XVII. APOCLIPSIS
APOCALIPSIS 17,1 - 18, 24
Introducción (Ap 17,1-3a)
Los tres primeros versículos es una introducción que une las imágenes de los siete ángeles con la nueva visión o éxtasis que el Espíritu hace ver al autor del Apocalipsis, aquí se retoma la imagen del éxtasis de Ap 1,10 y las simbologías del capítulo 12 y 13 del libro. También se continúa con la preparación de la gran batalla final entre el mal y el bien, partiendo de la premisa que todo el que ha actuado mal pertenece a la secta de la prostitución representada en la gran ciudad donde se le rinde culto a la bestia, por lo tanto la ciudad, los que cayeron en la prostitución y siguieron la doctrina de la bestia serán sometidos a juicio.
En esta introducción aparece uno de los siete ángeles que tenían la copa mostrando una visión de
castigo como las siete anteriores que anuncia lo que va a suceder a los
seguidores de la gran prostituta y lo hace con la imagen de la advertencia que
aparece en la carta a la iglesia de Pérgamo (Cfr. Ap 2,14) para que se
apartaran del mal de la misma manera los seguidores de la bestia no dejan el
culto y la doctrina de la bestia y con eso han hecho pecar a los santos del
Cordero.
Ir al culto de la bestia es dejar consentir la
idolatría, es dejar que el corazón se prostituya, es como estar en tierra
extraña y dejarse seducir por ella, por eso es comparada la seducción con la
figura de una mujer cuya imagen es de una prostituta que aparece sentada sobre
las aguas y es asociada con Babilonia: “Tú,
Babilonia, que estás junto a grandes ríos y tienes grandes riquezas, ¡Ya te
llega tu fin, el termino de tu existencia!” (Jr 51,13).
El fin de la gran ciudad se le predice porque los
dirigentes de las provincias – Reyes locales – O reyes vasallos son los
propagadores de la prostitución entregándose a ésta, con su ejemplo o
intimidación propagandista, muchos se han prostituido emborrachándose con el
vino de la prostitución (Cfr, Ap 14,8) Todo el que se deja seducir por el
pecado de la idolatría se hace enemigos de Dios, se convierte en su adversario
– Según la concepción bíblica se prostituía en el corazón por poner sus ojos en
otros dioses e irse detrás de ellos y adorarlos (Cfr. Sal 100) olvidándose del
Dios verdadero y justo, violando de esta manera el mandato del Viejo
Testamento: “No tendrás otros dioses
fuera de mí” (Dt 5, 7. Cfr. Dt 5,8-9) Todo ciudadano que fabrique
esculturas a otros dioses y le rinda culto será considerado hijo de la gran
ramera – imagen de Babilonia (Cfr. Is 13,1-14, 23; 21,9; 47, 1-15; Jr 50-51; Dn
4,27-30).
Por esta razón, la Iglesia del Cordero está en
peligro de caer en el pecado de la prostitución inducido por el imperio romano,
de tal manera que Roma es considerada como la nueva ramera que prostituye a los
hijos de Dios, así como Babilonia se llevó a los hijos de Israel. Roma la nueva
Babilonia por ser capital del imperio es vista como la causante de la gran
persecución de los santos de Dios (1P 5,13) Este nombre dado a Roma: Babilonia.
Aparece como un nombre cifrado – Velado – Ap 14,8; 17,5; 18,2) porque con sus
lujos y dioses “banalicos”[1]
inducía a la idolatría, es decir, a la borrachera de la prostitución: “Copa de oro era Babilonia en la mano de
Yahvé, que embriagaba a toda la tierra. De su vino bebieron las naciones, lo
que las hizo enloquecer” (Jr 51,7).
Como se había mencionado anteriormente nuevamente
el Espíritu lo hace ver o tener otra visión o éxtasis como en el principio
(Cfr. Ap 1,10) con la connotación del apocalipsis, es decir con una mirada
retrospectiva de las simbologías ya descritas. Recordemos que el autor de este
libro hace una narración del Pasado – Hechos sucedidos; del Presente – Hechos
que están sucediendo; y del futuro-porvenir – Hechos que van a suceder – Todo
enmarcado en el espíritu de la salvación y con la esperanza de la segunda
venida del Señor que sucederá al final de los tiempos (Ap 22,20) El
tiempo de la restauración universal, restauración final (Cfr. Hec 3,20-21) Que
se dará cuando Cristo venga y vengan los cristianos y sea entregado el Reino de
Dios y destruidos los principados de la abominación y “Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28; Cfr. 1Cor 15,23) Porque “Cristo debe reinar hasta que Dios ponga a
todos sus enemigos bajo sus pies; y el último enemigo en ser destruido será la
Muerte” (1Cor 15,25-26).
Camino escatológico del Apocalipsis
El apocalipsis está narrado en acontecimientos simbólicos – apocalípticos- escatológicos, hablar de escatología es hablar de cristianismo, hablar de cristianismo es hablar de escatología y de esperanza, la esperanza es el Kayrós de Dios que se realiza en la resurrección de Jesús (Cfr. Lc 2,11; 4,21; Lc 19,9; 23,43) En el Kayrós se realiza la salvación, por esta razón las comunidades cristianas-católicas que no viven en este dinamismo del tiempo de Dios son comunidades decididas a la condena y a la soledad, reduciendo su futuro a un camino histórico sin esperanzas, viviendo sin novedad la revelación de las promesas escatológicas (Rm 8,18-21).
Las promesas escatológica realizada en Cristo es la
comprensión de la salvación desde Cristo Resucitado como el ἔσχατος (- éschatos -) del Padre realizado en el
mundo, por tanto la escatología se entiende a partir de Cristo ascendido al
Padre (Cfr. Hec 1,3-11) y de su pronta venida (Cfr. Ap 3,11) de tal manera, que
esta presencia de Jesús es la parusía como despliegue definitivo del
acontecimiento mesiánico de la salvación.
La parusía no es acontecimiento pasado fundamentado
en la condena o una acción futura de juicio directo al final de nuestra vida
mortal, sino que se da como un juicio a nuestra condición pecadora, es
reconocernos pecadores para cambiar y ser resucitados en Cristo (Cfr. San
Agustín, De Cv Dei. XX-XXII) Porque el acontecimiento de la salvación se da en
el hecho mismo de estar en Cristo, ya que fuimos creados por medio de Él y
salvados por Él: “Pero Dios te hizo a ti
sin ti. Ningún consentimiento le otorgaste para que te hiciera. ¿Cómo podías
dar el consentimiento si no existías? Quien
te hizo sin ti, no te salvará sin ti (San Agustín. Sermón 169,13).
