sábado, mayo 26, 2012

PENTECOSTÉS II: CUANDO VENGA ÉL, EL ESPÍRITU DE LA VERDAD LOS GUIARÁHASTA LA VERDAD COMPLETA

(Jn 15,26-27; 16,12-15)

“Dice el Señor: Esto es lo que les mando, que se amen unos a otros. De lo cual debemos colegir que éste es el fruto nuestro, del cual dice: Yo los he elegido para que vayan y hagan fruto, y su fruto permanezca; y también lo siguiente: A fin de que el Padre les conceda cuanto le pidieren en mi nombre. Lo cual ciertamente nos lo ha de dar si nos amamos mutuamente” (San Agustí. In Jo 87,1).

En la reflexión anterior sobre Pentecostés I (Jn 20,19-23) manifestábamos lo siguiente:
“La presencia del Espíritu hace entendible el mensaje Kerygmático a todos los pueblos, y que a diferencia de la propuesta del génesis en el que la humanidad se había apartado de Dios, por la confusión y dispersión (Gn 11,1-9) Pero que con la presencia del Espíritu (Hec 2,8-11) ahora el mensaje es claro para los que creen, es el lenguaje del amor unificado en el mensaje Kerygmático-Pascual: “¿Cómo es que los oímos hablar en nuestra propias lenguas?...¡Y los oímos hablar en nuestras propias lenguas de las maravillas de Dios!” (Hec 2,8.11) Este mensaje es entendible para todos (Hec 2,14-42; Cfr. Hec 3,12-26; 5,29-32; 10,34-43).
Sin embargo, nosotros los cristianos hemos hecho de este mensaje Kerygmático-Pascual, una torre de Babel, es decir, una confusión total. Nuestro anuncio se ha distanciado de lo que Jesús nos ha propuesto, creer en Él y en sus Palabras (Jn 17,14; Cfr. 8,51; 14,23-24; 15,3), de la misma manera, la unidad pedido por Jesús: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén con nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21.23) ya no es una realidad, estamos divididos, dispersos y confusos[1].

Con la presencia del Espíritu no hay espacio para la división, ni la dispersión y menos para la confusión, no es una Babel sino pentecostés. Pentecostés es recobrar la unidad del amor en el amor que Jesús nos dejó cuando sopló sobre los discípulos su Espíritu (Jn 20,22):

Con Pentecostés, entramos en el tiempo pos-pascual, proceso que no nos deja caer en la tentación, para no seguir estáticos mirando al cielo, lo que impide ser verdadera comunidad pos-pascual de discípulos creyentes. Hemos caminado, pero no estamos cerca de la meta. Para llegar a  la meta, nos lo impide muchas veces, la impotencia frente a la Palabra, frente a la oración, frente al anuncio de  Jesús Resucitado, frente al anuncio del Reino de Dios en la comunidad pos-pascual[2].

