“Dios
mío, haz que yo recuerde estos momentos de mi vida para darte gracias y que
reconozca tus misericordias para conmigo. Que mis huesos se empapen de tu amor
y digan: Señor, ¿quién hay como tú? (Sal 35,10) Rompiste mis cadenas, te
ofreceré un sacrificio de alabanza (Sal 116,16-17) (San Agustín. Conf. L VIII,
1,1)
El triduo pascual comienza con la misa vespertina
de la cena del Señor, alcanza su cima en la vigilia pascual y se cierra con las
vísperas del domingo de pascua. Es el triduo de la pasión y resurrección, que
abarca la totalidad del misterio pascual en el que se reconoce el carácter de
la inmolación de Cristo y el de su resurrección “pasión y resurrección he aquí
la verdadera pascua”[1]:
La Cuaresma termina el jueves santo. Entonces la Iglesia
recuerda la muerte y resurrección de Jesús durante el Triduo Pascual. Estos
tres días son los más importantes del año de la Iglesia.
El Jueves Santo, el Jueves Santo abre el Triduo pascual con la Eucaristía
vespertina. Así como la Cena del Señor marcó el inicio de la pasión mientras
Jesús se encamina a la donación de su vida en sacrificio expiatorio para la
salvación del mundo. Con la celebración vespertina llamada “Misa en la Cena del
Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de Jesús con sus discípulos
antes de su Pasión. La Eucaristía, símbolo y fuente de caridad, sugiere una
respuesta de amor agradecido mediante la adoración del Santísimo Sacramento
hasta la media noche, cuando comienza la memoria de la pasión y de la muerte. Así
entramos en el corazón del año litúrgico, que es el gran Triduo Pascual. El
triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de
“memorial” del acontecimiento que caracteriza la Pascua “cristiana”.
El Viernes Santo es el día de pasión y muerte del Señor y del ayuno pascual
como signo exterior de nuestra participación en su sacrificio. El Viernes Santo
no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa contemplación del
sacrificio.
Sábado Santo es el día de la sepultura del Señor. Es la experiencia del
vacío, la soledad. El Señor esta sepultado, no esta, no hay sacramentos, ni
Eucaristía excepto como Viático. Pese a que no hay Misa, la Iglesia celebra la
Liturgia de las Horas y recomienda el ayuno, mientras espera la Resurrección
del Señor.
DOMINGO DE PASCUA
DE RESURRECCION VIGILIA PASCUAL, La
Vigilia Pascual es el corazón de la Pascua, la celebración más importante de
todo el Año Litúrgico. Es una celebración de carácter nocturno, la simbología
litúrgica nos obliga a realizarla de noche (luz que vence a las tinieblas, el
Cirio Pascual que ilumina la iglesia, la noche en que Cristo vence a la muerte[2].
JUEVES SANTO
Jn13,1-15
“Les
doy un mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros; que, como yo los he
amado, así se amen también ustedes” (Jn 13, 34)
La liturgia de
la palabra de la celebración de esta fiesta pascual conmemora la liberación del pueblo de Israel y el sacrificio
de Jesús, que es llevado como cordero inmolado a la cruz entrega que hace para
la redención de los pecados de la humanidad. La pascua es el acontecimiento de
la proclamación de la Buena Nueva que todo será diferente a partir de esta
celebración, la vida tal como es y como está destinada a ser, Jesús se entrega
en el presente y se hace salvación, para que todo se haga en memoria suya (Cfr.
Lc 22,19).
El acontecimiento pascual que celebramos, es conmemoración de la salvación de Dios a su
pueblo que se hace celebración y liturgia es la pascua de la liberación (Ex
12,1-13,16; Cfr Lv 23,5-8; Nm 28,16-25; Dt 16,1-8) En este contexto pascual se celebra
la cena del Señor: “La pascua judía preparaba así la fiesta cristiana: Cristo,
cordero de Dios, es inmolado (en la cruz) y comido (en la cena), en el marco de
la pascua judía. Trae así la salvación al mundo, y la renovación mística de
este acto de redención viene a ser el centro de la liturgia cristiana, que se
organiza alrededor de la Misa, sacrificio y banquete”[3].
Esta es la tradición que hemos recibido para la
posteridad de la comunidad, es la celebración en el contexto de la comunión y
la caridad (Jn 13,1-15) Es el anuncio de la muerte del Señor, este es el
mandato recibido para celebrarlo en comunidad (1Cor 11,23-26). Es la Eucaristía
del Señor, el partir el pan. Es la conmemoración del sacrificio en la Cruz.
