sábado, octubre 22, 2011

“AMARAS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO”


Mt 22,34-40


"No te falten los dos pies, no quieras ser cojo. ¿Cuáles son los dos pies? Los dos preceptos de la caridad: el amor a Dios y al prójimo"

                                                                       (San Agustín. Enr. Iin ps. 33, S.2,10)

"Amando al prójimo, a quien ves, limpias los ojos para ver a Dios, a quien no ves"                                                                      (San Agustín. In Ioan. 17)


Al perder el horizonte de la espiritualidad cristiana en la comunidad eclesial, por medio de la idolatría que muchas veces hemos desarrollado como fe. Fe hipócrita (Mt 22,18) que no se ha desarrollado desde el anuncio Kerygmático-Pascual:
“Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el Kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un encuentro personal, cada vez  mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre”. (DA 289)
Perder este horizonte de fe en la escuela del discipulado y en la espiritualidad cristiana es caer en cultos vacíos, idolátricos fundamentalistas, llevándonos a desconocer que la fe es la que nos hace reconocer al Hijo de Dios solidariamente encarnado en nuestra historia humana (Jn 1,14).
Desconocer esta realidad, es tratar de justificar nuestra actitud idolátrica fundamentalista de vida, en el culto, frente al comportamiento de fe que debemos asumir en la relación con el Padre y con nuestros hermanos en estados vulnerables desde la presencia del reinado de Dios, que ha de asumirse en el respeto del amor mutuo:

“Que la única deuda  que tengan con los demás sea la del amor mutuo. Porque el que ama al prójimo ya cumplió toda la ley. De hecho, los mandamientos: no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás, y cualquier otro precepto, se resume  en éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. Quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento pleno de la ley” (Rom. 13,8-10).
No se puede perder la perspectiva que Dios es amor y Él es la fuente de donde proviene el amor. “Todo el que ama ha nacido de Dios” (1 Juan 4,7). Dios nos amó primero y saber que Él nos ama, transforma nuestras vidas. No podemos decir que amamos a Dios si odiamos a nuestros hermanos, pues aquél que “no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4,20-21).
Teniendo en cuenta este precepto del amor, no podemos caer en la tentación de los fariseos que tenían 248 preceptos y 365 prohibiciones, un total de 613 condicionamientos a la interpretación de la Torá que  era necesario saberlos y practicarlos[1]. En cambio  Jesús plantea: que la opción es la relación de amor que se debe tener con el Padre, coherencia e identificación con el proyecto del reino, que es solidaridad de Dios  con su pueblo al ver su aflicción (Ex 3,7.17) y con todos los que eran considerados como menos en el pueblo (Lc 14,12-14; Rm 11,5-13; Is 4,3; Ab 11,17), ya que al ser criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) participamos de la misma dignidad en el amor.
Esto no lo habían entendido las autoridades religiosas judías, no han creído en Jesús y menos en la palabra de Dios. Ellos  al verse nuevamente vulnerable ante las propuesta de Jesús siguen colocándole pruebas para ver en qué falla. Los saduceos que niegan la resurrección (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27-40), al no conocer las escrituras fallan en sus apreciaciones frente a Jesús (Mt 22,29) Frustradas las intenciones de los saduceos; los fariseos retoman el tema de discusión y vuelven con otra pregunta: “Maestro, ¿cuál es el precepto más importante en la ley? (Mt 23,36)
Al responder Jesús da muestra de su conocimiento de las Escrituras como les hizo ver a los saduceos (Mt 23,29-33) y les responde con dos textos del Antiguo Testamento: 1) “Amarás el Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5); 2) “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Estos mandatos son complementarios entre sí desde la perspectiva de Jesús en el proyecto del reino.
Para los judíos estos mandatos eran exclusivos de cumplimiento del pueblo judío; en cambio Jesús le da un valor universal desde la interpretación de las Escrituras que él hace, en el proyecto del reino todos estamos llamados a viabilizar el amor a Dios y al prójimo.
El que ama a Dios, ama al prójimo y tiene misericordia del hermano que sufre y está en lamentable situación de vulnerabilidad (Lc 10,25-37) Cuando queremos justificar  nuestra actitud idolátrica fundamentalista,  preguntamos: ¿Y Quién es mi prójimo? (Lc 10,29) Jesús es contundente  en su respuesta: ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes? Contestó: _El que lo trató con misericordia. Y Jesús le dijo: _Ve y has tú lo mismo” (Lc 10, 36-37).
"Las dos alas de la caridad son el amor a Dios y el amor al prójimo"  (San  Agustín.  Enr. in ps. 149, 5)

[1] La pregunta se explica porque los fariseos contaban 613 preceptos en la ley. Había que saberlo y practicarlos todos. Jesús responde combinando Dt 6,5 con Lv 19,18. Para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo es el amor solidario. La integración de los dos amores, de Dios y del prójimo, es su enseñanza fundamental. La Ley y los Profetas son toda la Escritura (Mt 7,12), pues bien: el amor es la clave de la Escritura, el indispensable principio unificador que elimina toda posible dispersión y el criterio básico de discernimiento. no se puede observar de verdad la Ley si falta el amor (Rm 13,9; Gal 5,14; St 2,8) Desde una perspectiva cristiana, sin amor al prójimo no hay amor a Dios, no hay verdadero cumplimiento de la voluntad de Dios, ni se alcanza esa justicia superior que preconiza el sermón del monte (Mt 5,20) El amor al prójimo no sustituye el amor de Dios ni se identifica con él, pero es tan importante como amar a Dios (Cfr. 1Jn 4,20). Al colocar estos dos  mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y a la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda vida religiosa. (Luis Alonso Schökel. La biblia de nuestro Pueblo. Biblia para América Latina. Comentario a Mt 22,34-40)

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