XIX. APOCALIPSIS
Introducción:
Derrota del maligno y el juicio _ El reino de mil años_.
Después de haber presentado el final de
la bestia y de la ciudad pecadora, empieza la condena sobre el demonio – el
dragón – la serpiente antigua (Cfr. Gn 3,1-15) el jefe de los malignos- que fue
encadenado por mil años, en este tiempo reinaron los mártires que han sido
degollados por seguir al Cordero y dar testimonio desde el anuncio salvífico
del Hijo de Dios (Cfr. Ap 12,7-12) El dragón será soltado por un tiempo breve y
luego será destruido su exceso de poder- ideología de poder- en el abismo donde
será encerrado con sus fuerzas Satánicas.
El periodo mil años ha tenido muchas
interpretaciones por parte de grupos pietistas, en este texto se hace una
mención en términos de salvación, el reinado de los elegidos – Esta mención es
única en el libro (Cfr. Ap 20,2-7) – Los lectores antiguos en la asamblea
litúrgica lo leyeron desde esta óptica salvífica. Los mil años al igual que
otros símbolos numéricos del libro lo reflexionaron como una época ideal de
sosiego y de paz, de respiro frente a la violencia que había vivido, este
tiempo simbólico (10 x 10 x 10) significa plenitud total - victoria de Dios
sobre el adversario – Satanás:
Señor, tú has sido
para nosotros un refugio de edad en edad. Antes de ser engendrados los montes,
antes de que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tu eres Dios.
Tú devuelve al polvo a los hombres, diciendo: Vuelvan hijos de Adán. Pues mil
años a tus ojos son un ayer que pasó, una vigilia en la noche. Tú los sumerge
en un sueño, a la mañana son hierba que brota: Brota y florece por la mañana,
por la tarde se marchita y se seca (Sal 89, 1-6; 2P 3,8).
Satán - el mal - es derrotado, aunque
tenga momentáneamente dominio sobre la tierra, será siempre vencido por el
Señor, que reinará eternamente y su reino será para los que han vencido con la
esperanza de un nuevo tiempo, el tiempo de Dios en el reino pascual del
Cordero, que a pesar de la perversidad de los hombres Dios les ofrece la
salvación en su tiempo - mil años: El
cielo y la tierra actuales por la misma Palabra están conservados para el
fuego, reservados para el día del juicio y condena de los hombres perversos.
Que esto, querido hermanos no les quede oculto: Que para el Señor un día es
como mil años y mil años como un día (2P 3,7-8).
Esta idea milenarista que sostienen
algunos grupos religiosos dentro y fuera de la Iglesia plantean este tiempo
como una reducción del futuro al fin del mundo en condena y juicio. Esto es un
reduccionismo manipulador de la esperanza en la salvación que tenemos como meta
en el cielo nuevo y en la tierra nueva. Mil años no significan condena, sino
salvación de Dios – Triunfo sobre el mal-.
El período corto en el que suelta el dragón- la antigua serpiente- (Cfr.
Gn 3,1-15) no se puede entender desde la estructura reduccionista del futuro en
el que se anuncia la venida del Satán para tomar posesión de las “almas” de las
personas, o que este tiempo suelto el mal tendrá dominio total en los que hacen
con el demonio y practican brujerías sometidos a las tentaciones de Satán:
Pero dado que mientras estamos
aquí en la tierra, nos hallamos rodeados de muchas y grandes tentaciones, ha de
temerse que por ellas nos apartemos de este refugio. Veamos, pues lo que pide
en su oración este hombre de Dios: No
entregues al hombre al abatimiento: es decir, no permitas que se aleje
de tus bienes eternos y sublimes, entregándose al disfrute de los temporales y
terrenos. Pide a Dios lo que el mismo Dios ya ha ordenado.
Es lo que con palabras muy
semejantes, pedimos en la oración dominical: No nos dejes caer en la tentación. Y luego añade: Y tú has dicho: Convertíos, hijos de los
hombres. Es como si dijera: Te pido lo que tú has mandado, dando así
gloria por su gracia, de manera que quien se gloríe, que se gloríe en el Señor;
ya que sin tu ayuda, por nuestra libre voluntad no podemos superar las tentaciones
de esta vida. Dice: No arrojes al
hombre a la humillación. Y
no obstante, tú dijiste: Convertíos,
hijos de los hombres. Da, pues, lo que pides, escuchando la plegaria del
que pide y dando ayuda a la fe del que tiene voluntad.
Porque mil años ante tus ojos, son como un ayer que pasó. Por eso debemos dirigirnos, desde estos días que pasan y desaparecen, a tu
refugio, donde tú estás sin cambio alguno; porque por muy larga que esperemos
sea nuestra vida, mil años en tu
presencia son como un ayer que pasó. Ni siquiera, al menos, como el día
de mañana, que aún está por venir; todo lo que termina con el tiempo, ha de
tenerse por pasado. De ahí que el Apóstol le quitó importancia y se olvidó de
las cosas pasadas, en las que conviene entender todas las cosas temporales,
fijando su atención en las realidades que estaban por delante, es decir, nos
indica el deseo de las eternas.