Este sentido eucarístico que celebramos hoy es conmemorar
a Cristo como Cuerpo simbolizado en el Pan, hostia viva ofrecida a Dios y a su
pueblo. Es cristo hecho sangre en el vino que se entrega a la comunidad para
que todo el que beba no tenga sed (Jn 4,14) es acción de gracia derramada a la
comunidad, alimentos dados para fortalecer la fe en él: “Mi alimento es hacer
la voluntad del que me ha enviado y llevar acabo su obra” (Jn 4,34).
Al participar en la Eucaristía, nos hacemos de
Cristo, uno con él, es vivir en acontecimiento de la salvación, es vivir la plenitud de la
Palabra como pan de vida y como bebida de salvación, es vivir en Cristo, es la
sabiduría de Dios dada para el alimento de la humanidad (Prov. 9,1-6; Sir
24,19-22) que invita a participar de su banquete: “Yo soy el pan de vida. El
que venga a mi no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá nunca sed” (Jn
6,35).
Conmemoramos la entrega generosa de Dios a la
humanidad que se ofrece como servicio, como donación de amor, de aquel que pasa
de este mundo al Padre: “Él, que había amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el final” (Jn 13,1) este amor es signo de purificación del
creyente, es el camino de acercamiento en la cruz como plenitud de servicio,
del que se hace esclavo de todos “Pues si yo, el Señor y el Maestro, le he
lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Jn
13,14).
Asumirlo de esta manera, sería vivir la esencialidad
del cristianismo, es sentirse siendo de
Cristo, asumiendo los rasgos del Maestro, es hacer el seguimiento como camino
en la dinamicidad de la Cruz, es
participación del destino del Crucificado, como propuesta de fe[4].
Es un seguimiento dinámico que no acaba, su meta es Cristo.
VIERNES SANTO
Jn 18,1-19,42
“Y el
Señor cargó sobre él todos nuestro crímenes. Maltratado, aguantaba, no habría
la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no
habría la boca” (Is 53, 6-7)
El Domingo de
Ramos se reflexionó a cerca del acontecimiento Pascual de Jesús en la pasión
(Mc 14,15)[5] Muerte
y Resurrección como entrada mesiánica en Jerusalén, indicando el camino de su
reinado en medio de la comunidad como el siervo que es glorificado por Dios.
Con el texto de la Pasión presentada por Juan para el viernes santo, tratamos
de llegar a la presencia del Hijo de Dios, el que traspasaron en un costado, que
es el Resucitado, es quien murió en la cruz: “El que muere en la Cruz es quien
ha asumido nuestra condición humana, ha sido coherente de su ser como Hijo de
Dios y por esta coherencia ha recibido la condena a la muerte, y sin embargo no
ha juzgado al mundo, sino que lo ha redimido: “Dios no envío a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él” (Jn
3,17)”[6].
En el silencio del viernes ha sido condenada la
vida a estar sin luz y sin esperanza en el sacrificio cruento de la Cruz, allí
Jesús ha sido tratado como un ladrón, sortearon
su destino con un revolucionario, se le acusó blasfemo, y fue crucificado entre
bandidos: “Detenido, sin defensor y sin juicio, ¿quién se ocupó de su
generación? Fue arrancado de la tierra de los vivos, herido por las rebeldías
de su pueblo; pusieron su tumba entre malvados, su sepultura entre malhechores.
Por más que no cometió atropellos ni hubo nunca mentiras en su boca” (Is
53,8-9)
El texto de la pasión en Juan (Jn 18,1-19,42)
recoge las luchas e intrigas que habían trenzado contra Jesús los judíos, cristalizándola
en la muerte del inocente quien deja todo en las manos del Padre. La Cruz es el
cumplimiento de hacer la voluntad del Padre todo se ha cumplido como estaba
establecido desde el principio: “Todo está cumplido” (Jn 19,30) Esta es la obra del Padre que ha sido llevada a su
plenitud, como estaba anunciado por las Escrituras, que la salvación del mundo
se daría por el sacrificio del Hijo[7].
Jesús al ser levantado en la cruz es signo de
salvación y por su glorificación en la cruz adquiere la identidad de sacrificio,
para que todo el que lo mire crea y
creyendo tenga vida[8]. Esta
identidad de Cristo se da por el hecho de ser el cordero inmolado al cual como
el cordero de la pascua judía: “No se le quebrará hueso alguno” (Jn 19, 36;
Cfr. Ex 12,46; Sal 34,21)).
