domingo, septiembre 25, 2011

__“LES ASEGURO QUE LOS PUBLICANOS Y LAS PROSTITUTAS LES LLEVAN LA DENLANTERA EN EL CAMINO DEL REINO DE DIOS”


Mt 21,28-32

“Señor mío y Dios mío, si yo gimo en medio de los hombres, si yo gimo en medio de los cristianos, si yo gimo en medio de pobres; es para que tú me concedas el que, con el pan de tu palabra, pueda saciar a aquellos que no tienen hambre y sed de justicia, porque viven saciados y satisfechos. Pero, ¡ojo!, su saciedad no es auténtica, su saciedad no tiene en cuenta tu verdad”. (San Agustín. De Trinit. 4, proemio 1)

Jesús en su predicación plantea que el reino de Dios es una realidad para todos  (Cfr. Mt 20,1-16) Él sale todo el día como el dueño de la viña a contratar hombres y mujeres que trabajen en su viñedo (reino de Dios) y centra su atención en los que son considerados último, los que no fueron contratados antes de caer la tarde porque no se habían fijado en ellos.
En el evangelio de Mateo estos son imagen de los marginados de la sociedad de la época: publicanos, prostitutas, lisiados, leprosos, enfermos, que eran tenido como  pecadores. Ellos eran excluidos del templo, no podían participar del culto, muchas veces, les tocaba vivir fuera de las ciudades. En la realidad del reino de Dios no hay acepción de personas, desde este horizonte podemos entender la sentencia de Jesús a los fariseos y maestros de la ley: “Los últimos serán los primeros, y los primeros serán últimos” (Mt 20,16).
Esta parábola está ubicada en el contexto de la controversia que presenta Mateo entre Jesús, los fariseos y los maestros de la ley (Mt 20,1-23,1-39) que llega a su punto álgido con la entrada a Jerusalén (Mt 21,1-11,Cfr Mc 11,1-11; Lc 19,28-40; Jn 12,1-19) Culminando con su muerte    (Mt 27,45-56; Cfr. Mc 15,,33-4; Lc23,44-49; Jn 19,28-30) El eje central de la controversia es que las autoridades judías representada por los fariseos, sumos sacerdotes, maestros de la ley no han creído en la justicia de Dios anunciada por Juan, no creyeron en Jesús como Hijo de Dios, se resistieron a su Palabra  y no hicieron la voluntad del Padre.
Esta controversia podemos entenderla desde “tres acciones simbólicas de Jesús: su entrada en Jerusalén como Rey y Mesías (Mt 20,1-11); la purificación del templo, que simboliza su autoridad sobre el culto religioso judaico (Mt 21,12-17), y la maldición de la higuera, que probablemente representa el juicio divino sobre los dirigentes de Israel que no habían aceptado la misión de Jesús (Mt 21,18-22) estas se dan al igual que las acciones simbólicas de los profetas en pasajes como Is 8,1-4; Jr 13,1-11; Ez 4,1-5,4)”[1].
La parábola del padre y los dos hijos, tiene el siguiente sentido simbólico: Los llamado en primer momento para hacer la voluntad de Dios, han dicho que si van a trabajar a la viña del padre pero no lo hicieron conforme a los planes de Dios: “Si Señor, yo iré. Pero no fue” (Mt 21,30); por esta razón el reino de Dios cambia de destinatarios, es para los que en primera instancia dicen no al llamado: “¡No quiero ir! Pero después cambió de parecer, y fue” (Mt 21,29) El reino es el tiempo de Dios y ahora es para los que viven desde el espíritu la Palabra, de los que han creído en la Justicia de Dios proclamada por Juan: Los publicanos y las prostitutas han tratado de convertirse, cumpliendo así  las justas exigencias de Dios (Lc 7,29; Cfr. Lc 3,7.12) En cambio los fariseos y los maestros de la ley, han despreciado lo que Dios había querido hacer en favor de ellos (Lc 7,30).
En la Parábola Jesús manifiesta que el Reino de Dios destinado para ellos ya no les pertenece porque no creyeron en la justicia predicada por Juan y no creyeron en Él, es decir, que son como el hijo que dijo que sí iba a trabajar  a la viña y no fue. Pero el hijo que dijo que no, fue,  este en la parábola es simbolizado con los que son contratado a última hora (Mt 20,7): los publicanos, las prostitutas,  los enfermos. Porque no todo el que diga “Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino quien haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21) Porque vino Juan a predicarle la conversión y no lo aceptaron (Mt 21,32; Cfr. Mt 11,7-19).
El llamado que hace Jesús es la conversión para participar en el tiempo de Dios, en la mesa del reino, como nos plantea  Fr. Héctor Herrera, O.P.
La parábola es un llamado a la conversión. Hay un paralelismo entre la predicación de Juan y la de Jesús: los piadosos no le creyeron, en cambio los que eran considerados pecadores y prostitutas cambiaron sus vidas y acogieron el reino de Dios. Jesús es rechazado por las autoridades judías. Está próximo a su muerte, pero no han reconocido el “camino de la justicia y no le creyeron. Y ustedes, aún después de verlo, no se han arrepentido ni le han creído” (V.32). Acoger el reino de Dios es practicar la voluntad de Dios nuestro Padre que nos ama a todos. “Es practicar el derecho y la justicia”; como nos recuerda el profeta Ezequiel 18,27. En tiempo de Jesús se vivía del legalismo, como puede sucedernos hoy en día y actuar por puras apariencias, sin querer comprometernos como cristianos en la construcción del reino de Dios, que significa la defensa de la vida y la dignidad de toda persona, en la práctica de la justicia y el derecho de los más pobres, en comunidades cristianas solidarias, en ser comunidades proféticas y coherentes donde no se obre por rivalidad u ostentación, sino que aprendamos de Jesús, como nos recuerda el apóstol Pablo, que “se hizo obediente hasta la muerte de cruz, para que ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, la tierra y el abismo y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre (Filp 2,1-11)[2].

Por esta razón, necesitamos romper con la pasividad cultual, creemos al igual que los fariseos y maestros de la ley que no necesitamos de conversión. Pensamos que ya hemos asegurado nuestra salvación contentándonos con el mínimo esfuerzo dentro de la Iglesia de Jesucristo. Pensamos que  los que necesitan de conversión, de perdón  y de corrección son los pecadores. 

“La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida de Cristo.”(DA. 362).


[1] SOCIEDAD BIBLICAS UNIDAS. La Biblia de Estudio. Dios habla hoy. Comentario a Mt 21,1-22.

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