Mc 9,30-37
“Él había dicho: El que quiera ser primero entre ustedes,
que sea el esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Por esto, el
apóstol Juan nos exhorta a seguir su ejemplo, con estas Palabras: Cristo dio su
vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”
(San Agustín. Serm. Guelforbitan 32,
Sobre la ordenación episcopal).
Hemos planteado que en el
seguimiento de Cristo, pasar de discípulos a discipulado viviendo la
espiritualidad Cristiana[1].
Desde un compromiso de fe en Cristo que nos hace Uno en Cristo, pascualizados y
cristificados en Él. Esta fe pascualizada sigue el itinerario del discipulado: 1) Fe, con duda (Mc 14,33; Mt 14,22-33;
16,31); 2) Fe de iniciado (Jn 2,49;
11,27); 3) Fe del camino o del
seguidor (Mc 8,29; Mt 8,29; 14,33;16,16; Lc 9,20; Jn 6,68-69); 4) Fe pascual (Jn 20,28.29)[2].
La Fe pascual es el acercamiento
pedagógico a la profesión del amor: Que es recibir en nuestros corazones la vivencia
del mandato principal, el mandato del amor (Mc 12,28-31; Mt 22,36-40; Lc
10,25-28; Cfr. 13,34-35) Esta profesión de amor (Jn 21,15-17) en la comunidad
es la vivencia del amor a Dios y al prójimo: ¿Cómo podrás demostrar que me quieres, sino apacentando mis ovejas?
¿Qué vas a darme con tu amor, si todo lo esperas de mí? Aquí tienes lo que has
de hacer para quererme: “Apacienta mis ovejas” Por tres veces se repiten las
mismas palabras: ¿Me quieres? Te quiero. “Apacienta mis ovejas”[3].
La profesión de fe y la profesión de amor es la
pascualización en Cristo, es el camino de formación del discípulo, es la
invitación a asumir la Cruz como pedagogía de salvación que nos da Jesús en los
tres anuncios sobre su muerte en el evangelio de Marcos (Mc 8,31, 9,31; 10,33-34)
Jesús menciona la resurrección en cada anuncio de
la pasión, enfatizando el anuncio en el seguimiento de la Cruz, centro de la formación en la escuela del discipulado. La pedagogía de
la cruz en el Evangelio no es entendida como sufrimiento, como purificación,
como dolor, como crueldad, sino, como perfeccionamiento en el amor al Padre,
cruz para vivir en la pascua eterna del Padre.
Hoy se predica en muchos lugares la cruz como sacrificio cruento, como
dolor, como sufrimiento, como tristeza, como soportar sobre nuestra vida, la
irresponsabilidad de los otros. También se asume desde una posición egoísta de
poder, para manipular al pueblo carente de fe en Jesucristo, fácil presa del
intimismo religioso: “Pero ellos, no
entendían sus palabras, tenían miedo de preguntarle” (Mc 9,32) La pedagogía
de la Cruz en el discipulado desestabiliza las pretensiones particulares de ascender,
quita el deseo reprimido de mando; por esto, se pide poder: “Pues por el camino habían discutido entre sí quien era el mayor” (Mc
9,34).
Quién sigue predicando la
Cruz como dolor, como aguante, fortifica su sed de poder, la utiliza como
crueldad, para mantener el efecto miedo y condena, atemorizando las conciencias
de la gente y predicando una fe falseada. No ha entendido que el verdadero
discípulo seguidor de Jesús es el que se hace servidor de todos y que la cruz
es servicio, es entrega, es darse por amor, es hacer profesión de amor, es
vida. Es fe en Jesucristo, es hacernos uno con Él, es ser servidor del Reino de
la vida: “Si uno quiere ser el primero,
que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35).
Vivir el verdadero
sentido de la cruz, es apacentar al pueblo de Dios, es gastar la vida al
servicio de la Palabra siendo obediente a la voluntad de Dios, es entrega, es
vivir haciendo el camino de la bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) Por
esta razón, ser discípulos de Jesús es gastar la vida siendo los pedagogos de
la Cruz, de las bienaventuranzas, de la obediencia al Padre:
“En verdad, en
verdad te digo que,
Cuando eras joven
Tú mismo te ceñías
e ibas a donde querías;
Pero cuando
llegues a viejo extenderás tus manos
Y otro te ceñirá y
te llevará a donde tú no quieras” (Jn 21,18).
Extender las manos es
estar en dinámica de salvación, de entrega, de donación, es estar en dinámica
de cruz, como pedagogía de salvación. Extender las manos es acoger al justo
inocente, en el nombre de Jesús, quien acoge a Jesús acoge al Padre quien lo
envío. Dejarse ceñir, es entrega a la
voluntad del Padre, es estar dispuesto a amar a Dios para “Apacentar sus
ovejas”. Dejarse ceñir es todo lo contrario al deseo de poder, de privilegios,
porque el verdadero discípulo de Jesús debe ser el último y el servidor de
todos (Mc 9,35).
A modo de
conclusión
·
Aquí
aparece el contraste, la incoherencia: mientras Jesús se preocupa de ser Mesías
Siervo, ellos sólo piensan en ser el mayor! Jesús trata de bajar. Y ellos
quieren subir. Jesús quiere servir,
ellos sólo piensan en mandar.
·
Los discípulos no entienden la palabra sobre la cruz, porque no son capaces
de entender ni de aceptar a un Mesías que se hace siervo de los hermanos. Ellos
siguen soñando con un mesías glorioso y muestran, además de esto, una
gran incoherencia. La ambición los lleva a auto promoverse a cuestas de Jesús.
Hasta hoy, aquí y allá, el mismo deseo de autopromoción aparece en nuestras
comunidades.
·
Servir,
en vez de mandar. La
respuesta de Jesús es un resumen del testimonio de vida que él mismo venía
dando desde el comienzo: Si uno quiere ser el primero, sea el último de
todos, el siervo de todos. El poder hay que usarlo no para subir y
dominar, sino para bajar y servir. (cf. Mc 10,45; Mt 20,28; Lc 17,10; Jn
13,1-16)[4].
Cuando
aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también apareceremos juntamente con El,
en Gloria. (San Agustín Serm 8, 1,4).
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