Lc 24,35-48
“Nadie
comienza a vivir bien si no es por la fe. Luego nuestra fe se halla entre
nuestros primogénitos. Cuando se conserva nuestra fe, pueden seguir las demás
virtudes” (San Agustín. In Ps. 134,18).
La experiencia de la resurrección del Hijo de Dios
en la comunidad de discípulos, da inicio a la pedagogía catequética del Kerygma
y su desarrollo posterior, teniendo como fuente de la predicación el hecho de la Resurrección de Jesús, quien ha mostrado
con las señales de los clavos en sus manos, en los pies y el costado abierto
que quien resucitó fue el que murió en la cruz: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado” (Jn 20,27; Lc 24,39) Esto se da para que no exista duda de fe
acerca del acontecimiento de la resurrección: “Y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27)
El anuncio Kerygmático-pascual, desarrollado en el
capítulo 24 de Lucas, marcó el camino de evangelización de las primeras
comunidades cristianas: "Los creyentes
estaban todos unidos y poseían todo en común (…) En sus casas partían el pan,
compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el
mundo los estimaba” (Hec 2,44.46-47) porque el acontecimiento de la resurrección
los congregaba: “La multitud de los
creyentes tenía una sola alma y un solo corazón (….) Con gran energía daban
testimonio de la Resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados” (Hec
4,32.33).
El camino de Emaús, como se ha planteado en
reflexiones anteriores[1],
es el camino Kerygmático Pascual que abre la posibilidad del encuentro festivo
con Jesús por la Palabra y como crecimiento espiritual. Las Escrituras son la
fuente con la que se desarrolla la enseñanza, ellas son la manifestación
revelada del querer de Dios, anunciado por Moisés y los profetas hasta nuestros
días (Lc 24,27). También se planteaba en este sentido que el itinerario
catequético es encarnarse en la realidad de la resurrección, etapa formativa
inicial del discipulado, que Lucas desarrolla en el capitulo 24 de la siguiente
manera:
1.
Conocimiento y denuncia de la realidad (Lc
24,13-24)
2.
Catequesis por medio de la Palabra de Dios (Lc
24,25-29)
3.
Conversión de la comunidad (Lc 24,30-32)
4.
Misión: Anuncio Kerygmático-pascual (Lc
24,32-35)
Este itinerario catequético al igual que lo
presenta Juan en el capítulo 20:
1.
Les traigo la paz (Jn 20,19; Lc 24,36)
2.
Les muestra las marcas de su identidad: Las
manos, el costado y los pies (Jn 20,20; Lc 24, 39.40)
3.
Misión: Envío (Jn 20,22; Lc24,45.49)
4.
El perdón: Formación espiritual y de
reconciliación (Jn 20.23; Lc 24,47)
Hacen ver, que la Resurrección junto al
acontecimiento de pentecostés marcó grandemente a la comunidad, que despertó a
los que estaban dormidos (Lc 22,45-46) y
los levantó del sepulcro: “El soplo dado por
Jesús es la presencia del Espíritu que da vida, que hace resurgir de la tumba
juntando los huesos secos de aquellos que han muerto por la incertidumbre del
fracaso, es quien devuelve la alegría: “La
alegría de Yavé es nuestro festejo” (Ne 8,10) Es el Espíritu quien anima el
anuncio Kerygmático-Pascual: ¡Jesús ha Resucitado! Nuestro corazón arde con el
Espíritu del Señor (Cfr. Lc 24,32)”[2].
Ahora bien, Jesucristo al hacerse presente en la
comunidad evidencia su realidad de resucitado (Jn 20,27; Lc 24,36-43) Hace
testigo a la comunidad de este hecho para que ellos sean los que ahora den
testimonio, serán los testigos de la Resurrección (Lc 24,48).
