Jn 6,51-58
“Cristo es él mismo el que ofrece y él mismo el don ofrecido. Ha
querido que el sacramento de esta realidad sea el sacrificio cotidiano de la
Iglesia que, siendo cuerpo de esta cabeza, aprende a ofrecerse ella misma por
él” (San Agustín. La Ciudad de Dios, X,
20).
El dialogo que se había
suscitado entre los judíos y Jesús en la sinagoga en Cafarnaún (Jn 6, 59) que
centraba la atención sobre el Pan de vida bajado del cielo para dar vida eterna
al que crea en el Padre y en el que el Padre ha enviado: “En verdad, en verdad les digo que el que cree, tiene vida eterna”
(Jn 6,47) Las palabras de Jesús abren la esperanza en la salvación: Del Pecado-Muerte
a la Pascua, camino de Salvación-Resurrección, para que el creyente viva en la
pascua eterna, es decir, pascualizar la vida en acción cristiana.
En este mismo sentido,
los versículos de Jn 6, 51-58, recrean lo ya planteado por Jesús a los judíos,
pero ahora dirigido al grupo de discípulos, que es un grupo distinto a los 12
mencionados en el contexto de la confesión de Pedro (Jn 6,67.70) Sigue aquí el
planteamiento del Pan de vida bajado del cielo, como pascua de vida eterna. Esta
es la diferencia que existe: Del pan recibido por el pueblo en
el desierto, pan perecedero, no da la vida eterna. Con el Pan-Carne[1],
pan Pascual que da la vida eterna (Jn 6,51).
Creer en el Hijo es una
opción personal, pero es una opción dada por el Padre: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envía no lo atrae” (Jn
6,44) para darle la vida eterna y esta vida, solo puede darla el que ha
bajado del cielo a “todo el que escucha
al Padre y aprende” (Jn 6,45) Esto es fundamental al momento de asimilar lo
que Jesús nos da: “En verdad, en verdad
les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no
tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”
(Jn 6,53-54).
Esto es la pascualización
del creyente, comprender que Jesús es la nueva pascua, es quien cristifica al que
cree. Alternativa en la que desaparece todo tipo de enemistad, de discriminación:
Por razas, religiones, grupismos de religiosidad. De adeptos, pero no seguidores.
De grupos, pero no de Iglesia de
Jesucristo; esto es lo que divide al género humano desde la caída (Gen
3,1-11,33) Ahora por la unión con Cristo volveremos a la unidad en la fe: “Pues Cristo es todo y está en todos” (Col
3,11).
Esto es en el evangelio
de Juan pascualizar todas las cosas en Cristo, no en una pascua de esclavos,
sino en la pascua del Hijo, donde hombres y mujeres serán testigos de la nueva
sociedad pascualizada (Ap 21-22), bajo la única Alianza dada por Jesús: “Cuando todo le haya sido sometido, entonces
también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas, para
que Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28) Porque tendríamos: “Un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos
y está en todos” (Ef 4,6).
Propiciar el camino para
que todas las cosas sean en el Padre, es el sentido que da el evangelio de Juan
al pascualizar todas las cosas en Cristo, es decir, pascualizar la vida, vida
desde la perspectiva de la resurrección- Pascua eterna del Padre. Vida eterna
que el Hijo proporciona a los que reciben la enseñanza del Padre. Esta
pascualización en Cristo abre el camino de participación en la Eucaristía como
pascua eterna, vivir unidos al Padre, es vivir en el Hijo que ha sido enviado
por el Padre (Jn 6,56-57).
Jesús nos invita a creer
en el Padre, nos recrea pedagógicamente esta vida en el Padre como vida eterna
(Jn 17,3-4): “Lo mismo que el Padre, que
vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí” (Jn 6,57) Este alimento es lo
que nos hace vivir en la vida eterna, porque este es el conocimiento del Padre
y del Hijo, enviado para dar la vida por medio de su sacrificio en la cruz (Jn
3,16-17) Él es el nuevo cordero sacrificado, ya no es el cordero del antiguo
pueblo (Ex 11-12), ahora es el cordero hecho carne, que da su carne como comida
para la vida eterna:
·
Permaneciendo en
nosotros (Jn 14,7).
·
Para que permanezcamos
en Él (Jn 15,4-7; 10).
·
Siendo “Uno como Tú,
Padre, en mí y yo en ti” (Jn 17,21; Cfr. Rm 8,1; 2Cor 5,17).
·
Porque mi carne ha
sido entregada (Mc 14,22; Lc 22,19; Mt 26,26; Jn 6,51).
·
“Para que el mundo
crea que tu me has enviado” (Jn 17,21).
A modo de
conclusión:
En este camino hacia la
perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf. Ap 22, 17)
a la comunión perfecta con Dios: “Allí se dará la gloria verdadera; nadie será
alabado allí por error o por adulación; los verdaderos honores no serán ni
negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos; por otra parte,
allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán admitidos los
dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni
de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha
dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que
puede existir (…): "Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Lv 26,
12) (...) Este es también el sentido de las palabras del apóstol: "para
que Dios sea todo en todos" (1Co 15, 28). El será el fin de nuestros
deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin
cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la
vida eterna, comunes a todos” (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL
41, 801-802)[2].
Quien
recibe el misterio de la unidad y no tiene el vínculo de la paz no recibe un
misterio salvador en favor suyo, sino un testimonio contra sí mismo. Si ustedes
son el cuerpo de Cristo y sus miembros, entonces su mismo misterio reposa sobre
la mesa de la Eucaristía. Ustedes deben ser lo que ven y deben recibir lo que
son.
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