Y para que no creyesen algunos
que los mil años ante Dios se podían comparar como un día, como si los días de
Dios fueran de esa duración, siendo así que se dijo esto para desestimar la
duración del tiempo, se añadió: y como
una vigilia nocturna, cuya duración no es más de tres horas. ¡Y aun así
hay hombres que se han atrevido a monopolizar la ciencia de los tiempos! A los
discípulos que deseaban conocerlos, el Señor les dice: No os pertenece a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha fijado
con su propia autoridad. Y estos hombres han señalado la duración de
este mundo en seis mil años, como si se pudiera reducir a seis días. No han
tenido en cuenta lo que se dijo: Como
un solo día que pasó, pues no habían transcurrido sólo mil años, cuando
esto se dijo. Y por eso les debió insistir en que no jugasen con la
incertidumbre del tiempo, que es como
una vigilia nocturna. Tampoco parece verosímil la opinión sobre los seis
días primeros, en los que Dios concluyó su obra, y no pueden ellos fijar su
opinión en seis vigilias, es decir, en dieciocho horas.
Después este hombre de Dios, o
mejor dicho, el espíritu profético, parece que promulga , en cierto modo, la
ley de Dios grabada en los secretos de su Sabiduría, en la que estableció el
modo de deslizarse la vida pecadora de los mortales y la miseria de la
mortalidad. Así dice: Lo que
consideraban como nada, eso serán sus años. La mañana pasará como la hierba,
por la mañana florecerá y pasará; por la tarde caerá, se endurecerá y se
secará. La felicidad que los herederos del Antiguo Testamento habían
pedido al Señor su Dios, como un gran bien, mereció, en la oculta providencia
de Dios, ser fijada en la ley que Moisés parece describir, cuando dice: Sus años serán como cosas estimadas por
nada.
Por nada se tienen las cosas
que antes de llegar, no existían todavía, y una vez llegadas, dejan de ser; no
vienen para quedarse, sino para desaparecer. Por la mañana, es decir, al principio, pasará como la hierba; por la mañana florecerá y pasará; por la tarde, es
decir, después, caerá, se endurecerá y
se secará. Caerá, o sea,
morirá; se endurecerá siendo
cadáver; se secará en el polvo.
¿Y quién sufrirá esto, sino la carne, sede de la reprobada concupiscencia de
los hombres carnales? Toda carne, —nos dice Isaías— es hierba, y el esplendor
del hombre, como flor de heno: se seca el heno y cae la flor; pero la palabra
del Señor permanece para siempre (San Agustín. Serm. 89,4-6).
Por las razones que nos plantea San
Agustín, hoy no podemos asumir una teología milenarista, porque estaríamos
negando la misericordia de Dios, esto sería reducir la opción de una arrasadora
utopía de la esperanza. No podemos seguir la cadena de los que profetizan el
fin del mundo, tampoco podemos ser profetas e instrumento de Satán, sino que
debemos creer en Jesús, el cordero de Dios. La teología del Apocalipsis no es
la reflexión del fin de la existencia humana y del mundo, sino la teología de
la esperanza en la salvación que se dará en el futuro simbolizado en los mil
años.
Los mil años son símbolos de la
misericordia de Dios hacia sus hijos que construyen el camino de paz y de
justicia del reino. Mil años significan vencer el mal, no es el fin de una era,
ni del mundo. Mil años es el reinado de Dios, no el reinado de Satán como creen
algunos –. El diablo no está suelto - Quienes estamos sueltos somos nosotros
que pregonamos un futuro reducido a la condena y al juicio mezquino de quienes
niegan la salvación de Dios – Dios venció el mal con amor; no lo hizo con el
consentimiento del maligno. Nosotros somos la raza del amor porque Dios nos amó
primero:
Hijitos, ustedes
son de Dios y han vencido a esos mentirosos, porque el que está en ustedes es
más poderoso que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan
de las cosas del mundo, y los que son del mundo los escuchan. En cambio,
nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha, pero el que no es de
Dios no nos escucha. En esto, pues, podemos conocer a quien tiene el espíritu
de la verdad y a quien tiene el espíritu del engaño. Queridos hermanos, debemos
amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es hijo de
Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
Dios mostró su amor hacia nosotros al enviar a su Hijo único al mundo para que
tengamos vida por él. El amor consiste en esto: No en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para que
ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados (1Jn 4,4-10).
De tal manera, que los que defienden y
propagan la cultura religiosa del fin del mundo, no son de Dios, no son de los
nuestros, no aman a Dios, sino que siguen un principio contrario a la tradición
Apostólica y Patrística y del Magisterio que comunican un compendio
doctrinal-teológico en la Iglesia sobre la esperanza y el futuro del mundo: –
La Iglesia terrena peregrina hacia la iglesia celestial. Los grupos milenaristas son contrario al
pensar de la Iglesia, ellos pregonan una doctrina satánica del fin del mundo,
doctrina desesperanzadora de la existencia humana y del mundo, ellos no creen
en el futuro esperanzador y salvífico de Cristo Jesús Nuestro Señor.
Los grupos milenaristas pregonan una
doctrina de juzgamiento y de condena, no una teología de futuro-salvífico,
ellos reducen toda posibilidad salvadora de Dios. De la misma manera, le niegan
la posibilidad a los siervos del Cordero de participar de la asamblea litúrgica
por su escrupulismo religioso fundamentado en una piedad sentimentalista mal
enfocada y sin Cristo. Cristo no vino a condenar sino a salvar el mundo: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3,17)
Quien juzga es la Palabra, quien desoye la palabra es juzgado. Cristo no juzga,
sino su palabra: “Si alguno oye mis
palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine a juzgar el mundo,
sino a salvar el mundo” (Jn 12,47).
