sábado, abril 07, 2012

VIO LO QUE HABÍA PASADO, Y CREYÓ


Jn 19,1-9 

“La humildad de mi lengua confiesa tu superioridad, porque Tú has creado el cielo y la tierra: este cielo que veo y esta tierra que piso, y de la cual procede esta tierra que llevo a cuestas. Tú los creaste” (San Agustín. Conf. L XII. 2,2) 
Terminado el tiempo de cuaresma y el triduo pascual, seguimos la caminada de pascua, anuncio Kerygmático de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Estos tiempos litúrgicos no se puede medir cronológicamente como acostumbramos a determinar nuestras actividades, nuestros años civiles, sino que son tiempos pedagógicos de la estructura litúrgica, porque esta es dinámica, tomarla de otra manera sería crear una liturgia  estática, sin dinamismo, que es celebrada solo y exclusivamente para el momento.
Así de esta manera, miramos nosotros el acontecimiento pascual, como algo estático de actos, de simbologías perdidas, sin valor de transformación: “Para grandes sectores de la población de bautizada, su fuerza y su capacidad de significación. No significan casi nada. O significan una cosa muy distinta de lo que en realidad tendrían que significar”[1]. Esta es la forma como se ha organizado las celebraciones del acontecimiento pascual de Jesús en nuestras liturgias.
A pesar de haber vivido y celebrado la resurrección de Jesús, no somos obedientes a las Escrituras seguimos confundidos, sin entender, como María Magdalena y posiblemente mujeres que la acompañaban,  al llegar al sepulcro: “__ ¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!” (Jn 19,2) Este es el desconcierto del que vive distraído, por eso no comprende las Escrituras, se sigue confundidos en practicas de fe especulativas de actos (fantasmagóricos) programáticos de piedad popular sin formación bíblica que llamamos fe. La resurrección es una realidad necesaria que pasara (Cfr. Lc 24) para que se cumpliera las escrituras y creyéramos en Jesús Resucitado.
Esta confusión de fe sigue en nuestros días, por vivir la liturgia cronológicamente en estos grupos dentro de la Iglesia, que se convierte en grupos rezanderos y no en comunidad lectoras de la Palabra, desde el dinamismo del acontecimiento pascual de Jesús celebrado en el año litúrgico como una fiesta dinámica en la que se celebra el acontecimiento de la resurrección del Señor.
Como cristianos debemos recorrer este camino yendo  a prisa a ver el sepulcro: “Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos” (Jn 19,3-4)  Este correr es el dinamismo que hemos planteado, es ir siempre a la espera del Maestro, es salir del letargo litúrgico en que vivimos y acudir a la cita de la resurrección, porque allí siempre esta la evidencia que ha resucitado, no se han robado el cuerpo, este hecho es constatado por el discípulo: “Se agachó a mirar, y vio allí las vendas (…) Y además, vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte” (Jn 19,5.7).
Estos detalles del evangelio, es precisamente los que nos muestra a nosotros que los testigos del sepulcro vacío, estaban expectantes, corren, van al sepulcro y regresan, empiezan a tomar conciencia de su seguimiento, las vendas que antes amarraban ya no  son sujeto de muerte, la tela está enrollada, ha sido desprendida de la corrupción de la muerte, la muerte ha sido vencida en la Cruz (Jn 3,14; 8,27; 12,32)  Y ellos son los testigos.
Cuando María Magdalena fue de mañana el primer día de la semana y luego los discípulos     (Jn 20,1-9; Mc 16 1 8; Mt 28 1-10; Lc 24 1-12) el sepulcro estaba vacío; Jesús no estaba dentro. Allí no había más que las vendas y la tela enrollada, este hecho es un elemento central del pasaje, es el anuncio Kerygmático - pascual: Jesús ha resucitado ya no hay que buscarle entre los muertos. De esta manera el sepulcro vacío es un dato teológico, que indica: Jesús el crucificado no está aquí. El que había sido levantado en la Cruz Dios lo ha Resucitado.

Esta es la confesión de fe de los primeros cristianos: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,9). Esta fe debe ser anunciada y esta es la verdadera fe, no una fe programática, fantasmagórica, es la fe de los cristianos: “La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo”, decía san Agustín. Todos creen que Jesús ha muerto, también los pecadores y los distraídos. Pero sólo los cristianos creen que también ha resucitado, y no se es cristiano si no se cree esto. Resucitándole de la muerte, es como si Dios confirmara la obra de Cristo, le imprimiera su sello. “Dios ha dado a todos los hombres una garantía sobre Jesús, al resucitarlo de entre los muertos” (Hechos 17,31).

A modo de conclusión

1.      El sepulcro vacío no es evidencia testimonial de la resurrección de Jesús, el sepulcro está vacío porque Cristo resucitó (Mc 16,1-8; Mt 28,1-10; Lc 24,1-12; Jn 20,1-9) es  un anuncio teológico para que  quien vea crea, porque todavía no habían entendido las Escrituras (Jn 2,22, 12,16; Cfr. Mt 12,40; Hec 2,25-28; Lc 24,25-27.44-46: 1Cor 15,4; Sal 16,8-11; Jon 2,1) La Resurrección de Jesús, si es el hecho de prueba que el Sepulcro está vacío.

2.      En el momento el discípulo que había llegado primero pero no entró, sino que después de Pedro, “Y vio lo que había pasado, y creyó” (Jn 19,8) su testimonio de vida y de fe es en el Resucitado, este es el planteamiento teológico que la comunidad joánica ha manifestado desde el prologo de su evangelio (Jn 1,1-18) hasta el final (Jn 20,1-31) para que todo el que vea crea y tenga vida y el que lea este libro, crea y tenga vida: “Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tangan vida por medio de Él (Jn 20,30-31; 21,25;1Jn 1,1-4;5,13).  

“Para alcanzar las alturas necesitas de una escalera. Para alcanzar la altura de la grandeza, usa la escalera de la humildad” (San Agustín. Serm 96,3)


[1] CASTILLO, José María. Símbolos de libertad, 166.

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