En Cristo la salvación es presente, pero a la vez,
es promesa se realizará en el futuro porque se dará al final de los tiempos. Esta
es la esperanza cristiana que abarca toda la creación: “Así pues, ahora ya no hay ninguna condenación para los que están
unidos a Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús,
te liberó de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2). Con esta esperanza vemos el futuro como consecuencia
de la vida en Cristo construyendo en el hoy de Dios un mundo configurado en el
proyecto del Reino de Dios, realización de la esperanza cristiana: “Y veremos
todo esto, no como se ven ahora intelectualmente las cosas invisibles de Dios,
por lo que han sido hechas, en enigma, como a través de un espejo y solo en
parte, en cuyo conocimiento tiene más importancia la fe por la cual creemos que
la apariencia de las cosas corporales que vemos por los ojos del cuerpo” (San
Agustín Cv. Dei XXII, 29,6).
Por este hecho, al llegar la plenitud de los
tiempos en el hoy de Dios participaremos del gozo de su presencia, allí se dará
a plenitud la realización de las promesas de la felicidad vividas en el Reino
de Dios: “¡Qué intensa será aquella felicidad, donde no habrá mal alguno, donde
no faltará ningún bien, donde toda ocupación será alabar a Dios, que será el
todo para todos! No se qué otra cosa se puede hacer allí, donde ni por pereza
cesará la actividad ni se trabajará por necesidad. Esto nos recuerda también el
salmo donde se lee o se oye: Dichosos los que viven en tu casa alabándote
siempre (…) Habrá verdadera gloria allí donde nadie será alabado por error o
adulación de quien alaba. No se dará el honor a ningún indigno donde no se admitirá
sino al digno. Habrá paz verdadera allí donde nadie sufrirá contrariedad alguna
ni por su parte ni por parte de otro. Será premio de la virtud el mismo que dio
la virtud y de la que se prometió como premio Él mismo, que es lo mejor y lo
más grande que pueda existir” (San Agustín Cv. Dei XXII, 30,1).
Esto es pretender abrir el camino en el “YA” esperanzador de la comunidad del reino y en el “TODAVÍA NO” y
su esperanza apocalíptica: “Mira, yo hago
todas las cosas nuevas” (Ap 21,5) a través de lineamientos teológicos que
integren lo sociopolítico, lo bíblico escatológico y nos lleven a metas
concretas que propicien el cambio del reduccionismo actual del futuro que viven
comunidades pobres en la sociedad colombiana a un proyecto bíblico-escatológico
esperanzador y renovador en las comunidades cristianas-católicas.
De esta manera, se haría el caminar desde la reconstrucción de la memoria histórica para
generar un ambiente escatológico apocalíptico en las comunidades. La memoria
histórica que analiza la realidad vivida, fortalece el presente y abre el
camino para el futuro es decir, tomar los elementos comunitarios de la realidad
vivida para hacer memoria, vivirlos en el presente y construir la pedagogía de
la esperanza (Cfr. Is 2,2-4; 11; 14,12-15; 35; 40,5-7; 57,15; 65,17-18; 66,8;
Ez 28, 13-18; Sal 137,4-9; 147,4-9).
Esta pedagogía de la
esperanza es El Reino escatológico que tiene la particularidad de hacernos
entrar en la pedagogía de Dios, que se entrelaza en el caminar de la comunidad
que va irrumpiendo en el silencio de la Iglesia-comunidad-pos-pascual, que nos
acoge como hijos en el Hijo, nos hace pueblo y nos guía en la “caminada” hacia
la pascua definitiva de los bautizados en la celebración festiva de los que
peregrinan al Padre.
Esto es la intención del
vidente que nosotros comprendamos que trabajemos por combatir el mal desde
Jesucristo y abrir el camino de la esperanza en Jesucristo, de tal manera que
la intención de los últimos capítulos del libro de Apocalipsis está orientado
hacia el vencimiento del mal. Es el sentido de las imágenes que se narran en
forma de visión y que suceden una a las otras para llevarnos a la comprensión
final de la búsqueda del Reino de Dios.
Traslado del vidente al desierto (Ap 17,3a)
Juan es trasladado por el
Espíritu al desierto, en estos versículos se trae a colación las imágenes de
los capítulos 12 y 13, haciendo énfasis en el número siete y diez: Siete
cabezas símbolo de las siete colinas de Romas y de los 10 reyes actuales o
sucesores que siguen las normas del imperio; diez cuernos imagen del emperador
o la bestia- Posible referencia a Nerón que según una leyenda romana se creía
que iba a volver a la vida y con más poder, su aparición estaría prevista antes
de la venida del Cordero: “Entonces
aparecerá aquel malvado, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su
boca y reducirá a la impotencia cuando regrese en todo su esplendor. En cuanto
a ese malvado, vendrá con la ayuda de Satanás; llegará con mucho poder, y con
señales y milagros falsos” (2Tes 2,8-9; Cfr. Is 11,4; Mt 24,24).
La Bestia y la Prostituta (Ap 17,3b-18)
El camino esta trazado para los creyentes que han
mantenido la firmeza de la fe hasta el final, el futuro de la ciudad que hizo
pecar a muchos ya está sentenciado: Se dará en el juicio que se le seguirá en
la mujer que está montada sobre el monstruo rojo que estaba cubierto por
nombres ofensivos para Dios. El monstruo representa a Roma y a los reyes
locales como hemos mencionado en los párrafos anteriores. La mujer ha sido
engalanada con ropas lujosas y con oro, piedras preciosas y perlas, esta mujer
también representa a la gran ciudad que se engalana de lino finos y lujosos
vestidos, pero pronto tanta belleza y lujos se acabarán. (Cfr. Ap 18,16).
LA BESTIA Y LA PROSTITUTA (Ap 17,8-18)
La mujer sentada sobre las sietes colinas, tiene en
sus manos una copa de oro, igual que los siete ángeles; pero esta copa está
llena de blasfemias y de impurezas por causa de su prostitución contagiando a
los seguidores de la bestia. La mujer lleva en su frente un nombre misterioso: “La gran Babilonia, madre de las prostitutas
y de todo lo que hay odioso en el mundo” (Ap 17,5).
