jueves, agosto 25, 2011

_ “SI ALGUNO QUIERE SER DISCÍPULO MÍO…CARGUE CON SU CRUZ Y SÍGAME”

San Agustín

 Mt 16,21-28

“Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu sacerdote” (San Agustín, Conf. 1,1)
A partir de la de la confesión de fe de la comunidad, que reconoce a Jesús como el Mesías, como el Hijo del Dios viviente (Cfr. Mt 16,16) se desarrolla la pedagogía de fe al interior de la comunidad y dándose inicio a la espiritualidad del discipulado: El discípulo  vive en plena comunión de vida con  Jesús el Maestro: _“Si alguno quiere ser discípulo mío olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt 16,24; Cfr. Mac 8,34; Lc 9,23). Comparte su misión y su destino, bebiendo del mismo cáliz que le corresponde beber al Maestro: “Ustedes beberán este trago amargo, y recibirán el bautismo que yo voy a recibir” (Mc 10,39; Cfr. Mt 20,23).  
El seguimiento a Jesús, está íntimamente relacionado con su muerte: esta es la pedagogía de la espiritualidad cristiana, aquí está la clave de esta espiritualidad en la Muerte y Resurrección de Jesús, fortalecida por la fe en el anuncio Kerygmático-pascual, alimentada por la Palabra y la pedagogía de la oración,  estas son las fuentes con las que Jesús instruye a los discípulos para que asuman su misión.
Esta es una pedagogía muy dura de afrontar por parte de los cristianos, ya que es más fácil vivir desde la simplicidad de los grupos dentro de la Iglesia, que se han constituidos con una falsa espiritualidad en la que poco preocupa si se desarrolla la  catequesis desde un proceso de fe centrado en la formación bíblica, que responda al anuncio Kerygmático – Pascual: Jesús Muerto y Resucitado.
Por esta razón, nos oponemos muchas veces al proyecto de Dios en nuestra historia, y al proyecto de fe, que es el camino de conversión y de creencia en el Cristo de Dios: _ “¡Dios no lo quiera, Señor! ¡Esto no puede pasar!” (Mt 16, 22) Nos oponemos por egoísmo, por no comprometernos con la fe y la espiritualidad del cristiano: participación en el destino del Maestro. Además, no queremos comprometernos en la escuela del discipulado, no asumimos que nuestra espiritualidad parte de la Muerte y la Resurrección;  por este motivo se da la recriminación de Jesús: _“¡Apártate de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como la ven los hombres” (Mt 16,23)[1].
Desde esta perspectiva, el que quiera ser seguidor y discípulo de Jesús debe cargar con su cruz y seguirle, esta es la recompensa del que lo ha dejado todo por El (Mc 10,28-31; Mt 19,27-30; Lc 19,28-30) Es la gloria que corresponde a los que se arriesgan a seguirle y a dinamizar sus vidas desde el anuncio del Evangelio (1Tes 1,2-5) El seguimiento a Jesús implica la disponibilidad de vivir la espiritualidad cristiana para participar de la vida en la vida de Cristo: Resurrección.
No podemos tener la actitud de Pedro y los demás discípulos que después de hacer la confesión de fe reconociendo a Jesús como el Mesías, colocan obstáculos a su proyecto, porque no han comprendido todavía que la espiritualidad del discipulado se fundamenta en la Muerte y Resurrección de Jesús: “¿Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará” (Mt 16,25; Cfr. Mt 10,38; Lc 17,33; Jn 12, 26).
Entregarse totalmente a la aventura del reino es garantía de vida eterna: “Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará” (Jn 12,26) y le dará la vida eterna (Cfr. Mc 10,30) premio que se recibe de acuerdo a lo que hayamos hecho: “Porque el Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y sus criaturas, y entonces recompensará a cada uno conforme a lo que haya hecho” (Mt 16,27; Cfr. 24,29-31; 25,31-46; Sal 62,11-12 {12-13}; Prv 2,12; Jr 17,10; Ez 18,30; Eclo 16,12.14; Rm 2,6).
Los que asumen este proyecto son los que viven unidos al Señor, desde una vida entregada al servicio del reino, es decir, vivir desde la promesa de estar siempre en la presencia del Dios de la vida: “Les aseguro que algunos de los que están aquí presente no morirán hasta que vean al Hijo del hombre venir y reinar” (Mt 16,28)[2]. Esto implica que la participación en la pedagogía de la cruz, es asumida desde la pedagogía de la fe, en la espiritualidad cristiana, nutrida con la pedagogía de la Palabra y la pedagogía de la oración.
Esta pedagogía de la oración es constitutiva a la relación íntima de Jesús con el Padre y con los discípulos, relación ligada a su caminada hacia la Cruz. Desde la pedagogía de la oración y de la Cruz, se desarrolla el itinerario de la oración como enseñanza a los discípulos:
1.      Jesús  asocia a sus discípulos a su manera de orar, que son los momentos de mayor intimidad con el Padre.  Cuando se acerca al Bautismo Jesús culmina la peregrinación del pueblo: “Todo el pueblo se estaba bautizando” (Lc 3,21) Y él en oración: “Jesús, ya bautizado se hallaba en oración” (Lc 3.21) Colocando delante de Dios su compromiso con los hombres. Y  orando al Padre se manifiestan a ellos por medio del Espíritu Santo (Lc  3,22).
2.      En la vida de Jesús cuatro momentos cruciales preceden su misión: la Oración en el Bautismo, la oración cuando elige a los discípulos, la oración en el sermón del monte y la oración en el huerto. La oración en el huerto  le da sentido al cumplimiento de su destino final y de su misión y a la vez le da sentido a la espiritualidad de los discípulos.
3.      La angustia de Jesús le permite orar fuertemente al Padre (Lc. 22, 41-42) La tristeza y la angustia experimentada se coloca plenamente en las manos del Padre (Lc. 22,42) Para que se haga la voluntad del Padre (Lc. 22, 42) Esta oración es escuchada por el  Padre que lo reconforta (Lc. 22, 43).
4.      Tanto es la intimidad con el Padre que Jesús frente a sus enemigos les ofrece el perdón y la bendición: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34) Esta actitud de perdón es la entrega del hombre convencido en el amor, que pide misericordia: “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (Lc. 11,4).
5.      Jesús en la Cruz,  coloca la totalidad de su vida en las manos del Padre: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc. 23,46)[3].
6.      Esta actitud  que Jesús frente a  la oración lleva a que los discípulos le pidan que los enseñe a orar: “Estaba él orando en cierto lugar y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus discípulos” (Lc. 11,1).
Al ser asociados los discípulos al destino del Maestro se desarrolla su misión posterior en relación con la realizada por Jesús.
En el siguiente cuadro trataremos de hacer la relación entre la misión de Jesús y la misión de los discípulos[4]:


