viernes, julio 01, 2011

“TE ALABO, PADRE, SEÑOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA” Mt 11,25-30



                          El que no tiene  espíritu de Cristo no es de Cristo (Rm 8,9)

La experiencia de Dios Padre en la caminada de la comunidad eclesial pos-pascual parte del hecho de la misma Resurrección del Hijo, y este acontecimiento es contundente en el camino de la fe de la comunidad. Siguiendo con la propuesta pedagógica de los Evangelios de presentar a Jesús Resucitado, es esta pedagogía que seguimos como alternativa dentro de la comunidad de creyentes pos-pascual  y desde esta comunidad pos-pascual que ha nacido del vínculo de la palabra, se vive como testigos de Jesús Resucitado.
Creer es la adhesión por la Fe a Jesús Resucitado, que a través de su palabra nos llama y nos convoca a la fiesta del encuentro y de la participación: camino sacramental del creyente, vivencia desde  la experiencia de ser resucitados como hijos de la luz. Pero esta propuesta solo la pueden vivir los que participan del encuentro de la Palabra con corazón, es decir, desde la sencillez de la vida que se da en la reflexión de la palabra revelada por Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos” (Mt 11,25; Is 29,14; 1Cor 1,19-21)
Desde esta perspectiva, podemos entender que el Evangelio es para aquellos que estén dispuestos a colocar toda su vida en servicio de la Palabra y desde allí hacer camino en la presencia de Dios. Al dejar a un lado esta alternativa, hemos tratado de vivir desde nuestros intereses egoístas olvidándonos de Dios, alejándonos del nuevo pueblo de Dios. El verdadero pueblo vive desde lo imprevisible de Dios y lo asumen desde esta perspectiva, como pobres en Dios, que es totalmente diferente a ser pobres de Dios. La palabra de Jesús: “Yo te alabo Padre”; se da en este sentido y es la alegría de quien vive desde Dios, porque el Hijo, el Mesías viene humilde y como hijo de humilde: “¡Alégrate mucho, ciudad de Sión!…Tu rey viene a ti, justo y victorioso, pero humilde” (Za 9,9)
Nosotros tenemos que vivir en humildad desde Dios y en este tema no podemos confundir la humildad con la pobreza, una cosa es la humildad y otra bien distinta es la pobreza: Humildad es colocar  el corazón, el pensamiento y todo nuestro ser a la  voluntad de Dios y  desde allí vivir en el servicio a través de la obediencia en la Palabra. En cambio pobreza es la carencia de los bienes materiales necesarios para vivir dignamente como hijos de Dios.
Los pobres nacen así, los hacen así y viven así, es decir, la pobreza es causada por la injusticia estructural en que se han distribuidos los bienes materiales. Ahora bien no podemos afirmar que las personas son de origen humilde, la humildad no es heredada, la persona se hace humilde en la vida o lo asume como una opción de vida, por hacer la voluntad de Dios, como el que sirve (Mt 20,28; 22,27; Mc 10,45; Jn 13,12-15; Cfr Hec 14,21-23; Rm 13,8-10)
Esta realidad de humildad en Dios, solo se puede vivir desde la obediencia a las Sagradas Escrituras, porque el Padre ha entregado todo al Hijo: “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer” (Mt 11,27-28; Cfr. Mt 28,18; Jn 1,18; 3,35; 6, 65; 10,14-15; 17,2; y Sab 9,17) Este conocimiento solo es posible por la Palabra, no podemos decir, que conocemos a Dios, qué creemos en Él, si desconocemos la Palabra. ¿Cómo podemos ser cristianos, seguidores de Jesús, sin leer, reflexionar, orar la Palabra? Sin el conocimiento de la Palabra, no se puede llegar a Dios, ni ser comunidad pos-pascual de creyentes.
Desgraciadamente nosotros los cristianos hemos perdido la dimensión de la humildad en Dios, también se ha  marginado la Palabra de Dios de nuestras actividades pastorales. Nos falta fundamentación bíblica y comprender, que por medio de la Palabra se crea comunidad de fe centrada en Cristo. Por esta razón, no se puede entender que hoy el cristiano dentro de la Iglesia de Jesucristo esté desligado de la Palabra y de la vida sacramental. Desde la Palabra y los sacramentos podemos llegar al conocimiento de Dios. Desde este conocimiento de la palabra: 1-) Somos seguidores de Cristo  como y miembros de la Iglesia. 2-) Participamos de la función sacerdotal, profética y  real de Cristo. 3-) Somos participes de la fidelidad y la coherencia con las riquezas y exigencias de ser cristianos desde la identidad de Iglesia en el corazón del mundo y de hombres de mundo en el corazón de la Iglesia.
Estos aspectos llevan al fiel a “buscar y promover el bien común en la defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables a los que tiene toda criatura consagrada por el Espíritu, en la protección de los más débiles y necesitados, en la construcción de la paz, de la libertad, de la justicia, en la creación de estructura más justas y fraternas”[1]. Donde todos tengan igualdad de derechos y de dignidad ante los ojos de Dios.
Desde esta perspectiva, vemos que el papel de la comunidad pos-pascual de creyentes en nuestra Iglesia no es de ser simples espectadores pasivos de los acontecimientos renovadores de la misión, sino, una comunidad dinámica, que sea capaz con su alegría y jovialidad anunciar lo novedoso de Dios, su amor y su imprevisibilidad en medio del nuevo pueblo de Dios, mostrándoles la Benevolencia de este Dios humano y amoroso que llama y acoge a su pueblo cargando sobre sí sus pesados sufrimientos: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde” (Mt 11,28; Cfr Jn 6,37) Este es el camino, el  compromiso de lealtad que se asume, si se quiere ser seguidor de Jesús Resucitado (Mt 23,2-4; Lc 11,46)
                      “El mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida” (Rm 8,11)


[1] D.P. 792

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