La mujer está ataviada con ropas muy finas y
lujosas joyas, lo que la hace llamativa y apetecida por algunos cristianos que
se admiran de su belleza haciéndolos caer en sus encanto y llegan a renegar de
su fe. En la imagen de la mujer encontramos un trasfondo tomado de Ezequiel 16
en este capítulo se habla sobre la infidelidad del pueblo de Israel que se
había prostituido siguiendo las costumbres religiosas de los pueblo por donde
había pasado y de algunos que había conquistado dejándose contagiar de los
otros dioses a pesar que Dios los había escogido y cuidado desde su nacimiento:
Te bañe con agua, lavé la sangre que te cubría, te
ungí con óleo. Te puse vestidos recamados, zapatos de cuero fino, una banda de
lino fino y un manto de seda. Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus
muñecas y un collar a tu cuello. Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus
orejas, y una espléndida diadema en tu cabeza. Brillabas así de oro y plata,
vestido de lino fino, de seda y recamados… Te hiciste cada día más hermosa y
llegaste al esplendor de una reina. Tu nombre se difundió entre las naciones,
debido a tu belleza, que era perfecta, gracias al esplendor del que yo te había
revestido…Pero tú te pagaste de tu belleza, te aprovechaste de tu fama para
prostituirte, prodigaste tu lascivia a todo transeúnte entregándote a él.
Tomaste tus vestidos para hacerte altos de ricos colores y te prostituiste en
ellos. Tomaste tus joyas de oro y plata que yo te había dado y te hiciste
imágenes de hombres para prostituirte con ellos. Tomaste, tus vestidos
recamados y los recubriste con ellos. Les hiciste dones con mi aceite y mi
incienso, y le ofreciste, como calmante aroma, el pan que yo te había dado, la
flor de harina, el aceite y la miel con que yo te alimentaba. Y sucedió incluso
– Oráculo del Señor Yahvé – Que tomaste a tus hijos y a tus hijas que me habías
dado a luz y se los sacrificaste como alimento. ¿No era suficiente tu
prostitución, que además inmolaste a mis hijos y los entregaste haciéndolos
pasar por el fuego en sus hornos (Ez 16,9-13a.13b-14.15-21 Cfr. Ex 32,1-10).
El texto de Ezequiel se coloca como una advertencia
de fondo velado en el Apocalipsis para los cristianos que se estaban gestando
en la Iglesia naciente del Cordero, para que no hicieran lo mismo que sus
antepasados y se mantengan fieles lejos de la idolatría; y a la vez se presenta
esta imagen como descripción de la ciudad de Roma que crecía con lujos y
prosperidad, pero se prostituía con los dioses de los pueblos que conquistaba y
entre más crecía más se prostituía.
La
copa de oro
Esta copa es antagónica a la copa de los siete
ángeles que se derramaron para llamar la atención del pueblo que oprimía a los
cristianos y se detuvieran en su impulso asesino e idolátrico y dejaran en paz
a los cristianos. En estas copas de los ángeles las calamidades son propuestas
de cambio y de conversión; pero la copa de la mujer, estaba llena de cosas odiosas
contra Dios y de la impureza e invitaba a que los cristianos se embriagaron de
sus abominaciones y renegaron contra Dios. La copa de oro de la mujer es copa
de perdición (Cfr. Jr 51,7) Pero caerá porque Dios hará justicia (Cfr. Ap 18;
Jr 51,8-19) Porque se había emborrachado con la Sangre de los cristianos y de
los que habían muerto por ser testigos de Cristo.
La borrachera en la mujer
significa su perdición, porque es el precio que paga por haber perseguido a
muerte a los cristianos y derramado su sangre; este es el inicio de la justicia
de Dios frente a las abominaciones de sus hijos. Las persecuciones romanas
incluían también obligaciones a seguir ídolos y rendirse ante ellos, por sus
asesinatos: “Yo, el Señor, te digo: Tú
has descubierto desvergonzadamente tu cuerpo para entregarte a la prostitución
con tus amantes y con todos tus detestables ídolos, y has derramado la sangre
de tus hijos que ofreciste en sacrificios” (Ez 16, 36; 23,37-47).
Explicación del símbolo de la mujer y de la bestia (Ap 17, 7-13)
El vidente se asombra por
la imagen de la mujer y la bestia, es un asombro tranquilizado por el ángel que
le había mostrado, la visión le anima al indicarle que le va a explicar la
visión de la mujer y de la bestia que tiene la siete cabezas y diez cuernos.
Como ya lo hemos planteado en la imagen de la mujer se recrea la joven del
capítulo 16 de Ezequiel: Joven, recogida, bañada, criada, que ha sido ataviada
con buenos vestidos y joyas para ser la esposa fiel, pero que no pudo contener
su infidelidad y se prostituyó con los transeúntes que pasaban e hizo ídolos a
los hombres y se prostituyó con ellos.
La figura de la bestia y
los diez cuernos es imagen tomada del capítulo 12-13 del Apocalipsis, tema que
se ha reflexionado anteriormente cuando se planteó el gran signo[2]
y cuando se habló del signo de la bestia[3],
de esta manera, el monstruo es totalmente opuesto al Cordero porque la bestia
era pero ya no es, porque quien sube del abismo (Cfr. 9,1; 1, 7; 13,1) no tiene
poder sobre la vida y pronto dejará de reinar; en cambio el Cordero es el que
vive, es “el que es y era y ha de venir”
(Ap 1,4) y su nombre es divino (Cfr. Ex 3,14-15) y permanece para siempre
en cambio la bestia era y ya no es, quien sale del abismo y allí derrotado
porque camina hacia la destrucción[4].
Porque algunos se
alejaron porque vendrá por poco tiempo y los que no fueron inscrito en el libro
de la vida (Cfr. Ap 3,15; 13,8) Ellos tomaron fuerzas y se contraponen a Dios
(Cfr. Ap 1,4.8; 4,8) Este es un anticristo, el anticristo sigue haciendo alusión
a la leyenda del retorno de Nerón que vendría a gobernar a Roma (Cfr. 2Tes 2,
8-9; Apocalipsis. Pág. 185).
Los que se alegran son
los que no han criado y siguen la doctrina de la bestia. Para esto es necesario
que llenemos nuestra cabeza de inteligencia y sabiduría, para descubrir que las
siete colinas hacen alusión a Roma que está construida sobre siete colinas y
allí estaba sentada la mujer – Símbolo de Roma – Para describir a los reyes
toma el pasaje del profeta Daniel (Cfr. Dn 7,23-24): “Los diez cuernos son diez reyes que reinaron en este reino. Después de
ellos subirá otro al poder, que sea muy diferente de los primeros y que
derribará a tres de estos reyes” (Dn 7,24).
En estos versículos es
como si el autor hiciera una parodia al colocarle al monstruo los títulos de
Cristo y se burla de él y de los reyes de Roma y de su reino y en forma
satírica presenta el poder de Roma y su reino como algo efímero que solo será
de una hora. Las fuerzas que se oponen al Cordero son pasajeras aunque se
pongan de acuerdo para entregar poder a la bestia.