FIESTA DE SAN AGUSTÍN

Hoy como agustinos nos unimos en celebración a este acontecimiento dentro de la Iglesia. Agustín después de su conversión buscó entrañablemente seguir a Jesús y consiguió con su predicación que los que estuvieran con él lo hicieran.
Fue incansable buscador de la verdad a través de las Sagrados Escrituras. Agustín comprendió que allí se encuentra la verdad y el desarrollo de la espiritualidad cristiana, de esta manera la espiritualidad agustiniana  responde a las exigencias cristianas que asume la Cruz como el centro de seguimiento: “El que no toma su propia cruz y me sigue no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27)
La espiritualidad agustiniana parte de la pedagogía de la cruz; por esta razón, los agustinos tenemos un origen particular, es decir, nuestras raíces depende de un instinto inspirado en la vida, en la misma humanidad que busca perfeccionarse con Dios. La espiritualidad agustiniana, es el pasado que iluminó el camino hacia Dios, es el presente que actúa en Dios y el porvenir que enmarca nuestro destino hacia Dios:
¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan suave, tarde te amé!  El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera. Y fuera te andaba buscando y, feo como estaba me, echaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que si no existieran en Ti serían inexistentes. Me llamaste, me gritaste y rompiste mi sordera. Brillaste, y tu resplandor hizo desaparecer mi ceguera. Exhalaste tus perfumes y respiré hondo,  suspiro por Ti. Te he saboreado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado,  ardo en deseo de tu paz. (San Agustín. Conf. L. X,27,38)

