Mc 9,2-10
“Pero, ante todo, ¡Lávense, purifíquense!
Alejen de mis ojos sus malas acciones, dejen de hacer el mal (Is 1,16). Así
aparecerá la tierra firme (Gn 1,9). Aprendan a hacer el bien. Busquen la
justicia. Así la tierra germinará hierba que alimente y árboles frutales (Gn
1,11).Y luego, vengan para que arreglemos cuentas (Is 1,18) dice el Señor para
que aparezcan luminarias en el firmamento del cielo y brillen sobre la tierra
(Gen 1,14-15)” (San Agustín, Conf. L. XIII, 19, 24).
Al reflexionar
el texto de la transfiguración en el evangelio de Mateo (Mt 17,1-9)
planteábamos que el seguimiento de Jesús está relacionado con la pedagogía de
la cruz, el seguidor participa del destino de la cruz (Cfr. Mt 116,21.24-25)
Pero, que estamos ajenos a esta responsabilidad, alejados de Dios, porque hemos
desfigurado el rostro de Cristo con nuestra propia desfiguración por causa del
pecado, validando todo tipo de injusticia[1].
Desde esta
perspectiva, en el tiempo de cuaresma se ha reflexionado en los años anteriores
que cuaresma no se puede reducir a practicas vacías de ayuno y abstinencias y
actos de piedad sin coherencia en Jesucristo. Es urgente replantear estas
acciones que nosotros concebimos como fe y volver a las fuentes de la tradición
bíblica (Cfr. Tob. 4,16; Is 58; Mt 25; St 2,3,4,5. Entre otros) para estar en coherencia la
Palabra haciendo la voluntad del Padre (Mc 3,21-35) para no seguir desfigurando
el rostro de Cristo con reduccionismos gastronómicos y acciones pietistas - En
esto se ha convertido nuestra fe -.
En el
Evangelio de Marcos por su parte, el tema de la transfiguración va ligado al
acontecimiento de la Cruz y del Bautismo de Jesús, sin estos referentes nos
quedamos en los ropajes sentimentalistas -en simple teofanías- que desfiguran
el texto: Las nubes, el rostro resplandeciente, las vestiduras, Moisés y Elías
y las chozas y allí muere el espíritu del mensaje. En Marcos lo central es que
Jesús es el Hijo de Dios (Mc 1,1; Mc 15,39) y que como Tal debemos presentarlo,
vivirlo, anunciarlo y sobre todo confesarlo (Mc 8,29).
En este
movimiento interno del evangelio de Marcos se relaciona la experiencia
teológica del desierto con la experiencia de la montaña: Moisés recibe las
prescripciones de las leyes de convivencia (Ex 24,12-18) Elías experimenta la
presencia de Dios (1R 19,8) Ellos tuvieron en la montaña encuentros con Dios: a) Moisés entra en las nubes mientras subía al
monte para escuchar la voz de Dios; b) Elías sale y se queda en el monte, vive su
encuentro con Dios, no en el viento fuerte, no en el terremoto, ni en el fuego,
sino en el murmullo de una suave brisa (1R 19,11-14).
Marcos recalca
que Jesús después de su bautismo, va al desierto, sube a la montaña, es elevado
en la Cruz; en el bautismo (Mc 1,11), en la montaña escucha la voz de Dios (Mc
9,7) Y en la cruz, en el murmullo suave del silencio escucha la voz del Padre
(Mc 15,39). El verbo escuchar nos coloca en expectativa, de vivir y hacer la
voluntad del Padre, es asumir la pedagogía de la cruz, es perder la vida por
causa del reino para recuperarla en la Pascua del Resucitado: “El que pierda su vida por mi causa, la
salvará” (Lc 9,24).
Al bajar de la
montaña con sus discípulos los va instruyendo en la pedagogía del silencio, es
el silencio de la cruz (Mc 9,9) es el silencio del que guarda todo en su
corazón (Lc 2,51) El silencio es la enseñanza a los discípulos que son
asociados a la Pascua de Jesús. La enseñanza de Jesús es precisa y concreta, es
formación en la pedagogía de la Palabra,
de la fe, de la oración, del perdón-corrección fraterna-reconciliación-conversión[2].
Además, esta
formación lleva a replantear o reinventar el caminar de la comunidad de los
discípulos, se les cambia el enfoque, se pasa de la deshumanización en la Cruz
a la humanización en la Resurrección: “Este es el llamado que hace Jesús apelando a esta fe, que le reconozcamos y al reconocerlo le sigamos. El seguidor es el
discípulo que está en plena comunión de vida con Él, quien comparte la misma suerte de
Él:
a)
Llevar la Cruz (Mc 8,34): Es la
consecuencia del anuncio del Evangelio. Dificultades que viven los mensajeros
de la Paz, de la Palabra de Dios, es decir vivir en radicalidad el seguimiento
a Jesús.
b)
Beber del mismo cáliz (Mc 10,38-39;
14,36): Es la participación en la misión de Jesús, compartir la suerte del Maestro,
su destino final, el martirio.
c)
Compartir la vida eterna (Mc 10,30):
Es vivir en la esperanza del encuentro definitivo con el Señor, es estar
expectante del cielo nuevo y de la tierra nueva (Ap 21,1.3-4)”[3].
Ahora bien, al
integrar el acontecimiento de la Cruz, con el bautismo y la trasfiguración,
Marcos va perfilando al discípulo para que asuma la Cruz como esperanza. La
Cruz es el camino de la humanización frente a la deshumanización en que hemos
convertido el cristianismo; seguimos desconociendo a Jesús, hemos perdido el
horizonte y estamos timoratos como los discípulos: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mc 9,5) Ellos se quedan
fuera, esto se da por la tensión que existe
entre pasar de la pedagogía del pasado, es decir, en el simple cumplimiento de la ley; anquilosamiento en los fantasmas de la fe judaica, sin compromiso, con dudas
(Mc 4,40; 6,6.52; 8,15-21; 9,32; Mt 14,30) O
seguir a Jesucristo desde la pedagogía de la Cruz.
A
modo de conclusión:
Hoy seguimos
en el camino de la desfiguración, no hemos comprendido a Jesús, seguimos
dudando no creemos en Él es la ambivalencia entre la fe de adultos y la fe
infantil. Para salir de esta incertidumbre es conveniente replantear la
concepción de fe que tenemos y vivirla desde la fuerza pentecostal de la Pascua
del Resucitado: “En estos cuarenta días
que nos conducirán a la pascua de Resurrección podemos encontrar nuevo valor
para aceptar con paciencia y con fe todas las situaciones de dificultad, de
aflicción y de prueba, conscientes de que el Señor hará surgir de las tinieblas
el nuevo día. Y si permanecemos fieles a Jesús, siguiendo por el camino de la
cruz, se nos dará de nuevo el claro mundo de Dios, el mundo de la luz, de la
verdad y de la alegría: será el alba nueva creada por Dios mismo”[4].
“La
soberbia no es grandeza, sino hinchazón” (San Agustín. Serm 380,2)
[1] CASALINS, Guillermo. OTRO
TEXTO PARA NO LEER: Mt 17,1-9 Bogotá,
Marzo 20 de 2011.
[2] Cfr. CASALINS, Guillermo.
OTRO TEXTO PARA NO LEER: Mt 18,15-20. Medellín, Sep. 4, de 2011.
[3] Cfr. CASALINS, Guillermo.
OTRO TEXTO PARA NO LEER: Mt 16,13-20.
Medellín, Ago. 21 de 2011.
[4] Benedicto XVI. Audiencia
General. Ciudad del Vaticano. Febrero 22 de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario