Lc 1,57-66.80
“Y tú, niño serás llamado profeta el
altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos (…) que harán
que nos visite una luz de lo alto a fin de iluminar a los que habitan en
tinieblas y en sombra de muerte, y de guiar nuestros pasos por el camino de la
paz” (Jn 1,68-70.76-79).
Jesús da
testimonio en su predicación de Juan el Bautista, manifestando que es el más
grande nacido de mujer alguna. Juan es de quien dice las escrituras que es la
voz que clama en el desierto, que vino a allanar el camino del Señor:
“Se
puso Jesús a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una
caña agitada por el viento? ¿Qué saliste a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente
vestido? Pero sepan que los que visten con elegancia están en los palacios de
los reyes. Entonces ¿A qué salieron? ¿A ver un profeta? Si, les digo, y más que
un profeta. Este es de quien está escrito: Voy a enviar a mi mensajero delante
de ti, que preparará tu camino por delante de ti” (Mt 11,7-10; Cfr. Mq 3,1).
Juan es la voz
que clama en el desierto, quien prepara el camino del Señor, por esto Jesús
sigue dando testimonio de Juan: “Les
aseguro que, entre los nacidos de mujer, no ha aparecido uno mayor que Juan el
Bautista; sin embargo el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él”
(Mt 11,11; Cfr. Lc 7,28), de esta manera en el reino de Dios todos deben
hacerse pequeños (Mt 18,3-4;19,14; Lc 18,17; Jn 3,5), por esto Juan se ha hecho
pequeño al no creerse el Mesías sino testigo de la luz (Jn 1,6-8):
“Yo
no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él. El que tiene a la
novia es el novio; pero el amigo del novio que está presente y le oye, se
alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado
su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de
arriba está por encima de todos; el que es de la tierra habla de la tierra. El
que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, pero su
testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es
verás. Porque aquel a quien Dios ha enviado proclama las palabras de Dios” (Jn
3,28-34).
Juan es al igual que Jesús, a quien la Iglesia le
celebra el nacimiento; con esto se resalta la importancia de Juan el Bautista
en la economía de la salvación, como la voz que clama en el desierto (Lc 3,4-6)
El testimonio de Juan es de gran importancia en la tradición del Nuevo
Testamento, porque él anuncia como el profeta que deja el camino preparado (Mc
9,12); pero a la vez, como todo profeta padece los sufrimientos causados por
los que no aceptan la voz de Dios (Cfr. Mc 9,13; Mt 21,13-27; Ml 3,23-24).
De esta manera hacemos eco de las reflexiones de
San Agustín sobre el nacimiento de Juan:
La
Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado y él es el único de los
santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de
Cristo. Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no
alcanzaran a estar a la altura de misterio tan elevado, no hemos de perdonar
esfuerzo para profundizarlo, y sacar provecho de él.
Juan
nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven virgen. El futuro padre de
Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del
nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que
intentaremos penetrar y analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades
de que disponemos no nos permiten llegar hasta las profundidades de este
misterio tan grande, mejor nos adoctrinará aquel que habla en nuestro interior,
aun en ausencia nuestra, aquel que es el objeto de nuestros piadosos
pensamientos, aquel que hemos recibido en nuestro corazón y del cual hemos sido
hechos templo.
Juan
viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el
nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas
llegaron hasta Juan. Por tanto, él es
como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque
personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo,
es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la
Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya
señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor,
antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y
sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone
el nombre, queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que
entenderlos con toda la fuerza de su significado.
Zacarías calla y
pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y abre su boca.
Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo,
el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado.
Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace
claro. El hecho de que en el nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías
tiene el mismo significado que el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz.
Si Juan se hubiera anunciado a sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado
muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en
efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú quién eres? Y él
respondió: Yo soy
la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya
existía. Juan era una voz
pasajera, Cristo la palabra eterna desde el principio[1].
Juan el bautista según el testimonio de Jesús es
el mayor de los profetas nacido de mujer alguna (Mt 1,11; Lc 7,28) El da
testimonio de la luz (Jn 1,7) Y es quien señala al Señor entre los hombres como
el cordero de Dios (Jn 1,35-36) Es el primero que coloca el corazón a la
presencia de Jesús (Jn 3,27-36), reconociéndolo en el bautismo (Jn 1,15-34)[2].
“El periodo de las promesas
abarcó desde el tiempo de los profetas hasta Juan Bautista; desde éste hasta el
fin es el tiempo del cumplimiento” (San Agustín. In Ps 109,1-3).
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