Lc 1,26-38
La participación de María en la historia de la salvación, hace previsible la fe en Jesús, Ella al aceptar su maternidad por voluntad del Señor, nos abre el camino de nuestro itinerario de Fe. La aceptación libre de la Palabra de Dios en su vida, es signo de fidelidad al proyecto establecido desde antiguo en el que debemos preparar el corazón para la venida del Señor siendo obedientes a su Palabra: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2,5).
La presencia de María en esta historia no es producto de la casualidad, sino del encuentro humano-divino en el que al aceptar ser la Madre de Jesús (Jn 2,1) es la llena de gracia, es la que Dios está con ella (Lc 1,28), es la bendecida y favorecida de Dios (Lc 1,42) Ella junto al Hijo es la mediadora entre Dios y los hombres; no es una diosa, sino la hija predilecta del Padre, Madre del Hijo, “esto ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo Único mediador” (San Ambrosio) Porque la mediación de María, depende de la de Cristo único mediador (Cfr 1Tm 2,5)
María es la mujer que colocó toda su confianza en el Dios de la vida, es portadora de la gracia salvífica de este Dios humano y sencillo, que hecho hombre abrió para siempre las puertas de la esperanza. Es en este sentido que esta mujer queda incorporada en nuestra propia historia de salvación por ser la Madre de Jesús de Nazaret; ella irrumpe en la historia de los hombres a través de su Hijo que al cumplirse el plazo señalado por el misterio de Dios padre, asumió nuestra condición humana: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer” (Gal. 4,4).
María es la
- peregrina de Nazaret hacia Jerusalén con el pueblo en ocasión de la pascua (Lc, 2,41).
- prudente frente a su Hijo (Lc. 2,50-52).
- portadora de la Palabra de Dios (Lc 1,39-45).
- esclava del Señor, cumplidora fiel de su voluntad (Lc, 1,38).
- favorecida por Dios, la llena de gracia (Lc. 1, 27).
- acogida por la comunidad (Jn 19,26-27).
- la gran orante con la comunidad (Hec. 1,12-14).
María es la que
- presenta al Hijo e invita a que hagan su voluntad (Jn 2, 5).
- asume con valentía la muerte de su Hijo (Jn, 19,25).
María es la creyente paciente, su paciencia se traduce en un silencio subversivo de esperanza (Lc 1,46-56). Ella acepta ser madre de Jesús el Salvador “Yo soy la esclava del Señor, que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lc. 1,38). Es la mujer escogida por Dios, “¡Te felicito, favorecida de Dios! El Señor está contigo” (Lc. 28) para realizar en ella su plan salvífico por medio del Hijo, en ella confluye la esperanza de todo un pueblo que esperaba al Mesías, un pueblo lleno de desilusiones y de desesperanza que buscaba una segunda oportunidad.
En el texto de la anunciación podemos resaltar los siguientes elementos:
- Un momento de presentación (Lc 1,28) este saludo transmite un amor muy especial- María se turba.
- Primera explicación (Lc 1,30-33) El saludo anterior es una misión que maría debe realizar en medio del pueblo.
- Segunda explicación (Lc 1,35) María ha interrogado en medio de su turbación y el ángel explica (Lc 1,35)
- La presencia de Dios en medio de la humanidad y la gratuidad de su amor se expresa en María por medio del Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva la relación de Dios con María se armoniza desde los presupuestos anteriores y se da una relación de amistad entre Dios y su pueblo a través de la mujer que al ser favorecida por Dios, abrió las esperanzas de la salvación de todos los pobres de su tiempo. La plenificación personal de María y su colaboración como Madre de Jesús son los elementos de una única donación a Dios. María asume su llamado en actitud dinámica, escucha, se admira, pregunta; y es quien pronuncia la palabra decisiva: “Hágase, que coloca en marcha la acción salvífica de Dios en la historia.
Por medio del ángel María ha dialogado cara a cara con Dios, de libertad a libertad, de reverencia a reverencia, ella ha dialogado con Dios que actúa por su espíritu. El Espíritu aparece como el gran misterio del encuentro. Que es Espíritu de Dios, espacio de su amor en el que viene a pronunciarse su palabra; pero al mismo tiempo es Espíritu de María, es la intimidad y hondura de su vida abierta hacia el misterio de Dios, engendrando el mundo al Hijo[1].
