viernes, enero 16, 2009

"EL AYUNO QUE A MI ME AGRADA"

¿Es que te has olvidado de las palabras del Señor? “Vengan, benditos de mi Padre, reciban el Reino. Tuve hambre y me diste de comer; y: “cuando lo hicieron con uno de mis pequeños, conmigo lo hicieron”. Si no despreciaron a quien mendigaba en tu presencia, mira a quién llegó lo que diste: “Cuando lo hiciste con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hiciste” Lo que diste lo recibió Cristo, lo recibió quien te dio que dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo” (San Agustín, Ser. 389,4-5)
“El ayuno que a mi me agrada consiste en esto: En que rompas las cadenas de la injusticia... En que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y que recibas en tu casa al pobre sin techo: en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes...........” ( Is.58.6-8)
Un día mientras pastoreaba se le apareció el Señor a Moisés y le dijo: “Claramente he visto como sufre mi pueblo” (Ex 3,7), desde ese momento se empieza a gestar un proceso de liberación en todo el pueblo. Claramente vemos nosotros como se desangra nuestro pueblo por una conciencia fratricida incrementada por la violencia, familias desplazadas, pueblos destruidos, madres y padres desconsolados por la ausencia o desaparición de sus hijos, niños huérfanos que deambulan por las calles solitarias donde las hojas de los árboles han enmudecido y solo se escucha el estruendo de un fusil que ha silenciado una vida. Aunque existen informes gubernamentales que todo eso es asunto del pasado. Y sin embargo, frente a esta situación seguimos sin gestar procesos de liberación que nos conduzcan por el camino de la paz, donde vuelva a florecer la vida en primavera. Dios sigue mirando la opresión de su pueblo y es un testigo silencioso porque sus pastores hoy han silenciado su voz se dedican a prácticas externas y sin sentido, olvidándose de la misión encomendada por el Dios de la vida, el Buen Pastor, que escucha el clamor de su rebaño; mientras sus pastores se dedican a pastorearse así mismos: “¡Ay de los pastores de Israel, que se cuidan así mismos! Lo que deben cuidar los pastores es el rebaño. Ustedes se beben la leche, se hacen vestidos con la lana y matan las ovejas más gordas, pero no cuidan el rebaño. Ustedes no ayudan a las ovejas débiles, ni curan a las enfermas, ni vendan a las que tienen alguna pata rota, ni hacen volver a las que se extravían, ni buscan a las que se pierden, sino que las tratan con dureza y crueldad” (Ex 34,2-4). El Buen Pastor que se conduele de su pueblo es el Dios de la vida, que hoy nos llama para que levantemos nuestra voz y proclamemos el ayuno que al Señor le agrada frente a tanta crueldad en la que vivimos: “Porque aquí ya no hay lealtad entre la gente ni fidelidad ni conocimiento de Dios. Abundan en cambio el juramento falso y la mentira el asesinato y el robo, el adulterio y la violencia y se comete homicidio tras homicidio, por eso el país está de luto” (Os 4,2-3). Este ayuno (Mt 9,14-17) no consiste en dejar de comer como se plantea hoy: la iglesia sabiamente supo responder a los retos de la historia y en su caminar propuso un ayuno en el cual las primitivas comunidades cristianas compartían su pan con el hambriento y practicaban la justicia del Reino de Dios: “El ayuno que a mi me agrada consiste en esto: En que rompas las cadenas de la injusticia...En que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y que recibas en tu casa al pobre sin techo: en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes”. (Is 58,6-8): ¿Hoy estamos haciendo esto? Y cuando la Iglesia planteó la necesidad que el miércoles de ceniza y el viernes santo los cristianos ricos no comieran carne y sino pescado fue para dar respuesta a una situación concreta: en la cual los ricos compartieran el mismo alimento de los pobres. ¿Vale la pena mantener esta práctica cuando el pescado es más caro que la carne?. Es urgente y necesario revisar todos estos ritos y darle sentido. El verdadero sentido, con el cual se quiso responder a una situación de pobreza, en la que vivía la mayoría del pueblo. Jesús dijo: “Vayan, pues, a aprender lo que significa misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt. 9,13) Estas palabras nos invitan a dedicar nuestra vida al Servicio de los demás. Compartamos nuestro pan con el hambriento, luchemos por la liberación de los oprimidos, recibamos al que no tiene techo y vistamos al desnudo. ¿No es esto, lo que el Señor quiere de nosotros hoy?. Entonces: ¿Por qué seguimos predicando en nuestros templos ayunos y abstinencias en medio de esta situación de violencia, muerte, hambre y miseria, que ofenden a tantos hermanos que carecen de lo más mínimo para vivir como seres humanos?

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