El milenarismo causa desazón en la
asamblea de los fieles, tanto eclesial como litúrgica, negándoles opciones a
los seguidores del Cordero que buscan un camino de esperanza. Ellos niegan la
posibilidad del “reino de Dios en el mundo que es una de las fuentes de la
utopía cristiana, secularizada en el siglo XIX, que mantiene viva la esperanza
del Apocalipsis, aunque corre el riesgo de abandonar la mediación escatológica
de Cristo y la función salvadora de la Iglesia”[1].
Nuestro aporte como lector del
Apocalipsis es crear un proyecto esperanzador que sea capaz de pensar en el
futuro salvífico, en el que cambiemos la tragedia que nos han infundado desde
antaño al interpretar este libro, ya que hoy llamamos cualquier acontecimiento
trágico como el “cumplimiento apocalíptico”, así nos lo plantean en las redes
sociales, por internet, escrita y pronunciada, lo lamentable es que en algunas
predicaciones de tipo milenaristas se fomenta también esta doctrina
desesperanzadora del futuro salvífico que lesionan la imagen misericordiosa de
Dios.
Nuestra reflexión debe estar orientada
a cambiar este paradigma de tragedia apocalíptica: Pasar de la desesperanza –
desgracia -, a la esperanza en la gracia de Dios; de la condena-juicio-, a la
esperanza de la salvación; de un futuro reducido al infierno, a un futuro
creíble de salvación; del pesimismo condenatorio de este mundo, al optimismo
salvífico del nuevo mundo en el Reino de Dios; de la interpretación trágica del
Apocalipsis como fin de la existencia humana y el mundo, al Apocalipsis de la
esperanza de la existencia nueva y del mundo nuevo; de los mil años de condena
y sufrimiento; a mil años de vida, de
felicidad, de paz en la pascua del Cordero:
Desde esta
perspectiva de la culminación histórica de la creación han de entenderse los
rasgos fundamentales de este reino de mil años. Su forma es judía; su novedad,
cristiana, no nacionalista. No es reino contra nadie, sino a favor de los
demás, de manera que ha de abrirse a todas la naciones (Ap 22,2) … Juan ha
recogido en el milenio algunas de los rasgos fundamentales de su misión
apocalíptica; allí se cumplen muchos elementos de su esperanza, pero faltan
algunos que se encuentran en Apocalipsis 21,1-22,5; el cielo nuevo y la tierra
nueva, la nueva Jerusalén, las bodas, el agua que brota del Trono de Cristo y
del Cordero, el árbol de la vida y, sobre todo, la morada de Dios con los
humanos. La Iglesia oficial ha condenado un milenarismo craso. Por eso es
necesario el contrapeso profético que interpreta el apocalipsis como una utopía
histórica del reino del Espíritu en el mundo… El milenio es parte integrante de
su mensaje. Juan no solo habla de aquello que vendrá más tarde, cuando el mundo
acabe, sino de aquello que puede y debe cumplirse en este mundo, allí donde
triunfa la experiencia de la entrega creadora de Jesús, que nos ha hecho Reino,
sacerdotes para su Padre (Ap 1,6; 5,10) Contra el anti reino de la Bestia y
Prostituta, Juan promete e inicia desde ahora el reino de Cristo, los mil años
de renovación histórica de la humanidad[2].
Por esta razón, nosotros al igual que
Juan no podemos caer en la tentación de sentirnos llamados a proclamar el fin
del mundo; tampoco se puede lateralizar cronológicamente los mil años en la
reflexión teológica del apocalipsis, porque aquí se reflexiona un tiempo sin
tiempo, es un estado de paz plena, de vida plena, de esperanza en Dios, no hay
mal, ni venganza, lo perverso, se ha aniquilado, el universo no está desolado
expuesto a la maldad, porque Dios reina sobre el.
Es por esta razón, que
en el libro del Apocalipsis no hay un planteamiento acerca de cómo será el
tiempo en el futuro, ni de cómo será el lugar donde se realizará la plenitud de
la vida. No hay mención del lugar del reino del dragón- la antigua serpiente –
Porque todo está sujeto al plan de Dios y al actuar de los seguidores del
Cordero; solo hay razones para creer en la esperanza salvadora y esta no se
realiza en un lugar, ni en un tiempo ni en un espacio determinado simplemente
se da en el Kayrós de Dios y de Cristo donde los seguidores del Cordero viven
la existencia recreada en la memoria pascual de la Sangre del Cordero.
Los testigos del Cordero deben salir de
la temporalidad cronológica y dar el paso la atemporalidad de la salvación
pascual “Cuando nuestra naturaleza
corruptible se haya revestido de lo incorruptible, y cuando nuestro cuerpo
mortal se haya revestido de inmortalidad, se cumplirá lo que dice la Escritura:
´La muerte ha sido devorada por la victoria´” (1Cor. 15, 54) Seremos
incorruptibles ciudadanos del cielo: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de
donde esperamos recibir al Señor Jesucristo; él transformará nuestro cuerpo
mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso” (Fil 3,20-21).
Desde esta perspectiva, el que es la vida vence la muerte
porque la venció para que los hijos de Dios tuviesen vida y ésta en abundancia,
el Cordero no podía permanecer en el silencio de una muerte eterna, ni en el
sueño de un olvido perpetuo. La
resurrección es expresión de nueva vida, de los seguidores del Cordero que se
transforman radicalmente en resucitados, manifestación de lo que son en “el
cielo nuevo y la tierra nueva” y como la realización del mensaje victorioso
de liberación pregonado y prometido por Jesús, tenía que realizarse en Él como “primicia
de los que mueren” (1Cor 15,20), como “el primogénito de muchos
hermanos” (Rm 8,29).
