Mt 28,16-20
“Si aún puedes ser mejor de lo que eres, es evidente que aún no eres tan bueno como debes” (De Ver. Rel. 41,78)
Se está viviendo un proceso en la “caminada” del discípulo creyente, antes de la celebración de Pentecostés, que es estar en la capacidad de comprender que la pascua no es un tiempo cronológico en la liturgia, es decir, con un principio y un final; sino que es un camino emprendido desde la experiencia de la resurrección, alimentados por la reflexión asidua de la Palabra y sostenido por la oración en presencia del Espíritu.
Esta experiencia en la “caminada” va cimentando en nosotros el proyecto comunitario de testimoniar la vivencia del anuncio Kerygmático-Pascual en el cual no podemos quedarnos contemplando solamente a Jesús y mirando estáticos hacia arriba (Hec 1,11) sino que con los pies colocados en el camino damos “razón de nuestra esperanza” (1P 3,15) y desde esta esperanza en la fe, recibimos el mandato del Señor: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mt 28,19).
Jesús Resucitado, es quien envía a la comunidad de discípulos a que sigan haciendo más adeptos a la fe, por medio del bautismo. Ser bautizado es participar del Bautismo de Jesús:
La práctica del bautismo cristiano, tiene sus raíces según la tradición bíblica Neotestamentaria en la práctica del bautismo de Juan, (Mc 1,4) bautismo en agua, que era un llamado a la conversión y a la preparación de la venida del Mesías (Mt 3,3). Con el bautismo de Jesús en el Jordán (Mc 1,9) se continua la línea profética de Juan, con su mensaje de conversión, pero con la diferencia, que el Bautismo de Jesús es en Espíritu y Fuego (Lc3,16; Hec 1,4-5) que indicaba la llegada del Reino de Dios, para lo cual era necesario estar convertidos (Mc 3,15; Hec 1,15) para asumir el compromiso que implicaba la práctica del bautismo que realizaba Jesús (Jn 3,16-27): “Según los relatos del Nuevo testamento, lo primero y lo más elemental que caracteriza al bautismo cristiano es que, a diferencia del bautismo de Juan, es el bautismo no solo de agua sino de Espíritu (Mt. 3.11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; Hec 1,5; 11,16;19,3-5). La relación entre el bautismo cristiano y la presencia del Espíritu queda además atestiguada en Hec 10,47; 11,15-17; 1Cor 12,13; Jn 3,5. Todo eso quiere decir que es característica esencial y específica del bautismo cristiano la presencia del Espíritu en el bautizado”.
El bautismo en la tradición cristiana implica: a) Conversión de los pecados: es decir, ruptura con la vida anterior y supone un cambio profundo de vida: b) Un envío a misión: evangelización y proclamación de la Nueva noticia anuncio Kerygmático. c) Fe y adhesión a Cristo: expresión de la salvación que viene de Dios Padre por el Hijo y el Espíritu Santo. d) Por la acción misma del bautismo cristiano, el bautizado es incorporado a la Iglesia, cuerpo de Cristo, haciéndolo miembros del pueblo de Dios .
Este envío que hace Jesús a la comunidad es a la vez participación plena en Dios, este texto, nos manifiesta que la comunidad bautizada es una comunidad Testigo del resucitado, que promueve, que crea, que forma y se hace testigo. Insistimos en que es necesario ser, llamados para estar con él (Mc 3,13); Ser llamados para tener autoridad en sanar enfermos (Mc 13,15); Y ser testigos de la resurrección, como condición primordial para formar parte del grupo de discípulos (Hec 1,21-22) El no asumir estas condiciones, impide formar parte del grupo de discípulos del Señor Resucitado, quedándonos estáticos mirando al cielo como los galileos (Hec 1,11).
El camino se sigue construyendo, no tendríamos que repetir esta sentencia, porque a conciencia ya deberíamos tener claro que este es nuestro compromiso como cristianos; es el momento de pensar que no podemos seguir repitiendo lo mismo. Debemos ser los testigos del anuncio Kerygmático-Pascual: JESÚS RESUCITÓ, Él nos envía a hacer discípulos en su nombre. Jesús ha venido del Padre, Él ha descendido, puso su morada entre nosotros (Jn 1,14; Cfr. Ap 21,3; Ex 40,34-38) Y al padre ha vuelto: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo; es decir, el hijo del hombre” (Jn 3,13; Cfr. Jn 1,18; 6,46; Ef 4,9) Este es el mensaje que debemos testimoniar como cristianos.
La Ascensión en este proceso no es un hecho aislado, es el camino que nos lleva a reproducir los rasgos de Jesús en nuestra vida: 1) Proclamar y vivir desde la Palabra; 2) Anunciar el Reino de Dios (Mc 1,15; Mt 3,2; 4,17; Lc 4,43); 3) Ser solidarios con los pobres; 4) Servir con Generosidad; 5) Curar a los enfermos; 6) formador de discípulos creyentes; 7) Vivir en constante Oración; 8) Tener un estilo de vida en obediencia; 9) Defender la dignidad humana; 10) Anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4,16-19).
Con estos rasgos, debemos asumir el compromiso, que hemos venido aplazando en la “caminada” como cristianos. No podemos seguir, como si fuésemos estrellas fugaces, que solo titilan en su corto recorrido. Por esta falta de compromiso como bautizado, es que no vivimos el compromiso adquirido desde el bautismo, sino que lo hemos dilatado, convirtiéndolo en solo momentos de relajaciones, pensamos que estar dentro de la Iglesia católica es vivir en un estado de relajación total, sin comprometemos con la causa de Jesús.
De tal manera, es que nosotros seguimos sin compromisos y sin ningún tipo de entrega. ¡Esto es necesario cambiarlo ya! No podemos seguir en éste estado de relajación. Es tiempo de asumir el discipulado en la Iglesia de Jesucristo. Es el hoy de cambiar el horizonte vivido, para que el proceder en la comunidad de cristianos creyentes, sea un camino de fe, de conversión, de justicia en Dios: “Mediante la fe según Jesucristo Dios reordena y hace justos a todos los que llegan a la fe” (Rm 3,22).
“Estamos llamados a grandes cosas. Recibamos de buen grado las cosas pequeñas y seremos grandes” (San Agustín. Serm. 117,10,17)

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