El año cincuenta lo declararan ustedes año santo: será un año de liberación, y en él anunciarán la libertad para todos los habitantes del país. Todo hombre volverá al seno de su familia y a la posesión de sus tierras. El año cincuenta será para ustedes año de liberación, y en él no deberán sembrar, ni cortar el trigo que nazca por sí mismo, ni podar los uvales, ni recoger sus uvas, porque es un año santo y de liberación para ustedes. Comerán solo lo que la tierra produzca por sí misma. En este año de liberación todos ustedes volverán a tomar posesión de sus tierras.” (Lv. 25.10-13)
BREVE RESEÑA DEL JUBILEO EN LA TRADICION BIBLICA
En la tradición Bíblica el jubileo es un gran acontecimiento social y un gran acontecimiento religioso-litúrgico, es el tiempo propicio para la remisión de los pecados, es el tiempo de la reconciliación, es el tiempo de la solidaridad, de la esperanza, de la justicia, de servicio a Dios en el gozo y en la paz con los hermanos. Su origen se remonta al Antiguo testamento como lo pudimos escuchar en el texto que hemos leído del libro del Levítico, en el cual se trata de favorecer a los más pobres del pueblo. El jubileo es un año de gracia o año santo en el cual los pobres recobran su libertad y su dignidad como hijos de Dios frente a los hombres.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor” (Lc 4,18-19. Cfr. Is 61,1-2).
Jesús es el gran Jubileo del Padre, él ha venido a darle sentido a la imagen de Dios como Padre entre los pobres. La Imagen de Jesús apunta en esta dirección: "Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como el enviado del Padre, animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre de hoy su palabra y su vida para llevarlo a su integral liberación". Una visión de un Cristo liberador del hombre y de sus esclavitudes, tal como nos lo presenta Juan Pablo II en la encíclica "Redentor del hombre", es lo que en realidad ha de apasionar a los cristianos de esta generación.
BREVE RECORRIDO DEL JUBILEO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA
La Iglesia seguidora de Jesús ha hecho eco de las palabras de Jesús y propone continuar con este Año de Gracia del Señor por esta razón ha organizado a lo largo de los siglos jubileos para alabar al Dios de la vida. Por esta razón para entender el ¿por qué del gran jubileo del año 2000 es necesario hacer un breve recorrido en la historia de los jubileos convocados por la Iglesia teniendo en cuenta que los jubileos son una acción de gracia y una gran oración de alabanza y de acción de Gracia por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención que él ha realizado, para que el hombre asuma su compromiso con el Reino de Dios que es justicia, amor, paz, respeto por la vida y respeto por los derechos fundamentales del hombre (Derechos humanos)
El primer Jubileo ordinario fue convocado en el año de 1300 por el papa Bonifacio VIII, convocando a los católicos al perdón y a la fraternidad en oposición al odio y a la violencia que predominaba en aquella época. Se proponía que los visitantes a la Basílica de San Pedro recibirían una “remisión completa de sus pecados” por la cantidad de peregrinos que acudieron a Roma se acordó dar indulgencia[1] para todo el año. Se propuso celebrar un Jubileo cada 100 años.
El papa Clemente VII, estableció el jubileo cada 50 años, añadió para ganar indulgencias las peregrinaciones a la Basílicas de San Pedro, la de San Pablo Extramuros y la de Letrán. El Papa Urbano VI decidió fijar el plazo para celebrar el jubileo cada 33 años en recuerdo del tiempo de la vida terrena de Cristo. El Papa Bonifacio IX inauguró el año Santo de 1390 por la proximidad del fin del siglo, la afluencia de peregrino le llevaron a convocar un nuevo jubileo en el año 1400, por la conmemoración del nacimiento de Jesús.
El Papa Martín V, convocó el Año Santo para el 1425 e introdujo dos novedades: 1) Acuñar una medalla conmemorativa y abrir la Puerta Santa en San Juan de Letrán. De esta manera ya establecido se fueron celebrando los jubileos cada 25 años a los que se le agregaron elementos nuevos, de acuerdo a las circunstancias históricas. En 1925 el Papa Pio XII, propuso para el año santo la atención a los fieles, la obra de las misiones, e invitó a los fieles para ganar las indulgencias, rezar por la paz entre los pueblos. El sentido de justicia social del jubileo va perdiéndose en la multitud de actos litúrgicos piadosos.
En 1950 el Papa Pio XII, nuevamente promulgo el nuevo Jubileo indicando sus fines: La santificación de las almas por la oración y la penitencia, y por la fidelidad indefectible a Cristo y a su Iglesia; acciones por la paz, y la protección de los Santos Lugares, defensa de la Iglesia contra los ataques renovados de sus enemigos, y petición teniente de la verdadera fe para aquellos que están en error, para los infieles, los ateos, realización de la justicia social y de obras asistenciales a favor de los humildes y necesitados. Durante éste año se promulgó el Dogma de la Asunción al cielo de la Virgen María (1 Nov. De 1950)
En 1975, el Papa Pablo VI, convocó el Jubileo con un objetivo: “Renovación y reconciliación”. Para el año 2000 Juan Pablo II, ha convocado un gran Jubileo de Reconciliación y Perdón, que se ha venido preparando en tres años[2].