La resurrección es la plena glorificación del hombre como
hijo de Dios, es la realización plena del Reino de Dios. Los cristianos hemos
visto siempre en Jesús esa realización plena. Al creer en ella, su resurrección
se ha convertido en el centro y fuerza vital de nuestra fe. “Como el Padre
resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo a los que quiere
les da la vida” (Jn 5,21).
El
espíritu del Resucitado, del Cordero inmolado, fue lo que motivó a las primeros
creyentes a organizarse con este ideal de ser el nuevo pueblo de Dios, en ellos
empezaba a realizarse este proyecto, el Reino de Dios se hacía visible en medio
del pueblo, crearon una comunidad solidaria, vivían en comunión fraterna, ellos
lo colocaron todo en común, por lo tanto no había pobres o necesitados entre
ellos, gozaban de la presencia de Dios, el proyecto de Dios será una realidad
en el nuevo pueblo, en la comunidad de creyentes (Cfr. Hec 2,42-44).
Esta comunidad de creyentes, gestora del nuevo
pueblo de Dios se preocupó por mostrarle a los seguidores de la bestia que si
era posible vivir en una sociedad fraterna, por esta razón fueron organizando
comunidades litúrgicas vivas y dinámicas en medio de la persecución y el
martirio, creando así estructuras de solidaridad fundamentadas en la justicia
y en el amor. Este no era un proyecto utópico o producto de un misticismo
religioso sentimentalista, sino que nacía de la misma fuerza renovadora del
Espíritu del Resucitado.
Los seguidores de Jesús entendieron esta
responsabilidad y fueron los testigos fieles de Dios. Por esta razón, el seguimiento no debe ser un simple
cumplimiento social en nombre de una falsa solidaridad para calmar las
conciencias de muchos. El cristiano
de la esperanza, no ha de limitarse a ir a misa todos los domingos, rezar el
rosario y rezar novenas a los santos. El cristiano es el seguidor de Jesús que
se ha comprometido con su causa y continúa con su labor evangelizadora, animado
y guiado por el Espíritu Santo. El cristiano hoy debe ser la presencia viva de
Jesús en medio de los hombres, es el testigo fiel de un proyecto de amor
llamado Reino de Dios, Jubileo para los pobres;
pascua de los excluidos y
justicia de Dios. El Reino es la solidaridad de Dios, con su pueblo
pobre, es Kayrós de Dios, es la Salvación de los empobrecidos: “Hoy ha
llegado la Salvación a esta casa” (Lc 19,9).
El tiempo de Dios es la esperanza sin
tiempo ni espacio, allí es la esperanza del reino, allí irán los que saben
morir, quienes no adoraron la bestia, ni se contaminaron con la idolatría (Cfr.
Ap 20,6) Ello los santos viven incorruptibles la felicidad de los
bienaventurados que no sienten la muerte como fracaso porque no morirán
pensando en el castigo eterno de los grupos milenaristas, ellos vivirán sin
tiempo ni espacio porque la vida ha triunfado sobre la muerte:
“¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? El aguijón de la muerte
es el pecado, y el pecado ejerce su poder por la ley. ¡Pero gracias a Dios, que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! Por lo tanto mis
queridos hermanos, sigan firmes y constantes, trabajando siempre más y más en
la obra del Señor; porque ustedes saben que no es en vano el trabajo que hacen
en unión con el Señor” (1Cor 15, 55-58).
Ahora bien los santos del Señor buscan
vivir en la eternidad de la pascua en el futuro inmortal prometido forjando la
esperanza no como espacio y tiempo, sino como vida más allá de la vida
oponiéndose al mal- a la ideología del poder- que causa muerte, porque nos
coloca en las nuevas idolatrías de pecado, simbolizados en la bestia y
prostituta antigua y simbolizado hoy en la ideología del exceso de poder de los
grupos milenaristas que contagian con su doctrina pensar en la tragedia de la
vida, lejos del Dios del Cordero y entusiasmados por el dios del castigo, de la
condena y del infierno, el dios pecador demonizado en sus leyes derrotistas de
la fatalidad. Estos dioses o ídolos modernos no tienen la última palabra, ni
aquí en esta vida ni en la otra. La última palabra la tiene Dios que ha
resucitado a su Hijo para salvarnos de las penas del pecado.
Los santos de la resurrección y de la esperanza en Dios
Misericordioso, el Dios del Cordero han de alejarse de estos ídolos, para
recrear la historia de salvación desde la fe, la esperanza y desde el amor
(Cfr. 1Cor 13,13; Rm 5,1-5; Col 1,4-5; 1Tes 1,3; 5,8; 2Tes 1,3-4) en Dios que
se está presente en esta historia humana que construimos y en la historia que construiremos
en el cielo con los santos los nuevos ciudadanos del reino, allí será una vida
nueva: “Mi pueblo tendrá una vida larga, como la de un árbol; mis elegidos
disfrutarán del trabajo de sus manos. No trabajarán en vano ni tendrán hijos
que mueran antes de tiempo, porque ellos son descendientes de lo que el señor
ha bendecido, y lo mismo serán sus descendientes” (Is 65,22-23).
