domingo, diciembre 04, 2011

UNA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO: PARA PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR

Mc 1,1-8 

“Señor, por amor de tu amor hago lo que hago”; “Te alaben, Señor, tus obras para que te amemos. Y amémoste, Señor, para que te alaben tus obras”.  (San Agustín. Conf. 11,1; 13,33)



La estructura del Evangelio de Marcos, está centrado en la confesión de fe que la comunidad marquiana ha hecho desde el comienzo (Mc 1,1) hasta el reconocimiento del centurión frente a la Cruz de Jesús como el Hijo de Dios (Mc 15,39) Esta confesión hoy es nuestra, si colocamos toda la vida en disposición de esperanza hacia “un cielo nuevo y una tierra nueva” (2 P 3,13; Ap 21,1; Cfr. Is 66,22) Un cielo más justo y una tierra más humana, donde se anuncie la gloria del Señor: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria…Y anunciarán mi gloria a las naciones. Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos sus hermanos” (Is 66,18.19-20).
Esta es la nueva generación de creyentes que vive desde la espiritualidad cristiana su pertenencia al discipulado del Señor en la Iglesia de los bautizados, que rinden nuevo culto al Dios de la Vida en “Espíritu y Verdad” (Jn 4,23-24) para que crezcan como el árbol de la nueva vida (Ap 22,1-5) que con sus frutos abre el camino de una Iglesia espiritual que celebra su liturgia desde los siete símbolos de vida (Sacramentos) porque cada celebración litúrgica sacramental es un nuevo nacimiento que vivimos  en la liturgia de la fe que el Evangelio de Marcos coloca de manifiesto:


La liturgia es encuentro con Cristo, es el culto que damos a Dios, es obra de Cristo. Por ser obra de Cristo la liturgia nos debe llevar a crear una conciencia dinámica, este es el sentido de la liturgia sacramental, llevarnos por un camino de participación de los ritos, de gestos simbólicos celebrados desde la alegría del discípulo creyente. En la Iglesia la liturgia sacramental ha de estar orientada a la   conversión, convertirnos es volver nuestros corazones, nuestros pensamientos, al “amor  primero” que es el amor del Padre que ha sido revelado por el Hijo y comunicado por el Espíritu Santo, es volver a retomar la armonía de la vida desde la sacramentalidad donde se viva y evidencie la fe en Jesucristo Resucitado. Él, es el Señor, el que viene y está presente en la comunidad de fe, quien se valió y se vale no sólo de la palabra, sino de los símbolos mediadores para hacerse presente en ella[1].

Por esta razón se considera a los Sacramentos como símbolos de fe remiten al amor de Dios; los símbolos están llenos del amor de Dios en la historia de los hombres, son una mediación en sus manos, que no solo señalan el horizonte divino, son líneas de comunicación que permiten pregustar este horizonte, como si anticipasen la eternidad de Dios en nuestro tiempo, como si fuesen ventanas por donde penetra en la historia de los creyentes, la luz divina:
Es en este sentido que los Sacramentos se pueden considerar: Como símbolos de la libre pertenencia al pueblo de Dios (Bautismo); como formas eminentes de unirse a Dios (Eucaristía, confirmación); como la forma libre con la que los cristianos celebran la vida de sanidad (Penitencia y Unción) delante  de Dios como misioneros (Matrimonio, Orden) es decir, vivir desde la libertad de soñar con un mundo sacramentalizado por el amor de Dios[2].

Este es el sentido de la vigilancia encomendada al portero fiel (Mc 13,34) y esta vigilancia es para estar siempre despiertos a dar testimonio de fe en Jesús resucitado, como mensajeros del Señor que preparan su camino llevando la Buena Nueva para que a través de los símbolos de la vida preparemos el camino del Señor: “Mira envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mc 1,3; Is 40,3-5) Esto es lo que marcos quiere plantear en su evangelio, que busquemos los caminos de fe en el Señor, es la propuesta de los que buscan el nuevo nacimiento como “conciudadanos de los consagrados y de la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los apóstoles, con el Mesías Jesús como piedra angular” (Ef 2,19-20).

Para recibir al Señor debemos ser un pueblo bien dispuesto que haga su culto a Dios desde el camino del discipulado, como nos lo presenta el evangelio de Marcos que es la liturgia cristológica de la Oración, todo culto del pueblo debe estar orientada desde la Palabra, el culto, la oración, sin la Palabra se convierten en ritos muertos; les falta Cristo, por esto debemos volver la mirada a Dios: “Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2Cro 7,14). 
Este es el anuncio del que busca el camino del Señor a través de la Palabra que llevan los mensajeros: “¡Que hermoso son sobre los montes los  pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sion: Ya reina tu Dios!” (Is 52,7; Cfr. Rom 10,15) Esta es la fe proclamada en el evangelio de Marcos, que es la liturgia cristológica de la Palabra, en la confesión de fe en Jesús Resucitado, en la oración, en la comunión, en el perdón- reconciliación, en la salud y en la misión del que anuncia que el Señor ya viene con autoridad, bautizando con Espíritu Santo (Cfr. Mc 1,7-8). 

“Es mejor saber que ignorar; pero es mejor ignorar que equivocarse” (San Agustín, In Jo. 21,1)

[1] CASALINS, Guillermo. Manuscrito. Sacramentos  Símbolos de la vida. Bogotá,  Marzo del  2000. P.5
[2] CASALINS, Guillermo, manuscrito. Sacramentos símbolos de la vida. Bogotá,  Marzo del  2000. P.7

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