De tal manera, que este acontecimiento Kerygmático pos-pascual que celebramos, es el cumplimiento de las promesas hechas por Jesús (Jn 14,15-29; 15,26-27; 16,7-15; Cfr. Jn 7,37-39): La venida del espíritu de la verdad que nos guiará hacia la verdad completa.
Este anuncio Kerygmático pos-Pascual, muchas veces, se presenta enrarecido, dividido, incoherente, sin convicción, desde elementos piadosos sin criterios, con lo que le hemos dado “Vía libre a las meras apetencias humanas, es decir a la carne (…) ahora bien las obras de la carne son bien conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, homicidios, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes” (Gal 5, 16.19-21a). Quien obra de esta manera nos lo advierte el apóstol Pablo no hereda el reino de Dios (Cfr. Gal 6,21b).
Pero, si vivimos desde el espíritu: Es  Ser de Cristo, y así poder  “crucificar la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gal 5,24) Esto es vivir según el Espíritu, para seguir al Espíritu (Cfr. Gal 5,25) Porque quien sigue al Espíritu multiplica sus frutos en la comunidad: “Los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad (castidad), modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23)[3].
Estos frutos, son recreados en la acción participativa del amor del Padre y del Hijo y del Espíritu en la comunidad, y nosotros lo asimilamos, lo vivimos y lo incrustamos en un corazón puro; en la recta conciencia de una fe sin fingimiento, es decir, vivir en coherencia el amor mutuo de Dios que Cristo nos ha revelado.
Desde esta convicción en la rectitud de nuestra conciencia y en la pureza de nuestro corazón, nos alejamos de todo intento de división y discordia para vivir desde el mandato del Señor: “Que se amen los unos a los otros. Así como yo los  amo a ustedes” (Jn 13,34; Cfr. Jn 15,12.27; 1Jn 2,8: 3,23; 2Jn 5)[4].
Al referirse a este mandato San Agustín plantea: Con este amor nos amamos unos a otros y amamos a Dios, porque nuestro amor mutuo no sería verdadero sin el amor de Dios. Se ama al prójimo como así mismo si se ama a Dios, porque el que no ama a Dios, tampoco se ama así mismo (…) Y, en verdad, ¿Quién puede tener gozo si no ama  el bien del cual se goza? ¿Quién puede tener verdadera paz si no la tiene con aquel a quien ama de verdad? ¿Quién puede tener firmeza de ánimo para permanecer en el bien si no es por el amor? ¿De qué provecho puede ser la fe que no obra por la caridad? ¿Qué utilidad puede haber en la mansedumbre si no es gobernada por el amor? ¿Quién huye de lo que puede mancharle si no ama lo que le hace casto?[5].
Salirnos de este camino del amor sería perder la identidad que nos debe caracterizar como cristianos, de esta manera, se abre la perspectiva de Pentecostés que es el acontecimiento pos-pascual, en que la revelación de Dios llega a su pleno conocimiento, en la comunidad de creyentes, este cumplimiento de las promesas se da en la historia de la humanidad a la luz del amor que aumenta este conocimiento que ha sido dado desde la Palabra, que es origen de la primera creación y principio de la nueva creación dada en la Cruz. Por eso Jesús, nos da su Espíritu, que es la luz que nos hace comprender el amor revelado en la plenitud del amor.
Esta plenitud del amor es revelatorio del amor mismo, es lo que  el Hijo recibe del Padre y el Espíritu recibe del Hijo: “Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16,12). El Hijo ha recibido del Padre lo que ha anunciado y lo ha dado a conocer, el Hijo trasmite en el corazón de la humanidad lo que ha recibido y lo ha dado a conocer por el Espíritu, quien seguirá sembrando en el corazón humano lo que ha recibido del Padre y del Hijo: “Todo lo que el Padre tiene, es mío también; por eso dije que el Espíritu recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16,15).
Como cristianos, no podemos ser ajenos a esta verdad del Espíritu, que nos lo dará a conocer todo en plenitud, para anunciar a todos los pueblos que el amor de Dios ha sido revelado en la Cruz y es nuestra salvación. El Espíritu enviado por el Padre y el Hijo ha sembrado en los corazones de los creyentes esta verdad que nos hace vivir en la plenitud de la unidad, con una misma fe, en una misma comunidad: “Procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” (Ef 4,3-6)[6].
De esta manera, la fuerza del Espíritu es la que nos hace proclamar, que Jesús está vivo entre nosotros, dándonos su amor  con lo que ha redimido a la humanidad: Por medio de Su redención, fuimos lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6,11; Cfr. Tit 3,5).  Y con esta misma fuerza proclamamos que Dios es Padre: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no han recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que han recibido el espíritu filial, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Rom 8:14-15; Gal 4,6):
Gracias al Señor por concedernos el Espíritu del Hijo.
El Espíritu testifica a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Somos guiados por este Espíritu y podemos juntos clamar:
“¡Abba, Padre! ¡Abba, Padre! ¡Abba, Padre!”. ¡Aleluya![7]

Esta relación filial de amor, es lo que el Espíritu nos da a conocer en plenitud: “Pero el defensor, el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14,25-26; 15,26-27; 16, 13-14) El Espíritu es enviado, para que creamos esto  y nos clarifique la obra redentora que Dios ha revelado en la historia humana, colocándola en sus corazones como huella de amor. 

El Espíritu, también nos hace comprender que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado  en la cruz, a través de precio de sangre (1P 1,17-19) Y el sacrificio del Hijo es el acto de amor más grande del Padre, para el perdón de los pecadores (Ro 3, 25). Gracias a este perdón dado por medio de la  sangre del Hijo, nos hace justos en el amor. Esta entrega sacrificial ha sido el precio de amor, pagado por el Justo, que se hace justicia por la fe de los creyentes (Cfr. Rom 3,21-22; 1Cor 1,2). 

A modo de conclusión: Para esta conclusión tomamos el siguiente texto de las reflexiones del P. Emiliano Jiménez Hernández.