Comienzo de la batalla (Ap 17,14-18)
El camino está preparado,
el trono, los santos, el culto, todo está dado para recibir a los que han
blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero, los que llevan el nuevo nombre
en la frente y piden a gritos que se haga justicia por la sangre derramada.
Dios ha enviado a sus ángeles para advertir a los habitantes de la gran ciudad
que deje de perseguir a sus elegidos; pero ellos no hicieron caso y sufrirán
las consecuencias de su desobediencia.
No asumieron la
responsabilidad de convertirse, por eso aunque peleen contra el Cordero serán
derrotados en la gran batalla (Cfr. Ap 19, 19-21) y Dios se guardará para sí a
los que ha llamado y han sido escogidos por su fidelidad para estar junto al
Cordero que ha sido proclamado “Señor de
Señores y rey de Reyes” (Ap 17,14; Cfr. Ap 19,16): Luego el rey dijo a Daniel:
Verdaderamente tu Dios es el Dios de los dioses, el Señor de los reyes y el
revelador de los misterios” (Dn 2,47).
Este reconocimiento es
para el Dios justo que escucha a su pueblo acogiéndolo en la aflicción porque
Él da la salvación a todos con libertad y protege el débil, al que es tenido
como miseria en la sociedad:
Yahvé nuestro Dios es el
Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y
terrible, que no es parcial ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y
a la viuda, que ama al forastero y le da pan y vestido – Amarás al forastero,
porque forastero fuiste en el país de Egipto” (Dt 10,17-19; Cfr. Dt 1,17; 2Cro
19,7; Jb 34,19; Sab 6,7-8;Hec 10,34; Rm 2,11; Ga 2,6; Ef 6,9; Col 3,25; St 2,1;
1P 1,17).
Ahora el clamor de los
santos es escuchado, el Dios justo empieza a cumplir su promesa, los pecados de
la gran ciudad serán destruidos y sus crímenes castigados por el poder del
Señor; Dios empieza a impartir justicia con la destrucción de los altares de la
gran ramera por parte del nuevo culto de los Santos:
Tu pecado está escrito
con cincel de hierro, está grabado con punta de diamante en la piedra de tu
corazón, en los cuernos de tus altares. Tus hijos se acuerdan de tus altares y
de los troncos sagrados que había junto a los árboles frondosos y sobre las
colinas elevadas y sobre los montes del campo. Por causa de tus pecados, haré
que te roben tus riquezas y tesoros, y que saqueen tus colinas sagradas en todo
tu territorio. Tendrás que abandonar la tierra que yo te di como herencia, y te
haré esclava de tus enemigos en una tierra que no conoces, porque mi ira se ha
encendido como un fuego que te consumirá (Jr 17,1-4)
El poder de Dios se sigue manifestando, a pesar que la gente, los pueblos y las naciones sostienen a la mujer sentada sobre las aguas (Cfr. Ap 17,1) y hablan una misma lengua, se volverán contra la mujer e incluso los reyes y la bestia, la odiaran y la dejaran abandonada y desnuda; comerán la carne de su cuerpo, y la quemarán con fuego, destruirán su prostitución y descubrirán su desnudez, romperán con sus altares y la idolatría aborrecida por el Señor se consumirá en el fuego por las ansias del poder entre sus reyes [5].
Los que se embriagaban
con ella ahora se volverán en contra de ella, por celos de poder se levantarán
en lucha de por el poder, destruyendo la ciudad, aunque la bestia ostentará el
poder por un tiempo hasta que se cumpla lo que Dios ha dicho (Cfr. Ap
17,17-18):
ü Voy a aplicarte el
castigo de las mujeres adulteras y criminales: te entregaré al furor y a los
celos, te entregaré en sus manos. Ellos arrasaran tu prostíbulo y demolerán tus
alturas, te despojaran de tus vestidos, te arrancarán tus joyas y te dejarán
completamente desnuda. Luego incitarán a la multitud contra ti: te lapidarán,
te acribillarán con sus espadas, prenderán fuego a tus casas y harán justicia
de ti, a la vista de una multitud de mujeres. Yo pondré fin a tus
prostituciones, y no volverás a dar salario de prostituta (Ez 16,38-41; Os
2,3).
ü Yo descargaré sobre ti el
furor de mi ira, y ellos te trataran con crueldad; te cortarán la nariz y las
orejas, y a los que aún quedan vivos los matarán a filo de espada. Te
arrebatarán a tus hijos y a tus hijas, y al fin caerás devorada por el fugo. Te
quitarán tus vestidos y se apoderaran de tus joyas. Así pondré fin a tu
libertinaje y a la prostitución a que te entregaste (...) Esto dice el Señor:
voy a dejar que caigas en poder de las naciones que odias, y por las que
sientes asco. Ellas te tratarán con odio, se adueñarán de lo has ganado con tu
trabajo y te dejarán completamente desnuda, quedará al descubierto tu cuerpo,
el cual entregaste a la prostitución con esas naciones y te rebajaste adorando
sus ídolos. Seguiste los pasos de tu hermana; por eso te daré a beber la misma
copa que le di a ella (Ez 23,25-30).
Los dos textos de Exequiel son la imagen del Viejo
Testamento que iluminan en el capítulo 17 del apocalipsis en el marco de la
destrucción del poder imperial, aunque los textos se refieren al pecado del
pueblo de Israel que se prostituyó en su corazón con la fabricación de ídolos,
son aplicados de manera velada y simbólica a la ciudad del imperio a Roma, que
se ha prostituido con la fabricación de imágenes oponiéndose abiertamente a los
santos del Señor y al Cordero; por esto será destruida cayendo de su pedestal: ¡Ya cayó, Ya cayó la gran Babilonia! (Ap 18,
2).
APOCALIPSIS 18: La caída y
destrucción de la ciudad pecadora.
¡Cayó, cayó la gran
Babilonia! (Is 21,9; Jr 51,8)
La gran alegría proclamada
por la caída de Roma - Roma es símbolo de toda ciudad idolatra – No implica que
hay en estos versículos una manifestación de Júbilo por la desgracia de la
ciudad, no es alegoría al sufrimiento ajeno, sino lo que se festeja es el
restablecimiento de la justicia divina, se acaba el gozo en favor del mal, la
esperanza de vivir sin Dios, la música que invita a la prostitución ya no se
escuchará, y solo quedará tristeza de muerte. La gran ciudad del mal caerá pero
no definitivamente porque sus pecados continuarán; la ciudad pecadora contrasta
con el surgimiento de la gran ciudad, la Nueva Jerusalén (Cfr. Ap 21,1) ciudad
santa, ciudad de paz, ciudad de Dios que no se inclina al mal porque es la
ciudad del Cordero, ciudad de la esperanza definitiva que verá la luz en los
capítulos 21 y 22 del Apocalipsis.