Desde esta perspectiva nosotros podemos ver que el Año Santo de Dios ha perdido su objetivo fundamental que es el propuesto por Jesús en las Bienaventuranzas (Mt. 5), como camino: Justicia social, solidaridad, equidad de los hombres y pueblos. Que va en el horizonte de los que se proponía en el libro del Levítico, desgraciadamente el horizonte hacia los pobres, se ha cambiado por actos externos de piedad en el cual se ha perdido todo sentido por la justicia que favorezcan a los más necesitado a los olvidados de nuestras tierras.
PENSAMIENTO AGUSTINIANO
El jubileo es una oportunidad para que el hombre vuelva al orden, es decir, a la recuperación de los valores, es necesario una revisión de nuestra forma de vivir, creando estructuras que donde los pobres tengan “una segunda oportunidad sobre la tierra”, que se libere a los pobres de tierra, del peso de pagar unos préstamos inalcanzables para su condición de vida. Que todos los hombres para el año dos mil puedan vivir dignamente como hijos de Dios.
Llegamos al fin del siglo con muchas cuestiones no definidas, con inseguridades, descomposiciones, descontento social, desconfianza en las organizaciones políticas y judiciales, desintegración de las instituciones públicas, odios culturales y raciales, destrucción del medio ambiente, avance de los fundamentalismos religiosos... Todo parece apuntar hacia una humanidad que perdió el sentido de la vida. Muchos jóvenes de hoy crecen sin perspectivas de futuro, en una búsqueda insaciable de algo nuevo, que aparece como novedad pero que inmediatamente se revela como frustrante y desechable. Hay una destrucción del pasado; se vive una especie de presente continuo, los viejos patrones de relaciones sociales se desintegran, se forman individuos egocéntricos que apenas buscan su propia satisfacción. La mentalidad individualista que constituye un fermente de corrupción del vínculo social, destruye virulentamente la fraternidad y la solidaridad. En momentos como estos proliferan fenómenos religiosos que son fácilmente manipulados y utilizados como nuevos productos de mercado.
Inspirados en nuestro Padre San Agustín, para el cual todo ser humano tiene radicado en su corazón el amor a la justicia, cuya “perfección está en el amor al hermano[3]: Civilización del amor y la paz”. En este sentido el aporte agustiniano al jubileo del año 2000 lo podemos centrar en cuatro principios[4]:
1. Dios creó el mundo para todos: La tierra ha sido creada por Dios y él la ha entregado a todos sin distinción, desde esta perspectiva todos los bienes son en principio bienes comunes “: “Porque nada trajimos al mundo (1Tm 6,7) al momento de nacer. Has venido al mundo y has encontrado una mesa bien llena. Pero el Señor es la tierra y cuanto la llena”(Ps. 24,1)... “Dios dio el mundo a pobres y ricos” (Serm.39,1,2-2.4. Pl 38,242) Por lo tanto no somos más que administradores de los bienes de Dios, ellos no son nuestros, son de Dios: “Una persona humana no tiene nunca poder completo sobre lo que posee” (Serm. In ps. 49,18. Pl 36,576).
Desde este punto de vista podemos afirmar que somos mendigos a los ojos de Dios. Para que él se percate de sus mendigos, también nosotros debemos percatarnos de los que piden algo de nosotros: “¡Qué descaro en pedir a tu Dios algo, tú que no reconoce a tus semejantes!” (Serm. 61,6,7-7,8. Pl 38,411-412).
2. Todos hemos nacido desnudos: Partimos del hecho que una persona pobre es nuestro hermano o nuestra hermana, ya que todos hemos nacidos del mismo Padre y vivimos bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra. La diferencia entre ricos y pobres es sólo cuestión externa que en el fondo no son nuestras. Nosotros debemos distinguir entre lo que somos por naturaleza: Seres humanos y lo que poseemos, cosas exteriores. Cuando nacimos no trajimos nada al mundo porque hemos nacidos desnudos, en este aspecto nuestra igualdad tiene sentido:
“Cuando nacen los niños, que los padres, los siervos, los criados y los amigos se vayan, y a ver si puedes reconocer a los niños ricos cuando lloran. Si una mujer rica y una mujer pobre dan a luz, y si eso ocurre en el mismo momento para las dos, si nadie las atiende, vean luego si descubren diferencias. ¡Miren! Hombres y mujeres ricos, ustedes no han traído nada a este mundo, y tampoco lo van a traer ahora. Lo digo respecto a los recién nacidos, lo puedo repetir de cara a los muertos. Vean si pueden distinguir los huesos de los ricos de los pobres” (Serm. 61,8,9. Pl 38,412). Por lo tanto todos somos iguales en cuanto a nuestra dignidad de Hijos de Dios.
3. Ayudar a los pobres es una cuestión de justicia: Los padres de la Iglesia siempre plantearon la necesidad de compartir nuestros bienes con los más necesitados en su pensamiento exponían que lo que nosotros poseemos demás o innecesarias se la estamos robando a los pobres: “Los bienes superfluos de los ricos son los bienes necesarios para los pobres”.
