“Y si mi pueblo, el pueblo que lleva mi nombre, se humilla, ora, me busca y deja su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré sus pecados y devolveré la prosperidad a su país. De ahora en adelante escucharé con atención las oraciones que se hagan en este lugar” (2Cro 7,14-15)
AÑO LITÚRGICO [1]
El año litúrgico es la celebración del misterio de Cristo: Muerte y Resurrección celebrado como una fiesta en la cual participan todos los creyentes. Es la unidad de celebraciones litúrgicas, especialmente la Eucaristía. No hay celebración litúrgica que no esté relacionada con el año litúrgico y no existe celebración del año litúrgico que no se exprese a través de la celebración Eucarística y de los demás sacramentos – Símbolos litúrgicos de la Iglesia-; que constituyen la acción litúrgica de la Iglesia. Toda la vida celebrativa de la Iglesia es parte esencial de la simbología sacramental y de oración con los salmos (Liturgia de las horas).
El año litúrgico no coincide con el año civil. El año litúrgico comienza el domingo siguiente a las fiestas de Cristo Rey, es decir, con el primer domingo de adviento y termina el domingo de las festividades de Cristo Rey. El año litúrgico abarca todo lo concerniente al acontecimiento pascual de Jesús. Se trata de una dimensión que acompaña la celebración de la liturgia y la hace dinámica, variada, rica, significativa, con las posibilidades de evidenciar en cada celebración la totalidad del misterio de Cristo, celebrados en: Adviento-Navidad-Pascua; Cuaresma-Pascua; tiempo Ordinario.
En el año litúrgico por medio de la dinamicidad de la Palabra de Dios, se vive la historia de la salvación desde la creación (Gn 1,1-3,24 hasta la nueva creación (Ap 21,1-22,15) con estos acontecimientos se revela al Dios creador y redentor, en la celebración de los acontecimientos de la historia como memorial de Dios presente en la historia de la humanidad. Este es el tiempo histórico de Dios en el tiempo bíblico dando al tiempo del humano el carácter de una presencia salvadora, del Dios-con nosotros, memorial celebrativo de la Palabra salvífica.
En Cristo el tiempo adquiere su dimensión definitiva, la irrupción de lo eterno con lo temporal, la presencia del Dios con nosotros en el devenir de los días y de los años. El año litúrgico tiene la capacidad de abrirse a todos los acontecimientos de la historia de la salvación. Cristo llena de sentido el tiempo de la Iglesia y de la humanidad, proyectándonos hacia un solo presente, el de la historia de la salvación que se encuentra en Cristo, presente del retorno del Señor, en el que todo tiene sentido y plenitud.
El Año litúrgico llena de sentido las celebraciones litúrgicas iluminadas con la Palabra de Dios en la Iglesia que peregrina hacia la casa Paterna. Hace saborear la presencia del misterio y de los misterios de Cristo. Es el mismo Cristo que se ofrece en cada celebración como nuestra pascua, nuestro Pentecostés, nuestro adviento, nuestra cuaresma. Por lo tanto, confesamos a Cristo Hijo de Dios como nuestro presente salvífico en cada celebración litúrgica.
- El filantrópico: Dios ama a los hombres y actúa como Dios amigo de los hombres en la liturgia.
- El mistérico: Dios se manifiesta en el misterio respuesta de Dios a los hombres y de los hombres a Dios, que pide amor para acercarse dignamente a él[1].
- El divinizante: En cada misterio Dios en Cristo y en el Espíritu Santo nos comunica la divinización, siempre en la misma dimensión del Hijo que su doble naturaleza humana y divina, nos comunica la participación en la naturaleza divina o santidad litúrgica.
- El escatológico: En cada misterio tenemos una participación en aquel que está en en cielo y está con nosotros en la tierra, en efecto la liturgia es el cielo en la tierra y todo invita a vivir en la comunión de los santos.
- El de la parusía: La liturgia en cada uno de sus actos es la anticipación de la gloria para el hombre que gusta, lo que se revelará y dará definitivamente cuando Cristo Vuelva.
