
“No es alabanza de fe la de los cristianos que creen en Cristo muerto, sino la de los que creen en Cristo Resucitado” (San Agustín. In ps. 101,2,7)
El tiempo de pascua está relacionado directamente con la presencia celebrativa de Jesús Resucitado. Este tiempo como hemos venido reflexionando, no se puede enmarcar exclusivamente en 50 días, la pedagogía utilizada en la liturgia sugiere celebrarse como si fuera un solo día. Pero nosotros los cristianos nos hemos empeñado en celebrarlo cronológicamente: tradicionalmente lo planteamos desde el domingo de resurrección hasta Pentecostés.
La pascua es una celebración que dura toda la vida, celebramos a Jesús Resucitado siempre, para que no nos quedemos en el Viernes Santo. Viernes de muerte, donde sembramos nuestros dolores y en esta oscuridad de muerte quedamos estancados, cuesta trascender que Jesús ha resucitado, que está junto al Padre, siempre presente, abriendo el camino de la esperanza frente a la incertidumbre, ofreciendo la vida frente a la muerte.
También en este tiempo de pascua podemos rescatar tres momentos que hemos dejado a un lado. La Resurrección de Jesús; La Oración; y La Palabra de Dios encarnada:
1) Resurrección de Jesús, es el acontecimiento que celebramos, lo vivimos como una pascua eterna, es la pascua de Dios que proclamamos por medio del anuncio Kerygmático-Pascual: Jesús, el Hijo de Dios ha Resucitado y lo estamos celebrando en la fracción del pan (Eucaristía), esta es la celebración de la vida (Lc 24, 30-31), es lo que creemos, es lo que profesamos y es lo que anunciamos. Jesús ha resucitado, está vivo y lo hemos reconocido. Lo reconocemos a Él y al Padre por mediación del Espíritu para que seamos hijos en el Hijo (Rm 8,14.15.16-17)
2) La oración, es el camino que como hijos debemos recorrer a diario para llegar al Padre, este camino debe ser para nosotros los cristianos un continuo dialogo de fortaleza para nuestra debilidad (Rm 8, 26-27)
3) La Palabra, centro y fundamento de nuestra vida, “Si ustedes permanecen unidos a mí, y sí permanecen files a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará” (Jn 15,7) La palabra es la fuerza que garantiza nuestro actuar en Dios y nuestro caminar, sin ella no podemos llegar al conocimiento de Dios (Jn 17, 4) ¿cómo vamos a dar testimonio de Dios, sino leemos, ni conocemos la Palabra?; ¿Qué Dios queremos anunciar si no conocemos la Palabra? En ese sentido, nuestra vida es una contradicción porque decimos que creemos en Jesús, que creemos en Dios y que creemos en el Espíritu pero sin conocer la Palabra, no la reflexionamos, no es prioridad en nuestra vida como creyentes.
Por no asumir el acontecimiento pascual como prioridad en nuestra vida es que tenemos dificultad para ser cristianos hoy, no conocemos a Jesús Resucitado, nos hemos marginado de su presencia. No vivimos la oración e ignoramos su importancia para nuestro crecimiento. No conocemos, no estudiamos, no reflexionamos la Palabra, las Sagradas Escrituras, permanecen inéditas. Es por esta razón, que nos preguntamos: ¿Qué tipo de cristiano pretendemos ser y que testimonio pretendemos dar sin Jesús Resucitado, sin oración y sin la Palabra de Dios?
Ahora que estamos a unos días de celebrar pentecostés y con este acontecimiento, decimos que terminamos el tiempo de pascua, esta es una de las razones por las cuales para los cristianos es un tiempo más dentro de la liturgia. Con pentecostés no termina la pascua al contario empieza la novedad de la presencia del Espíritu en medio de la comunidad, desde esta novedad del Espíritu crecemos en la pascua del Señor Resucitado, es la presencia del otro defensor (Jn 14, 16-17.26; 15,26;16,7.8-11), es decir, “el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi nombre” (Jn 14,26), el Padre lo envía por petición de Jesús Resucitado (Jn 14,16-17) que vendrá en representación de Él.
La primera condición para que se dé la presencia de este defensor, según nos lo plantea el texto (Jn 14,15-21) es que los discípulos amen a Jesucristo y obedezcan sus mandatos, con esto se garantiza la presencia del Espíritu de la verdad quien estará siempre en la comunidad (Jn 14,17) La segunda condición es que los miembros de la comunidad deben ser hijos de la luz porque han recibido la Palabra y la han acogido (Jn 1,10,14) por lo tanto no quedará huérfana la comunidad de creyentes.
Porque de otra manera al no asumir estas dos condiciones, no se da paso a la tercera condición. Y nos hacemos hijos del mundo, de las tinieblas (Cfr Jn 1,10; 7,7; 12,31; 14,17; 16,8.11; 17,9.14) Por esta razón, podemos ser como ellos y no llegaremos al conocimiento del defensor, ya que no acogimos la palabra y como los hijos de las tinieblas, estaremos, sin Jesús Resucitado, sin oración y sin la palabra de Dios. Los hijos de la tinieblas no tendrán la oportunidad de ver y vivir la pascua de Jesús Resucitado, ellos se han excluido de este acontecimiento. Nosotros cuando le colocamos límites al acontecimiento pascual, negamos la presencia de Jesús Resucitado en la historia de la comunidad de discípulos creyentes.
Por lo tanto, para no ser hijos de las tinieblas en nuestra relación con Dios, debemos participar en la tercera condición: Que es asumir y cumplir el mandato de Jesús Resucitado (Jn 13,34-35) Y obedecerlo para demostrar que en verdad amamos al Padre y al Hijo y aceptamos la presencia del defensor, así garantizamos que vivimos desde la obediencia el amor del Padre y del Hijo, quienes vivirán eternamente en la comunidad de los discípulos creyentes: “La fe de los cristianos consiste en creer en la Resurrección de Cristo. Tenemos por grande creer que Cristo resucitó” (San Agustín, In ps. 120,6)
No hay comentarios:
Publicar un comentario