En la cruz el creyente mirará el nuevo rostro del
Hijo, el rostro de aquel que lo ha dado todo y del cual se desprende todo, porque
nada se hizo sin Él (Jn 1,3) y nada se volverá hacer sin Él. Esta es la vida
(Jn 1,4) que brota de su costado abierto (Jn 19, 34) para que al mirarlo veamos
al traspasado: “Miraran al que traspasaron” (Jn 19,37; Cfr. Zac 12,10) de donde
brotó sangre y agua[9],
aquí brota la vida de la Iglesia, la vida sacramental animada por el Espíritu
Santo.
La humanidad al no creer en Él sigue crucificada,
viven una falsa fe y una espiritualidad sin identidad, por esta razón se siguen
matando en el pueblo de Dios, soldados, guerrilleros, vivimos en una sociedad
donde estamos sin Dios y en donde todos
nos sentimos enemigos de todos: “Los peores enemigos, los peores asesinos, siguen
siendo siempre seres humanos. Tratarlos como tales, y no como animales, es lo
que nos hace diferente de ellos. Si no, nos convertimos en asesinos tan
primitivos y sanguinarios cómo ellos”[10].
Esta actitud se da porque no reconocemos a Jesús en
la cruz como el Hijo de Dios Resucitado. Por no creer en Él, estamos condenados
a la muerte, por no haber creído en Él, es tal la sentencia que nos hemos hecho
merecedores de un pecado, de un juicio y de una condena, porque cuando su
Espíritu venga: “Convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente
a la justicia, en lo referente al juicio. En lo referente al pecado porque no
creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me
verán; y en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo ya está
juzgado” (Cfr. Jn 16,8-11; Cfr. Jn 8,21-24; 15,22; 13,33; 12,31-32):
_ “Este deseo de aceptar
el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su
Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación “!Padre, líbrame de esta
hora! Pero !si he llegado a esta hora para esto!'' (Jn 12,27). “El cáliz que me
ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?'' (Jn 18,11); todavía en la Cruz antes de
que “todo está cumplido'' (Jn 19,30) dice: “Tengo sed'' (Jn 19,28)”.
_ “El amor hasta el
extremo'' (Jn 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación,
de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Ningún hombre aunque
fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos
los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la
persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las
personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible
su sacrificio redentor por todos”.
_ “El camino de la
perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate
espiritual” (cf. 2 Tm 4).
_ “La Cruz sobre el
Calvario, por medio de la cual Jesucristo _Hombre, Hijo de María, Hijo putativo
de José de Nazaret_ deja este mundo, es al mismo tiempo una nueva manifestación
de la eterna paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en Él a la
humanidad, a todo hombre, dándole el tres veces santo Espíritu de Verdad” (Juan
Pablo II, RH, 9).
Cristo en la Cruz es
llamada a la contemplación que el Espíritu sugiere en el corazón del creyente. Para mirar, admirar, callar, adorar, esperar...[11].
SABADO SANTO-DOMINGO DE RESURRECCION-PASCUA
Mc 16,1-7
“No
tengan miedo. Ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí. Ha
resucitado” (Mc 16,6)
Celebramos
la plenitud y el culmen de la liturgia de este triduo pascual: Cristo ha
resucitado y está en me dio de nosotros, esta es la noche de la salvación. Esta
es la noche de la solidaridad entre la humanidad y la divinidad, es la noche de
la justificación del Inocente que en la cruz nos dio la gracia y la libertad, _ “La justificación establece la colaboración entre
la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en
el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y
en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y
lo custodia”[12].
Esta noche ha despertado la humanidad del horror de
la muerte, para dar paso a la vida en la luz gozosa de la Resurrección: La
muerte ha sido vencida definitivamente. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?
(1Cor 15,55; Cfr. Is 25,8; Os 13,14; Ap 20,14):
“Exulten
por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la
victoria del Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación. Porque
éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya
sangre consagra las puertas de los fieles. Ésta es la noche en que sacaste de
Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar
Rojo. Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del
pecado. Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en
Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son
restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué
nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso
beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para
rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de
Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”[13].
