"Destruiré este templo, y en tres
días lo levantaré."
Jn 2,13-25
“Desagrádate en lo que eres, para que
merezcas ser lo que aún no eres”.
(San
Agustín In Ps 99,5)
Los discípulos de Jesucristo son testigos de la
experiencia de la Resurrección, acontecimiento
pascual y pos-pascual que rompe con todo tipo de actos de piedad y de fe sin
coherencia y sin formación bíblica-litúrgica, que lesiona la festividad litúrgica - cultual
del Resucitado. Por esta razón, los discípulos han de hacer creíble el mensaje
Kerygmático pascual de la Resurrección.
Como discípulos nos formamos desde cuatro pilares que sostienen, la escuela del
discipulado: 1) Pedagogía de
la Palabra; 2) Pedagogía de
la Fe; 3) Pedagogía de la
oración; 4) Pedagogía del
perdón-corrección fraterna-reconciliación-conversión. Pilares que forjan la
espiritualidad cristiana de la comunidad de discípulos, testigos del Resucitado:
“Esta firme decisión debe impregnar todas
la estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis,
parroquias, comunidades religiosas, movimientos de cualquier institución de la
Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas
sus fuerzas, con los procesos constantes de renovación misionera, y de
abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”
(DA 365).
Desde esta experiencia pascual potenciamos criterios
pastorales, catequéticos, cultuales y litúrgicos que renueven la relación con
Dios. No podemos seguir quedándonos en un culto vacío, anclados en el pasado,
en el templo antiguo, sino que debemos vivir desde el acontecimiento pascual:
Cristo es la nueva casa de Dios, es casa de Oración, es casa de Encuentro: “Porque donde están dos o tres reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20; Cfr. Jn 15,7-8).
Jesucristo, no solo invita a un encuentro espiritual,
sino a una conversión decidida, renovada, es una conversión total a Dios: de la
Persona, del Culto, de la Liturgia, del Templo, el cambio se da desde el camino
de la Resurrección, es el camino de vida de los discípulos y de la Iglesia. Jesucristo
es la oración cultual cristiana, es el acto sublime de la redención amorosa de
Dios a la humanidad: "En el acto
redentor, la historia del hombre ha alcanzado su cumbre en el designio de amor
de Dios. Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en cuanto hombre, se
ha convertido en sujeto suyo, -de esa historia- uno de los millones y millones,
y al mismo tiempo único" (Juan Pablo II. RH 1).
Esta acción redentora existía desde el principio
(Jn 1,1) puso su tienda (morada) entre nosotros (Jn 1,14) pero la rechazamos, la
despreciamos (Jn 1,10) por vivir aferrados al espiritualismo del templo antiguo.
Hoy al igual que las autoridades
religiosas judías, no se entiende que “la gracia y la verdad nos han llegado
por Jesucristo” (Jn 1,17) Los discípulos lo comprendieron después de la
resurrección: “Cuando fue levantado de
entre los muertos, se acordaron sus discípulos de esto que había dicho, y
creyeron en la escrituras y en las palabras que había pronunciado Jesús” (Jn
2,22).
Nosotros aún seguimos sin entender; no comprendemos,
ni experimentamos a Jesucristo como el nuevo Templo de Dios, por este pequeño
detalle, lo hemos convertido en casa de comercio, de intercambio y de condena.
El templo se levantaba como símbolo del poder religioso y político. Allí centraban la identidad del pueblo con la
Alianza, desde el cumplimiento riguroso de la ley, de los 248 preceptos y de
las 365 prohibiciones. El Templo también es símbolo de la marginación y
explotación del pobre, se validaba la ley de Talión, se permitía lapidar a las
mujeres sorprendidas en adulterios, se condenaba a los publicanos y prostitutas,
se permitía el repudio a las mujeres comprometidas en matrimonio, se marginaba
a los leprosos, a los enfermos y a las viudas.
Según el evangelio de Juan, la purificación del
templo se da en el contexto de la pascua, la Pascua es símbolo de liberación
(Cfr. Jn 2,13). Jesús en continuidad con el profetismo de Israel, invita a
salir de la hipocresía, la mentira, en el que habían convertido el proceder de
Dios y el templo. Él con el poder que
tiene, el de la Palabra, purifica e invita para que el nuevo templo, el de
la Resurrección sea un espacio
Espiritual, de Oración, de Conversión,
de Perdón, de Poner la otra mejilla frente a las ofensas, de no
Condenar, de no Juzgar, de Rescatar a los enfermos, de Resaltar la conversión
de los pecadores, de Concebir a Dios como Padre.
Hoy es necesario purificar la concepción de templo,
de culto; porque el Templo, el Culto es el Cuerpo de Cristo y su Iglesia. El
templo es para Jesús la casa del Padre, es la casa de oración (Mt, 21, 12-17;
Jn 2,13-17; Is 56,7; Jr 7,11). Con la resurrección de Jesús se cambia la
concepción del templo de piedra, se da paso a la iglesia naciente del
Resucitado como Templo de Dios que purificado de todo tipo de culto vacío, de
comercio, de condena, se da espacio a un
culto en “Espíritu y Verdad” (Jn 4,23)
nacido de la experiencia de la Resurrección: “Destruiré este santuario y en tres días lo levantaré” (Jn 2,19;
Cfr. Mt 24,1-3; Lc 21, 5-7; Mc 13,1-2). El gesto de Jesús es de un profeta que
siente celos por su misión: “El celo por
tu casa me devorará” (Jn 2,17; Cfr. Sal 69,10) porque: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes” (Mc
11,13; Mt 21,13; Lc 19,45; Is 56.7).
A modo de conclusión, en el nuevo
templo los grupos pastorales han de:
A.
Seguir este
itinerario: 1) Orar juntos; 2) Leer, Reflexionar, Vivir desde la Palabra de
Dios; 3) Formarse en la fe, 4) Meditar los documentos de la Iglesia; 5)
Revisar la vida; 6) Crear comunidad.
B.
Renovarse en la pastoral catequética y litúrgica,
desde la: 1) Formación bíblica; 2) Acción salvadora del Padre en
la historia; 3) El conocimiento-Seguimiento de Jesús y su anuncio Kerygmático;
4) Acción del Espíritu en la vida; 5) Acción de la Iglesia.
C.
Seguir una catequesis socio-antropológica –orientada
a la comunidad-familia- catecumenal, en su realidad histórica y situacional.
“Hazte cuenta de que cada día comienzas de
nuevo” (San Agustín. Epist.143)
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