Por esta razón, se resaltan dos aspecto en las
apariciones de Jesús, es el hecho de ser reconocido al partir el pan (Lc
24,30.35; Cfr Jn 21,9) que remite a la multiplicación de los panes (Mc 6,32-44;
8,1-10; Mt 14,13-21; 15,32-39; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15) y el envío para ser
portadores del perdón de los pecados. Estos aspectos son preformativo en la
escuela del discipulado (Cfr. Hec 2,46; 4,34) Que ahora se son parte de la
simbología litúrgicas de las primeras comunidades cristianas desarrolladas en
su actividad evangelizadora (Cfr. Hec 2,42; 4,32-35; 5,12-16; Jn 20,22-23;
21,9).
Este
desarrollo litúrgico y evangelizador es lo que la comunidad anuncia y celebra:
que aquel que estaba muerto, ya no está en el sepulcro, ¡ha resucitado, está vivo! (Hec 2,14-33) y se manifiesta al partir el pan y en
el perdón de los pecados. Esto fue asumido con tal fidelidad por la comunidad, esta
fidelidad es la que motiva a levantarse y anunciar que Él está vivo, que ha
resucitado y que dan crédito al testimonio de aquellos que habían dicho que lo
vieron y se les presentó. Ahora la comunidad en medio de su fracaso y de su
dolor ha recuperado la esperanza y está dispuesta a ser testigo de este
acontecimiento:
“La fidelidad de Jesús
es el camino de nuestra propia fidelidad. La fidelidad de Jesús se dio en el
tejido histórico de la experiencia humana de su entrega a la causa del Padre.
Seguir a Jesús no es repetir las formas históricas de su fidelidad
(absolutamente irrepetibles), sino redimir la experiencia de nuestra propia
fidelidad, y en la experiencia profética del Hijo de Dios encontramos la
inspiración para nuestro profetismo: ser fieles a la causa del Padre en el
tejido de nuestra historia. Para eso nos puede ayudar la contemplación del
itinerario profético del Señor”[3].
A modo de
conclusión
Las Escrituras son la fuente con la que imparte
Jesús Resucitado su enseñanza, las
parábolas son la interpretación del querer de Dios desde los profetas hasta
nuestros días. Nosotros en nuestra vida cotidiana hemos olvidado este pequeño
detalle sobre las Escrituras, nos centramos más en la enseñanza de doctrinas y
no asumimos con responsabilidad que nuestra catequesis parte del acontecimiento
pascual de Jesús: Muerte y Resurrección. Las Escrituras son la fuente de donde
debemos beber. Por esta razón, la pedagogía de Jesús parte de este pequeño detalle,
el acontecimiento pascual, si él mismo se lo manifestó a los discípulos que
iban por el camino. ¿Por qué nosotros de nuestras catequesis hemos dejado a un
lado este aspecto fundamental de nuestra Fe?
“Él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de
corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el
Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les interpretó lo que se habla de él en
todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de
seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: Quédate con nosotros,
porque atardece y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos”. Lc. 24,25-29
Por otra parte, el
partir el pan, es el gesto de solidaridad que lo identifica, está frente a
ellos, su corazón, razón de existir del judío ardía ya no hay espacio para la
duda, las Escrituras y el partir el pan manifiestan la presencia de Jesús en
sus vidas, no hay razón para huir, es necesario volver. La confianza ha
retornado, se ha pasado del viaje doloroso del viernes santo a la satisfacción
gloriosa de la resurrección, el camino se emprende nuevamente, la confianza
retorna, la esperanza vuelve al corazón de la comunidad y ellos retornan al
camino para revivir su fe. La resurrección es el acontecimiento que cambia, que
renueva, que revive, a la comunidad que cree y no solo cree sino que está en
capacidad de perdonar al que no cree, porque el júbilo es anunciar que Jesús,
el que murió en la Cruz, está vivo:
“Y
sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ¿No estaba
ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?” Lc. 24,30-32
Los
discípulos anuncian en la comunidad esta realidad: que han reconocido a Jesús
al partir el pan, y que por eso dan testimonio. Regresan de noche, los judíos
muy poco toman camino de noche, pero ellos se sienten impulsados por el ardor
de su corazón, es necesario anunciar de día y de noche que Jesús está vivo. Que
ha resucitado y que ellos lo han visto y lo reconocieron. La presencia de Jesús
en la comunidad motiva estos actos de valentía, ya no importa el peligro que
puede ocasionar salir a oscuras, pero con la luz del resucitado, ellos van
tranquilos y serenos, despiertos. Se levantan y vuelven triunfantes de donde
habían salido derrotados, para dar testimonio de lo vivido, de su experiencia y
dispuesto a anunciar que Jesús ha Resucitado, que el Padre lo ha Resucitado de
entre los muertos:
“Y, levantándose al momento, se volvieron a
Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que
decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había
pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”. Lc. 24,33-35.