La caída de la ciudad se
debe a sus muchos crímenes porque se “Ha
vuelto morada de demonios, guarida de toda clase de espíritus inmundos, guarida
de toda clase de aves impuras y repugnantes, porque todas las naciones han
bebido del vino furioso de su prostitución y los reyes del mundo han fornicado
con ella y los comerciantes del mundo se han enriquecido con su lujo fastuoso”
(Ap 18,2-3; Cfr. Is 13,19-23; 23,17; 34,11-17; Jr 50,39;51,7; Bar 4,35).
Todo esto ha creado un
ambiente de destrucción a la ciudad pecadora como lo describe el profeta
Ezequiel en el capítulo 27; el autor del apocalipsis hace una lectura
actualizada de esta narración y la aplica a la caída de Roma:
Se escucharán sus gritos,
gimiendo amargamente por ti; se echarán cenizas en la cabeza, se revolcarán en
el polvo. Se raparán por ti, se vestirán el sayal; llorarán por ti amargamente
con duelo amargo. Te entonarán un canto fúnebre, te cantarán lamentos: ¿Quién
como Tiro, sumergido en el seno del mar? Al desembarcar tus mercancías hartabas
a muchos pueblos; con tu opulento comercio enriquecías a reyes de la tierra.
Ahora estás destrozada en los mares, en lo hondo del mar; cargamento y
tripulación naufragaron a bordo. Los habitantes de las costas se apartan de ti,
y sus reyes están aterrados, con el rostro descompuesto. Los mercaderes de los
pueblos silban por ti; ¡Siniestro desenlace! Dejará de existir para siempre (Ex
27,30-36, Cfr. Jr 25,10-11).
Esta relectura del
profeta Ezequiel es un llamado al pueblo cristiano para que no queden desolados
(Cfr. Jr 25,11) y se les llama a mantenerse fieles como lo hacía en las cartas
a la siete iglesias, son llamadas pueblo de Dios y que se aparten del pecado y
no sean cómplices de sus crímenes y de la idolatría de la gran ciudad porque
todo lo que ella hacia se volverá contra ella y será causa de su misma
destrucción:
Oí otra voz celeste que
decía: Pueblo mío, salgan de ella, para no ser cómplices de sus pecados y no
sufrir sus castigos. Porque sus pecados se apilan hasta el cielo, y el Señor
tiene en cuenta sus crímenes. Páguenle en su misma moneda, denle el doble por
sus acciones; la copa en que preparó sus mezclas llénenla el doble; cuanto fue
su derroche y su lujo dénselo de pena y tormento (Ap 18, 4-6; Cfr. Is 48,20; Jr
50,8.29; 51,6.45; Sal 137,8).
Aunque la ciudad seguirá
recreándose en sus encantos y en sus pecados, el pueblo de Dios debe seguir
peregrinando hacia la gran ciudad de paz, la ciudad del Cordero, el pueblo del
Cordero estará totalmente apartado y purificado de los crímenes de la ciudad
pecadora:
¡Salgan de Babilonia,
huyan de los caldeos! Con gritos de júbilo anúncienlo y proclámenlo,
publíquenlo hasta el confín de la tierra, digan: El Señor ha redimido a su
siervo Jacob. No pasaron sed cuando los guío por el desierto, agua de la roca
hizo brotar, partió la roca y brotó agua (Is 48,20-21).
El pueblo de Dios no
puede seguir los pasos de la ciudad y participar de los pecados de ella porque
sería traicionar la justicia de Dios, sería colocarse en contra del Cordero y a
la vez colocarse en contra de las víctimas que ofrendaron su vida derramando su
sangre blanqueando sus vestiduras con la Sangre del Cordero para que el reino
de Dios sea una realidad definitiva como premio del triunfo del bien sobre el
mal, de las victimas victimizadas sobre sus victimarios. Por eso los seguidores
del Cordero no pueden asimilarse al pecado de la ciudad, porque sus pecados
crecen cada día llegando a los oídos de Dios, de la misma manera como llegan
los clamores de los testigos victimizados por ser fieles al Cordero.
Los pecados de la ciudad
son incurables por más que Dios ha querido curarla por medio de la Sangre de
los testigos, de los profetas de Dios de sus advertencias por medio de los
ángeles de las Iglesias, de los ángeles que tenían las trompetas, de los que
tenían las copas y sobre todo por medio de los sellos del Cordero, pero no
aceptó la ciudad la curación del Señor, sino que se precipito al abismo de sus
propios crímenes y abominables pecados:
Cayó de repente Babilonia
y se precipitó: Laméntense por ella. Traigan bálsamo para sus heridas, a ver si
se sana, déjenla, vamos cada uno a nuestra tierra; su condena llega al cielo,
vamos a Sión a cantar las hazañas del Señor, nuestro Dios (Jr 51,9-10; Cfr. Gn
18, 20-22).
El pueblo de Dios ha de
alojarse del comportamiento pecaminoso de los hijos de la ciudad; ellos deben
salir, peregrinar hacia la ciudad de paz, no pueden contaminarse de pecado y
regocijarse en Él valiéndose del presupuesto de pecar y pecar porque Dios
siempre como el Padre misericordioso a la espera del regreso del Hijo con el
bálsamo curativo. Es necesario romper esta cadena de pecado y no ser como la
ciudad que se regodea de su pecado: Denle
tormento y sufrimiento en la medida en que se entregó al orgullo y al derroche.
Pues dice en su corazón: Aquí estoy sentada como una reina. No soy viuda ni
sufriré (Ap 18,7).
Este llamado a no seguir
los pasos de los hijos de la ciudad pecadora nos conduce al camino de una paz
interior porque Dios hace justicia a las víctimas que han sido sacrificadas por
seguir al Cordero, manteniéndose firmes en su fe, esta justicia de Dios es la
esperanza en una arrasadora utopía de la paz que se plantea como una propuesta
definitiva en la cual no habrá sufrimiento alguno y en la que todos podamos
vivir como ciudadanos del reino, ciudadanos de la paz:
Quienquiera que
repare en las cosas humanas y en la naturaleza de las mismas, reconocerá
conmigo que, así como no hay nadie que no quiera gozar, así no hay nadie que no
quiera tener paz (…) Por consiguiente, ansían llegar guerreando a una paz
gloriosa. (San Agustín. La ciudad de Dios XIX, 12,1).