A MODO DE CONCLUSIÓN
1. Miren a María, es donación total, Miren la Virgen que adquiere una altura espiritual vertiginosa y definitiva. Nunca fue su sí tan pobre ni tan rico, tan doloroso ni tan fecundo. Es la Esperanza que levantó su altar en la cumbre más alta de la historia y del mundo.
2. Virgen Santísima, Señora Nuestra: míranos Tú también a nosotros y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Muéstranos sus clavos y sus heridas. Muéstranos su corazón traspasado por la lanza. Muéstranos su amor vuelve nuestra mirada a nuestra historia de fe. Aparta de nosotros las plagas de la idolatría silenciosa, del cristianismo a la carta, de la fe acomodaticia y sin compromisos, de un vago catolicismo de boquilla, solo para cuando nos interesa. Aleja de nosotros la tentación de un imposible Cristo sin su Iglesia. Tú, que eres testigo privilegiada de que Dios existe y es amor, ayúdanos a vivir en su santo nombre.
3. Haznos revivir, Virgen Santísima Señora Nuestra, las raíces cristianas. Y que nunca tengamos miedo a proclamarnos como cristianos con todas sus consecuencias, Que nada ni nadie, nos quite la cruz de nuestros caminos y de nuestros corazones. Tú Hijo es la Cruz.
4. Virgen Santísima, Señora Nuestra: María de la Caridad y de la Solidaridad, haznos instrumentos visibles del Dios que es amor. Haznos testigos del Evangelio a través de las obras. Que enjuguemos no solo tu llanto, sino también el llanto de la humanidad herida: El llanto de los más damnificados, sin vivienda, sin trabajo, sin salud, sin educación. El llanto de tantas madres que, como Tú, lloran al hijo perdido, al hijo alejado, asesinado, secuestrado.
5. Silencio, hermanos, Dios habla en el silencio y en la soledad de María. Dios no es el que siempre calla. Está hablándonos a través de María. ¿No la escuchamos? Nos está pidiendo a través de Ella un “sí”, ahora el pie de la cruz. Y ojalá que como María, Reina de Reina, nuestra respuesta sea: ¡He aquí, la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38)[2].
6. Que esta sea, hermanos, nuestra oración ferviente de hoy, de mañana y de siempre. Que el compás del paso que acompañe nuestro caminar. Que esta sea nuestra mirada a la Virgen, para acompañarla, para amarla y para aprender de Ella en la escuela del Calvario y en la cátedra abierta, en el libro abierto de su corazón roto y cautivo de amor. Miremos y descubramos entre sus lágrimas la certeza de la resurrección.
ACERCAMIENTO HISTORICO A LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA IGLESIA
1. Concilio de Éfeso: (22 de junio 431) Se leyó la carta doctrinal escrita por San Cirilo de Alejandría, dirigida a Nestorio, que aprobada unánimemente definió a la Theotókos. La parte principal de la declaración fue dada en estos términos: “Y aunque las naturalezas sean diversas, juntándose en verdadera unión, hicieron un sólo Cristo e hijo… La divinidad y humanidad, por misteriosa e inefable unión en una sola persona, constituyeron un solo Jesucristo e Hijo... Por eso (los santos Padres) no dudaron en llamar Madre de Dios a la Santísima Virgen”.
2. Concilio de Letrán: Celebrado en el año 649 se efectuó la solemne definición dogmática de la VIRGINIDAD PERPETUA DE LA MADRE DE DIOS. Los Padres del Concilio inspirados por el Espíritu Santo compusieron el canon tercero que declaraba este dogma: “Si alguno, de acuerdo con los Santos Padres, no confiesa que María Inmaculada es real y verdaderamente Madre de Dios y siempre Virgen, en cuanto concibió al que es Dios único y verdadero -el Verbo engendrado por Dios Padre desde toda la eternidad- en estos últimos tiempos, sin semilla humana y nacido sin corrupción de su virginidad, que permaneció intacta después de su nacimiento, sea anatema”.
3. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus: Proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de María. En su parte medular manifiesta lo siguiente: “...Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente”.
4. El 1 de noviembre de 1950, día de todos los Santos, en la Plaza de San Pedro en Roma, el Papa Pío XII, mediante la constitución apostólica “Munificentissi Deus”: Hizo la proclamación dogmática de LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS con estas emotivas palabras: “Proclamamos, declaramos y definimos ser Dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre virgen María, acabado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
“Excepción hecha de la santa Virgen María, de la que, por el honor debido al Señor, no tolero en absoluto que se haga mención cuando se habla de pecado…” (San Agustín. De nat. et. gr. 36,42).
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