domingo, diciembre 18, 2011

“MIRA, CONCEBIRÁS Y DARÁS A LUZ UN HIJO, A QUIEN LLAMARÁS JESÚS”

Lc 1,26-38 

“Haz una casa en tu corazón para el Señor, déjale morar en ti para que tu mores en Él” (San Agustín In ps 30,3.3.8)


La proximidad del nacimiento de Jesús abre nuevamente en nuestra caminada la propuesta de fe, que según la tradición de la Iglesia basándose en la tradición bíblica fuente indiscutible de su acción de fe que desarrolla el acontecimiento de la segunda venida del Señor (Mc 13; Mt 24,29; 25; Lc 21; Jn 14,1-14; 2P 3,10; Ap 1,7;6,12-17; 2Tes 1,6-10; Heb 9,28) Este acontecimiento como gratuidad de Dios es la fiesta del encuentro humano-divino, en el que el Hijo es engendrado por la acción del Espíritu en los corazones de la humanidad.

Esto es lo que manifiesta el texto de Lucas (Lc 1,26-28), la gloriosa solidaridad de Dios a los hombres: “Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Salvador”(Lc 2,11),esta es la realización de la promesa al pueblo de la biblia, al pueblo que sufre y esperaba al Mesías (2S 7,12-14, Sal 89,31-38; 1Cro 17,13; Is 7,14-17; 11,1-9; Mq 5,1) El cumplimiento de estas promesas solidarias del nacimiento del Mesías que los evangelios sinópticos, Mateo y Lucas elaboran uniéndolo con la tradición profética de los padecimientos del pueblo como el Siervo sufriente de Yahvé (Is 42,1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,1-12) con lo que han identificado y asociado al Cristo de Dios.

Para Lucas sin el concurso de la humanidad esto no sería posible, Dios ha asumido la maternidad al engendrar al Hijo en María, quien al hacerse discípula del Hijo por medio de la espiritualidad cristiana,  ella es iluminada en la luz del Hijo, que se refleja en su rostro:


“Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: "Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2 Co 3, 18)”[1].


En Lucas es de gran importancia, el cumplimiento de la justicia por parte de Dios que se ha colocado al lado de los pobres y necesitados (Lc 1,24-25; Cfr. Gn 30,25; 1Sm 1,1-18); este en gran parte es el sentido del sí de María, es el sí definitivo, para sellar el encuentro de la justicia solidaria con la humanidad (Lc 2,10-14):

La Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, escondido --nadie lo vio, sólo lo presenció María--, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que después sería sancionada en la Pascua como «nueva y eterna Alianza. En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de Cristo, cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este modo, gracias al encuentro de estos dos «síes», Dios ha podido asumir un rostro de hombre. Por este motivo la Anunciación es también una fiesta cristológica, pues celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a hacer presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia disponibilidad para que Dios siga visitando a la humanidad con su misericordia”[2].

 
En el siguiente cuadro tratamos de reflejar este encuentro humano-divino de la justicia solidaria de Dios con su pueblo:



 “Hoy le ha nacido en el pueblo…Un salvador, que es el Mesías, el Salvador” (Lc 2,11)

[1] Juan Pablo II. RVM 9; Oct 16 de 2002.  
[2] Benedicto XVI, Gracias al «sí» de Cristo y de María, Dios pudo asumir un rostro de hombre. Fragmentos de la homilía en la fiesta de la anunciación.  25 marzo 2007.

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