El
orgullo del pecado (Ap 18, 8-10)
Por regodearse en su orgullo y no querer ser sanada
por Dios la ciudad pecadora será castigada y su desgracia se dará en un solo
día: “Esta es la ciudad bulliciosa que vivía
confiada, que pensaba: Yo y nadie más, quedó reducida a escombro, a madriguera
de fieras; los que pasan junto a ella silban y agitan la mano” (So 2,15)
Los pecadores no alcanzan a calcular su desgracia porque se mantienen en su
pecado, se sienten seguro de sí mismos sin perder la vergüenza de su desnudez:
Airado contra mi pueblo, profané mi
herencia, la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos, abrumaste
con tu yugo a los ancianos, diciéndote: Seré señora por siempre jamás, sin
considerar esto, sin pensar en el desenlace. Pero ahora escúchalo, sedienta de
placeres, que reinabas confiada que te decías: Yo y nadie más. No me quedaré
viuda, no perderé a mis hijos. Las dos cosas te sucederán, de repente en un
solo día: viuda y sin hijos te verás a la vez, a pesar de tus muchas brujerías
y del gran poder de tus sortilegio. Tú te sentías segura en tu maldad
diciéndote: Nadie me ve; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras
pensabas: Yo y nadie más. Porque vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás
conjurar caerá sobre ti un desastre del que no te podrás librar; vendrá sobre
ti de repente una catástrofe que no te imaginabas (Is 47,6-11).
Este texto de Isaías es también un cuadro simbólico de lo
acontecido a Babilonia que lo coloca en otro cuadro simbólico para leer lo que
le sucederá a roma que basaba su autoridad en la ideología de poder que hace
que se crean invencibles los poderosos de turno. Roma ostentó por varios siglos
el poder, y se creía la reina de todas las ciudades, pero su poder fundado en
la injusticia, la avaricia, la violencia, la guerra y la muerte, la condenaron
al fracaso.
De esta manera, todo pueblo o persona que se aferre a su
pecado y no quiera reconocer su situación para cambiar de vida en la dulzura
del amor misericordioso de Dios se perderá en la ideología del poder y
terminará en el fracaso precipitándose al vació de su existencia: “Muerte, aflicción y hambre” (Ap 18,8)
será su destino final.
Todos los que se embriagaron con el vino de la rebeldía de
la ciudad y se contagiaron de su idolatría, entregándose al derroche de sus
múltiples pecados ahora solo les queda la tristeza, el llanto y el lamento por
ella cuando la vean consumida por el fuego porque “vendrán días en que de todo esto que ustedes están viendo no quedará
ni una piedra sobre otra” (Lc 21,6; Cfr. Mc 13,1-2; Mt 24,2) Al ver así la
ciudad todos los que le sirvieron se apartarán alejándose de ella para no ser
castigados lamentándose por la suerte de la gran ciudad: “¡Ay, ay de ti, la gran ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! Porque
en un instante llegó tu castigo” (Ap 18,9b).
Esta imagen del lamento de los reyes servidores de la ciudad
es recreada con la imagen que Ezequiel presenta en el mensaje contra las
naciones que ayudaron a la destrucción de Israel: “Todos los reyes del mar bajaran de sus tronos, y se quitarán sus capas
y sus vestidos bordados; lleno de terror se sentarán en el suelo, temblando a
todas horas y espantados al verte. Entonces te dedicarán este canto fúnebre:
¡Cómo fuiste destruida, cómo desapareciste del mar, ciudad famosa! ¡Tú con tu
gente, fuiste poderosa en el mar y sembraste el terror en todo el continente!
Ahora que has caído, los países del mar tiemblan de miedo. Ahora que has
desaparecido, las islas del mar se llenan de espanto” (Ez 26,16-17).
Llanto
de los comerciantes (Ap 18,11-17)
Los comerciantes que
disfrutaron con la gran ciudad vendiendo sus productos, se lamentan porque ya
no les compraran sus mercancías. Esta imagen del lamento de los comerciantes
recrea los pasajes de Ez 27, 12-24 y Ez 27, 26-36 con que se indica la soledad
en la que quedarán los que llevaban su negocio a los habitantes de la ciudad; y
tampoco podrán vender vidas humanas para esclavizarlas, la ciudad ha sido
desprestigiada por su caída, se dedicó a prostituirse y su suerte es triste y sorprendente.
Todo lo que la incitaba
al pecado ya no podrá ser su deleite, su comercio ha muerto, su desgracia es
haber caída tan bajo después de su gran opulencia (Cfr. Ap 18,11-13) Nada de lo
que tenía y la llenaba de orgullo se volverá solo lamentos se escucharán por
ella: “¡Ya no tienes las ricas frutas que
tanto te gustaban; para siempre has perdido todos tus lujos y riquezas!” (Ap
18,14).
De tal manera que los
comerciantes que se hicieron ricos con la ciudad y eran sus aliados por miedo a
la destrucción se apartaran, se quedarán lejos para no sufrir castigo, llorarán
y se lamentarán pero no se acercarán “y
dirán: “¡Ay, ay de la gran ciudad! Vestida de lino fino, con ropa de color
purpura y rojo, adornada con oro, perlas y piedras preciosas. ¡Y en un instante
se ha acabado tanta riqueza!” (Ap 18,17) Con esta imagen hace nuevamente
alusión a los lujos con los que engalanaba la gran prostituta (Cfr. Ap 17,4) y
como ya no los tiene para seducir se le manifiesta su desgracia por haber
perseguido e inducido al pecado a los hijos de Dios.
La lejanía de los
marineros (Ap 18,18-19)
Todos los que se ganan la
vida en el mar se quedaron lejos (Cfr. Is 23,14; Ez 27,26-30) Como ya habíamos
mencionado anteriormente el autor del libro recurre a varias imágenes jugando
pedagógicamente con ella y colocándolas entrelazadas:
Comerciantes-Marineros-Prostituta- “La
ciudad de Tiro ciudad a la salida de mar que comercia con las naciones” (Ez
27,2) con estas imágenes se describen los acontecimientos sucedidos, los
que están sucediendo y los que van a suceder a la ciudad, imágenes fusionadas
que anuncian el gran final de la perseguidora y seductora prostituta.
Los marineros al igual
que los comerciantes se mantuvieron lejos y no tendrán un lugar donde vender y
no tienen la manera de comparar a la gran ciudad con otra, porque con su
riqueza los navegantes se hicieron ricos; pero ahora no tendrán puertos para ir
a vender y no habrá lugar de diversión, por eso se echan polvo en la cabeza
como signo de lamento e incertidumbre: “¡Ay,
ay de la gran ciudad! Con su riqueza se hicieron ricos todos los que tenían
barcos en el mar. ¡Y en un instante ha quedado destruida! (Ap 18,19b; Cfr. Ez
27,30-34) Este lamento de los marineros recoge la imagen del lamento de los
comerciantes y muestra la misma tristeza y angustia por la gran ciudad.