Por esta razón, en esta noche
donde el árbol de la cruz se convierte en árbol de salvación es la noche
en que: "Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por
nosotros un maldito" (Ga 3,13). La cruz es fuerza de Dios y sabiduría de
Dios (1 Co 1,24). Es el nuevo árbol de la vida plantado en medio de la plaza de
la ciudad (Cfr. Ap 22,2). La
resurrección es la apertura del camino hacia nuestra fe: “Si Cristo no
resucitó, vana es nuestra predicación; vana es también nuestra fe” (1Cor 15,14)
porque es la evidencia que se predica como certeza de la vida en la
resurrección: “lo cierto es que Cristo ha resucitado” (1Cor 15, 20).
La resurrección de
Cristo es el triunfo de la pedagogía de Dios en la historia, como cumplimiento
de la Escrituras, es la victoria del siervo de Dios sobre la muerte, es el día
en que el Señor lo restablece todo (Os 6,2). Se abre el camino de la Luz porque
el que había muerto en la Cruz ya no está en el lugar donde lo habían colocado,
el sepulcro está abierto ha penetrado la luz
de la vida, Dios lo ha resucitado: “No tengan miedo. Ustedes buscan a
Jesús Nazareno, el crucificado. No está aquí, ha resucitado. Miren el lugar
donde lo habían puesto” (Mc 16,6).
El sepulcro
vacío, es el símbolo de la ausencia, es la claridad, es el triunfo del que había
muerto, ahora ha resucitado para que donde había oscuridad, allí donde lo habían puesto quedara vacío y al correr la
losa la luz rompiera la oscuridad, porque
su cuerpo ha salido de la oscuridad, la muere ha sido vencida por la luz de la
Resurrección:
En este tiempo de pascua que comienza hoy simbolizado por la luz del
Cirio, que se ha encendido, brilla la luz de la esperanza; es Jesús resucitado
quien abrió la tumba símbolo del pecado, Jesús ha roto las cadenas de la
muerte, dando libertad a los cautivos, devolviendo la esperanza en medio de la
desesperanza, es Jesús que sale victorioso de la muerte: “Dios lo resucitó al
tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos
designados de antemano por Dios: a nosotros que comimos y bebimos con él
después de la resurrección” (Hec 10,40-41) Los testigos de este acontecimiento
han dado razón de su fe y de su esperanza (Cfr. 1P 3,15) y nosotros que hemos
heredado este testimonio, seremos los testigos del Cristo vivo (Cfr. Lc
24,13-35)[14].
“Te alaben, Señor, tus obras para que te amemos. Y amémoste, Señor,
para que te alaben tus obras” (San Agustín. Conf. 13,33)
[1]
San Agustín, de Catechizandis rudibus XXIII, 41,3; PL 40,340.
[3]
DDB. Biblia de Jerusalén. Comentario a Ex 12,1-13,16.
[4]
Cfr. CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Reflexión Triduo Pascual I.
Bogotá, Abril de 2011.
[5]
Cfr. CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer: Domingo de Ramos II.
Medellín 1 de Abril de 2012.
[6]
CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Reflexión Triduo Pascual I.
Bogotá, Abril de 2011.
[7]
Cfr. DDB. Biblia de Jerusalén. Comentario a Jn 19,30
[8]
Cfr. CASALINS Guillermo. Otro texto para no leer: Reflexiones: El celo por tu
casa me devora (Jn 2,13-25);Para que todo el que cree en él tenga vida eterna
(Jn 3,14-21); Lo he glorificado y lo volveré a Glorificar (Jn 12,20-33)
[9] El
sentido de este hecho lo precisarán dos textos de la Escritura. La sangre (Lv
1,5; Ex 24,8) atestiguan la realidad del sacrificio del cordero ofrecido por la
salvación del mundo (Jn 6,51) Y el agua, símbolo del Espíritu, atestigua su
fecundidad espiritual. Muchos padres de la Iglesia han visto, y no sin
fundamento, en el agua el símbolo del bautismo, en la sangre el de la
Eucaristía y en estos dos sacramentos, el signo de la iglesia, nueva Eva que
nace del nuevo Adán (Ef 5,23-32) (DDB. Biblia de Jerusalén. Comentario a Jn 19,34).
[10]
A. Faciolince, Revista Semana. Marzo 2008).
[11]
http://www.mscperu.org/domingos/Cuaresma%20Pascua%20Fiestas/cuarpascfiestB/domBcua07ViernesS.html.
[12]
http://www.mscperu.org/domingos/Cuaresma%20Pascua%20Fiestas/cuarpascfiestB/domBcua07ViernesS.html.
[13]
Sábado Santo. Pregón Pascual.
[14]
CASALINS, Guillermo. Otro Texto para no leer: Triduo Pascual I. Bogotá. Abril
2010.
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