martes, febrero 12, 2013

EL AYUNO QUE A MI ME AGRADA III: ORA A TU PADRE QUE ESTÁ ALLÍ A SOLAS CONTIGO


 
Mt 6,1-6.16-18 

El Salmista canta de esta forma: «La Palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos... Porque Él lo dijo, y existió; Él lo mandó y todo fue creado» (Sal 33, 6.9). La vida brota, el mundo existe, porque todo obedece a la Palabra divina. (Benedicto XVI. Audiencia. Plaza San Pedro. Roma 6 de Febrero 2013). 

Al entrar de lleno en el tiempo de Cuaresma, volvemos a plantear los mismos interrogantes: ¿Es la cuaresma cuestión de gastronomía o camino de conversión? La gran mayoría se queda en las reflexiones gastronómicas, haciendo coincidir la imposición de normas por encima de las del evangelio, algunos plantean que es necesario colocarse la ceniza en la frente porque somos católicos y debemos ser obedientes, aunque no haya cambios en nuestra vida y no se dé un proceso de conversión.

De la misma manera manifiestan que el ayuno y la opción de no comer carne en los días de vigilias (como suele llamarse a Miércoles de ceniza, Viernes de cuaresma y Viernes Santo) son obligación del católico. Esto se da con la mentalidad y el afán del deber cumplido. Pero sin reflexión y sin conversión. Reduccionismo gastronómico de la cuaresma y semana santa y reduccionismo normativo, aunque no haya el más mínimo indicio de cambio. 

Al plantear de esta manera las cosas como cristianos quedamos en el sin sentido y presa de incertidumbres frente a lo que plantea Jesús y lo que se plantea en las normas, las dos deben ser reconciliables, pero las normas no pueden prevalecer por encima del evangelio y de la fe que profesamos, la fe parte de la cruz y del anuncio Kerygmático de Jesucristo Muerto y Resucitado y las normas y tradiciones tal y como se mantienen hoy deben ser revisadas para que sean acordes al evangelio y al mundo globalizado, que está en constante proceso de desarrollo sostenible. 

Hoy vivimos en situaciones difíciles de violencia, de hambre y de miseria, de incertidumbres y sin luz propia; por esta razón, los cristianos han de asumir con fortaleza la cruz y mostrar el camino trazado por el profeta de Galilea, se debe profesar la fe en Jesucristo, fe que redime al no quedarnos en la orilla del lago, sino ir con el Señor a bogar mar adentro y echar las redes porque Él lo dice.  

Estar en la barca con el Señor, es estar en su Iglesia, es seguirle para echar las redes en lo profundo del corazón humano, trasformar nuestra vida, reconociéndonos pecadores y dejar todo por el Señor. Como cristianos desde esta perspectiva, se ha perdido el horizonte, nos hemos quedado en la orilla viendo como el Señor pesca por nosotros. No se ha asumido el reto de bogar mar adentro, porque hemos puesto la fe en cosas efímeras y no en el Señor que echa las redes con nosotros.
La fe es en Jesucristo, Él trasforma corazones, no estómagos, la fe no debe colocarse en cosas efímeras, sino que esta nace del corazón, la fe no pretende que los demás cambien, sino que es una responsabilidad personal: “El cambio es una opción personal y empieza cuando tú lo decides” (Ratatouille).
Los cristianos hoy pretenden cambiar sin Jesucristo, desconocen la fuerza innovadora de su mensaje, no se lee la palabra de Dios, no se practica lo que Él nos dice, nos quedamos en la orilla al lamento de haber bregado toda la noche y no haber pescado nada. Sin conocer a Jesucristo y dejarnos contagiar de Él no hay conversión, seguiremos apegados a las normas y tradiciones que hoy no afectan nuestra vida, solamente tranquilizan nuestra conciencia, sin Cristo la justicia y el amor es solo filantropía de grupos reunidos, pero no de Iglesia, no hay transformación ni renovación:

“En nombre de Cristo les rogamos: ¡Déjense reconciliar con Dios! Dios hizo cargar con nuestros pecados al que no cometió pecado, para que así nosotros participáramos en Él de la justicia y perfección de Dios” (2Cor 5,20-21)

Ahora bien, para llegar a la perfección se ha colocado un modelo de Iglesia normativa, de tradiciones inmodificables, que distan mucho del evangelio y de las tradiciones bíblicas. Hemos separado la oración, la penitencia, el ayuno y la limosna de Jesucristo aferrándonos a normas y tradiciones que hoy por hoy están llamadas a revisar, no responden a las necesidades de una Iglesia renovada y renovadora en la fe, en la pastoral y en la liturgia, sino a una barca que se ha encallado en la orilla y no escucha la voz del Señor: “Boga mar adentro” (Lc 5,4) y que clama ser limpiada: “Señor, si tú quieres, puedes limpiarme” (Lc 5,12).
A modo de conclusión:
1.      Dios no nos va Juzgar por lo que hagamos sino por lo que dejemos de hacer con los pobres, como dice la Madre Teresa de Calcuta: “Al final de nuestras vidas, no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos recibido, cuánto dinero hemos conseguido o cuántos cosas grandes hemos hecho. Seremos juzgados por – Yo tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste posada”.
2.      Es este el Ayuno, la Oración, la Limosna que debemos hacer: “Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el desnudo. Has limosna” (Tob 4,16; Mt 25,35-36.40) Este sería el sentido de llevar una cruz untada de ceniza en la frente, es el sentido de conversión y ayuno que el Señor Jesús quiere de nosotros[1].

Vivir de fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de creaturas dejando que el Señor la colme con su amor y crezca así nuestra verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un misterio que la luz de la fe ilumina, que nos da la certeza de poder ser liberados de él: la certeza de que es bueno ser hombre. (Benedicto XVI. Audiencia. Plaza San Pedro. Roma 6 de Febrero 2013).


[1] CASALINS,G. Otro texto para no leer: El ayuno que a mí me agrada II. Medellín, miércoles de ceniza 2012.

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