Jn 14, 15-21[1]
“No es alabanza de fe la de los cristianos que creen en
Cristo muerto, sino la de los que creen en Cristo Resucitado” (San Agustín. In
ps. 101, 2,7).
El tiempo de pascua está relacionado directamente con la presencia viva de Jesús Resucitado. Este
tiempo, no se puede enmarcar exclusivamente en 50 días, la pedagogía utilizada
en la liturgia sugiere celebrarse como si fuera un solo día: En el que Cristo
murió, resucitó y ascendió al Padre (Cfr. Jn 19,30b; 20,19-22).
La pascua es una celebración que dura toda la vida,
celebramos a Jesús Resucitado siempre, para que no nos quedemos en el Viernes Santo.
Viernes de muerte, donde sembramos nuestros dolores y en esta oscuridad de
muerte quedamos estancados, cuesta trascender que Jesús ha resucitado, que está
junto al Padre, siempre presente,
abriendo el camino de la esperanza frente a la incertidumbre, ofreciendo la
vida frente a la muerte.
En este tiempo de pascua aparte de los signos que
se han venido reflexionando, podemos hacer un acercamiento a tres elementos
entre otros, que surgen a partir de la conmemoración pascual de la comunidad:
La Resurrección de Jesús; La Oración; y La Palabra de Dios encarnada:
1) Resurrección
de Jesús: Es el acontecimiento-memorial- que celebramos, lo vivimos como
una pascua eterna, es la pascua de Dios que proclamamos por medio del anuncio
Kerygmático-Pascual: Jesús, el Hijo de Dios ha Resucitado y lo estamos
celebrando en la fracción del pan (Eucaristía), esta es la celebración de la
vida (Cfr. Lc 24, 30-31), es lo que creemos, es lo que profesamos y es lo que
anunciamos. Jesús ha resucitado, está vivo y lo hemos reconocido. Lo reconocemos
a Él y al Padre por mediación del Espíritu para que seamos hijos en el Hijo (Cfr.
Rm 8,14.15.16-17).
2) La oración: Es el camino que como hijos
debemos recorrer a diario para llegar al Padre, este camino debe ser para
nosotros los cristianos un continuo dialogo de fortaleza para nuestra
debilidad (Cfr. Rm 8, 26-27) además, es
alabar a Dios Padre y pedir que su reino venga y que nosotros vayamos a Él
desde el memorial del alimento de cada día, en el que aprendemos a perdonar y
seremos perdonados por el Padre (Cfr. Mt 6).
3) La Palabra:
Centro y fundamento del creyente pascualizado, “Si ustedes permanecen unidos a mí, y sí permanecen fieles a mis
enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará” (Jn 15,7) La palabra es la
fuerza que garantiza nuestro actuar en Dios y nuestro caminar, sin ella no
podemos llegar al conocimiento de Dios (Jn 17, 4) ¿Cómo vamos a dar testimonio
de Dios, sino leemos ni conocemos la Palabra? ¿Qué Dios queremos anunciar si no
conocemos la Palabra? En ese sentido, nuestra vida es una contradicción porque
decimos ¡Que creemos en Jesús! ¡Que creemos en el Padre! y ¡Que creemos en el
Espíritu Santo! Pero no conocemos la Palabra,
no la reflexionamos, no escuchamos la voz del Señor, sin ella no hay crecimiento espiritual en la
pedagogía de la fe.
Por no asumir el acontecimiento pascual como
prioridad en nuestra vida es que tenemos dificultad para ser cristianos hoy, no
conocemos a Jesús Resucitado, nos hemos marginado de su presencia. No vivimos la
oración e ignoramos su importancia para nuestro crecimiento. No conocemos, no
estudiamos, no reflexionamos la Palabra, las Sagradas Escrituras, permanecen
inéditas. Es por esta razón, que nos preguntamos: ¿Qué tipo de cristiano
pretendemos ser y que testimonio pretendemos dar sin Jesús Resucitado, sin
oración y sin la Palabra de Dios y sin el memorial eucarístico?
