Mc 10,46-52
¡Oh Señor! ardo abrasado por el deseo de la
luz en tu presencia están todos mis deseos, y mis gemidos no se te ocultan.
¿Quién ve este deseo, ¡oh Dios mío! sino tú? ¿A quien pediré Dios sino a Dios?
Haz que mi alma ensanche sus deseos y que, dilatado y hecho capacísimo el
interior de mi corazón trate de llegar a la inteligencia de lo que ni el ojo
vio, ni el oído oyó, ni llegó jamás al corazón del hombre" (San Agustín.
Com. A Jo 34,5-7)
El año pasado se reflexionaba lo siguiente en el texto
de Jun 9,1- 41, sobre la curación de un ciego, el cual tiene similitud con el pasaje de los sinópticos: Mc
10,46-52; Mt 20, 29-39; Lc 18,35-42):
En el texto del Evangelio de Juan
se plantea la intención de Jesús al rescatar al ciego de su condición deshumana,
condicionada por la interpretación de las Sagradas Escrituras de la época y el
cumplimiento de los 613 mandatos. Jesús deja que se acerquen a Él para llevarlo a la presencia de Dios a través
del seguimiento: Un hombre ciego de nacimiento. Según la tradición de la época,
se pensaba que cualquiera que naciera con defecto físico era considerado como
un pecador o por consecuencia del pecado de sus padres e incluso de las
generaciones pasadas de su familia (Nm 14,18; Ex 20,4-6; 34,7) Frente a este
trato deshumanizado, Jesús se identifica como la Luz, porque las obras de Dios
son signo de la Luz: “Soy la luz del mundo” (Jn 9,5; Cfr. Jn 1,5-9; 8,112; Is
49,6), esto quiere simbolizar que Jesús es la verdadera Luz del mundo, la
presencia de Jesús como Luz supera cualquier forma equivoca de ver e
interpretar las Sagradas Escrituras- obras de la noche o de la oscuridad- que
eran parte de la tradición que formaban y fomentaban en tiempo de Jesús[1].
Desde
esta perspectiva, asumir el camino contrario a la luz, es oponerse a los
proyectos del Señor y de los hombres que buscan seguir a Jesús, Bartimeo como
lo llama Marcos, a pesar de la oposición de la gente: “Muchos lo reprendían para que se callara, pero el gritaba más todavía”
(Mc 10,48): Bartimeo no les
hace el menor caso. Jesús es su gran esperanza, y no sabe si volverá a pasar de
nuevo cerca de su vida. Y, en vez de callar, clama más fuerte: Hijo de David,
ten compasión de mí. “¿Por qué has de obedecer los reproches de la turba y no
caminar sobre las huellas de Jesús que pasa? Te insultarán, te morderán, te
echarán atrás, pero tú clama hasta que lleguen tus clamores a los oídos de
Jesús, pues quien fuere constante en lo que el Señor mandó, sin atender los
pareceres de las turbas y sin hacer gran caso de los que siguen aparentemente a
Cristo, antes prefiere la vista que Cristo ha de darle al estrépito de los que
vocean, no habrá poder que le retenga, y Jesús se detendrá y le sanará” (San Agustín,
Ser. 88, 9).
La oposición se encuentra dentro, muchas veces de
aquellos que dicen seguir al Señor y oscurecen el camino de quien grita con
fuerza, es como hemos visto en estos domingos anteriores los discípulos que han
caminado con el Señor, son los primero en oponerse a su proyecto, Pedro,
Santiago y Juan y los otros nueve, no han entendido y buscan privilegios, poder
(Cfr. Mc 8,32-33; 9,35; 10,31.34) Los demás seguidores se oponen a que de luz
al ciego, que lo busca y lo llama para que le de alegría y esperanza, que lo
sacará de su indigencia, él no se preocupa de dejarlo todo atrás: “El ciego arrojó su capa, y dando un salto
se acercó a Jesús” (Mc 10, 50).
Justo ante la
voz de Jesús salta de gozo, al igual que Isabel que aclama ante la visita de
María, portadora de la Palabra en su vientre: “Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el
niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le
fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 44-45) Este es el gozo de quien ha
creído en Jesús como Mesías: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi!” (Mc
10, 47.48) Así lo llama dos veces el que clama a Dios para que lo sane, es el
nombre de la esperanza, es el nombre que aplicaban los judíos al Mesías, según
se cría había de ser descendiente del rey David (2S 7,16).
Este saltar de
gozo implica que va a ser bendecido por quien ha sido bendecido por Dios (Gn
12,3; 17,4-9; 22,15-18; Mt 18,19; Gal 3,16) Esta es la esperanza mesiánica de
Israel (Cfr. Mt 22,42) Por esto Jesús llama al ciego a pesar de la oposición de
los que no querían o no comprendían esta esperanza mesiánica: “¿Qué quieres que haga por ti? El ciego
contestó: _Maestro, quiero recobrar la vista.
Jesús le dijo: Puedes irte, por tu fe has sido sanado” (Mc 10, 51-52a)
La sanación es ver con claridad a Jesús y creer en él para seguirle: “En aquel
mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús por el camino” (Mc
10, 52b).
A
modo de conclusión
1.
¿Qué
es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia del Señor con las
buenas obras? Digo esto, hermanos, porque no sea que levantemos mucho la voz,
mientras enmudecen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo,
para que expulsase su ceguera interior
al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales, con los que
nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien
desprecia el mundo, llama a Cristo. Quien desdeña los placeres del siglo, clama
a Cristo. Quien dice, no con la lengua, sino con la vida, el mundo está
crucificado para mí, y yo para el mundo (Gal 6,14) Ese es el que grita a
Cristo” (San Agustín. Serm 88,12-13,17).
2. Todo
el que se opone al llamado del Señor: “Llámenlo” (Mc 10,49) Se opone a él, se
vuelven mentirosos hablando de parte de Dios:
“Cuídense de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a
ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces” (Cfr. Mt
7,15-22; 1R 18,20-40; Ez 22,27; Jn 10,8) El que actúa así es mejor no escucharlo: “Hermanos, les ruego que se fijen en los que causan divisiones y ponen
tropiezos, en contra de la enseñanza que ustedes recibieron. Apártense de
ellos, porque no sirven a Cristo nuestro Señor, sino a sus propios apetitos, y
con sus palabras suaves y agradables engañan el corazón de la gente sencilla”
(Rm 16,17-18).
3. Quien
obra de esta manera es opuesto a Cristo, quiere usurpar su lugar, por eso
vendrán muchos que se opongan a Cristo, son los que se han separado de la
comunidad por sus doctrinas y prácticas: “Hijitos,
(…) Ustedes han oído que viene el anticristo (...) Ellos salieron de entre
nosotros; pero en realidad no eran de los nuestros, porque si lo hubieran sido
se habrían quedado con nosotros” (1Jn 2,18-22; Cfr. 2Jn 7; Mt, 24,23-25; Mc
13,21-23; 2Tes 2,3-12; Ap 13; 16,12-16; 17; 19,19-21; 1Jn 4,1-3; Mt 7,15).
“La muchedumbre que acompañaba al Señor reprendía el clamor de los que
buscaban la salud” (San Agustín. Serm 88, 12-13)
[1]
CASALINS, G. OTRO TEXTO PARA NO LEER. REFLEXIÓN Jn 9,1-41. Bogotá. Abril 1 de 2011.
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