“Poco a poco toda la comunidad de discípulos se va
contagiando de la fe en la resurrección. Esta nueva aparición de Jesús nos da
idea de que fue un proceso que comenzó con unos cuantos, hasta convertirse en
una vivencia de tipo comunitario. Seguramente fue necesario experimentar las
dudas, el temor, el sentimiento de frustración y de derrota, por eso, esas
primeras experiencias de fe en la resurrección y de adhesión total al
resucitado son confusos: Creían estar viendo un fantasma, sin embargo, el
Resucitado, no se rinde, es comprensivo con sus discípulos y por eso de nuevo,
como en el pasaje de Emaús recurre a las escrituras y les abre las mentes para
que entiendan, y una vez más utiliza el símbolo de la comida. Así, la comunidad
de discípulos termina todo un proceso formativo, recordando las palabras y los
signos del Maestro durante su vida pública. Ellos quedan ahora habilitados para
ser testigos en todo el mundo”[4].
Los discípulos no rechazaron esta misión, con gran
alegría enfrentaron su nuevo destino, el anuncio y la celebración festiva de la
Palabra, de partir el pan en memoria del Resucitado y de sus oraciones lo cual se
constituían en alimento de esta misión: “Su plegaria es unánime y concorde, ya
que lo que vive un hermano atañe a todos. No se atemoriza, ni se disgrega, sino
que se afianza su unión, porque está sostenida por la oración. Como el Señor en
Getsemaní, se confía en la presencia, la ayuda y la fuerza de Dios. Al rezar,
lee la Escritura a la luz del Resucitado y comprende su propia historia dentro
del proyecto divino; no pide salir indemne del peligro, ni el castigo de los
culpables, solamente “valentía para anunciar” la palabra de Dios y que Él
acompañe este anuncio con su mano poderosa”[5].
Desde esta perspectiva, la comunidad de creyentes
es el espacio en el que se hace sacramento la acción salvadora de Dios a través
de la resurrección, la escucha y proclamación de la Palabra, el perdón de los
pecados y el compartir el pan, tradición recibida de la enseñanza de los
apóstoles (1Cor 11,23-26) Con estos elementos litúrgicos-festivos, se abre el
camino para la evangelización de los pueblos, animados con la presencia de lo
prometido: La acción del Espíritu Santo (Jn 1,33; 14,15-29; 15, 26-27; 16,7-15;
Hec 1,4;2,33.39; Gal 3,14.22; 4,6; Ef
1,13 ).
“No debemos insistir tanto en la
gracia de Dios que demos al traste con la libertad, pero tampoco debemos
insistir en la libertad hasta el extremo de dar al traste con la gracia de
Dios” (San Agustín. (De los méritos y remisión de los pecados- De pec. Mer.rem-
2,18, 23).
[1] CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer. Reflexión: El camino de Emaús Lc 24,13-35. Bogotá. Mayo de 2011.
[2]
CASALINS, Guillermo. Otro texto para no leer. Reflexión Les mostró las manos y el costado Jn
20,19-31. Medellín. Abril 15 de 2012
[3]
Segundo Galilea, El
seguimiento de Cristo. Santafé de Bogotá.1997. San Pablo. Pág.77.
[4]
ALONS SCHÖKEL, Luis. La Biblia de nuestro pueblo. Comentario a Lc 24,36-53.
[5] BENEDICTO XVI AUDIENCIA GENERAL. Plaza de San Pedro miércoles 18 de abril de
2012.
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