Jn 1,6-8.19-26
“Haz el camino con el pecador no para amar su pecado, sino para destruir el pecado y amar al pecador. Ámale, no como pecador, sino como hombre” (San Agustín. Serm. 4, 19,20)
A partir de la confesión de fe del evangelio de Marcos que es la acción litúrgico- cristológica de la Palabra, que nos forma como pueblo, dispuestos a hacer la voluntad del Padre (Mc 3,31-35; Cfr. Mt 7,21-27) realizada desde la espiritualidad cristiana y no desde los cultos idolátricos de los que asociamos con la fe.
Quien centra su fe en Jesucristo: Muerto y Resucitado, vive la fe animada en la acción litúrgico-cristológica de la Palabra, dentro de la comunidad de creyentes que confiesa a plenitud su confianza en el que tiene palabras de “espíritu y vida” (Jn 6,63) Estas palabras son las que nos mantienen unidos al Señor parque Él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,67) Estas palabras son pronunciadas con autoridad de Hijo de Dios que propician la conversión y la fidelidad por medio del bautismo en agua: Conversión (Mc 1,7-8), conduciéndonos al bautismo de fuego: Adhesión (Hec 2,1-11):
El bautismo cristiano, tiene sus raíces según la tradición bíblica Neotestamentaria en la práctica del bautismo de Juan (Mc 1,4) bautismo en agua, llamado a la conversión y a la preparación de la venida del Mesías (Mt 3,3) Con el bautismo de Jesús en el Jordán (Mc 1,9) se continua la línea profética de Juan, pero con la diferencia, que el Bautismo de Jesús es en Espíritu y Fuego (Lc 3,16; Hec 1,4-5) que indicaba la llegada del Reino de Dios, por lo que era necesario la conversión (Mc 3,15; Hec 1,15) asumiendo el compromiso implicativo del bautismo realizado por Jesús (Jn 3,16-27)[1]
De esta manera el bautismo que se ha recibido esta teológicamente en continuidad con el bautismo de Juan, que es de conversión para poder recibir el del Espíritu que nos hace dar testimonio de la luz para que todos crean en Jesucristo. Este testimonio es la voz que clama en el desierto, para que se enderecen los caminos para recibir al Señor (Cfr. Jn 1,6-8.23):
Según los relatos del Nuevo testamento, lo primero y lo más elemental que caracteriza al bautismo cristiano es que, a diferencia del bautismo de Juan, es el bautismo no solo de agua sino de Espíritu (Mt. 3.11; Mc. 1,8; Lc. 3,16; Jn. 1,33; Hec.1,5; 11,16;19,3-5). La relación entre el bautismo cristiano y la presencia del Espíritu queda además atestiguada en Hec. 10,47; 11,15-17; 1Cor. 12,13; Jn 3,5. Todo eso quiere decir que es característica esencial y específica del bautismo cristiano la presencia del Espíritu en el bautizado[2].
La irrupción de Juan en Israel, inquieta a las autoridades religiosas judías, por la expectativa que ellos tenían a cerca de la venida del Mesías desarrollada en el exilio por el pueblo de Israel (Cfr. 2Sm 7,12-16; Is 7,13-14) que al estar sin tierra, sin templo, sin culto y sin rey, se sentían sin Dios (Jr 14,17-21): ¿Y cómo íbamos a cantar un canto al Señor en suelo extranjero? (Sal 137,3); por esta razón, el pueblo esperaba al Mesías. Al surgir Juan van donde él a cerciorarse sobre su procedencia, Juan da razón de lo que él no es, porque él solo es la voz en el desierto que prepara el camino del que está entre todos y Bautizara en “Espíritu Santo y el fuego” (Mt 3,11; Lc 3,16).
Con este llamado, Juan señala el camino a seguir: “Juan empezó a recorrer toda la región del rio Jordán, predicando bautismo y conversión, para obtener el perdón de los pecados” (Lc 3,3) produciendo “los frutos de una sincera conversión” (Lc 3,8) que nos lleva a vivir la verdadera espiritualidad cristiana, obrando con misericordia, como prójimos (Lc 10,25-37): “El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, el que tenga de comer haga lo mismo” (Lc 3,11; Cfr Mt 25; St 2,14-18). Obrando de esta manera sobre los fundamentos de la espiritualidad cristiana fortalecemos la fe alimentándonos de la Palabra de Dios: “Queridos hermanos, construyan su vida sobre los fundamentos de su santísima fe, oren en el Espíritu Santo y manténganse en el amor de Dios, aguardando la misericordia de Jesucristo nuestro Señor, que los llevara a la vida eterna” (Jd 20-21).
En el Nuevo Testamento es de gran valor el testimonio de Juan el bautista, que Jesús afirma de él, que es el nuevo Elías: “Elías viene primero y deja todo reordenado” (Mc 9,12), pero que hicieron con él lo que quisieron, no le escucharon ni enderezaron el camino (cfr. Mc 9, 13; Mt 21,13-27; Ml 3,23-24) A pesar de todo, Juan el Bautista representa el camino de las promesas hecha por Dios: “El período de las promesas abarcó desde el tiempo de los profetas hasta Juan Bautista; desde éste hasta el fin es el tiempo del cumplimiento” (San Agustín. In Ps 109,1-3).
Juan es el mayor entre los nacidos de mujer alguna (Mt 11,11; Lc 7,28); él es el que da testimonio de la luz (Cfr. Jn 1,7) Señala al Señor como el Cordero de Dios (Jn 1,35-36) Juan es quien le coloca corazón a la presencia de Jesús “Por eso me alegro sin reservas. Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,27-36); para que estemos contentos y constantes en la oración, dando gracias en todo momento, porque Dios es fiel y cumple sus promesas (Cfr. 2Tes 5,16-24).
“Pero no bastó a Dios indicarnos el camino por medio de su Hijo: quiso que él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú caminaras por él” (San Agustín. In ps 109,1-3)
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