Jn 15,1-8
“¡Tarde
te amé, belleza tan antigua y tan suave, tarde te amé! El caso es que tú
estabas dentro de mí y yo fuera”. (San Agustín. Conf. L.X. 27,38).
En la reflexión anterior sobre el Buen Pastor, se
planteaba que Jesús asume el nombre del Dios que se revela (Ex 3,14) Jesús lo
aplica para sí mismo (Jn 6,20; 8,28.58; 13,19; 18,5.8) Con este nombre él mismo
se presenta como la vid verdadera: Vid fruto de la tierra (Sal 104,15), símbolo
de vida y de amor.
“Yo soy la vid verdadera” (Jn 15,1) con este nombre,
Jesús expresa su relación con los discípulos, usando el símbolo de la viña que
en el Antiguo Testamento era atribuido al pueblo de Israel (Sal. 80,8-16[9-17];
Is 5,1-7; Jr 5,9-11; 12,10-11; Ez 15,1-6; 19,10-14). Pero este pueblo al no
corresponder al amor dado por Dios; no dio racimos de uvas buenas, sino que dio
racimos de uvas amargas, contrario a lo esperado por Dios de su viña (Is 5,3-4;
Ez 34,2; Jn 10,8; Mt 21, 33-45)
Por esta razón, Jesús trata de suplir las falencias
del pueblo escogido, el es el buen
Pastor, acoge su rebaño, lo reúne, le da vida; Él es el Buen Pastor para el nuevo rebaño de
Dios (Jn 10,1-10) que es la nueva viña donde Él es la vid verdadera, para que
todos estén unidos dando los frutos que agradan a Dios, que es el viñador.
Pero todo el que no da fruto será podado, para que
de frutos, lo limpia para que de más fruto, pero para esto es necesario
permanecer en Él: “El que permanece en mí y yo en él dará mucho frutos” (Jn
15,5) El que no produce los frutos no
está unido a Él, y corre detrás de ídolos fabricados desde los fantasmas de la
fe (Is 15,1-7; Jr 2,2; Ez 15,1-6; 19,10-14; Mt 21,33-45; Sal 80). En este
sentido, el evangelio de Juan insiste que el que no cree no está unido a
Cristo, y no pertenece al nuevo rebaño, ni al nuevo viñedo, por lo tanto, es
separado de la vid y es cortado de raíz: “Separados de mí, nada pueden hacer:
Si alguno no permanece en mí, es cortado y se seca” (Jn 15,5-6).
Este llamado a permanecer unidos en el amor es la
realización (Jn 13,34-35) de la comunidad, es decir, vivir la diversidad en la
común unión, como fruto de la reciprocidad que Jesús nos ha dado al manifestar
la unidad que existe entre Él y el Padre. Nosotros permanecemos donde tenemos
el corazón (Mt 6,19-23) habitamos donde amamos, estamos en la casa donde
amamos, habitamos con quien amamos; porque uno esta unido a lo que ama: “Ama y has lo que quieras; Si callas,
callarás con amor. Si gritas, gritarás con amor. Si corriges, corregirás con
amor. Si perdonas, perdonarás con amor. Como esté dentro de ti la raíz del
amor, Ninguna otra cosa sino el bien, Podrá salir de tal raíz” (San
Agustín).
Ahora bien, el Padre es el viñador, el Hijo es la
vid, nosotros somos los sarmientos. Esta es la verdadera alianza entre Dios y
su pueblo, por el Hijo se realiza la comunión entre el creador y la criatura, termina la infidelidad
del ser humano (Is 5,1.7; 27,2-5; Jr 2,21; Ez 19,10-14; Sal 80). El nuevo
pueblo ha de dar sus frutos (Sal 67,7; Is 27,6). Permaneciendo en el amor,
obedeciendo las enseñanzas y los mandatos del Señor, reviviendo las Bienaventuranzas (Mt 5-13).
Por esta razón, si permanecemos unidos, creemos que
Jesús es la vid verdadera, y permanecemos fieles a sus enseñanzas daremos los frutos deseados: “Si ustedes permanecen
unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se
les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y
lleguen así a ser verdaderos discípulos míos” (Jn 15,7-8). Jesús vive
totalmente el amor del Padre porque es salido de Él y recreado en la acción del
Espíritu (Jn 14,15-31; 16,1-16).
De esta manera, el discípulo debe permanecer unido
en el amor a Jesús, ser fieles a las enseñanzas del Buen Pastor, estar unidos a
la vid verdadera como un solo pueblo, unidos en el amor y en la Palabra acogiéndonos
a esta realidad amorosa del Padre y del Hijo, como símbolo de unidad y de amor
generoso hasta la entrega de la vida misma (Jn 15,13).
A modo de conclusión: Tomado de las homilías
del Padre José A Pagola[1]
1.
Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y
expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí". Si no
viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.
2.
Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy
la vid y ustedes los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia
que proviene de Jesús. Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.
3.
Jesús no solo les pide que permanezcan en él.
Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que vivan
de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber: "Las palabras
que les he dicho son espíritu y vida". (Jn 6,63).
4.
El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y
operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz
concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos (…) En los
evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto
del reino de Dios. Por eso, en los evangelios está lo que necesitamos para
recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el
instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia (...) No se vive
la fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".
5.
Es difícil imaginar una "nueva
evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e
inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la
experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los
problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.
“Y fuera
te andaba buscando y, feo como estaba, me echaba sobre la belleza de tus
criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo” (San Agustín.
Conf. L.X. 27,38).
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