La justicia de Dios (Ap
18,20)
El cielo se alegra por la
gran noticia de la justicia de Dios en favor de su pueblo pobre y perseguido es
una alegría inmensa como la gran noticia que dieron los ángeles a los pastores
por el nacimiento del Mesías “Gloria a
Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres amados por Él” (Lc 2, 14)
Ahora el regocijo es por el nacimiento de las criaturas seguidoras del Cordero
a las cuales Dios ha hecho justicia. La alegría no es por la desgracia de la
ciudad, sino por la justicia impartida por Dios en favor de su pueblo
martirizado, las victimas victimizadas por el victimario ahora empiezan a
disfrutar de una nueva oportunidad. Las victimas condenadas ahora renacen a la
vida porque Dios ha hecho Justicia y eso es motivo de alegría y jubilo:
Tú, oh cielo, alégrate por causa de esa ciudad;
Y alégrense ustedes, los del pueblo santo,
Y los apóstoles y profetas,
Porque Dios, al condenarla,
Les ha hecho justicia a ustedes (Ap 18,20).
El pueblo santo de Dios
está viviendo el júbilo de los elegidos,
los cientos cuarenta y cuatro mil que blanquearon sus ropas con la
sangre del Cordero (Cfr. Ap 7, 4. 9-17) ya reciben la gracia de la justicia de
Dios en su favor (Cfr. Dt 32,43; Jr 51,48) Este pueblo alaba la grandeza del
Señor no con triunfalismos egoístas, ni haciendo apología de la dictadura del
odio ni dejándose contagiar de la ´ideología del rencor´ que se convierte en
ideología de poder y se siembra con el mismo odio, con violencia, con traición
y con mentiras; de igual manera estas ideologías basan sus principios en la
ignorancia del pueblo inculcándole
rencor y jugando con sus
emociones, recreándose en ellas para mantener su hegemonía.
La caída de la prostituta
no es el triunfalismo mundano recreado en el Apocalipsis sino que se refiere al
triunfo del bien sobre el mal, de la esperanza sobre la desesperanza, del amor
sobre el odio, de la justicia sobre la injusticia, de la vida sobre la muerte,
de la gracias de Dios sobre el pecado, del reino de Dios sobre los reinos
humanos; por estas razones, el nuevo pueblo de Dios no puede emular a la ciudad
pecadora, sino que debe mostrarse como un pueblo equitativo que construya
caminos de esperanza, es decir, promotor de alternativas frente a la ideología
del odio-poder, causante del mal.
Su alternativa es una
utopía arrasadora de esperanza donde reine la justicia de Dios en favor de las
víctimas que no quieren más violencia, ni más sangre derramada por los
inocentes. Pero tampoco propone una idolatría de las víctimas- los santos de
Dios- Porque eso sería caer en el juego idolátrico de la ciudad que se apartó
de Dios por irse tras sus amantes, no podemos cometer los mismos errores del
pueblo de Israel que se endiosó y por tal razón, se prostituyó:
Mira las lomas peladas,
fíjate bien:
¿Dónde te has dejado
deshonrar?
Sentada como árabe del
desierto,
a la orilla del camino
esperabas tus amantes.
Has
manchado el país con tu prostitución y tu maldad.
Por
eso han faltado tus lluvias en invierno y primavera.
Tienes
el descaro de una prostituta; ¡Debería darte vergüenza!
Hace
poco me decías Padre mío, amigos de mi juventud,
¿Vas
a estar siempre enojado?
¿Te
va a durar la ira para siempre?
Y
mientras decías esto,
Hacías
todo el mal que podías (Jr 3,2-5).
Esta advertencia y queja del Señor hoy se
hace palpable y se puede volver contra nosotros, mientras alabamos a Dios y
pedimos para que nos libere de nuestras desgracias, podemos estar cometiendo
las más inimaginable injusticia: Rechazamos la idolatría pero nos hacemos
imágenes de dioses, idolatramos personas que promueven la ideología del odio-poder
que nos lleva a repudiar el mal pero a la vez nos hacemos amantes del mal, nos
lleva a repudiar la idolatría pero nos hacemos amantes de la idolatría, nos
lleva a repudiar las causas que provocaron una sociedad de victimas pero a la
vez podemos caer en la idolatría de las victimas desplazando a Dios. Este
peligro es inminente, por eso el Apocalipsis nos lo advierte invitándonos a la
esperanza desde el reino de Dios, el reino del Cordero inmolado, con la imagen
del Cordero inmolado dejamos toda pretensión de poder idolátrico.
Profecía de la
caída de la gran ciudad por sus múltiples pecados (Ap 18,21-24).
Como en las anteriores imágenes que
describían las desgracias que caerán sobre los pecadores, un ángel hace el
anuncio sobre la caída definitiva de Babilonia -Roma- la gran ciudad, es un
anuncio que presagia una desgracia e indicando los motivos por lo cual va suceder
lo anunciado a los pecadores y a la gran ciudad. El autor del Apocalipsis se
vale de los escritos del Antiguo Testamento y es conocedor de los rollos que
los conformaban por los años 100 de nuestra era cristiana; con estos escritos
narra los acontecimientos del Apocalipsis recreándolos a lo largo del libro.
Muchas profecías son calcadas de estas
imágenes Veterotestamentaria y son colocadas sin mencionar la fórmula: “Esto
sucedió para que se cumpla lo anunciado por el profeta…” Sino que las coloca en
clave apocalíptica fusionándolas con la realidad narrada insertándolas como
imágenes propias de la narración, estos pasajes antiguos se desenvuelven como
cuadro que se devela a lo largo de las narraciones apocalípticas, sin lugar a
duda el Apocalipsis es uno de los libros del Nuevo Testamento que contiene más
textos insertos del Antiguo Testamento formando un conjunto pedagógico de
esperanza para el lector como destinatario final del libro.