 La espiritualidad agustiniana ofrece: 
a) Perfecta vida común: Pensar y sentir, vivir y actuar en plena vida comunitaria, que es permanente comunión de vida y acción que lleva consigo comunicabilidad y participación, expresado en el partir, repartir y compartirlo todo, es comunión de corazones, que están enraizados y unidos en la caridad de Cristo. Tan perfecta quería San Agustín la vida comunitaria, que coloca como modelo la de la Santísima Trinidad, la cual nos lleva hacia un amor común y social, esta es una de las características específicas y definitiva de nuestra espiritualidad:

“Y  esto ha de ser de tal modo que ninguno trabaje en nada para sí mismo, sino que todos sus trabajos se realicen para el bien de la Comunidad, con mayor cuidado y prontitud de ánimo que si cada uno lo hiciera para sí. Porque la caridad, de la cual está escrito que no busca los propios intereses (1 Co. 15,5), se entiende así: que antepone las cosas de la comunidad a las propias y no las propias a las comunes. Por lo tanto conocerán que han adelantado en la perfección tanto más, cuanto mejor cuiden lo que es común que lo que es propio; de tal modo que en todas las cosas que utiliza la necesidad transitoria sobresalga la caridad (1Co 12,31;13,13), que permanece”(R. V,31).


b) Cultivo de la Interioridad: Es ir profundizando todo lo que se ha ido encontrando en la búsqueda constante de Dios: “Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y, sin embargo, se pasan de largo así mismos. No hacen turismo interior” (San Agustín. Conf. 10,8) La interioridad implica:

-         Ir rumiando en el silencio, en el recogimiento interior, en la contemplación, que se han ido adquiriendo en esta búsqueda de Dios.
-         En escuchar atentamente al Maestro interior, que nos habla al corazón y nos instruye suavemente.
-         En adquirir una conciencia cada día más clara y experimental de su presencia viva y real en nosotros.
-         En cultivar un dialogo ininterrumpido con las tres divinas personas, que se han dignado establecer su morada en nosotros, hasta llegar al verdadero encuentro, es decir, a encontrar y a encontrarse con Dios allá en lo más hondo del corazón, para esto es necesario recurrir constantemente a tiempo y a destiempo a las Sagradas Escrituras.

c) Ejercicio del apostolado: Los elementos anteriores, la sabiduría adquirida y las vivencias, las experiencias vividas, todo esto debe servir para llevar a los otros al encuentro con Dios, indicándoles el camino que nos conduce a la verdad y a la vida, que el camino es Cristo y que solo por él se puede llegar a la resurrección y a la vida: El amor a la verdad.

Esta espiritualidad se concretiza desde:

La fraternidad
La fraternidad es un elemento esencial en la vida agustiniana, es parte indispensable de nuestro carisma, es el punto vital de las relaciones interpersonales de los miembros de la comunidad, es la que da los elementos necesarios para crear lazos de amistas y crear sobre todo la unidad en medio de la diversidad.
La fraternidad lleva a todos a ser iguales en dignidad y amigos, es una de las características fundamentales de la espiritualidad. Para Agustín la fraternidad no es propio de los monjes, es una fuerza que debe invadir a todos los hombres.


