Mc 14,12-16.22-26
“La sangre de Cristo clama aquí en la tierra. Cuando los hombres han
participado de ella, todos a una dicen: Amén. He aquí la voz inconfundible de
la sangre que clama por boca de los fieles a los que ha redimido” (San Agustín.
Con, Fau 12,10).
La dinámica en
la caminada del año litúrgico, es la celebración del acontecimiento de la
muerte y Resurrección de Jesús; este año no se asume por espacios determinados
de tiempo, sino que es dinámico determinado por la liturgia sacramental, por
esta razón, es insertado en el anunció
Kerygmático pascual y pos-pascual
celebrado festivamente en memoria del Resucitado por medio en el sacrificio eucarístico:
No se puede perder el horizonte
que se ha venido desarrollando en el camino pascual y pos-pascual, porque el anuncio
Kerygmático-pascual no ha pasado: Jesús está resucitado, sobre este aspecto es
necesario recordar, que la pedagogía del año litúrgico es un continúo
movimiento celebrativo de la Resurrección, es decir, la liturgia es la
celebración sacramental de la Resurrección animada por el Espíritu de Dios desde
la intimidad de la familia-comunidad trinitaria, revelada por Jesucristo (…) Este
anuncio celebrativo del Resucitado es la clave de evangelización de la
Iglesia-Pos pascual, porque del costado atravesado de Jesús en la cruz (Jn
18,34) Sangre - muerte y Agua- vida, en el espíritu (Cfr. Jn 4,14; 7,37) nace
la liturgia sacramental de la Iglesia. De esta teología del costado abierto se
desprende la reflexión de algunos padres
de la Iglesia que ven en este símbolo del traspasado (Jn 18,37) el surgimiento
de la Iglesia y la vida sacramental de la misma: “Aunque sus palabras y sus
obras la iniciaron, la iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo
por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y
realizado en la cruz. El agua y la sangre que brotan del costado abierto de
Jesús crucificado son signos de este comienzo y crecimiento” (LG 3), “pues del
costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la
Iglesia” (SC 5)[1].
Partiendo de
esta reflexión teológica se precisa que
la Eucaristía es el centro de nuestra liturgia, es el camino de redención por
el cual Cristo se entregó así mismo: “Tomen,
esto es mi cuerpo” (Mc 14,22) “Esto es mi sangre, con lo que se confirma la
alianza, sangre derramada en favor de muchos” (Mc 14,24; Cfr. Ex 24,6-8; Jr
31,31-34; Zc 9,11; Lc 22,20)[2]
para el perdón de los pecados: “Cristo se ofreció así mismo a Dios como
sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que
llevan a la muerte (…) Por eso, Jesucristo es mediador de una nueva alianza y
un nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados
cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado
reciban la herencia eterna que Él le ha prometido” (Heb 9, 14.15)[3].
Esta alianza,
es el precio de nuestra libertad, porque hemos sido salvados, recatados con
precio de Sangre, con lo que fuimos
adquirido como pueblo de Dios (1Cor 6,20; 1P 1,19; 2,9-10):
El Hijo único de Dios, queriendo
hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que,
hecho hombre, divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación
todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció,
sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó
su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava,
para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos
nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros
la memoria de tan grande beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de
pan y vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que
fuese nuestra bebida[4].
Desde este
horizonte, en la fiesta de hoy resaltamos la presencia amorosa de la
misericordia reconciliadora de Dios
trinidad que nos da la libertad en la alianza de los hijos en el Hijo, quien se
hizo sacrificio una sola vez y para siempre: “Jesús ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre, cuando se
ofreció a sí mismo” (Heb 7,27; 9,14; Cfr. Mc 10,45; Is 53,10).
A modo de conclusión
1.
La comunidad de creyentes, es la
comunidad festiva, es la comunidad del encuentro de la Palabra, es la comunidad
eucarística que celebra la fiesta de la penitencia y purificación, que hace
memoria el acontecimientos salvífico (Mc 14,12-16.22-26; Mt 26,17-29; Lc
22,7-23; Jn 6, 25-40; 13,21-30; 1Cor 11,23-26; Dt 8, 2-16) Jesús está presente
como resucitado en medio de la comunidad que celebra; él es la palabra que da
vida a la comunidad en la Eucaristía (Jn 1,38-39).
2. A Jesús, lo debemos reconocer en “la mesa de la Palabra” y en “la mesa
de la Eucaristía”, es decir, que estemos llenos de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. Porque mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre, vive unido a mi, y yo vivo unido a Él” (Jn 6,54-56;
Cfr. Jn 14,4-10; 1Jn 3,24).
3.
Las celebraciones eucarísticas
deben responder a la acción pastoral de la comunidad de creyentes como
resultado de la catequesis centrada en la persona de Jesús resucitado dentro de
la Iglesia, iglesia de la misericordia, donde se vive la presencia del espíritu del resucitado.
“El amor es el motivador de la enseñanza” (San Agustín. De Cat. Rud.
4,8)
[1] Cate. Iglesia Católica 766; Cfr. CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Reflexión Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo Jn 6,51-58. Bogotá, Junio de 2011.
[2]
La primera alianza o pacto que Dios hizo con Israel se confirmó con la sangre
de animales sacrificados. Ex 24,6-8; Heb 9,18-22; Cfr. Heb 10,29; 13,20 (SBU. Biblia de estudio. Dios habla hoy,
comentario a Lc 22,20). Pero con Jesús se cambia el sacrificio de animales,
dando pasó a su sacrificio cruento en la cruz y su sangre derramada como
símbolo de la nueva y definitiva alianza de Dios con su pueblo.
[3] Cfr. Nm 28,3; 1P 1,18-19; 1Jn 1,7;
Ap 7,14
[4]
Santo Tomas de Aquino. Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, Lect,1-4
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