El Dragón – la antigua serpiente - es arrojada al abismo
(Ap 20,1-3)
En estos versículos encontramos la
imagen del ángel, la cadena y las llaves del abismo significando la condena a
todos los adversarios de los santos del Señor y del Cordero. El que se opone a
los planes de Dios es derrotado por las fuerzas del bien que encadena todo
intento de maldad creando la comunidad de la resiliencia fortalecida con la fe
en Jesucristo nuestro Señor.
En este cuadro el ángel baja del cielo
con la llave del abismo, nuevamente se está recreando la imagen del quinto
ángel en Ap 9,1, presentada en las imágenes de las trompetas (Cfr. Ap 8,6-9,21;
11,15-18) Este ángel baja con una cadena en su mano y sujeta al Dragón- la
antigua serpiente – (Cfr. Ap 12,9; Gn 3,1-5) con esta imagen se quiere hacer
memoria del antiguo adversario que sedujo a la mujer y al hombre en Génesis. El
adversario-Diablo- Satanás que ahora en la Nueva Alianza por fin fue vencido
con la Muerte y Resurrección de Cristo.
El adversario fue encadenado por mil
años, este es el castigo que sufre quien se opone a Dios; el adversario fue
encerrado en el abismo para que no siguiera engañando a las naciones por mil
años, aunque tendrá un tiempo limitado en el cual será soltado para continuar
con su maldad y perversidad, pero esto será por poco tiempo y estará controlado
porque en el tiempo de Dios no hay reino malévolo que triunfe frente al Reino
del bienestar definitivo en la presencia de Dios y del Cordero.
El trono de Dios y del Cordero (Ap 20,4-6)
La resurrección de los Santos - Proclamación de la quinta
bienaventuranza-
En la alabanza en el Trono de Dios y
del Cordero se da el reinado de los mártires, allí se les hará justicia frente
al clamor que habían hecho: “Decían con
fuerte voz: “Soberano y Santo y fiel,
¿Cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra muerte?” (Ap
6,10) Este clamor es un llamado de los que han sido degollados por anunciar
con fidelidad la fe en el Cordero (Cfr. Sal 79,5-10). En el Trono está recreada
la imagen del Altar del sacrificio y de la sangre de los animales destinados al
sacrificio derramada junto al Altar (Cfr. Lv 4,7) Esta ahora es sustituida por
la sangre de los mártires que entregaron su vida por ser files al Cordero.
La muerte de los mártires es un
sacrificio dado a Dios para así llegar a la recompensa futura – La salvación-
Resurrección –: “En el futuro me está
reservada la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me entregará en
aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2Ti
4,8; Cfr. Fil 2,17; 2Ti 4,6) El grito que hacen los santos pidiendo
justicia ahora es escuchado desde el Trono y estos mártires han recibido autoridad para juzgar a los
victimarios (Cfr. Dn 7,9.22.27; Mt 19,28; Lc 22,30) porque ahora los que
sufrieron hasta morir por su fe en el Cordero reinan junto a Él que ha sido
degollado para el perdón de los pecados de la humanidad.
Ahora en la Nueva Alianza, tienen las
victimas autoridad de juzgar porque no adoraron al monstruo ni a su imagen, ni
se pusieron la marca ni en la frente, ni en la mano, que los identificaba como
seguidores de él (Cfr. Ap 13,16-17) A pesar de la muerte sufrida, volvieron a
vivir para reinar con Cristo mil años en la primera resurrección (Cfr. Ap 20,5)
Los que participan de esta resurrección gozan de la dicha del Señor (Cfr. Sal
89, 1-6; 111; Mt 5,10) porque forman parte de la comunidad de los
bienaventurados: “Bienaventurados
aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el
reino de los cielos” (Mt 5,10) Los que luchan por la justicia del reino
(Cfr. Mt 6,33) hacen parte de este reino y de la asamblea litúrgica de los
santos en el Trono del Señor Resucitado y resucitan con Cristo en la primera
resurrección: “Y si hemos muertos con
Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Rm 6,8; Cfr. 1Cor 15,12-20; Col
3,1-4; Catecismo de la Iglesia Católica –CIC- 988-1019).
Quinta Bienaventuranza
(Ap 1,3; 14,13; 16,15; 19,9; 20,6a; 22,7.14)
¡Dichosos
los que tienen parte en la primera resurrección, pues pertenecen al pueblo
santo! (Ap 20,6a).
La quinta Bienaventuranza es dirigida a
los que están en el Trono de Dios y del Cordero que participarán de la
resurrección gloriosa del Señor Jesús esta es la gran Alianza del Nuevo pueblo
de Dios, aquí el mal ya no tiene dominio sobre este pueblo, ellos forman la
comunidad de los bienaventurados porque han resucitado con Cristo. La bestia ya
no tiene dominio sobre ellos; el Dragón – la antigua serpiente ha sido arrojada
al abismo.
Por esta razón, los bienaventurados no
serán sometidos a la segunda muerte (Cfr. Ap 2,11) que sería la separación
definitiva de Dios con la humanidad. Los que han resucitado por su fidelidad y
entregaron la vida participaran en la asamblea litúrgica de los resucitados
como sacerdotes de Cristo, por eso están sentados junto al Trono (Cfr. Ap 1,6;
5,10; 1P 2,5.9) para participar del sacerdocio de Cristo porque reinarán con Él
los mil años (Ap 20,6b).
