viernes, mayo 18, 2012

ASCENCIÓN DEL SEÑOR II: VAYAN POR TODO EL MUNDO Y PROCLAMEN LA BUENA NUEVA


Mc 16,15-20 

“La verdad no es mía, ni de aquél, ni de aquel otro, sino de todos nosotros, llamados por Dios a la comunión y amonestados por Él a no guardar la verdad como bien privado, para no vernos privados de ella” (San Agustín. Conf. 12,25).
 

Como cristianos, creemos en Jesús Resucitado, realidad que Juan resalta en el Evangelio: “El que cree en Él no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios y el juicio consiste en que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron mas las tinieblas que la luz” (Jn 3,18-19) De igual manera creemos que  Jesús regresa al Padre y envían el Espíritu para evidenciar al mundo de su pecado, de una justicia y de un juicio: “Y cuando Él venga convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado, porque no creyeron en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y no me verán; y en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Jn 16,8-11; Cfr. 1,29; 2,11; 3,14; 5,36; 9,41; 12,40; 15,22.24; 1Jn 2,29; 3,7.10-11). 

Por esto, se manifiesta la justicia de Dios (Rom 3,21-22) como la fe  profesada en estas realidades: la Resurrección y la Ascensión del Hijo, culmen de su amor en el sacrificio de la Cruz, para que no nos quedemos mirando hacia el cielo (Hec 1,1-11) sino que, cumplamos lo que Él nos manda: Ir por todo el mundo, proclamando el evangelio, para que todo el que crea, sea bautizado en su nombre y se salve, pero el que no cree, él mismo está condenado por no creer (Cfr. Mc 16,15-16). 

Por esta razón, para el cristiano el bautismo es símbolo de salvación, de identificación con la Muerte y Resurrección de Cristo (Cfr. Rm 6). Aunque el rito bautismal no nació en el seno del cristianismo, si es fundamental para vivir unidos a Cristo:

El bautismo, no es propiamente una práctica novedosa en el cristianismo, la mayoría de las religiones antiguas y algunas culturas practicaron y practican diversos ritos con agua. Bautizar significa, sumergir o meter en el agua, también puede significar bañarse, limpiarse, purificarse con agua[i].
Ahora bien, La práctica del bautismo cristiano, tiene sus raíces según la tradición bíblica Neotestamentaria en la práctica del bautismo de Juan, (Mc 1,4) bautismo en agua, que era un llamado a la conversión y a la preparación de la venida del Mesías (Mt 3,3). Con el bautismo de Jesús en el Jordán (Mc 1,9) se continua la línea profética de Juan, con su mensaje de conversión, pero con la diferencia, que el Bautismo de Jesús es en Espíritu y Fuego (Lc 3,16; Hec 1,4-5) que indicaba la llegada del Reino de Dios, para lo cual era necesario estar convertidos (Mc 3,15; Hec 1,15)  para asumir el compromiso que implicaba la práctica del bautismo que realizaba Jesús (Jn 3,16-27).
Según los relatos del Nuevo Testamento, lo primero y lo más elemental que caracteriza al bautismo cristiano es que, a diferencia del bautismo de Juan, es el bautismo no solo de agua sino de Espíritu (Mt. 3.11; Mc. 1,8; Lc. 3,16; Jn. 1,33; Hec.1,5; 11,16;19,3-5). La relación entre el bautismo cristiano y la presencia del Espíritu queda además atestiguada en Hec. 10,47; 11,15-17; 1Cor. 12,13; Jn 3,5. Todo eso quiere decir que es característica esencial y específica del bautismo cristiano la presencia del Espíritu en el bautizado.
 El bautismo en la tradición cristiana implica: 1) Conversión de los pecados: es decir, ruptura con la vida anterior y supone un cambio profundo de vida. 2) Un envío a misión: evangelización y proclamación de la Nueva noticia anuncio Kerygmático. 3) Fe y adhesión a Cristo: expresión de la salvación que viene de Dios Padre por el Hijo y el Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo cristiano, el bautizado es incorporado a la Iglesia, cuerpo de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia católica No.1267-1270), haciéndolo miembros del pueblo de Dios: Los hombres por medio de los Sacramentos de iniciación cristiana,  libres de todo aquellos que atenta contra la dignidad de la persona y de Dios (pecado), juntamente muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu  de hijos adoptivos y celebran con todo el pueblo de Dios el memorial de la Muerte y Resurrección del Señor (A.G 14) Incorporados, en efecto, a Cristo por el Bautismo, entran a formar parte del pueblo de Dios y recibido el perdón de los pecados, convertidos en nuevas criaturas por el agua y el Espíritu Santo, de aquí en adelante se llaman y en verdad lo son Hijos de Dios (Col 1,13; Rm 8,15; 1Jn 4,1)[1].

