Mc 8,27-35
“Quita la Palabra, ¿Y
qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la
Palabra llega al oído, pero no edifica el corazón” (San Agustín. Serm. 293,3)
La fe en Jesucristo, es camino de
conversión, es curación, es romper con todo tipo de sentimentalismos
patológicos dentro de la vida espiritual, es dejar todo tipo de culto externo idolátrico
que nos lleve al puritanismo; como lo desmitifica Jesús en los dos textos
reflexionados anteriormente (Mc 7, 1-8.14-16. 21-23 y 7,31-37) De donde se
desprende que el culto ha de ser una experiencia interior, sin contaminación de
moralismos escrupulosos.
Quien profesa la fe en Cristo, vive
desmitologizando los fantasmas de fe falseada, enferma, para vivir y actuar en
razón de la obediencia a Dios y su Palabra. Es vivir en la pascua de Cristo,
dejándose sanar, es dejarse abrir los oídos para destrabar la lengua. La fe no
solo es compromiso con Cristo, sino con el otro también (Lc 10, 25-37) Si la fe
no se concibe desde la espiritualidad cristiana, es vacía, porque no nace del
mandato principal, el amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,18; Mc 12, 28-34;
Mt 19, 16.19) El cumplimiento de este mandato, es la fe que se testimonia en
obras, dice Santiago en su carta.
Santiago en las lecturas de estos
dos domingos asume la tradición del amor a Dios y al prójimo, rescatando el
compromiso de fe que las comunidades habían olvidado y que hoy a nosotros nos
cuesta asumir: “Querido hermanos míos,
oigan esto: Dios ha escogido a los que en este mundo son pobres, para que sean
ricos en la fe y para que reciban como herencia el reino que Él ha prometido a
los que lo aman” (St 2,5; Cfr. St 2,1-4).
Esta fe no surge propiamente de
actos cultuales externos, de apariciones piadosas o de otro tipo de devoción de
piedad enfermiza sin fundamentación Bíblica, Teológica o del Magisterio Eclesial.
Si la fe se sigue concibiendo de esta manera, sería estéril lo mandado por Cristo,
que amemos a Dios y al prójimo como a nosotros mismo: “Hermanos míos ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos
no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?” (St 2,14; Cfr. 2,15-26).
El amor a Dios y al prójimo nace de
la recta obediencia a la Palabra, por esto, se da razón de la esperanza en la
confesión de fe que Pedro hace suya en nombre de la comunidad. Profesión de fe
que nace de lo más profundo del corazón,
porque no se ha revelado por la “carne o
la sangre” (Mt 16,17) Esta confesión de fe devela la identidad de Jesús que
hasta el momento se había mantenido en secreto en el Evangelio. Es la identidad
del Resucitado (Jn 19,28-21,25) la confesión de fe de Pedro es abierta,
socializa su entrega, pero a la vez, se vuelve mezquino, e indeciso frente a la
pedagogía de la cruz (Mc 8, 33).
La actitud de Pedro es contrario a
la voluntad de Jesús, de su relación con el Padre (Mc 16,33) Jesús lo reprende
con actitud dura, pero amorosa ¡Quítate
de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres” (Mc 8,33) Sin embargo, Jesús le tiende la mano, lo invita a recorrer
el itinerario de fe:
1.
Fe, con duda: Todavía tienen embolatada sus
mentes, por el apego a las tradiciones judaicas, que es el miedo a salir de la
oscuridad: ¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué
dudaste? (Mt 16,31) Frente a esta duda Jesús se acerca, llega a ellos, los
invita a no tener mido y ellos al reconocerlo creen: “¡En verdad tu eres el Hijo de Dios!” (Mc 14,33; Cfr. Mt 14,22-33)[1].
2.
Fe de iniciado: Es el proceso en la caminada, con
la esperanza de ser transformado por la Palabra: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de
Israel” (Jn 2,49).
3. Fe del camino: Es seguir el camino de la cruz (Mt 8,29) Es seguir a quien tiene
palabras de vida eterna: “¿Señor a quien
vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69; Cfr. Mc 8, 29; Mt 14, 33; 16,16; Lc
9,20). Fe nacida del corazón: “Tu
eres el Cristo” (Mc 8,29) Fe de quien asume la cruz como pedagogía de
salvación: “Si alguno quiere ser
discípulo mío olvídese de si mismo, cargue con su Cruz y sígame” (Mc 8,34).
4. Fe pascual: Fe pascualizada, fe cristificada, la fe de la comunidad que vive en la
pascua eterna; Fe de la gloria y de los dichosos que han creído y van a creer,
Fe de comunidad que ha resucitado en Cristo: “Tomás le contestó: Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28), Fe de comunidad,
que es dichosa porque va a creer en la pascua eterna del Padre en la acción
resucitadora de Cristo: “Dichosos los que
no han visto y han creído” (Jn 20,29).
Este
itinerario de fe es la pascualización y cristificación de la comunidad que
cree, que rompe la sordera y destraba la lengua para anunciar el acontecimiento
Pascual-Kerygmático: ¡Que Cristo nuestro Señor ha Resucitado!
A modo de conclusión
Este es el llamado que hace Jesús en
esta confesión de fe, que le
reconozcamos y al reconocerlo le
sigamos. El seguidor es el discípulo que está en plena comunión de vida
con Él, quien comparte la misma suerte
de Él:
a) Llevar la Cruz (Mc 8,34): Es la consecuencia
del anuncio del Evangelio. Dificultades que viven los mensajeros de la Paz, de
la Palabra de Dios, es decir vivir en radicalidad el seguimiento a Jesús.
b) Beber del mismo cáliz (Mc 10,38-39; 14,36): Es la participación en la misión de
Jesús, compartir la suerte del Maestro, su destino final, el martirio.
c) Compartir la vida eterna (Mc 10,30): Es vivir
en la esperanza del encuentro definitivo con el Señor, es estar expectante del
cielo nuevo y de la tierra nueva (Ap 21,1.3-4)[2].
Retengamos la palabra, no perdamos la palabra concebida en la médula
del alma (…) Todos nosotros creemos en Cristo, esperamos la salvación en
Cristo: Esto es lo que la voz hizo sonar” (San Agustín. Serm. 293,3).
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