Mt
28,16-20
“Mira, Señor Dios y creador
nuestro. Cuando estén bajo control frente al amor puramente humano nuestros
afectos por los que moríamos debido a la vida desordenada y cuando la gente
comience en realidad a vivir por medio de una vida buena, y cuando llegue a
realizarse tu palabra” (…) Así sabrán ver cuál es la voluntad de Dios, lo que
es bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto”
(San Agustín. Conf. L XIII, 22,32)
Entre
las características que encontramos en la predicación de Jesús resaltamos tres:
1) Jesús presenta a Dios como Padre, motivo de su gran
amor a la humanidad, que lo hace cercano
al pobre, al marginado, al enfermo y al que sufre. 2) Que se predique el evangelio a todos los
pueblos. 3) Formación e instrucción de los discípulos en el camino y
privadamente a los 12.
De
esta manera, 1) En los sinópticos al recoger estas características de la
predicación de Jesús, manifiestan que quien pasó haciendo el bien fue
crucificado, que al resucitar lo reconocieron como el Hijo de Dios. 2) En el evangelio de Juan, se resalta que el
Resucitado es el que estaba en el principio con el Padre, fue quien murió en la
cruz como el Hijo de Dios; mostró el rostro de Dios, que está unido a Él, y
juntos envían el espíritu a los discípulos revelando a plenitud la verdad que el Hijo
recibió del Padre.
Esta
experiencia vivida en la comunidad de discípulos se manifiesta en la predicación
del evangelio, con la tarea de bautizar, propiciando la salvación a todo el que
crea en Él (Mc 16, 14-18; Mt 28,16-20; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23) Esta predicación
kerygmática, va unida a la invocación del Dios comunidad, el Dios de la vida,
el Dios familia, revelado por el Hijo y testificado por el Espíritu, es el
anuncio trinitario del amor en la oración que Jesús dirige al Padre (Jn
17,21-23):
El
Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos
sean uno, como nosotros también somos uno' abriendo perspectivas
cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las
personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad.
Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios
ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).
De
esta manera, si Dios es uno, en el amor, no debemos caer en el sin sentido de
separarlos y dándoles características individuales al Padre, y al Hijo, y al Espíritu
Santo. La razón principal de Dios, es ser Dios. Dios creador, Dios redentor,
Dios santificador, resumiendo, Dios es Dios y la esencia de Dios es el amor, Él
es el amor del amor, por esto, no son distintos dioses, sino Uno en la unidad
del amor como nos lo manifiesta el evangelio de Juan (Jn 10,30; 14,20; 17,10)
Esta intrarelación de amor es lo que nos recuerda San Agustín al referirse a
Dios como Trinidad:
“Las
personas divinas son tres: la primera, que ama a la que de ella nace; la
segunda, que ama a aquella de la que nace; y la tercera, que es el mismo amor” (De Trinitate 6, 5, 7). Estos tres son
uno: no tres amores, sino un único, eterno e infinito amor, del único Dios que
es amor. Por eso para Agustín si queremos ver a Dios, es necesario ver el amor:
“Ves a la Trinidad, si ves
el amor” (De
Trinitate. 8, 8, 12). Este único Dios, que es Uno y Trino en
el amor: “Así que son tres: el Amante, el Amado y el Amor”, es el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo (De
Trinitate 8,
10, 14).
Desde esta perspectiva: “La
Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios
escondido en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelado desde lo alto
(Cc.V I: DS 3015) Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en
su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero
la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a
la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la encarnación del Hijo de
Dios y el envío del Espíritu Santo”[1].
La Trinidad es centro fundamental de
nuestra fe desde la historia de nuestra salvación, abriendo la posibilidad de
vivir en la Iglesia pos-pascual como familia- comunidad: La comunidad pos-pascual catecumenal, es una
gracia del amor profundo de Dios a su Iglesia que busca su identidad a la luz
de la fe, que es llamada a la conversión “porque
el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en
la Buena Nueva” (Mc 1,15), esta comunidad es la que busca el reino de Dios
y su justicia (Mt 6,33), acogiendo la Palabra de Dios, fortaleciendo este
camino en la nueva familia-comunidad a través de la celebración festiva de los
Sacramentos[2].
A
modo de Conclusión: La pastoral trinitaria
en la Iglesia
1.
El camino trinitario en la comunidad eclesial
plantea un reto en la pastoral de renovación que se quiere para el anuncio
Kerygmático-pascual. Es el Dios comunidad, el Dios trinitario que propicia en
la Iglesia el encuentro festivo de la celebración de los Sacramentos.
2.
Desde el acontecimiento festivo de la
celebración, las comunidades catecumenales asumen la responsabilidad de recrear
en la comunidad eclesial el camino de la
renovación sacramental en perspectiva trinitaria: “Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz
celebración de los Sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este
modo, la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que
se celebran, capacitando al creyente para transformar el mundo” (DA 290; Cfr.
DA 291) Por lo tanto, esto apunta al discipulado de Jesús: Ser discípulos
es un don destinado a crecer[3].
“Pero
tu Palabra, Dios, es fuente de vida eterna y no pasa. Por eso, tu Palabra
controla nuestra desviación y nos aleja de lo mundano”.
(San
Agustín. Conf. L XIII, 21,31)
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