El sacerdocio tiene la dimensión
sagrada de la liturgia que es: Dar culto a Dios y santificar a los hombres
santificándonos, es decir este movimiento ascendente y descendente implica que
al darle culto a Dios que es Santo nosotros somos santificados santificándonos
en el que es Santo entre los santos del Cielo: “No hay santo como el Señor; en verdad, no hay otro fuera de ti” (1S
2,2) Reconocer la santidad del Señor, es reconocer nuestra santidad futura
(Cfr. Mt 5,48; Lc 6, 36; Lv 11,44-45; Dt 18,13) Por esta razón la santidad es
la esperanza en la resurrección futura en la que pasaremos de la liturgia
terrena en la que peregrinamos hacia la liturgia celestial (Cfr. Mt 5,12; Jn
14,2-3; Rm 8,7; 2Cor 5,1; Fil 3,20; Col 1,3-5; 1P 1,3; Heb 11,13-16) en la que
esperamos llegar para vivir eternamente en el culto pascual de la resurrección
en Cristo Jesús:
En la liturgia
terrena pregustamos y participamos de aquella liturgia celestial que se celebra
en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios como ministro del santuario y
del tabernáculo verdadero (Cfr. Ap 21,2; Col 3,1; Heb 8,2); cantamos al Señor
el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando su compañía;
aguardamos al Salvador Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste Él,
nuestra vida, y nosotros nos manifestemos también gloriosos con Él (Cfr. Fil
3,20; Col 3,4) – (SC 8, Cfr. SC 9).
Entendida así la liturgia en la
asamblea de los santos, comunicamos este movimiento salvífico que nos presenta
la liturgia como el ejercicio de sacerdocio de Cristo y como ejercicio del
sacerdocio común y ministerial del pueblo de Dios (SC 7) Nuestro sacerdocio
terreno debe llegar a plenitud en el sacerdocio celestial de Cristo porque
estaremos sentados junto al Trono de Dios y del Cordero, este es el culto
celestial en el que participarán los que han entregado la vida para gozar de
las dicha de la resurrección en la
casa de oración del Señor (Cfr. Is 56,7).
Liberación por corto tiempo de Satanás- Adversario- El
dragón- la antigua serpiente- (Ap 20,7-10).
En este cuadro apocalíptico, se le
permitirá al maligno salir de su prisión por un corto tiempo para que pueda
engañar y confundir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra (Ap
20,7) se sigue colocando a prueba la fe de los fieles seguidores del Cordero y
no se dejen tentar por las seducciones del maligno. El autor del apocalipsis
nuevamente recurre a las imágenes presentadas por el profeta Ezequiel en los
capítulos 38 y 39 de su libro, que narra la preparación de la guerra que
planean Gog y Magog contra Israel, ellos contaban con un ejército que será
derrotado por la intervención de Dios quien por medio de esta derrota propicia
la restauración del pueblo de Israel. En apocalipsis se toma estos pasajes para
indicar la restauración del nuevo pueblo de Dios con la derrota del maligno:
Así mostraré mi
gloria a las naciones extranjeras. Todas las naciones verán como las he juzgado
y castigado. De ese día en adelante, Israel reconocerá que yo soy el Señor su
dios. Y las naciones extranjeras sabrán que los israelitas fueron al destierro
por causa de sus pecados, porque me fueron infieles; y que yo les volví la
espalda y dejé que los enemigos los vencieran y los mataran a todos en la
guerra. Yo los traté como merecían sus impurezas y rebeldía y les volví la
espalda. Por eso yo, el Señor, digo: Ahora voy a tener misericordia de todo el pueblo
de Israel, de los descendientes de Jacob. Voy a hacer que cambie su suerte,
para exigir que se de honor a mi Santo Nombre. Yo los reuniré otra vez de las
naciones extranjeras y de los países enemigos; sin que nadie los asuste. Así
mostraré mi santidad, y muchas naciones podrán verla… Yo los envié al desierto
entre naciones extranjeras, y yo los reuniré de nuevo en su tierra. No dejaré
desterrado a ninguno. Entonces reconocerán que yo soy el Señor su Dios. No
volveré a darle la espalda, pues he derramado mi poder sobre el pueblo de
Israel. Yo, el Señor, lo afirmo (Ez 39,21-29).
Este es el cuadro pintado con trazos
apocalíptico para profetizar la derrota del Satán- el dragón- la antigua
serpiente- y sus seguidores en el corto reino que le queda. Los trazos
apocalípticos son realizados con el pincel del futuro esperanzador del reino
del Cordero que pinta senderos de justicia y paz y de resistencia frente a los
engaños del maligno. El Satán quedará suelto pero no podrá dibujar su maldad en
los corazones de los seguidores del Cordero, ni quedará dibujado en el cuadro
esperanzador del futuro apocalíptico como pretenden algunos grupos
milenaristas.
Este nuevo paisaje del reino es pintado
con la sangre redentora del Cordero que perdona las manchas de los pecadores: “Porque esta es mi Sangre de la Alianza, que
se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28) A pesar que
Cristo derramó su sangre y pintó los corazones de sus seguidores, algunos se
dejan tentar con las mentiras del adversarios y sus profetas: “Y tan pronto como Judas recibió el pan,
Satanás entro en su corazón” (Jn 12,27).
