mujer, no podrá
su primer marido, que la despidió, volverla á tomar para que sea su mujer,
después de haberse hecho impura; porque es abominación delante de Yavé, y no
has de pervertir la tierra que Yavé tu Dios te da por heredad” (Dt 24,1-4).
Jesús al
optar por los que son tenidos en nada: Niños, mujer-viuda sin descendencia-
Leprosos, lisiados, mancos, paralíticos, ciegos, mudos y discriminados por
cualquier tipo de enfermedad determinada por la ley judaica, no rompe con la
ley judaica, sino que le da una nueva concepción, orientándola al respeto,
desde el amor a Dios y al prójimo. Jesús frente a la discriminación contra la
mujer no comparte los paradigmas judaicos de repudio: “Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola
carne. De Manera que ya no son dos, Sino una sola carne” (Mc 10, 6-8).
Jesús no discute con la ley judaica, Él
vino a darle cumplimiento (Mt 5,17-20) dirigiéndose a la fuente (Gn 1, 27-28; 2, 21-25) para
aclarar la intención original de Dios –Hombre y Mujer son “Una sola Carne”--, Este
es el respeto mutuo, nacido del amor humano, que es la vivencia del amor
divino, profesión de amor a Dios (Cfr. Jn 21) practica de la justicia por
encima de las leyes estrictamente ultraconservadoras. Nuestra justicia debe
estar por encima de todo intento discriminatorio: “Porque le digo que, si su justicia no es mayor que la de los escribas
y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos” (Mt 5,20).
A modo de conclusión
·
En ese tiempo y lugar,
niños y mujeres tenían un estatus muy bajo. En ese sentido, eran como muchas
otras personas marginadas -leprosos, mujeres, recaudadores- a quienes Jesús
favorecía. ¡Por supuesto! Jesús sanó un leproso,
un paralítico, un hombre con la mano inmóvil, un demoníaco, una niña pequeña y
una mujer, la hija de una mujer gentil, un sordo, un ciego, y un niño pequeño.
·
Jesús comió con recaudadores y
pecadores, y tomó un niño en sus brazos. Dijo: “Si alguno quiere ser el primero, se hará el último de todos, y el
servidor de todos” (Mc 9,35)[3].
“Haz que me acuerde de Ti, que te
comprenda y te ame” (San Agustín. Serm 158,6-7)
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