La fraternidad exige:
 -          Igualdad verdadera, con este deseo de vivir en comunión se suprimía todo                                   intento de discriminación odiosa y  los privilegios abusivos.
-          Universalidad, que significa conciencia de orden de comunidad universal, por encima de la comunidad local, es decir, toda comunidad tiene un horizonte hacia la universalidad, todos debemos vivir en sintonía, orientados hacia Dios, empeñados en la construcción de una humanidad nueva.
Desde el quehacer de nuestra pastoral podemos proyectar  la espiritualidad agustiniana como un camino de crecimiento en la comunidad cristiana como fuente de renovación. Nuestra espiritualidad se mantiene como una fuente inagotable de valores que están encaminados al servicio de todo el pueblo de Dios. Los agustinos tenemos que mostrarle al mundo cristiano, el estilo de vida comunitario agustino -  cristiano.
Para Colombia es una fuente sin descubrir, en el sentido que se ha perdido el valor a la solidaridad, a la socialización de los bienes, a la amistad, a la acogida fraterna. Estos valores comunitarios al estilo de San Agustín es la fuerza dinamizadora que nos debe motivar hoy para continuar enriqueciendo nuestra espiritualidad y la espiritualidad cristiana, por medio de:
  1. Apostolado,  nos hemos resignado a la enseñanza y a la pastoral parroquial, es necesario abrirnos a otras campos, es decir ir a las fronteras, buscar nuevas alternativas, con esto no se pretende abarcar todos los campos, no tenemos presencia en el campo universitario. Al respecto nos podemos hacer la siguiente pregunta: ¿Nuestros colegio y nuestras parroquias son plataforma de evangelización?
  2. Nuevo concepto de la autoridad, se desprende de la fraternidad agustiniana, no es tanto de imperio, sino de liderazgo, no de imposición, sino de convicción, de opción: “La verdad no es mía ni tuya, para que pueda ser tuya y mía” (San Agustín. In ps 103,2) “No hablo como un maestro, sino como un ministro. Porque no hablo a discípulos, sino a condiscípulos, no ha siervos, sino a consiervos. Hay un solo Maestro cuya escuela está en la tierra y cuya cátedra está en el cielo” (San Agustín. Serm. 292,1,1).
  3. Planificación, es necesario potenciar la renovación pastoral, desde los proyectos comunitarios: “Como una madre da de comer a su hijo pequeño, no para que se quede pequeño sino para que crezca, el buen maestro debe dar a sus pupilos el alimento apropiado para que llegue el día en que, habiendo crecido, ellos mismos sepan procurarse el alimento” (San Agustín. Ser. 23,3) [5].
“Solo forman comunidad los que avivan el amor para hacerse unos. Los que no aman de verdad, aunque habiten juntos, odian, molestan y atormentan a los demás. Con su mal humor perturban al resto y andan a la caza de alimentos para su murmuración. Les acontece como al caballo inquieto uncido al carro: además de no tirar de él, trata de romperlo a coces”.      (San Agustín. In. ps. 132,12).

[1] Esta expresión, es posible que haga alusión a las tentaciones que se le presentan a Jesús (Mt 4,10) las cuales se oponen al proyecto de Dios que se realiza en Jesús y al de los cristianos que quieren seguir con él y cumplir con los deberes y el perfil del cristiano (1P 3,8-12; 4,8-11).
[2] Se han dado varias interpretaciones de este texto, entendiéndolo como referencia a: 1) La segunda venida de Jesús, que los primeros cristianos creían que ocurriría en vida de ellos.  2) La exaltación y gloria de Jesús, que su muerte y resurrección significaban (Lc 24,26; Jn 12,23; 13,31-32; Hec 3,13).  3) La transfiguración de Jesús reflexión escatológica de su presencia en el Padre. (SBU. La biblia de estudio. Dios habla hoy. Comentario a Mt 16,28)
[3] CASALINS, Guillermo. Señor enséñanos a orar. Artículo. Bogotá 2005.
[4] CASALINS, Guillermo. Aproximación a la Misión continental. Bogotá 2010.
[5] CASALINS, Guillermo. Aproximación a la espiritualidad agustiniana. Bogotá. Mayo 30 /2005

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