sábado, febrero 18, 2012

YO TE MANDO, LEVÁNTATE, TOMA TU CAMILLA Y VETE A CASA



Mc 2,1-12 

“Al dártelas de perfecto, pregonas tu primer defecto” (San Agustín. Serm 47,17)

El reino de Dios predicado por Jesús, es realidad que irrumpe en el pueblo que ha sido humanizado por Jesús donde no debe existir ningún tipo de discriminación social y religiosa, porque eso es negar a Jesús. El reino humaniza en Dios a los deshumanizados por la ley y la religión que legitima la enfermedad como pecado.
La acción del reino es la  participación en la obra salvadora de Jesús. Jesús sana y libera  del prejuicio de considerar la enfermedad como pecado, u ocasionada por los espíritus inmundos. La exorcización practicada por Jesús en el evangelio de Marcos es la manifestación que el Reino de Dios está presente:

En Mc 1,1-15, Marcos nos hace ver cómo hay que preparar y divulgar la Buena Nueva de Dios. En Mc 1,16-45, nos ha hecho ver cuál es el objetivo de la Buena Nueva, y cuál es la misión de la comunidad. Ahora, en Mc 2,1 hasta 3,6, aparece el efecto del anuncio de la Buena Nueva. Una comunidad fiel al evangelio vive valores que contrastan con los intereses de la sociedad que la rodea. Por eso, uno de los efectos del anuncio de la Buena Nueva, es el conflicto con aquellos que defienden los intereses de la sociedad[1], deshumanizada que apoya una religión basada en preceptos doctrinales inmodificables y no en la espiritualidad cristiana. 

La liberación practicada por Jesús es consecuencia  de los signos de los tiempos que trae el reino, el reino es la realidad que se  presenta como camino o lugar teológico   para los más pobres que tienen la posibilidad de vivir  libres de todo prejuicio e intereses manipuladores de quienes se creían dueños de las puertas del reino (Lc 11,46): “Había allí sentados unos letrados que discurrían para sus adentros: ¿Cómo puede éste hablar así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (Mc 2,7).
En una mente carente del Espíritu de la Palabra, solo cabe el desconcierto de la murmuración y simplemente atinan a acusar. En la anterior perícopa (Mc 1,40-45) Jesús había pasado por impuro al acercarse a un leproso. Jesús coloca la dignidad de la persona antes que los preceptos establecidos, ahora es llamado blasfemo. Jesús sin hacer caso a sus intenciones se coloca al lado del marginado, le libera de la atadura de la tradición religiosa que falseaba al Dios misericordioso de las Sagradas Escrituras predicado por Él: “Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico que se le perdonen los pecados o decirle que cargue con su camilla y camine” (Mc 2,9) Jesús libera con la libertad del que vive en Dios y con la autoridad de la Palabra de Dios y con esa autoridad saca de la indignidad de la impureza,  de estar sujeto a  la camilla que deshumaniza: “Pero para que sepan que este hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados –dijo al paralítico-: Yo te mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,10).
En  Israel toda enfermedad  era considerada como una maldición de Dios por los pecados cometidos (Ex 15,26; Dt 7,5; 21,7; 28,1-68; 2Cro 6,28.30; 2R 20; Jn 9,2; Mt 12,27):

En aquel tiempo, el pueblo pensaba que los defectos físicos (paralítico) fuesen un castigo de Dios por algún pecado. Los doctores enseñaban que esa persona impura se volvía incapaz de acercarse a Dios. Por esto, los enfermos, los pobres se sentían rechazados por Dios. ¡Pero Jesús no pensaba así! Aquella fe tan grande era una señal evidente de que el paralítico estaba siendo acogido por Dios. Por eso, declaró: ¡Tus pecados te son perdonados! Es decir: “¡Dios no te aleja de él!” Con esta afirmación Jesús niega que la parálisis fuese un castigo debido al pecado del hombre[2]. 

Jesús se ha hecho impuro, blasfemo y pecado, ha liberado de la impureza, ha rescatado de la deshumanización, humanizando por la acción de la Palabra. Las autoridades judías, dueños de la interpretación de la Palabra y de su meticulosa rigurosidad en el cumplimiento de los preceptos, lo han estigmatizado porque ellos se sentían dueños de decidir quien podía entrar o no en el camino de la salvación,  cerrando la posibilidad del reino a los pobres y marginados: ¡Ay de ustedes, escriba y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! (Mt 23,13).
Jesús ataca las  acciones de las autoridades Judías que lo acusan y reprochan sus acciones en favor de los desfavorecidos (Cfr. Mt 23,1-36): “Jesús es acusado de blasfemia por los dueños del poder. La afirmación de Jesús era contraria al catecismo de la época. No combinaba con la idea que tenían de Dios. Por eso reaccionan y acusan a Jesús diciendo: ¡Este se burla de Dios! Para ellos, sólo Dios podía perdonar los pecados”[3].
El rostro de Dios ha sido dibujado con el pincel de la misericordia en la pedagogía de Jesús. Es el Dios Padre que nosotros hemos desdibujado con el rostro del dios castigador, del dios inmisericorde, del dios infernal que hemos dibujado con el pincel de nuestro catecismo, escondiendo de esta manera el pincel de las Sagradas Escrituras; escondemos el verdadero rostro de Dios: “¿Tanto tiempo hace qué estoy con ustedes y no me conoces Felipe? El que me ha visto a  mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).
¡Me gustaba más el Dios de mi tío, que no pisaba la iglesia, pero que todos los días, sin falta, compraba el doble de pan que necesitaba, para darlo a los pobres!"[4].


[1]http://ocarm.org/es/content/lectio/lectio-marcos-21-12
 [2]http://ocarm.org/es/content/lectio/lectio-marcos-21-12

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