lunes, febrero 20, 2012

EL AYUNO QUE A MI ME AGRADA II


“RASGUEN SUS CORAZONES Y NO LOS VESTIDOS”  (Jol 2,12)

“Y se atreve a alabarte el ser humano, parte insignificante de tu creación, precisamente el ser humano que lleva alrededor suyo la inmortalidad, que lleva a flor de piel la marca de su pecado y el testimonio de que tu resistes a los orgullosos” (San Agustín. Conf. 1,1).

El tiempo de conversión, como camino de revestimiento de la pascua de Cristo (Col 3,9-15; Ef 4,22) nos hace hijos en el Hijo. La conversión no es en la liturgia un momento crucial de la celebración del año litúrgico: Cuarenta días en cuaresma y Cuatro semanas en Adviento, quedando allí esta propuesta hasta el siguiente año.  Sino, que es un camino, un espacio de nuestra vida como cristianos, es la dinámica de la pedagogía de la liturgia que asume el mandato de Jesús: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15), este mandato es reiterativo y siempre estará presente en los escritos que plantean un camino de conversión.
Esta conversión no es el formalismo de la cruz en la frente el miércoles de ceniza, no es el reduccionismo gastronómico en lo que hemos convertido el ayuno del Miércoles de Ceniza y de los Viernes de Cuaresma e incluso el Vienes Santo: 

La ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego. Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.
Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: “en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz.
El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo[1]. 

Cuaresma es presencia del reino de Dios, es revivir el mandato de Jesús: “Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15) y no lo podemos reducir a una simple cruz en la frente untada de ceniza, a un ayuno sin sentido y un dar limosna sin coherencia, recordemos siempre que Isaías nos invita a vivir el ayuno que le agrada al Señor: “Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libre a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entran a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano” (Is 58,6-7) No podemos seguir ajenos a esta realidad en la dinámica de la conversión, es necesario practicarla y prolongarla a lo largo de nuestra vida: “Que el libro de esta ley no se aparte de tus labios: Medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas” (Jos 1,8).
El camino de cuaresma es la respuesta de sanación litúrgica a través de la Palabra y de la Oración, en la que todos los conversos se comprometen a cumplir el mandato que libera de toda atadura de prejuicios para practicar la justicia de Dios (Rom 3,21-22) en la pascua de la fe, de la Justicia: “Practica la justicia todos los días de tu vida y no te comportes de manera ingrata (…) Haz limosna con tus bienes; pero al hacerlo, no recuerdes las rencillas. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara. Regula tu limosna según la abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme a ese poco, pero nunca temas dar limosna” (Tob 4,5.7-8).
Esto es lo que se nos pide practicar; Dios no nos va Juzgar por lo que hagamos sino por lo que dejemos de hacer con los pobres, como dice la Madre Teresa de Calcuta: “Al final de nuestras vidas, no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos recibido, cuánto dinero hemos conseguido o cuántos cosas grandes hemos hecho. Seremos juzgados por – Yo tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste posada”.
Es este el Ayuno, la Oración, la Limosna que debemos hacer, vivirlo y practicarlo; es compartir el pan con el hambriento, el techo con el sin techo, el vestido con el desnudo: “Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el desnudo. Has limosna” (Tob 4,16) Este sería el sentido de llevar una cruz untada de ceniza en la frente, es el sentido de conversión y ayuno que el Señor Jesús quiere de nosotros porque: “Tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropa y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver (…) En verdad les digo que, cuando lo hicieron con algunos de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mi” (Mt 25,35-36.40).  
La conversión es práctica de fe, no tiene distingos de personas (Cfr. St 2,1-4) la fe sin obra es una fe muerta (Cfr. St 3, 14-18) Dejar de practicar la justicia es alejarse de Dios, la ceniza, el ayuno, la limosna deben ser signos de la justicia de Dios y no una practica vacía,  sin sentido como ha sido hasta el momento, para que al final de nuestra vida, no seamos juzgado por las Palabras de Jesús: “Tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y ustedes no me dieron de beber; era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no visitaron (…) En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí” (Mt 25,42-43.45).
“La misma palabra que yo he hablado los  condenará el último día” (Jn 12,48)

[1]   http://parroquiaicm.wordpress.com/2009/02/06/historia-y-significado-del-miercoles-de-ceniza/

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