domingo, octubre 30, 2011

“HAGAN LO QUE ELLOS LE DICEN PERO NO HAGAN LO QUE ELLOS HACEN”


Mt 23,1-12 (13-24,2)



“Si eres capaz de aceptar la alabanza sin vanidad, lo serás también de aceptar la corrección sin ofensas” (San Agustín. Epist. 112) 
En la escuela del discipulado es necesario desarrollar una espiritualidad cristiana, coherente con la fe a creer en Jesucristo Muerto y Resucitado manifestación de la justicia de Dios, concretizada en el amor al Padre  y a los hermanos como lo  plantea Pedro en su primera carta (1P 3,8-12 y 1P 4,8-11), Pablo en Romanos 13,8-10 y en la carta a los Efesios:
“Por lo tanto, ya no mientan más, sino diga cada uno la verdad a su prójimo, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo. Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al maligno. El que robaba, deje de robar y póngase a trabajar, realizando un buen trabajo con sus manos para que tenga algo que dar a los necesitados. No digan malas palabras, sino solo palabras buenas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen. No hagan que se entristezca el Espíritu de Dios, con el que ustedes han sido sellados para distinguirlos como propiedad de Dios el día en que él les dé la liberación definitiva.  Alejen de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4,25-32).
Esta espiritualidad es realizable interiorizando el mandato principal: “Amarás el Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5)) “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18) con los que Jesús resume la ley y los profetas (Mt 22,34-40), como cumplimiento de la justicia de Dios (Rm 3,21-22).
Pero al irse diluyendo el sentido de la espiritualidad de las Escrituras por las acciones y concepciones de las autoridades religiosas judías,  se dan las diferencias entre ellos y Jesús. Él ha querido recuperar el espíritu de la Palabra, por esto les ha llamado a la conversión, para recuperar ese amor primero (Cfr. Dt 6,5; Lv 19,18).
Al plantear este llamado, se da un giro frente a los oyentes; así lo presenta el texto que sigue a estas series de controversia: En Mt 23,1-24,2 encontramos la siguiente estructura: 1) Introducción (Mt, 23,1-12); 2) Siete denuncia contra los letrados y fariseos (Mt 23.13-33); 3) Sentencias condenatorias de Jesús contra su generación y Jerusalén (Mt 23,34-39).
Para nuestra reflexión dominical solo nos centramos  en la introducción del texto (Mt 23,1-12), en el que Jesús prosigue en su intento de mostrarle el camino correcto hacia Dios. Y dirigiéndose a la gente y a los discípulos (Mt 23,1) les enseña que ellos no deben actuar como las autoridades judías que habían desenfocado el sentido central de la Palabra de Dios: La justicia. Por esto, les recomienda que presten atención a sus palabras que de una u otra manera tratan de interpretar la ley desde la cátedra de Moisés: “En cuanto se trasmite la doctrina tradicional recibida de Moisés. Esto no impone sus interpretaciones personales, de las que ya ha indicado Jesús” (Mt 15,1-20; 16,6; 19,3-9)[1]. Por eso Jesús les recomienda: “Hagan, pues, y observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3).
Esta advertencia se refiera a que la vanidad y el orgullo desmedido, el afán de aumentar su prestigio ante el pueblo, era el motivo de una serie de prácticas exteriores de estos escribas y fariseos. Acostumbraban a llevar sobre la frente y en el brazo izquierdo unos pergaminos enrollados y guardados en unas bolsas de cuero sujeto por medio de unas cintas y en los que estaban escritas palabras del Éxodo (13, 1-10.11-16) y del Deuteronomio (6, 4-9; 11. 13-12). Colgaban del borde de su manto unas orlas que debían recordarles todos los preceptos de la Ley (Cfr. Nm 13., 39). Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían llamar "padre" y "preceptores".
Jesús plantea en su enseñanza que la hipocresía y la titulomanía, de la cual hoy también nosotros ejercemos gran dependencia. Trae consigo incoherencia en la práctica de la fe. Por este factor colocamos cargas a la gente que no estamos dispuestos a cumplir, no hemos aprendido de Jesús, que su carga es ligera (Mt 11,30). Allí caemos en la incoherencia y muchas veces en anunciar una cosa y hacer otra.
Muchas veces, buscamos los privilegios y los primeros puestos, guardamos preceptos y los hacemos nuestro evangelio, alargamos nuestros adornos y creemos que por pertenecer a un grupo dentro de la comunidad eclesial ya se nos dan todos los privilegios con derechos, haciéndonos maestros y padres  de los demás, lo que nos lleva a pasar por encima de los demás e incluso de la misma Palabra de Dios; nos predicamos a nosotros mismos y nos hacemos dioses en medio de la iglesia de Jesucristo, buscamos que nos rindan pleitesía y homenajes, estructuramos cultos propios, no predicamos palabra de Dios, sino palabras de hombres.
Por esta razón, para Jesús, la religión y su espiritualidad, es esencialmente de corazón, tanto en su relación con el Padre como con los hermanos en estado vulnerable como prójimos, vivir desde la práctica de la misericordia (Lc 10,37), si no se vive desde esta perspectiva, nuestra religión cristiana se ahoga y esclaviza. Jesús fue un respetuoso de la ley, le dio su sentido y plenitud (Mt 5,7-19) Pero, se  colocó en contra de la interpretación manipulada de la ley que hacían las autoridades religiosas judías (Mt 23,13-39; Lc 11, 37-52) que alejan las exigencias de la ley de Dios: 1) Vivencia interior, en el corazón; 2) vivencia exterior. Para que esto se dé, se necesita purificar el corazón con Palabra de Dios, desde la fe (Jn 15,3; Rm 1,5) para vivir los principios fundamentales de la espiritualidad cristiana.

“Da de lo que tienes, para que merezcas recibir lo que no tienes” (San Agustín. In Ps 38,5)


[1] DDB. Biblia de Jerusalén. Comentario a Mt 23,3

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