Ahora que estamos a unos días de celebrar
pentecostés y con este acontecimiento, decimos que terminamos el tiempo de
pascua, esta es una de las razones que damos los cristianos dentro de la
Iglesia para afirmar que es un tiempo más dentro del año litúrgico. Pero
debemos ser conscientes que con pentecostés no termina la pascua, al contario empieza
la novedad del Espíritu y su presencia en medio de la comunidad, desde esta
novedad del Espíritu crecemos en la pascua del Señor Resucitado, es la
presencia del defensor (Cfr. Jn 14, 16-17.26; 15,26;16,7.8-11) es decir, “el Espíritu Santo que el Padre va a enviar
en mi nombre” (Jn 14,26) el Padre lo envía por petición de Jesús Resucitado
(Jn 14,16-17) que vendrá a revelarnos la plenitud de la salvación.
La comunidad pascualizada ha de estar bien
dispuesta a recibir la presencia del defensor prometido por Jesús y esta
preparación se da por medio de tres condiciones según nos lo sugiere Jn
14,15-21:
1. El amor
de los discípulos a Jesucristo: Este es un paso fundamental para garantizar
la presencia del Espíritu de la verdad quien estará siempre en la comunidad (Jn
14,17).
2. Los
miembros de la comunidad deben ser hijos de la luz: Ellos han recibido la
Palabra y la han acogido (Jn 1, 10,14) por lo tanto, no quedará huérfana la
comunidad de creyentes.
3. La
comunidad ha de obedecer y conservar los mandatos del Señor: La escucha y
la obediencia es permanecer en Jesucristo y en sus Palabra (Cfr. Jn 15,7a)
obedecer es vivir en Jesús. Escuchar su Palabra es amarlo y el que lo ama lo
amara el Padre.
Si la comunidad se aleja de estas condiciones, no
se da a plenitud la presencia del Espíritu en la comunidad pascualizada. La
comunidad se haría hija del mundo y de las tinieblas (Cfr. Jn 1,10; 7,7; 12,31;
14,17; 16,8.11; 17,9.14) Por esta razón, no podemos ser como los que viven en
las tinieblas sin llegar al conocimiento del Espíritu-defensor porque no escuchamos
la Palabra y no obedecimos, nos comportamos como los hijos de las tinieblas. Los
hijos de las tinieblas no tendrán la oportunidad de ver y vivir la pascua de
Jesús Resucitado, ellos se han excluido de este acontecimiento. Nosotros cuando
le colocamos límites al acontecimiento pascual, negamos la presencia de Jesús
Resucitado en la comunidad, en su historia, en su conmemoración.
Por lo tanto, para no ser hijos de las tinieblas en
nuestra relación con Dios, debemos asumir y cumplir el mandato de Jesús Resucitado
(Jn 13,34-35) recreando en la vida pascual los mandatos de la buena convivencia
del viejo testamento (Ex 20, 1-21; 34,14-28; Dt 5) Al ser fieles en la obediencia
vivimos en la verdad del amor al Padre y al Hijo y aceptamos la presencia del Espíirtu-Defensor;
así garantizamos que vivimos desde la pascual del amor del Padre y del Hijo y
del Espíritu, quienes permanecerán eternamente en la comunidad de los
discípulos creyentes: “Quien conserva y
guarda mis mandamientos, ése sí que me ama. A quien me ama lo amará mi Padre, y
yo lo amaré y me manifestaré en él” (Jn 14,21).
“La
fe de los cristianos consiste en creer en la Resurrección de Cristo. Tenemos
por grande creer que Cristo resucitó” (San Agustín, In ps. 120,6).
[1] Texto elaborado el quinto
domingo de Pascua de 2011 y revisado el quinto domingo de pascua de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario