Jn 20,19-23
Ahuyenta mi locura, Señor, para que pueda
conocerte. Muéstrame el camino que debo hacer para poder verte. Así ayudado,
espero hacer lo que me has mandado (San
Agustín. Soliloquios, 1,1).
En
el Evangelio de Juan, Jesús el Hijo de Dios es quien ha resucitado, por lo
tanto, según el texto de Juan 20, resurrección y el envío del Espíritu Santo se
da el mismo día: “el primer día de la semana” (Jn 20,1) “Al llegar la noche de aquel mismo día, el primer día de la semana” (Jn
20, 19; Cfr. Mt 28,1; Mc 16,2.9) En Mateo y Marcos no encontramos
referencia al acontecimiento de pentecostés. Lucas lo plantea en tiempos
distintos, de esta manera, en la despedida, Lucas habla de lo que les prometió,
y se presenta como una promesa que es Ya: “Y
yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió” (Lc 28, 48; Cfr. Hec 1,4; 2,33; Jn 14,16-17.26; 16,7;
20,21-22) En Lucas Pentecostés (Hec 2,1) se da precedido de la Resurrección
y la Ascensión (Hec 1,1-11).
En
el acontecimiento Pascual de pentecostés encontramos la pedagogía del envío y
de anuncio:
1. Envío: Este envío lo precede el
acontecimiento de un llamado a la paz y mostrando su identidad de resucitado: “¡Paz a ustedes! Dicho esto les mostró las
manos y el costado” (Jn 20,19-20) Jesús se presenta con su nueva identidad de
resucitado- Les confirma el compromiso para enviarlos: “Luego Jesús les dijo otra vez: _ ¡Paz a ustedes! Como el Padre me
envío a mí, así yo los envío a ustedes” (Jn 20,21); este anuncio de la paz
no es la paz como la da el mundo (Jn 14,27), sabemos que es un saludo de
bienvenida y de despedida muy frecuente entre los judíos. Jesús lo da a los
suyos como bienes que deja para todos los enviados y no es una paz común, es la paz del
resucitado que recoge toda una tradición bíblica (Nm 6,26; Sal 29,11; Is 9,6-7;
57,19; Lc 2,14; Jn 16,33; 20,19.21.26; Rm 5,1; Ef 2,14). Es la paz que llevan
los discípulos a donde son enviado (Mt 10,13) En presencia del Espíritu, que
nos enseñará todo (Jn 14,25-26) consagrándonos a Dios: “Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu palabra es la
verdad. Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío
a ellos entre los que son del mundo” (Jn 17,17-18; Cfr. Jn 15,3) Esta
consagración es pertenecer completamente a Dios, quedando comprometido con Él (Ex
13,2; 28,41; Jn 10,21).
2. Anuncio: Al mostrar Jesús su identidad de
resucitado, inmediatamente, sopló sobre la comunidad, para que recibieran el
Espíritu, que él había prometido en representación suya (Jn 14,25-26) dándole
poder sobre todo espíritu que impida un adecuado acercamiento a la palabra, una
comunidad que no acoge la palabra vive en tinieblas a la
cual se le retiene la posibilidad de ser
hijos en el Hijo, es decir hijos de la Luz y los que acogen la Palabra reciben
por medio de la luz la capacidad de ser hijo en el Hijo y ascender al Padre (Jn
1,11-13) A esto hace referencia el texto: “Y
sopló sobre ellos, y les dijo: __ Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes
perdonen los pecados, les quedaran perdonados; y a quienes no se los perdonen,
les quedaran sin perdonar” (Jn 20,22-23); este perdón mencionado en Juan es
condicionado por la Palabra y por esto es necesario que la persona no esté con
ningún impedimento (Mt 9,2-8) porque de lo contrario, las personas que no acojan
la Palabra quedan fuera de la comunidad pos–pascual (Mt 16,19) es decir, el anuncio es para todo
aquel que se sienta libre de atadura y acoge como creyente la Palabra
pronunciada por Jesús (Mt 18,18).
