Mc 4,26-34
Oh Dios, que eres siempre el mismo, conózcame a mi, conózcate a ti”
(San Agustín. Sol 1,1,1)
El reino de Dios es una realidad predicada por
Jesús, no es algo etéreo, sino constitutivo en la vida de la comunidad de
creyentes. La predicación de Jesús empieza con esta realidad porque el tiempo
de espera está cumplido: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios ha llegado” (Mc 1,15; Cfr. Mt 3,2; 4,17; Lc 17,21) es
una actitud de corazón que afecta todo el ser y transforma: “Conviértanse y crean en la Buena nueva” (Mc
1,15).
Esta actitud de corazón que trasforma, no se puede
entender como un estado físico: el reino es “justicia,
paz y gozo en el espíritu” (Rm 14,7) está dentro de nosotros, nace del
corazón, es creer en la buena nueva. Es trasmitir esta Buena Nueva, es
compartir tu pan con el hambriento, solidarizarse con el que sufre y el
oprimido (Cfr. Mt 25,31-40; St 1,27; 2,16; 5,4-6) es no cometer injusticia,
porque los injustos no heredarán el reino de Dios (Cfr. Mt 25,41-46; 1Cor
6,9-10) Por lo tanto, la presencia del
reino es una actitud personal y comunitaria, es vivir en el anuncio Kerygmático
de Dios:
Es necesario, pues, redescubrir cada vez más
la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de
Dios, predicado por Cristo mismo. Renovamos en este sentido la conciencia, tan
familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como
contenido el reino de Dios (Cfr. Mc 1,14-15), que es la persona misma de Jesús
(la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orígenes. El Señor ofrece la
salvación a los hombres de toda la época. Todos nos damos cuenta de la
necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la
familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros
sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra solo de
consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el
encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva” (VD 93).
Desde esta perspectiva, el anuncio Kerygmático de la
Palabra de Dios es la que crea la comunidad del reino: a- Que vive el amor
a Dios y al prójimo (Mt 22,37-40); b- Que perdona las ofensas
(Mt 23,21-22; Lc 17,4; Cfr Mt 6,12); c- Que ora al Padre en nombre
de Jesús (Mt 18,19-20; Cfr Jn 15, 7.16); d- Que vive las
bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23); e- Que está al lado del
necesitado (Mt 25,31-41); f- Que vive la misericordia
como prójimo (Lc 10, 29-37).
Por esta razón, el reino de Dios es un llamado: 1-
A combatir el mal, (Cfr. Ef 6,12); 2- A vivir en plenitud la
Cruz, la resurrección, la ascensión y la presencia del Espíritu (Jn 19-20).
El Reino es la realidad de un cielo nuevo y una
tierra nueva (Cfr. Is 65,17; 1P 3,13; Ap 21,1; - Rm 8,19-23 -) donde crece la
Palabra de Dios “Para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mi y yo en ti, que también sean uno en nosotros” (Jn 17,21; Cfr. Jn 15,1-17) y de esta
manera, “Dios sea todo en todos” (Cfr.
1Cor 15, 20-26.8; Col 3,11; Rm 11,32).
Marcos enfatiza que este reino es la presencia de
la Palabra de Dios, que como semilla que “cayeron
en tierra buena; crecieron, se desarrollaron y dieron fruto” (Mc 4, 8) Es la
semilla que crece en silencio y da fruto por si misma hasta que llega su tiempo
que es la fuerza que le llevará hasta su perfección. Esta parábola de la semilla es propia del
evangelio de Marcos (Mc 4,26-29) con ella indica que de la misma manera como
sucede con la semilla que se siembra en un campo y nace por si sola, sucedes con
el reino de Dios que irrumpe silenciosamente en el corazón de la comunidad.
De igual manera, en la parábola del grano de
mostaza (Mc 4,30-34) manifiesta el crecimiento del Reino, posibilitando a la
comunidad anidar en él, dando los frutos de justicia, concreción del reinado de
Dios: “Busquen primero el reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33).
A modo de conclusión
1. El Reino de Dios se da en el
silencioso crecimiento de la semilla, de la misma manera como crece la Palabra desde
el huerto sensible de Dios (1R 19,12-13) Así va creciendo el reino de Dios: El
campo es la Iglesia-comunidad y el árbol que crece más que las otras plantas
del huerto, es la misma comunidad en crecimiento. Las demás plantas del huerto, son los que pertenecen a la
Iglesia, pero no se comprometen con Jesús Resucitado. Las ramas son las
comunidades creyentes, dentro de la Iglesia comunidad pos-pascual, que darán
los frutos requeridos (Cfr. Ez 17,23; Dn 4,12 {9}.20-21 {17-18}) Y allí,
anidarán los hijos de Dios que pertenecen al reino[1].
2.
Las parábolas del reino, tienen la particularidad de
hacernos entrar en la pedagogía de Dios, que se entrelaza en el caminar de la
comunidad que va irrumpiendo en el silencio de la
Iglesia-comunidad-pos-pascual, que nos acoge como hijos en el Hijo, nos hace
pueblo (Mc 8,31-32ª ;1P 2,9) y nos guía en la “caminada” enviando junto con el
Padre al Espíritu (Jn 14,15-20) Por esta razón, la Palabra crea y alimenta la
novedad de la conversión (2P 1,19), pero el no asumirla es propiciación de
condena y de juicio (Jn 12,44-50; Cfr. 16,8-11)[2].
3.
Hoy la
comunidad cristiana debe ser testigo del reinado de Dios, en la Iglesia de la
misericordia desde el horizonte de la conversión pastoral, llamado que nos hace el Señor: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y
crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15) La conversión es un camino de encuentro
y seguimiento con Jesús: “Síganme y yo
los haré pescadores de hombres. Y de inmediato dejaron sus redes y le
siguieron” (Mc 1,17-18)[3].
“Haz tu lo que puedas,
pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas (San Agustín. Serm.43)
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