Jn 3,14-21
“He aquí que estoy viendo claramente en Ti, que eres la Verdad, que en
los elogios que me tributan no debería moverme el interés personal, sino el
provecho del prójimo”. (San Agustín. Conf. L. X, 37,62)
El evangelio
de Juan es el desarrollo del anuncio Kerygmático pascual: Proclamación de la Buena
Nueva, experiencia de la Resurrección del Hijo de Dios en la comunidad de
creyentes. El Resucitado es el que murió en la Cruz, la fe en el Resucitado es
centro de la espiritualidad cristiana, es seguimiento desde la pedagogía de la
Cruz asumida como opción del creyente y rechazada por el no creyente. De esta
manera, el que cree en el Resucitado tiene vida eterna (Jn 3, 15). El que no
cree se ha condenado, por no creer en el Hijo único de Dios (Jn 3,19), porque “prefirieron la oscuridad a la luz”
(Jn 1,9-10; 3,19).
Jesús al ser
levantado, es glorificado, como salvación de los creyentes (Jn 3,14) Él rompe
con todo acto idolátrico, tentación del
desierto (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) Así como Dios rompe con todo tipo
de distracción del pueblo en el desierto (Nm 21,4-9). Jesús une con su cruz el
pasado con el presente: Él rompe con el
deseo y la añoranza que se tiene del pasado, con el presente de la Resurrección
(Cfr. Jn 3,15; Nm 21,8-9). La resurrección es la vida eterna, es la liberación
que atraerá a todos hacia Él mismo (Jn 12,32).
Esta es la pedagogía
de la cruz, que da vida eterna en el templo nuevo (Jn 2, 13-22), en la nueva
espiritualidad, en la oración y en la vida de espíritu y verdad. Esperanza que recrea
con su Ser todo nuestro ser; que al
verlo levantado-glorificado-, miren, crean, se salven, tengan vida eterna en Él.
Y la Cruz, sea oración de amor que brota del silencio del Padre:
“La cruz de Cristo no sólo muestra el
silencio de Jesús como su última palabra al Padre, sino que revela también que
Dios habla a través del silencio: «El silencio de Dios, la
experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el
camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada. Colgado del leño de la
cruz, se quejó del dolor causado por este silencio: “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?” (Mc 15,
34; Mt 27, 46). Jesús,
prosiguiendo hasta el último aliento de vida en la obediencia, invocó al Padre
en la oscuridad de la muerte. En el momento de pasar a través de la muerte a la
vida eterna, se confió a él: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”(Lc 23, 46)» (Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 21). La experiencia de Jesús en la
cruz es profundamente reveladora de la situación del hombre que ora y del
culmen de la oración: después de haber escuchado y reconocido la Palabra de
Dios, debemos considerar también el silencio de Dios, expresión importante de
la misma Palabra divina. La dinámica de palabra y silencio, que marca la
oración de Jesús en toda su existencia terrena, sobre todo en la cruz, toca
también nuestra vida de oración”[1].
La experiencia de la cruz, es la experiencia de
la oración del que cree, del que sigue, del que camina desde la perspectiva de
la pedagogía de la cruz. En el evangelio
de Juan la cruz se presenta como el acontecimiento pascual que glorifica al
Hijo, el Crucificado es el Resucitado, es la Pascua del Padre que salva en la Cruz
(Jn 3,14; 8,28; 12,32).
El discípulo al situarse frente a la Cruz, sigue el camino de Jesús; tendrá vida eterna,
porque cree en sus palabras (Jn 12,44-48) Jesús es el Mesías, es el glorificado
(Is 15,13) el acto de ser elevado-glorificado, hace creer que es el enviado por
Dios: “Maestro, sabemos que Dios te ha
enviado a enseñarnos, porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si
Dios no estuviera con él” (Jn 3,2) Para
Nicodemo Jesús era el Mesías, más no el Hijo de Dios, lo consideraba un
profeta, no lo veía desde la experiencia de la cruz. Al igual que Nicodemo
creemos que la experiencia de la cruz, es un simple hecho de muerte, no es certeza de vida eterna, esto dificulta vivir
desde la experiencia de resurrección, en la que Jesús es colocado como atalaya
de salvación por ser levantado- glorificado-, para que todo el que lo vea se
salve (Cfr. (Jn 3,14-16; 8,28; 12,32; Nm 21,8-9).
En el evangelio de Juan la muerte de Jesús es su
exaltación (Cfr. Nm 21,4-9; Is 52,13; Sab 16,5-8; Jn 8,28; 12,32-34; 13,1;
17,11) es asumir la vida, la vida es el don por excelencia que Dios hace a los hombres, es la vocación primera, el
amor primero de Dios a los hombres, porque esta vida no termina con la muerte
(Jn 11,25; 1Jn 4,9-10; Cfr. Gn 22,2.12; Heb 11,17), sino que es vida eterna (Jn
3,16.36) en el Hoy, en el Ya, en el Ahora de Dios (Jn 5,24), la vida eterna, es
la vida en el Reinado de Dios (Jn 5,24; 6,33-54; 20,31).
A modo de conclusión:
1. La
espiritualidad cristiana es el lugar en el que los creyentes asumen la cruz,
como alegría, como esperanza de salvación, como vida eterna, como camino de
nuevas criaturas que nacen de agua y del espíritu: “Te aseguro que el que no nace de agua y espíritu, no puede entrar en
el reino de Dios” (Jn 3,5; Cfr. Mt 28,19; Hec 2,38; 10,47; 1Co 12,13; Ti 3,5).
2. La
pedagogía de la Cruz, abre la posibilidad de: a) Creer (Cfr. Jn
2,21-22; 4,10-15.32-34; 11-13; 13,6-15. 33-38; 14,2-9) b) No creer (Cfr. Jn
6,32-35.52-58; 7,33-36; 8,21-24.31-33.51-53.56-59).
3.
La salvación de Dios no desconoce la realidad del
mal, sino que combate esta realidad, desde la Cruz. En esto consiste la fe y la
salvación en creer en el Hijo de Dios, levantado-glorificado. La Cruz no es
para condenar al mundo sino para que todo el que crea en él tenga vida: “Jesús crucificado es la Palabra de Dios, la
luz y vida de todo hombre, hecha carne para dar
a conocer el amor absoluto del Padre. En Él nos es dado nuestra
identidad de hijos y somos lo que somos. Fuera de Él, somos lo que no somos, la
nada de nosotros mismos. En consecuencia, acogerlo a Él, el Hijo, significa
encontrarnos a nosotros mismos y rechazarlo equivale a perdernos”[2].
“Quien abandona la fe se ha
extraviado del camino” (San Agustín. Serm 306,1)
No hay comentarios:
Publicar un comentario