Estos hijos de Dios deben asumir la misión de anunciar la Buena Nueva a toda criatura: "Vayan por todo el mundo y proclaman la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.” (Mc 16, 15-16) Quienes asumen esta misión, Jesús les ratifica lo que les había encomendado en Mc 3,13-17: expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, agarrarán serpientes y el veneno no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y éstos quedarán sanos (Mc 6,6-13):  

1.      Expulsar demonios: Es vencer el mal que se opone al bien con la vida en Cristo que tienen los creyentes. Vivir desde la Buena Nueva de Dios (Jn 3,17).
2.      Hablar lenguas nuevas: Es comenzar a comunicarse con los demás haciendo entendible y  creíble el mensaje de Cristo. Es el lenguaje del amor (Hec 2,5-12).
3.      Beber veneno: Hay muchas cosas que envenenan la convivencia. Muchos chismes, que causan estragos en la comunidad. Quien vive en la presencia de Dios esta alejado de esto evitando que se envenene su conciencia  (Mt 15,10-11.18-20).
4.      Curar a los enfermos: Sacar de la opresión al excluido, para tener una visión más clara y más viva de Dios. Es tener un cuidado especial con las personas excluidas y marginadas, sobretodo con los enfermos (Mc 6,7-12; Mt 10,1.8; Lc 9,1-2).

Por esta razón, todo el que asume este compromiso asciende con Jesús a la casa del Padre y participa de la acción de Cristo junto al Padre quién ha participado del amor del Padre y es lo que nos ha transmitido desde el principio, hasta llegar al expresión última de este amor la cruz en la que nos hemos hecho amigos de Jesús, si hacemos la voluntad del Padre obedientes a los mandatos del Señor Jesús: “El Amor nos permite estar unidos al Hijo y al Padre siendo obedientes a sus Palabras ya que todo fue creado por ella (Jn 1,1-13.15.30; 8,58; Prov 8,23; Eclo 1,4; 24,9; Sab 9,9). Esta unión es la alegría que llega a la plenitud en la Cruz, donde todos serán atraídos hacia Él (Jn 3, 14; 8,28; 12,32), es la alegría que se vive en el Amor del Padre y del Hijo,  recreándonos en la alegría de Jesús: “Para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo” (Jn 17,13; Cfr. Jn 15,11; 16,24; 1Jn 1,4; 2Jn 12). Esta es la alegría del amigo que se identifica con el Amor, el amor en la amistad con Jesús (Jn 15,14) El amigo conoce lo que el Padre da a conocer en el Hijo (Jn 15,15) Esta es la sabiduría que ha bajado de Dios (Jn 1,18; 3,13.31-32; 6,46; 15, 12.17; Cfr. Ef 4,9; Pro 30,4)”[2].

Asumir el mandato del Señor es ascender con Él a la casa Paterna como nos lo plantea San Agustín:

Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pongan su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra” (Col 3,1) Pues, del mismo modo que Él subió sin alejarse por ello de nosotros, así también nosotros estamos ya con Él allí, aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que se nos promete.

Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hec 9,4) También: “Tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25, 35).

¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a Él, descansemos ya con Él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo nosotros, estando aquí, estamos también con Él. Él está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como Él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia Él.

Él, cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que afirma: “Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13).

Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre Él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto Él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con Él, en virtud de que Él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por Él, hemos sido hechos hijos de Dios (…).

Bajó, pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió Él solo, puesto que nosotros subimos también en Él por la gracia. Así, pues, Cristo descendió Él solo, pero ya no ascendió Él solo; no es que queramos confundir la dignidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza[3].
 

A modo de conclusión

1.      Desde esta perspectiva el cristiano creyente participa del destino de su Maestro, se une a Él con la cruz, bebiendo del mismo cáliz (Mc 10,32-45), participando del amor del Padre, obedeciendo los mandatos del Señor,  como amigos y no como siervos (Jn 15,1-17).

2.      Al asumir esta misión ascendiendo como hijos con el Hijo, participando y reproduciendo los rasgos de Cristo en nuestra vida de creyentes: La Ascensión en este proceso no es un hecho aislado, es el camino que nos lleva a reproducir los rasgos de Jesús en nuestra vida: 1) Proclamar y vivir desde la Palabra; 2) Anunciar el Reino de Dios (Mc 1,15; Mt 3,2; 4,17; Lc 4,43); 3) Ser solidarios con los pobres; 4) Servir con Generosidad; 5) Curar a los enfermos; 6) formador de discípulos creyentes; 7) Vivir en constante Oración; 8) Tener un estilo de vida en obediencia; 9) Defender  la dignidad humana; 10) Anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4,16-19)[4]. 

3.      Con estos rasgos, debemos asumir el compromiso, que hemos venido aplazando en la “caminada” como cristianos. No podemos seguir, como si fuésemos estrellas fugaces, que solo titilan en su corto recorrido[5].

“Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, se acabarán para mí los dolores y los trabajos. Mi vida, toda llena de Ti, será algo vivo” (San Agustín. Conf. L. X, 28,39).



[1] CASALINS, Guillermo. Celebración de los símbolos en los sacramentos de iniciación cristiana Bautismo y Confirmación. Bogotá 2010. Pág. 61-64.
[2] CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer: Reflexión, Que se amen los unos a los otros como yo los he amado Jn 15,9-17.
[3] San Agustín. Serm. 98,1-2
[4] CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Ascensión del Señor I: Galileos, ¿Por qué se han quedado mirando al cielo? Mt 28,16-20. Bogotá. Junio 2 de 2011.
[5] CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Ascensión del Señor I: Galileos, ¿Por qué se han quedado mirando al cielo? Mt 28,16-20. Bogotá. Junio 2 de 2011.

[i] En la historia de mitos y religiones paganas se relata acerca de varios ritos bautismales tales como el ritual eléusico, las abluciones purificadoras en el misterio de Sabazio; el culto de Atis tenía el taurobulismo, y el misterio de Isis tenía el baño bautismal que supuestamente santificaba, al igual que el culto a Dionisio y el culto de Mitra (los seguidores de Mitra celebraban el ritual del bautismo). Los griegos incluso tenían los Kathartai, sacerdotes que se especializaban en el ritual de la purificación con agua. En la antigüedad celebraban el ritual en el cual las mujeres se bañaban en albercas (piscinas) “sagradas” fuera de la cuidad para purificarse. Los nuevos conversos a la religión de Isis/Osiris se iniciaban con el bautismo de aguas “purificadoras” que traían del Nilo ya que ellos realmente creían que el río Nilo era sagrado. Esta práctica bautismal ha significado en la cultura humana una relación con la divinidad, que ha simbolizado, purificación, renovación de la vida que por medio de ritos buscaban el acercamiento a la divinidad para alejarse del mal, estas creencias de purificación se hacía en muchos caso por medio del fuego y del agua: El ser humano, desde los tiempos más remotos, se ha sentido especialmente fascinado por el fuego y el agua. Descubría en estos elementos una fuerza oculta y misteriosa, a la vez positiva y negativa. El fuego es fuente de luz y calor, pero también quema y destruye. El agua limpia, calma la sed y mantiene la vida.( PIERRE, El origen de la práctica del bautismo en las aguas. http://www.elaverno.net/?p=844).

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