El maligno, acecha para rasgar el
cuadro dibujado con la sangre del Cordero (Cfr. 2Cor 4,4) por esto está
reuniendo su ejército que anda suelto rodeando el campamento del pueblo santo, “y la ciudad que él ama” (Ap 20,9; Cfr. Sal
78,68; 87,2; Zc 14) están al acecho y buscarán la manera de destruirla,
pero no podrán porque la Sangre de los santos mártires fortalecerán los trazos
del pincel con los que el Cordero dibujó el paisaje apocalíptico impregnándolo
con el barniz de la fe y la fidelidad.
En este cuadro el nuevo pueblo de Dios
recreado y matizado desde Ezequiel, se fortalece a los Santos que son atraídos
por el Señor que fue levantado en la Cruz para que todo el que crea en Él sea
salvado por su Sangre redentora (Cfr. Jn 3,14; 8,28;12,32-34; 13,1; 17,11; Nm
21,4-9; Is 52,13; Sab 16,5) por esta razón, el diablo no tiene cabida en la
pintura del reino porque ha sido vencido en la Cruz del Cordero (Cfr. Mt
4,1-11) la victoria del Cordero ha propiciado la ruina de Satán y la de sus
seguidores porque ha sido echado de este mundo: “Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo
será expulsado” (Jn 12,31).
El poder del maligno no podrá seguir
haciendo estragos y no tendrá ya autoridad alguna sobre Cristo y sobre sus
Santos (Cfr. Jn 14,30) y será juzgado y condenado porque se ha dado sentencia
sobre su maldad: “La sentencia que el príncipe de este mundo ya ha sido
condenado” (Jn 16,11) y cayó como la gran Babilonia y fue destruido por el
fuego arrojado desde el cielo, quedó quemado y nuevamente “fue arrojado al lago
de fuego y azufre” (Ap 20,10a; Cfr. Ap 19,17; 21,8; Mt 25,41) allí fue echado
con sus falsos profetas (Cfr. Mt 7,15; Lc 6,42-44).
En el pueblo de Israel hubo también
falsos profetas, como habrá entre ustedes falsos maestros, que introducían
sectas perniciosas, y, renegando del Señor que los redimió, se acarrearon una
rápida destrucción. Muchos los seguirán en su vida viciosa y por su culpa será
desprestigiado el camino de la verdad y por amor al dinero abusarán de ustedes
con discursos engañosos. Pero la condenación los espera a ellos sin remedio, ya
que desde ahora muchos están condenados (2P 2,1-3; Cfr. 1Jn 2,12-29).
El juicio a los muertos (Ap 20,11-15)
Queridos,
ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es.
Todo el que tiene, puesta en Cristo esta esperanza se purifica, así como él es
puro. (1Jn 3,2).
Después de haber juzgado al adversario
y a sus profetas que fueron junto a él echados al abismo de fuego y azufre, el
vidente del apocalipsis presenta el cuadro de imágenes en el cual son juzgadas
las obras de los muertos. Debemos tener presente que no hay un juicio a la
persona por su vida pasada, ni presente, ni futura, sino por sus obras, el
juicio es sobre los frutos que se han dado en la vida:
No hay árbol bueno
que pueda dar frutos malos, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno. Cada árbol
se conoce por su fruto: No se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas
de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su
corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón.
Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca (Lc 6,43-45; Mt 7, 16-20;
12,33; 25, 31-46).
Por esta razón, el libro no habla de la
persona sino de sus obras (Cfr. 25,31-46) por la cuales seremos juzgados
delante del Trono donde está sentado Él: “Y vi un trono puesto en el cielo, y
alguien estaba sentado en el Trono” (Ap 4,2) ya el que tiene la visión puede
ver a quien está sentado en el Trono, sin revelar su identidad, no es una
imagen difusa que él ve, ahora ve al que está sentado con claridad.
En este juicio también desaparecen la
tierra y los cielos (Cfr. Ap 20,11b) porque ya son cosas del pasado, por eso no
se volverán a ver, el pasado quedará olvidado (Cfr. Is 65,17) ahora es el
tiempo de Dios – el Kayrós – en el que se creará “un cielo nuevo y una tierra nueva”
(Ap 21,1) esta es la razón por la cual no se juzga por el pasado a los muertos,
se les juzgará por la obras que no realizaron o las que realizaron en contra de
los Santos de Dios, es tiempo del presente de los vivos y es tiempo del futuro
de los que vivirán, porque todo será nuevo (Cfr. Ap 21,5):
No te aferres al
pasado ni a los recuerdos tristes,
No reabras la
herida que ya cicatrizó.
No reavives los
dolores y sufrimientos antiguos.
Lo que pasó… Pasó.
Pon tus fuerzas en
construir una vida nueva
Y camina de frente
sin mirar atrás.
Haz como el sol
que nace cada día.
Sin pensar en la
noche que pasó.
Deja atrás el
pasado gris
Y llena de luz y
amor tu vida y tu corazón…
(Jaime
Sabines)[3].
Obra de esta manera, para que resucites
cada mañana, para que te levantes y te coloques de pie frente al Trono (Cfr. Ap
20, 12a) para que se abra el libro de la vida (Cfr. 20, 3,5)[4]. Recordemos que el libro de
la vida no se refiere a los apuntes diarios de Dios sobre las personas, sino
que indica que Dios es un Dios de vivos (Cfr. Mc 12,18-27; Lc 20,27-38; Mt 22,
23-32) y los inscritos en el corazón de Dios son los que han dado los frutos a
tiempo (Cfr. Mt 21,33-44) porque quienes hayan vivido dando frutos buenos está
inscrito en el corazón de Dios que es la memoria pascual de la salvación del
Cordero, por esta razón todos los iremos a colocarnos de pie frente al Trono
blanco (Cfr. Dn 7,9-10; Sal 62,12-14; Prov 24,12; Jr 17,10; Ez 33,20; Eclo
16,12-14; Mt 16,27; Rm 2,5-6).