La
presencia del Espíritu hace entendible el mensaje a todos los pueblos, a
diferencia de la propuesta del génesis en el que la humanidad se había apartado
de Dios, por lo tanto es necesario que se presente confusión y dispersión (Cfr.
Gn 11,1-9)[1]
pero con la presencia del Espíritu (Cfr. Hec 2,8-11) se trata de la unificación
del mensaje Kerygmático-Pascual. Cristo ha resucitado y está vivo entre
nosotros: “¿Cómo es que los oímos hablar
en nuestra propias lenguas? (...) ¡Y los oímos hablar en nuestras propias
lenguas de las maravillas de Dios!” (Cfr. Hec 2,8.11).
El
mensaje es entendible para la humanidad (Cfr. Hec 2,14-42; Hec 3,12-26;
5,29-32; 10,34-43) Allí se comprende la pedagogía de los dones del Espíritu Santo: “Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
otras lenguas” (Hec 2,4) Hablar en lenguas es la capacidad de hacer
comprensible el Kerigma a todos el que escucha el mensaje de salvación: “_ ¿Acaso no son galileos todos estos que
están hablando? ¿Cómo es que los oímos hablar en nuestras propias lenguas?”
(Hec 2,7-8).
Pero
nosotros los cristianos hemos hecho del mensaje Kerygmático una torre de Babel,
es decir, una confusión total. Nuestro anuncio se ha distanciado de lo que
Jesús nos ha propuesto, nos hemos enredado en las cosas del mundo, se ha
perdido el sentido profético que Jesús ha comunicado con su Palabra (Cfr. Jn
17,14; Cfr 8,51; 14,23-24; 15,3) Se ha perdido el camino de unidad pedido por
Jesús: “Te pido que todos ellos estén
unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén con
nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”(Cfr. Jn 17,21.23).
Con
Pentecostés, entramos en el tiempo pos-pascual, proceso que no nos deja caer en
la tentación para no seguir estáticos mirando al cielo, lo que impide ser
verdadera comunidad pos-pascual de discípulos creyentes. Hemos caminado, pero
no estamos cerca de la meta. Para llegar a
la meta, nos lo impide muchas veces, la impotencia frente a la Palabra,
frente a la oración, frente al anuncio de Jesús Resucitado, frente al anuncio del Reino
de Dios en la comunidad pos-pascual. Pentecostés es la pascua pascualizada, es
mucho más que decir, vino sobre los discípulos en forma de llamas la presencia
del Espíritu. Es una promesa cumplida, que “Ya” es presente y sigue germinando
en la comunidad pos-pascual. El camino a recorrer es sencillo, pero hacemos su
recorrido complicado, porque seguimos con la idea de vivir en total relajación
nuestro compromiso de bautizados. Pentecostés queda como un gesto más dentro de
un ritual litúrgico. No es el camino pos-pascual en la comunidad catecumenal,
que por medio de su compromiso bautismal anuncia que Jesús ha resucitado y a
través de las Escrituras da testimonio de Jesús vivo (Cfr. Lc 24,33-49; Cfr. Hec
2,38-39).
“Creer es llegar” (San Agustín. Serm. 131,3)
“La
Palabra de Dios descansará en nosotros cuando nosotros descansemos en la
Palabra de Dios. (San Agustín, Serm. Caillou 1,133).
[1]
Babel: Es decir, Babilonia. La
tradición babilónica atribuía al nombre de esta ciudad el significado de Puerta
de Dios o puerta de los dioses. El relato bíblico, no sin ironía, lo asocia, en
cambio, con el verbo hebreo balal, que significa confundir. Según Hec 2,8-11,
con el derramamiento del Espíritu Santo en pentecostés comienza la
reunificación de la humanidad dispersa en babel. (Comentario al significado de
Babel en Gn 11,9) Biblia de estudio Dios habla hoy).
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