Jn 15,9-17
Nadie hay que no ame, pero lo que interesa
es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que amemos, sino que elijamos
a quién amar” “No puede llamarse feliz quien no tiene lo que ama, sea lo que
fuere; ni el que tiene lo que ama si es pernicioso; ni el que no ama lo que
tiene, aun cuando sea lo mejor”.
(San Agustín, Sermón
34; Sobre las costumbres de la Iglesia, 1).
Quien asume el reto del amor da la vida por lo que ama,
sin apegarse a lo amado, con la libertad del que amó a la humanidad hasta
entregar la vida por ella: “Jesús vive totalmente el amor del Padre
porque es salido de Él y recreado en la acción del Espíritu (Jn 14,15-31;
16,1-16). De esta manera, el discípulo el que debe amar como Jesús ha de
permanecer unido en el amor a Jesús, ser fieles a las enseñanzas del Buen
Pastor, estar unidos a la vid verdadera como un solo pueblo, unidos en el amor
y en la Palabra acogiéndose a esta realidad amorosa del Padre y del Hijo, como
símbolo de unidad y de amor generoso hasta la entrega de la vida misma (Jn
15,13)”[1].
El amor
es el camino que nos lleva a conocer al Dios de Jesús: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4, 8).
Desde el principio Dios ha revelado lo que es, amor: Es aquel que ama; a quien
es amado en el
amor; el amor es el vínculo que une a quien ama y a quien es amado.
San
Agustín en el tratado sobre la Trinidad plantea: “Las personas divinas
son tres: la primera, que ama a la que de ella nace; la segunda, que ama a
aquella de la que nace; y la tercera, que es el mismo amor”
(De Trinitate 6, 5, 7). Estos tres son uno: no tres amores, sino un único,
eterno e infinito amor, del único Dios que es amor. Por eso para Agustín si queremos
ver a Dios, es necesario ver el amor: “Ves a la Trinidad, si ves el
amor” (De Trinitate. 8, 8, 12). Este único Dios, que es
Uno y Trino en el amor: “Así que son tres: el Amante,
el Amado y el Amor”, es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (De
Trinitate 8, 10, 14).
Esta relacionalidad pre-existente en Dios, debe engendrar el amor entre nosotros, porque hemos recibido el amor del Hijo, que es el amor del Padre:: “Como el Padre me amó, yo también los he amado; permanezcan en mi amor” (Jn 15,9) Este amor abarca todos los tiempos: Pasado, presente, y el por venir, es un amor perfecto, que va perfeccionándose en la cruz, porque el Padre amó tanto al mundo que entregó a su Hijo para la salvación del mundo colocando todas las cosas en sus manos (Cfr. Jn 3, 16.35).
Y es en
esto precisamente en lo que se ha manifestado el amor, no solo el amor por el
amor, sino en guardar el mandato del Señor: “Les
doy un mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros; que, como yo los he
amado, así se amen también ustedes” (Jn 13,34). El mandamiento del amor y las
Palabras del Señor han de ser observados y obedecidos, en el grupo de amigos, porque
Él nos amó primero: “En esto se manifestó el
amor de Dios por nosotros, en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para
que tengamos vida por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como víctima de
propiciación por nuestros pecados (…) Y nosotros hemos conocido y creemos el
amor que Dios nos tiene. Dios es amor; quien permanece en el amor, permanece en
Dios y Dios, en él” (1 Juan 4, 9-10. 16).
La
expresión mas sublime del amor ha sido revelada en este mandato, llegando a su plena
concretización en la cruz: Para que seamos perfectos como nuestro padre es
perfecto (Mt 5,48). Este es el tesoro que debemos guardar en nuestro corazón, porque
donde está tu tesoro, allí tendrás también tu corazón (Cfr. Lc 12,34; Mt 6,21).
Donde
tienes el corazón, tienes el amor, donde tienes el amor tienes lo amado; Jesús
se identifica con el Padre porque el padre lo amó primero y el ama al Padre, al
colocar nuestro tesoro en Dios Padre, nos colocamos en el mismo nivel de los
que aman en el amor: “Yo obedezco los
mandatos del Padre y permanezco en su amor” (Jn 14,15; 1Jn 2,5; 5,3).
El Amor nos
permite estar unidos al Hijo y al Padre siendo obedientes a sus Palabras ya que
todo fue creado por ella (Jn 1,1-13.15.30; 8,58; Prov 8,23; Eclo 1,4; 24,9; Sab
9,9). Esta unión es la alegría que llega a la plenitud en la Cruz, donde todos
serán atraídos hacia Él (Jn 3, 14; 8,28; 12,32), es la alegría que se vive en
el Amor del Padre y del Hijo, recreándonos
en la alegría de Jesús: “Para que ellos
se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo” (Jn 17,13; Cfr. Jn 15,11;
16,24; 1Jn 1,4; 2Jn 12). Esta es la alegría del amigo que se identifica con
el Amor, el amor en la amistad con Jesús (Jn 15,14) El amigo conoce lo que el
Padre da a conocer en el Hijo (Jn 15,15) Esta es la sabiduría que ha bajado de Dios
(Jn 1,18; 3,13.31-32; 6,46; 15, 12.17; Cfr. Ef 4,9; Pro 30,4):
“La sabiduría resplandece con brillo que
no se empaña;
Los que la aman, la descubren fácilmente;
Y los que la buscan, la encuentran;
Ella misma se da a conocer a los que la
desean.
Quien madruga a buscarla no se cansa,
La
encuentra sentada a la puerta de su propia casa
(…)
El comienzo de la sabiduría es el deseo sincero de instruirse;
Tener deseos de instruirse ya es amar la
sabiduría;
Amarla es cumplir sus leyes es asegurarse
la inmortalidad
Y la inmortalidad acerca a Dios”
(Sab
6,12-14.17-19).
El amor
a la sabiduría es la participación a la
vida eterna: “Y la vida eterna consiste en que te conozcan a
Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tu enviaste” (Jn 17,3)
Este conocimiento lleva consigo también la aceptación, la fe, el amor, la
obediencia al Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo (Jn 14,7.9; 16,3; 17,25;
1Jn 2,3-6.13-14; 3,1.6; 4,7-8; 5,20).
“Cuanto más amas, más alto subes” (San Agustín. In ps 83,10)
[1]
CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer. Reflexión Jn 15,1-8. Medellín.
Mayo 6 de 2012
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