Allí los que estén frente al Trono
serán juzgados con el corazón misericordioso de Dios los vivientes según su
caminar en las obras que hayan realizado: “Porque
él tiene comprensión y enojo, absuelve y perdona, pero descarga su ira sobre
los malvados; tan grande como su comprensión es su castigo y juzga a cada uno
según sus obras” (Eclo 16,11b-12). Todos los muertos fueron juzgados según
sus obras, conforme a lo que habían hecho (Cfr. Ap 20,13) allí el reino de la
muerte[5] también fue vencido y
arrojado al lago de fuego.
El lago del fuego, es la muerte, la
muerte segunda (Cfr. Ap 2,11; 21,8; Mt 10,28; 25,41; Sal 6,5) Es el lugar
reservado para los que bajan al Sheol comprendido como el lugar de
abandono total de Dios. Aquí solo entran los que no tenían el nombre escrito en
el libro de la vida – en el corazón de Dios; estos son los que han abandonado
totalmente a Dios por eso caen en la muerte definitiva, apartándose de la
resurrección primera: “Apártense de mí,
malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt
25,41) estos irán al abismo del
olvido total, es dejarse sepultar de la memoria de Dios y de los vivos para
estar en el reino de la muerte, por lo tanto estos son borrados de la memoria
del corazón de los vivos y del corazón pascual de Dios:
Yo había pensado:
En lo mejor de mi vida tendré que irme; se me ordenó ir al reino de la muerte
por el resto de mis días. Yo pensé: Ya no veré más al Señor en esta tierra, no
volveré a mirar a nadie de los que viven en el mundo. Deshacen mi habitación,
me quitan como tienda de pastores. Mi vida era cual la tela de un tejedor que
es cortada del telar. De día y de noche me hace sufrir. Grito de dolor toda la
noche, como si un león estuviera quebrantándome los huesos. De día y de noche
me haces sufrir. Me quejo suavemente como las golondrinas, gimo como las
palomas. Mis ojos se cansan de mirar al cielo. ¡Señor, estoy oprimido, responde
tú por mí! (Is 38,10-14).
Este es el sufrimiento de los que viven
la separación de Dios y están destinados al reino de la muerte, gimen al Señor
pidiendo auxilio y consuelo a sus sufrimientos por haber sido confinados al
olvido y borrados de memoria de los vivos y de Dios. Pero los que han sido
fieles al Señor no mueren y sus nombres están escritos en la memoria del
corazón de Dios; ellos son quienes alaban y bendicen al que está sentado en el
Trono blanco, son los que viven para Dios sus esfuerzos y sus obras han sido
recompensadas: “Vengan, benditos de mi
Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”
(Mt 25,34) estos son los que gozan del país de los vivos y alaban a Dios,
se sienten reconocidos, son los que viven eternamente:
Mira, en vez de
amargura, ahora tengo paz. Tú has preservado mi vida de la fosa destructora,
porque has perdonado todos mis pecados. Quienes están en el sepulcro no pueden
alabarte, los muertos no pueden darte gloria, los que bajan a la fosa no pueden
esperar tu fidelidad. Solo los que viven pueden alabarte, como hoy lo hago yo.
Los padres hablan a sus hijos de tu fidelidad. El Señor está aquí para
salvarme. Toquemos nuestras arpas y cantemos todos los días de nuestra vida en
el templo del Señor (Is 38,17-20).
[1] PIKAZA Xabier.
Apocalipsis. Ed. Verbo Divino 1999. Pamplona-Navarra- Pag.229.
[2] PIKAZA. Ibidem. Pág.
229-230
[3] Jaime Sabines
Gutiérrez fue un querido y respetado poeta y político mexicano, nacido
en Tuxtla Gutiérrez el 25 de marzo de 1926 y fallecido en Ciudad de México el
19 de marzo de 1999. Su padre, Julio Sabines, fue uno de los responsables de su
amor por la poesía, y probablemente de su personalidad sencilla y accesible,
una de las razones de su éxito en vida. A los 19 años comenzó a estudiar
medicina, para darse cuenta poco tiempo después de que su lugar estaba en la
Literatura. (Jaime Sabines - Poemas de Jaime Sabines http://www.poemas-del-alma.com/jaime-sabines.htm#ixzz4PWhSzj7d).
[4] Leer comentarios sobre en
libro de la vida en la Pág 75 de estos escritos.
[5]
Reino de la muerte, esta expresión traduce a veces la palabra hebrea Sheol, que
designa el lugar a donde van a parar los muertos, buenos y malos (Cfr. Job
7,8-9; 17,16; 26,6; Sal 6,5; 88,10-12; 1S 14,15). También este reino de Dios en
griego es traducido por Hades – abismo – lugar donde se imaginaba que iban a
parar los muertos. Esta expresión simboliza la muerte misma (Mt 11,23; 16, 18;
Lc 16,23; Ap 1,18; 6,8; 20, 13-14)- (Biblia de Estudio Dios habla hoy. Índice
temático.
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