viernes, marzo 16, 2012

PARA QUE TODO EL QUE CREE EN ÉL TENGA VIDA ETERNA

Jn 3,14-21 

“He aquí que estoy viendo claramente en Ti, que eres la Verdad, que en los elogios que me tributan no debería moverme el interés personal, sino el provecho del prójimo”. (San Agustín. Conf. L. X, 37,62) 

El evangelio de Juan es el desarrollo del anuncio Kerygmático pascual: Proclamación de la Buena Nueva, experiencia de la Resurrección del Hijo de Dios en la comunidad de creyentes. El Resucitado es el que murió en la Cruz, la fe en el Resucitado es centro de la espiritualidad cristiana, es seguimiento desde la pedagogía de la Cruz asumida como opción del creyente y rechazada por el no creyente. De esta manera, el que cree en el Resucitado tiene vida eterna (Jn 3, 15). El que no cree se ha condenado, por no creer en el Hijo único de Dios (Jn 3,19), porque “prefirieron la oscuridad a la luz” (Jn 1,9-10; 3,19).
Jesús al ser levantado, es glorificado, como salvación de los creyentes (Jn 3,14) Él rompe con todo acto  idolátrico, tentación del desierto (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) Así como Dios rompe con todo tipo de distracción del pueblo en el desierto (Nm 21,4-9). Jesús une con su cruz el pasado con el presente: Él rompe  con el deseo y la añoranza que se tiene del pasado, con el presente de la Resurrección (Cfr. Jn 3,15; Nm 21,8-9). La resurrección es la vida eterna, es la liberación que atraerá a todos hacia Él mismo (Jn 12,32).
Esta es la pedagogía de la cruz, que da vida eterna en el templo nuevo (Jn 2, 13-22), en la nueva espiritualidad, en la oración y en la vida de espíritu y verdad. Esperanza que recrea con su Ser todo nuestro ser;  que al verlo levantado-glorificado-, miren, crean, se salven, tengan vida eterna en Él. Y la Cruz, sea oración de amor que brota del silencio del Padre:

“La cruz de Cristo no sólo muestra el silencio de Jesús como su última palabra al Padre, sino que revela también que Dios habla a través del silencio: «El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada. Colgado del leño de la cruz, se quejó del dolor causado por este silencio: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Jesús, prosiguiendo hasta el último aliento de vida en la obediencia, invocó al Padre en la oscuridad de la muerte. En el momento de pasar a través de la muerte a la vida eterna, se confió a él: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”(Lc 23, 46)» (Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 21). La experiencia de Jesús en la cruz es profundamente reveladora de la situación del hombre que ora y del culmen de la oración: después de haber escuchado y reconocido la Palabra de Dios, debemos considerar también el silencio de Dios, expresión importante de la misma Palabra divina. La dinámica de palabra y silencio, que marca la oración de Jesús en toda su existencia terrena, sobre todo en la cruz, toca también nuestra vida de oración[1].

La experiencia de la cruz, es la experiencia de la oración del que cree, del que sigue, del que camina desde la perspectiva de la pedagogía de la cruz. En el  evangelio de Juan la cruz se presenta como el acontecimiento pascual que glorifica al Hijo, el Crucificado es el Resucitado, es la Pascua del Padre que salva en la Cruz (Jn 3,14; 8,28; 12,32).  

El discípulo al situarse frente a la Cruz,  sigue el camino de Jesús; tendrá vida eterna, porque cree en sus palabras (Jn 12,44-48) Jesús es el Mesías, es el glorificado (Is 15,13) el acto de ser elevado-glorificado, hace creer que es el enviado por Dios: “Maestro, sabemos que Dios te ha enviado a enseñarnos, porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él” (Jn 3,2)  Para Nicodemo Jesús era el Mesías, más no el Hijo de Dios, lo consideraba un profeta, no lo veía desde la experiencia de la cruz. Al igual que Nicodemo creemos que la experiencia de la cruz, es un simple hecho de muerte,  no es certeza de vida eterna, esto dificulta vivir desde la experiencia de resurrección, en la que Jesús es colocado como atalaya de salvación por ser levantado- glorificado-, para que todo el que lo vea se salve (Cfr. (Jn 3,14-16; 8,28; 12,32; Nm 21,8-9).

En el evangelio de Juan la muerte de Jesús es su exaltación (Cfr. Nm 21,4-9; Is 52,13; Sab 16,5-8; Jn 8,28; 12,32-34; 13,1; 17,11) es asumir la vida, la vida es el don por excelencia que Dios hace  a los hombres, es la vocación primera, el amor primero de Dios a los hombres, porque esta vida no termina con la muerte (Jn 11,25; 1Jn 4,9-10; Cfr. Gn 22,2.12; Heb 11,17), sino que es vida eterna (Jn 3,16.36) en el Hoy, en el Ya, en el Ahora de Dios (Jn 5,24), la vida eterna, es la vida en el Reinado de Dios (Jn 5,24; 6,33-54; 20,31).

A modo de conclusión:

1.      La espiritualidad cristiana es el lugar en el que los creyentes asumen la cruz, como alegría, como esperanza de salvación, como vida eterna, como camino de nuevas criaturas que nacen de agua y del espíritu: “Te aseguro que el que no nace de agua y espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,5; Cfr. Mt 28,19; Hec 2,38; 10,47; 1Co 12,13; Ti 3,5).

2.      La pedagogía de la Cruz, abre la posibilidad de: a) Creer (Cfr. Jn 2,21-22; 4,10-15.32-34; 11-13; 13,6-15. 33-38; 14,2-9) b) No creer (Cfr. Jn 6,32-35.52-58; 7,33-36; 8,21-24.31-33.51-53.56-59).

3.      La salvación de Dios no desconoce la realidad del mal, sino que combate esta realidad, desde la Cruz. En esto consiste la fe y la salvación en creer en el Hijo de Dios, levantado-glorificado. La Cruz no es para condenar al mundo sino para que todo el que crea en él tenga vida: “Jesús crucificado es la Palabra de Dios, la luz y vida de todo hombre, hecha carne para dar  a conocer el amor absoluto del Padre. En Él nos es dado nuestra identidad de hijos y somos lo que somos. Fuera de Él, somos lo que no somos, la nada de nosotros mismos. En consecuencia, acogerlo a Él, el Hijo, significa encontrarnos a nosotros mismos y rechazarlo equivale a perdernos”[2].

“Quien abandona la fe se ha extraviado del camino” (San Agustín. Serm 306,1)


[1] BENEDICTO XVI .AUDIENCIA GENERAL Plaza de San Pedro Miércoles 7 de marzo de 2012.
[2] FAUSTI, Silvano. Una comunidad lee el Evangelio de Juan. Bogotá 2008. Ed  San pablo. Pág. 76-77

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