Jn 20,19-31
“A Ti
alabanza, a Ti la gloria, fuente de las misericordias. Yo me iba haciendo más
miserable y Tú más cercano. A mi lado estaba tu mano pronta para sacarme del
fango y lavarme, y yo no lo sabía” (San Agustín. Conf. L. VI, 16,26)
La identidad del Hijo de Dios Padre es la Cruz,
allí en la cruz es la revelación-glorificación del Resucitado, al hacerse
presente muestra sus manos y su costado como identidad, así se revela a la
comunidad de creyente para que por medio de ella todos crean en Él. Por esta
razón, los lienzos encontrados en el sepulcro, ya no son símbolo de muerte, el
sudario que cubría su cabeza está enrollado aparte (Jn 19,6-7) estos han sido
desprendidos de la corrupción de la muerte. La muerte ha sido vencida en la
cruz[1].
Al ser vencida la muerte en la Cruz, Jesús el
Cristo, se presenta como el Resucitado, por eso, los lienzos y el sudario han
quedado en el sepulcro vacío. Él quiere que los discípulos comprendan lo que no
habían comprendido, que todo lo sucedido era necesario (Lc 24,25-26) para que
miren y crean en el Resucitado[2].
Por esto, se les aparece en la casa donde están ellos, se muestra como el
Resucitado:
"Jesús entra en los corazones
aunque las puertas estén cerradas (…) Solo Él puede derribar las piedras
sepulcrales que el hombre pone a menudo sobre sus sentimientos, sus relaciones
y sus comportamientos. Piedras que crean muertes, divisiones, enemistades,
rencores, envidas, indiferencias y diferencias (…) Solo Él puede dar sentido a
la existencia y hacer que vuelva al camino quien está cansado, quien no tiene
confianza o quien no tiene esperanza"[3].
La presencia
del Resucitado en la casa donde están los discípulos evidencia que los lienzos
y el sudario han quedado atrás. Aquí está el traspasado, está sin ataduras: “Les mostró las manos y el costado” (Jn
20,20) para darles autoridad de desatar a todo el que cree y va a creer; porque
el creyente está limpio, no tiene ataduras: “El
que se ha bañado no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están
limpios” (Jn 13,10) Por estar limpios reciben la paz: “La paz con ustedes” (Jn 20,19) y esta paz, rompe toda atadura de
opresión, es la libertad de vivir el perdón por medio de la palabra: “A quienes perdonen los pecados, les quedan
perdonados” (Jn 20,23a) Pero los que continúan sin creer, los que no han
dado crédito a sus Palabras, están muertos, siguen atados al pecado en el
sepulcro: “A quienes se los retengan, les
quedan retenidos” (Jn 20,23b)
El perdón es
don del Espíritu, revive al hermano caído, porque el que perdona ama como Jesús
ha amado (Mt 5,44-48; Lc 6,35-38) El perdón es constitutivo en la formación del
discípulo, si no perdonamos de corazón, no recibimos, ni vivimos el perdón de
Dios (Mt 6,14-15; 18,21-35; Mc 11,25; Cfr. Ef 4,32; Col 3,11; Eclo (Sir)
28,1-5).
Todos los
creyentes están llamados a vivir en la pedagogía del perdón trasmitida por el
Espíritu, el Espíritu es presencia y promesa hecha realidad en la comunidad del
Resucitado. Es la presencia que Jesús había prometido a los discípulos y ahora
se hace realidad: “No los dejaré
huérfanos: Volveré a ustedes” (Jn 14,28) para darles al espíritu: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que
el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo
les he dicho” (Jn 14,26) La presencia es la paz dejada por Jesús: “Les dejo la paz, mi paz les doy” (Jn
14,27) para que la alegría sea completa: “Estarán
tristes, pero su tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20.22) y con este
gozo se conviertan en testigos del Resucitado, con la fuerza del Espíritu
Santo (Jn 16,26-27).
Este es el
Espíritu entregado por el Resucitado, es la entrega del Espíritu prometido (Jn 14,15-29; 15,26-27; 16,7-15) del
cual manarán ríos de aguas vivas (Jn 7,37-39) este Espíritu se ha hecho
realidad en la Cruz (Jn 19, 30.34) Para la comunidad Joánica: Muerte,
Resurrección y Pentecostés suceden en la misma tarde del primer día, día de la
creación (Gn 1,1; 2,7) día de la nueva creación (Jn 1,1; 20,22) Esta creación,
es acción del Espíritu, es Vida, es
Aliento de vida (Sab 15,11).
A modo de
conclusión
El Resucitado
vencedor de la muerte, Insufló (Sopló) su aliento de vida (Jn 20,22; Sab 15,11)
después de mostrarles las manos, símbolo de envío, de hechura (Gn 2,7) y les
mostró el costado de donde había salido sangre y agua (Jn 19,34) como ríos de
agua viva (Jn 7,37-39; Ez 41,1-12; Sal 22,2-3) en el que impregna el “Buen olor de Cristo” (2Cor 2,15; Cfr.
Cat 1,13; Eclo (Sir) 24,5) a quienes habitan en la casa con un corazón nuevo,
rociados con agua pura:
“Los rociaré con agua pura y quedarán
purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos
ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo.
Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi
Espíritu”(Ez 36,24-27).
El Espíritu
abrirá las tumbas (Ex 37,13) hará revivir los huesos secos, los reunirá, les
dará vida:
“Entonces me dijo: ¿Hijo de hombre,
podrán revivir estos huesos? (...) Me dijo: Profetiza con respecto a estos huesos,
les dirás: ¡Huesos secos, escuchen la palabra de Yavé! Esto dice Yavé a estos huesos: Haré que entre en ustedes un
espíritu, y vivirán. Pondré en ustedes nervios, haré que brote en ustedes la
carne, extenderé en ustedes la piel, colocaré en ustedes un espíritu y vivirán”
(Ez 37,3-8).
El soplo dado
por Jesús es la presencia del Espíritu que da vida, que hace resurgir de la
tumba juntando los huesos secos de aquellos que han muerto por la incertidumbre
del fracaso, es quien devuelve la alegría: “La
alegría de Yavé es nuestro festejo” (Ne 8,10) Es el Espíritu quien anima el
anuncio Kerygmático-Pascual: ¡Jesús ha Resucitado! Nuestro corazón arde con el
Espíritu del Señor (Cfr. Lc 24,32).
“Quien
abandona la fe se ha extraviado del camino” (San Agustín. Serm 306,1)
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