Mt 17,1-9
“Por la
semejanza subimos a Dios. Por la desemejanza, nos apartamos de Él” (San Agustín. De
Civ. Dei, 9,18).
Las
tentaciones hechas a Jesús por el tentador- itinerario pedagógico de reflexión
en este tiempo de ayuno, oración y ayuda a los más necesitados-, son nuestro
itinerario de tentación, con la gran diferencia que Jesús vivió la resiliencia
frente a la auto-idolatría; a poner a prueba a Dios y a la ambición. Nosotros
en cambio nos dejamos llevar por el impulso de la libertad desordenada, dándole
tiempo para que el tentador haga su voluntad en nosotros. (Esto recuerda que un anciano maestro enseñaba el camino de la libertad
sin tentación y un discípulo se le acercó y le pregunto que como era el diablo
y el anciano maestro le mostró un espejo).
Al
tentador se vence desde la pedagogía de la cruz, allí salimos victorioso ante
sus propuestas. La cruz es el camino de quien hace la voluntad del Padre: “Padre, si quieres, aparta de mí esta
copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42) Con esta
fuerza de Jesús de hacer lo que el Padre manda empieza la victoria sobre el mal
rompiendo todo tipo de idolatría que interrumpe el camino del hermano-discípulo
en el seguimiento.
El
seguimiento a Jesús está íntimamente relacionado con la pedagogía de la Cruz;
el que sigue a Jesús participa de su destino
en la cruz - consecuencia del seguimiento (Cfr. Mt 16,21) Quien quiera optar
por el riesgo del seguimiento, su norte es la pedagogía de la Cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese así mismo, tome su Cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mí, lo encontrará” (Mt 16,24-25).
La
pedagogía de la cruz empieza su gestación en los anuncios de la pasión de
Cristo a los discípulos (Cfr. A. Mc 8,31-9,1; Mt 16, 21-28; Lc 9,22-27. B. Mc 9,
30-32; Mt 17, 22-23; Lc 9,44-45. C. Mc 10,32-44; Mt 20, 17-19; Lc 18,31-34) Centro
de la enseñanza de Jesús. Y en la montaña
por medio de la transfiguración (Cfr. Mt 17,1-9; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36; Cfr. 2P
1,16-18) Jesús es notificado por el Padre que el destino de Él y la de sus
discípulos es la Cruz: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto” (Mt
17, 5).
La
voz del Padre es el llamado que hace para que recordemos el camino de la Cruz y
no nos acomodemos a este mundo, sino que nos dejemos transformar por Cristo: “No se acomoden a este mundo, por el
contrario transfórmense interiormente con una mentalidad nueva, para discernir
la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto” (Rm 12,2) Y
esto ha de llevarnos a configurarnos con el mismo Cristo en el sendero de la
Cruz: “Y nosotros todos, con el rostro
descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos
transformando en su imagen con esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu
del Señor” (2Cor 3,18).
En
la transfiguración (Cfr. Mt 17,1-9; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36;) Jesús se llevó
aparte a Pedro, Juan y Santiago, a una
montaña elevada y allí se transfigura delante de ellos. En la montaña se
aparecieron Moisés y Elías: Moisés profeta por excelencia de Dios, que fue
llamado para liberar al pueblo del poder de Egipto, Moisés representó el cumplimiento
de la alianza para el pueblo de Dios (Cfr. Ex 3). Elías- profeta galileo- que llamaba al pueblo a hacer memoria de la Alianza
y así vuelva a Dios (Cfr. 1R 17-2R 1-2,1-18) Incluso este Elías fue arrebatado
de la tierra, pero según la tradición había de regresar (Cfr. Ml 3,23-24; Cfr.
Mt 17,10) Jesús afirma que ya ha venido pero no lo reconocieron - Lo discípulos
comprendieron que se refería a Juan el Bautista (Cfr. Mt 17, 11-13).
Una
lectura de la transfiguración es que el lector comprenda que Jesús ha recibido por parte del Padre la herencia de la tradición de la alianza y
del profetismo en la presencia de Moisés y Elías. Por medio de la voz del Padre
es llamado a liberar al pueblo de la esclavitud por su palabra que lo restaura
todo. Con su transfiguración muestra el
camino a seguir en la continuidad del reino, comunidad de la nueva alianza.
Jesús
recibe la gloria de Dios que irradia a los testigos sorprendidos que escuchan en
el silencio la voz del cielo: “Este es mi
Hijo Amado, en quien me complazco; escúchenle” (Mt 17,5) Este texto es el
desarrollo contextual del Bautismo (Cfr. Mt 3,16; Mc 1,11; Lc 3,22) en el que
el Padre ha manifestado que Jesús es el Hijo amado en quien tiene su
complacencia: Bautismo y Transfiguración tienen su centro en el destino de la
Cruz. Jesús es Bautizado y Ungido por el Espíritu del Padre manifestado en la
Unción de su propia Sangre derramada en el madero.
Jesús
recibe la gloria de Dios en la teofanía de la transfiguración y después es tentado
por la propuesta de este destino en su propia comunidad de discípulos-hermanos:
“¡Ni se te ocurra, Señor! ¡De ningún modo
te sucederá eso! (Mt 16,22) Este rechazo es propiciado por el desamor del
seguidor que se aleja de la pedagogía de la Cruz. Jesús toma la misma actitud
que en las tentaciones, rechaza al tentador. Él le manifiesta a la comunidad
que siga el compromiso adquirido en el llamado que recibieron (Cfr. Mc 3,13) y
los anima: “Jesús, acercándose a ellos,
los tocó y dijo: Levántense, no tengan miedo” (Mt 17,7).
A modo de conclusión
Debemos
asumir nuestro compromiso como creaturas y criaturas modelados por sus manos
con arcilla del suelo colocando su espíritu de vida Dios nos formó a su Imagen
y Semejanza (Cfr. Gn 1, 26, 2,7) Pero al rechazar la vida, al no asumir nuestra
condición de seguidor de Jesús, caemos en la desemejanza frente a Dios. Ya No
escuchamos la voz del Señor. Jesús se transfiguró para que nos configuremos con
Él para que fuéramos Imagen y Semejanza de Dios; pero nosotros optamos por configurarnos al mundo
con la seducción de las tentaciones.
Vivimos
alejados de Dios, en realidad no podemos afirmar con convicción que somos
creyentes, hemos desfigurado la presencia de Jesús en nuestros corazones. Rechazamos
la propuesta de no violencia (Cfr. Mt 5,20-48) Jesús nos propone un proyecto de
vida (Cfr. Mt 5,1-12) y nosotros proponemos un anti – proyecto, que consiste en
validar todo tipo de injusticia e idolatría.
“Los que buscan sus propios intereses
son como los que van al templo a comprar y vender de lo suyo. A esos tales el
Señor los arroja del templo con un látigo de cuerdas (…) Sus artimañas son como
fibras de esparto que, retorciéndose y sobreponiéndose unas a otras se
convierten en su cordel para su propio castigo” (San Agustín. In ps 130,2).
[1]
Texto elaborado en Marzo 20 de 2011 (Domingo II de Cuaresma) y modificado el 16
de Marzo de 2014 (Domingo II de cuaresma).
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