sábado, diciembre 24, 2011

“LA PALABRA SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS”


Jn 1,1-18



“El agua fresca de la verdad brota de los humildes manantiales del hondo valle, no de los encrespados picos de las altas montañas” (Serm. 104, 2,3)


El pueblo que estaba en tinieblas ha visto una gran luz (Mt 4,15-16; Cfr. Is 9,1-2 [8,31-9,1] Este es el pueblo de la esperanza, de la promesa en la llegada del Mesías (2Sm 7,12-14; Sal 89,31—38; 1Cro 17,13; Is 7,14-17; 11,1-9; Mq 5,1). Este es el pueblo que se sentía desolado, sin culto, sin templo, y abandonado por Dios (Cfr. Jr 14,17-21) Por esto es dificil cantar alabanzas al Señor en tierra extranjera (Sal 137,3-4):
Pero Señor hemos venido a ser más pequeño que cualquier otra nación; por nuestros pecados estamos humillados en toda la tierra actualmente no tenemos ni rey, ni profetas, ni jefe, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni lugar donde ofrecerte las primicias y encontrar tu misericordia (Dn 3,37-38)

En este texto se denota la desolación del pueblo que sufre en la oscuridad de sus pecados y del sentirse no pueblo. Dios no se ha olvidado de ellos (Sal 137,5-6) porque se  le ha enviado la luz, ahora será regocijado por la presencia de Dios (Is 61,10-62,5). Es en este sentido que los evangelios sinopticos hacen una releectura de estas promesas  rescatando la confianza y la esperanza del Pueblo, colocando en la presencia de Jesús el cumplimiento de las promesas y el consuelo de los desconsolados (Is 42,1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,1-12).

El evangelio de Juan recoge esta tradiciones sinoptica que es conocida por la comunidad joanica; también recoge la tradición veterotestamentaria del cantico de la creación (Gn 1,1-31) recreándola pedagogicamente en su Evangelio. Juan manifiesta en este cantico del prologo que Dios ha creado todo por medio del Hijo, que es la Palabra (Jn 1,2-3; Cfr. Sal 33,6-9; Sab 9,1; Sir (Ecle) 42,15), palabra creadora (Is 55,10-11) que da vida por ella, que es la sabiduría de Dios (Prov 8,22-36; Sir (Ecle) 24,3-32; Sab 9,9-12) Ella es lo que exsitia desde el principio y de ella es  que debemos dar testimonio:

De lo que hemos oído y de lo que hemos visto con nuestros propios ojos. Porque lo hemos visto y lo hemos tocado con nuestras manos. Se trata de la palabra de vida. Esta vida se manifestó: nosotros la vimos y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes esta vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos ha manifestado (1Jn 1,1-2; Cfr. Jn 1,1.4-9.14.18; 6,68; 14,6; 15,27 Gn 1,1; 1Jn 2,13-14)

El Señor ha dado su sí a la humanidad a través del acontecimiento de su Hijo, al hacerlo presente en la hisotria (nacimiento) y en la cruz frente a su destino final (Cristo) Destino que que marca el horizonte de nuestra espiritualidad cristiana. Estos acontecimientos son el cumplimiento de la promesa y la realización de la glorificación del siervo del Señor. En el principio se ha dado la revelación unica y definitiva de Dios en la encarnación del Hijo. Esto es lo que manifiesta el prologo del evangelio de Juan como el cantico que abre la esperanza en Dios, quien se ha colocado al lado de su pueblo revelándose en la Palabra que ha puesto su morada entre nosotros:

El prólogo del evangelio de Jn 1,1-18 es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista. Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8, 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1,3).En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas. Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas. La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección[1].

De esta manera Dios ha revelado su amor a través de la presencia del Hijo que se manifestó humanamente colocando su tienda entre nosotros, la tienda del encuentro (Ex 33,7-11) Este encuentro entre Dios y la humanidad (Jn 1,14) es el que nos lleva a la presencia del Padre: Jesús vino a la tierra manifestando la gloria de Dios para que nosotros ascendamos hacia él (Jn 14,1-4) dándose la plenitud de la gracia y de la verdad del amor misericordioso, es decir, el Dios hecho hombre que ha revelado su amor. Es el Dios humano que ha venido a humanizar a hombres y mujeres por medio de la luz y de la vida para que podamos ir a Dios por el Hijo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre. Él nos lo dio a conocer” (Jn 1,18).

“La esperanza es la levadura del amor” (San Agustín. De bon. Vid. 20,25)

[1] P. FRANQUESA. MISA DOMINICAL 1985, 24 (http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/NAV/NV/dia-ev_comentario.htm).

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