“El rico posee cosas que pertenecen a otros” (Serm. In ps. 147. Serm 206,2) La negación a ayudar a los más necesitados es una violación de justicia, la virtud que supone el respeto de los derechos y de los deberes: “Lo que una persona usa injustamente, no le pertenece” (Serm. 50,2,4) Sigue planteando Agustín: “Lo que nos preocupa no es su riqueza, sino su justicia” (Serm. In ps 146,17) y, además, nos dice: “Rescatar a la persona víctima de la injusticia de la mano del poderoso y darle abrigo y protección por el poder y la fuerza de un juicio justo” (Conf. XIII,17,21)
Dar ayuda es simplemente pagar una deuda: “Si tu estuvieras dando algo que es tuyo, entonces sería pura generosidad, pero estás dando lo que es de Dios, estás pagando una deuda” (Serm. In ps 95,15)
4. La codicia: causa principal de la pobreza: La codicia es una actitud viciosa que es todo lo contrario del compartir o del tener en común. Para Agustín aquí está la raíz de todos los males. Muchas personas están poseídas por los bienes materiales en lugar de poseerlos: “El orgullo odia una relación de igualdad bajo Dios, y, como si el ser humano fuera Dios, al orgulloso le encanta imponer su dominio sobre los otros seres humanos” (CD. XIX,12)
La riqueza se junta siempre con el poder y la codicia. Agustín protesta contra los rapaces y los opresores de los inocentes: “Más tienes, más grande eres, esta es tu divisa, y esto significa que más dinero y más propiedades posees, más pudiente eres” (En. In ps 51,14). Para hacer una ilustración de este tema Agustín lo compara con la fábula de los peces: “Escucha bien, cuando un pez se traga a otro más pequeño, a su vez es eliminado por otro mayor que él” (Serm. In sp 64,9).
Al respecto hace una advertencia sobre los bienes materiales cuando son para le provecho personal egoístamente: “Son los bienes que poseemos como individuos los que dan un lugar a enemistades, desacuerdos, pleitos, guerras civiles, disturbios, conflictos sociales, escándalos, pecados, crímenes y perversidad general...¿ A caso tenemos un pleito sobre cosas que poseemos en común? (Serm. In sp 131,5-6.)
Desde este horizonte nosotros los agustinos para el gran acontecimiento del Año Santo del Señor, tenemos para ofrecer nuestro carisma: “En primer término __ Ya que con este fin se han congregado en comunidad__ Vivan en la casa unánime y tengan una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios” (R.3), como alternativa en medio de una sociedad egoísta. Nuestro carisma se abre en medio de los hombres como algo inédito que es necesario difundir para que todo podamos vivir de acuerdo al proyecto de Jesús: El reino de Dios y su justicia en medio de los hombres.
NUESTRO PAPEL EN EL JUBILEO
Los jóvenes hoy deben estar atentos a los “Signos de los tiempos” ya que ellos nos interpelan como comunidad a estar inmersos en la cultura donde todos nosotros estamos llamados a dar testimonio del evangelio a “Dar razón de nuestra esperanza” (1P. 3,15) para descubrir, vivir, anunciar el reino de Dios y su justicia (Mt.6,33) en medio de los hombres, partiendo siempre del presupuesto fundamental de nuestra vida como seguidores de Jesús ya que el Reino de Dios solo es posible vivirlo desde la justicia en la Comunidad.
Desde este horizonte proyecto de jubileo de vida no es otro que la vida en común que se caracteriza por los siguientes aspectos:
1. Compartir vida en común en Cristo: Cristo es el fundamento de nuestra caminada él es el horizonte hacia donde caminamos y en quien hemos puesto toda nuestra esperanza.
2. Fraternidad Apostólica: Nuestra proyección es hacia la necesidad de la Iglesia, desde esa perspectiva ofrecemos nuestro carisma en los diferentes lugares donde trabajamos, servicio a los demás especialmente a los más necesitados.
3. Fraternidad en la igualdad de todos los hermanos: Colocamos todos nuestros bienes al servicio de la comunidad, es decir, lo que cada hermano trabaja es para el servicio de la comunidad, esto es lo que llamamos comunidad de bienes.
De esta manera tratamos de vivir la comunidad como un valor en sí misma, lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo y nosotros mismos, la Comunidad debe ser un modelo que invita a los demás a vivir en unión con Dios. Desde el respeto y la tolerancia. La comunidad está cimentada en el respeto y la tolerancia, siempre orientada hacia Dios. Este es el modelo alternativo de vida que tenemos que ofrecerle a una sociedad egoísta y sin Dios, donde se vive la individualidad como único modelo valido de una vida desordenada, que lleva al hombre a vivir solo en su propio mundo.
[1] La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los Santos. (Catecismo 1471.)
[2] Ver esquema de los temas de los tres años.
[3] Cfr.En. In. Ps. 32,II, s. I 6: De Trin., VIII, 8,12
[4] Seguiré lo planteado por el P. T.J Van Bavel, en su folleto La opción por los pobres de San Agustín .1992
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