1.      El Espíritu penetra, llena y mueve a cada cristiano (Rom 8,5-17). Renueva la existencia del creyente, siendo para El el ámbito o esfera de una vida nueva, en contraposición a la vida “en la carne” (Gál 5,19-25; Rom 8,5). Al habitar en el creyente (Rom 8,11) es para él prenda o arras de la gloria futura (2Cor 5,5; Rom 8,23). “Es de Cristo, en realidad, quien posee el Espíritu de Cristo” (Rom 8,9). A cada creyente hace partícipe de sus dones, pero siempre para la “edificación de la asamblea” (1Cor 14,12; 12,7). 
2.      El Espíritu Santo, Dador de vida, opera una apertura en el creyente hacia Dios, enseñándole a orar (Gál 4,6; Rom 8,15-16.26-27), una apertura hacia los hombres, pues la libertad que engendra –“donde está el Espíritu hay libertad” (2 Cor 3,17)- Es capacidad de servicio y donación (Gál 5,13) y una apertura o dilatación del propio corazón, liberándole del círculo angustioso del temor a la muerte, con “los frutos del Espíritu: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, fidelidad, amabilidad, dominio de sí, contra los que ya no hay ley alguna”(Gál 5,16-17).
3.      El cristiano se rige por el Espíritu, que le guía con sus siete dones: “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, y Espíritu de temor de Dios” (Is 11,2-3). Sólo necesita no contristarlo, pues está escrito: “No contristéis al Espíritu Santo, con el que fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef 4,30). Pues “si el Espíritu que resucitó de entre los muertos permanece en vosotros, quien resucitó a Cristo de entre los muertos hará vivir también vuestros cuerpos mortales mediante el Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8,11)[8].
 “Quién abandona la fe se ha extraviado del camino”                                    (San Agustín. Serm. 306,1).



[1] CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer: Pentecostés I, Jn 20,19-23. Bogotá,  Junio de 2011.
[2] CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer: Pentecostés I, Jn 20,19-23. Bogotá,  Junio de 2011.
[3] El creyente unido con Cristo ya no tiene ley que le dicte su conducta desde el exterior, sino que cumple la Ley del Espíritu (Gal  5, 18.23.25; 6,2; Rom  6,15; 8,2-4; Fil 1,9-10; St 1,25; 2,8).
[4] “El mandamiento de amar al prójimo ya estaba en la ley (Lv 19,18), pero Jesús le da un nuevo significado al decir como yo los amo a ustedes; Cfr. Jn 13,1; 15,12. Este amor caracteriza a la comunidad de los creyentes”. (SBU. La Biblia de estudio. Dios habla hoy. Comentario a Jn 13,34). En Marcos,  Mate y Lucas  (Mc 12,28-34; Mt  19,16.19.22.34-40; Lc 10,25-28) Este mandato se une al de Dt 6,5. Para manifestar que el amor a Dios con todo el corazón y la mente y todo el  ser debe ser uno con el amor al Prójimo, como resumen de la ley y los profetas. Por otra parte, “Jesús considera este mandamiento como el primero y más importante de todos (Mc 12,30; Mt 22,37; Lc 10,27). Con todo tu corazón (…) Tus fuerzas: El Deuteronomio no asocia esta expresión únicamente al verbo amar (Dt 10,12; 30,6), sino también a los verbos buscar (Dt 4,29), obedecer (Dt 30,10), volver al Señor (Dt 30,2)  y cumplir los mandamientos (Dt 26,16). Estos verbos especifican las formas que debe asumir el amor al Señor, en respuesta al amor que Él manifestó primero (Cfr. 1Jn 4,10)”. (SBU. La Biblia de estudio. Dios habla hoy. Comentario a Dt 6,5). 
[5] San Agustín. In Jo 87,1.
[6] Estos versículos, son una aclamación o profesión de fe cristiana. En ellos hay recreación de la profesión de fe en el único Dios de Israel (Dt 6,4-5; Cfr. Mc 12,29-30) Se enumeran siete elementos de la fe y la vida cristiana, y se resalta el carácter único de cada uno de ellos. El centro de todo es el único Espíritu (Santo), el único Señor (Jesucristo) y el único Dios y Padre. (SBU. La biblia de Estudio. Dios habla hoy. Comentario a Ef  4,4-6).
[7] http://dailyfood.ca/alimento/apartado/apartado12mon.html.
[8] JIMÉNEZ. H, Emiliano. EL CREDO, SÍMBOLO DE LA FE DE LA IGLESIA. Ed. EGA, Bilbao 1992, pág. 143-156.  http://www.mercaba.org/FICHAS/ORACION/CREDO/8_creo_en_el_espiritu_santo.htm.

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