El lector de este libro lo leerá en clave
de esperanza apocalíptica, insertándose en su narración desde la perspectiva
del Cordero y de un pueblo que sufre y lucha por su liberación este es el
ambiente pedagógico litúrgico del libro, sus profecías van encaminadas en este
sentido de abrir un horizonte esperanzador para el pueblo de los santos de
Dios. Los hijos del pueblo santo de Dios no pueden apartarse de su camino ni
alejarse del Cordero porque su desgracia será como lo sucedido a la gran ciudad
que fue precipitada al fondo de su pecado, del cual no podrá salir sino que se
hundirá más en el fango de su desgracia y no se podrá volver a ver:
Así serás tú echada abajo,
Babilonia, la gran ciudad, y nunca más te volverán a ver. Nunca más se oirá en
tus calles música de arpas, flautas y trompetas, ni habrá en ti trabajadores de
ningún oficio, ni se oirá en ti el ruido de las piedras del molino. Nunca más
brillará en ti la luz de una lámpara, ni se oirá en ti el bullicio de las
fiestas de bodas. Porque tus comerciantes eran los poderosos del mundo y
engañaste a todas las naciones con tus brujerías (Ap 18,21-23; Cfr. Is 24,8; Jr
25,10; 51,49. 63-64; Ez 26, 13. 21).
La vanidad, el orgullo y el derrame de
sangre de los santos del Cordero fueron los pecados que destinaron a la gran
ciudad a la destrucción ella fue testigo cómplice de la sangre de los profetas
y del pueblo Santo; por esta razón, se le ha pedido cuenta de la sangre
derramada con la cuales adornaron sus calles de pecado deleitándose con el vino
de sus crímenes: “Por eso dice la
sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos lo matarán y perseguirán.
Así se pedirá cuenta a esta generación de toda la sangre de profetas derramada
desde la creación del mundo: desde la Sangre de Abel hasta la de Zacarías,
asesinado entre el altar y el santuario. Si, les aseguro que a esta generación,
se le pedirán cuentas de todo esto (Lc 11, 49-51) Por esto la gran ramera
será destruida por sus muchos crímenes igual a aquellos que se embriagaron con
el vino de sus pecados.
A
modo de conclusión: Parte I-III
Los lectores de las Sagradas Escrituras y en especial del
Apocalipsis deben sentirse miembros de la generación de la esperanza, que lucha
por vivir un cristianismo de convicción en una iglesia que ha de renovarse
constantemente con la lectura y reflexión asidua de la Palabra de Dios. La
generación del Apocalipsis es una generación de la esperanza, esperanza
escatológica que todo cristiano asume como lucha por instaurar el reino de Dios;
el cristiano sabe que ha de ser consciente que es una minoría en un mundo
enfermo por el mal y que ha de oponerse a todo acto que vaya en contra del amor
de Dios en la historia humana y cristiana.
El cristiano es un seguidor de Cristo, su destino es
configurar su vida con la de Jesús Nuestro Señor, es decir, pascualizar la vida
para poder acceder a la pascua eterna del Reino de Dios, la lucha del cristiano
es combatir el mal y lograr la instauración del bien, su lucha es lograr
apartarse de todo tipo de idolatría y no dejarse contaminar de ella, todo buen
cristiano hace suyo el camino de la esperanza pascualizada como signo de
liberación y de paz, la paz es la justicia de Dios derramada en la humanidad
como pascua eterna y eternizada en el reino de Dios:
Esta justicia de Dios, que es don de la
gracia, totalmente gratuito, la desconocen quienes pretenden edificar su propia
justificación sin someterse a la justicia de Dios, que es Cristo. Y es en esta
justicia donde se encuentra esa bondad tan grande de Dios, a la que alude el
salmo: Gustad y ved que bueno es el Señor. Y nosotros, gustando esta bondad
durante nuestro exilio sin llegar a la saciedad, estamos bien hambrientos y
sedientos de ella para que, por fin, cuando lo contemplamos como es, nos
saturemos de ella. Así se cumplirá lo que está escrito: Quedaré saciado cuando
se manifieste tu gloria. Así es como Cristo da colmo a su inmensa bondad con
los que esperan en Él. (San Agustín. Civ. Dei. XXI, 24,6).
La justicia, la paz y el amor es un don de Dios que se dará
cuando los cristianos unan sus fuerzas y esfuerzos con los demás para lograr dejar
atrás toda ´ideología de poder´, de esta manera, se dará inicio al juicio
misericordioso de Dios: La
principal razón para el regocijo de los cielos es que Dios hace justicia por la
sangre de los mártires. El sistema babilónico es dañino y desde el mismo
principio (Cfr. Gn 4) ha sido el responsable del martirio de los fieles de Dios
(…) Los Santos habían preguntado: ¿Hasta cuándo, Señor? Ahora su oración
tiene respuesta - Dios ha hecho justicia por su sangre derramada – (…) La
piedra de molino arrojada indica lo súbito del juicio de Dios sobre el imperio
de la bestia, Dios ha destruido sus obra. Nunca más el mal vencerá (Jr 25, 9-11)
ha empezado la destrucción del imperio económico y religioso de la bestia[6].
[1] Proveniente de Banal: Que tiene poco valor o importancia por su naturaleza o por su falta de contenido, algo intrascendente, vulgar, de poca importancia. Vano, superficial.
[2] Apocalipsis. Pág. 157-163.
[3] Apocalipsis. Pág. 163-165.
[4] Mención a los emperadores:
Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Vespasiano, Tito y el Octavo,
Domiciano.
[5]
Se conoce como Gran
incendio de Roma al incendio que arrasó parte de la ciudad de Roma durante el verano del año 64, reinando Nerón como emperador. Su auténtica significación y alcance son
motivo de disputa, ya que las fuentes primarias, principalmente el historiador Tácito, que tratan sobre el incendio son pocas, y se
contradicen en ciertos aspectos. No obstante, parece claro que el incendio se
inició o la noche del 18 al 19 de julio del año 64, o la noche del 19 de julio, y que la ciudad ardió por
espacio de al menos cinco días. La destrucción que causaron las llamas fue
importante; según Tácito, cuatro de los catorce distritos de Roma fueron
arrasados, y otros siete quedaron dañados. Algunos monumentos de la ciudad,
como el templo de Júpiter y el hogar de las
vírgenes vestales fueron pasto de las
llamas. Quizá lo más relevante del gran incendio fueran sus consecuencias. Por
un lado, la historiografía
cristiana señala este hecho como la raíz de la primera persecución
a los cristianos, ya que, tras el incendio, Nerón culpó a éstos de haber provocado el fuego, y muchos cristianos fueron ajusticiados por ello. Por otro, en el
espacio liberado por las llamas Nerón hizo construir uno de los símbolos de su megalomanía, a saber, la Domus Aurea, la Casa de Oro, un palacio de
proporciones desmedidas y de gran lujo que ocupó buena parte del centro de la
ciudad. (https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_incendio_de_Roma).
[6] Cfr.
https://ebhb.wordpress.com/2013/02/08/apocalipsis-capitulo-18-juicio-de-dios-sobre-babilonia/
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