- El Eclesiológico: En cada misterio, la Iglesia se realiza y revela; en la eucaristía celebrada en la Iglesia local tenemos la máxima realización del Cuerpo de Cristo, inseparable de su dimensión de universalidad y del carácter local de esta experiencia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Rasgos históricos del Año Litúrgico
Las primeras celebraciones hechas por las primitivas comunidades apostólicas a partir de la resurrección del Señor, es el ritmo semanal del domingo, memorial de la Pascua constituyen los primeros pasos para ir elaborando una liturgia sistematizada. Va surgiendo la celebración anual de la pasión del Señor que se celebraba el viernes en una única vigilia. Poco a poco fue dándose un tiempo prolongado de gozo que se fue constituyendo como tiempo pascual hasta los cuarenta días de la Ascensión y los cincuenta de Pentecostés. Se extiende el período de preparación al viernes y sábado y luego a toda la semana, que es lo que se conoce como la semana santa. Este periodo de preparación se hace cada vez más amplio hasta que se constituye el tiempo de cuaresma. Todo esto se fue desarrollando como un núcleo celebrativo a partir de los siglos II,III, IV.
En Egipto empieza a surgir una fiesta de la manifestación del Señor, referida al Bautismo de Cristo, Epifanía o Teofanía. En Roma hacia el siglo IV, se organiza la fiesta del nacimiento del Señor, la fiesta de la encarnación. En oriente en el silo V, surge la fiesta de la transfiguración del Señor. Aquí también empieza a surgir la fiesta a los mártires y de los santos. El tiempo de adviento se constituye tardíamente en occidente como preparación a la fiesta de Navidad y memoria de la venida definitiva del Señor. A partir del siglo VI, se desarrolla en oriente y luego en occidente las fiestas de la Virgen María: Natividad, Anunciación, Asunción.
Otras celebraciones como La Trinidad y la del Corpus Christi y algunas memorias ad vocacionales a la Virgen María, nacen en la edad media. Luego se fueron dando poco a poco otras fiestas como la del Sagrado Corazón de Jesús, la de la Sagrada familia, la de cristo Rey. Esto hasta llegar a conformar la liturgia sistematiza después de la reforma del Concilio Vaticano II.
La celebración litúrgica
La celebración de los símbolos sacramentales, es fiesta litúrgica, expresa un mensaje de revelación y de comunicación de la gracia santificante del Dios de la vida, dándole sentido al quehacer religioso de los que se reúnen en nombre del Señor. Las celebraciones litúrgicas de estos símbolos sacramentales están cargadas de una gran riqueza de gestos y signos, de ritos e imágenes que le dan sentido a todo lo que se celebra. Cada tiempo que compone el año litúrgica es de una riqueza incalculable que ha de conducirnos a un encuentro personal con Jesucristo fundamento de toda liturgia cristiana y centro esencial del Año litúrgico.
Desde esta perspectiva el acontecimiento pascual de Cristo constituyó desde los primeros siglos el centro de la predicación apostólica, la Iglesia constituida sobre esta predicación ha mantenido este acontecimiento como el núcleo de toda su predicación y la estructuración de toda la liturgia se ha basado en este acontecimiento real. Por esta razón, el cristiano celebra el acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor Jesús, hecho real que se dio en un tiempo determinado y en un espacio concreto de nuestra historia, que seguimos celebrando como memorial y actualización de nuestra fe: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19).
Lecturas Bíblicas en Año Litúrgico
La pedagogía eclesial ha organizado durante el año litúrgico las lecturas bíblicas distribuyéndolas por ciclos, para que al terminar estos ciclos hayamos podido haber leído la gran mayoría de los libros sagrados. Estos ciclos: Adviento-Pascua; Cuaresma-Pascua; Tiempo Ordinario, se distribuyen de la siguiente manera:
1. Ciclo A: Se proclama el Evangelio de Mateo.
2. Ciclo B: Se proclama el Evangelio de Marcos, complementado con el Evangelio de Juan.
3. Ciclo C: Se proclama el Evangelio de Lucas.
4. Evangelio de Juan: Se lee en los tiempos de pascua.
Durante el año litúrgico se toman otras lecturas Bíblicas para la Primera y Segunda Lectura: La primera lectura del Antiguo Testamento concuerda casi siempre con un aspecto del Evangelio Proclamado. La segunda lectura o del Apóstol es generalmente una perícopa[2] , escogida en una lectura semi-continuada de los escritos apostólicos.
ADVIENTO
Historia de Adviento[3]
La palabra Adviento proviene del latín "Adventus" que significa la venida. En un principio con este término se denominaba al tiempo de la preparación para la segunda venida de Cristo o parusía y no el nacimiento de Jesús como ahora lo conocemos. Haciendo referencia a este tiempo la primitiva Iglesia meditaba sobre los pasajes evangélicos que hablan del fin del mundo, el juicio final y la invitación de San Juan Bautista al arrepentimiento y la penitencia para estar preparados.
No se sabe con exactitud desde cuando se comenzó a celebrar el adviento, solo se encuentra en los antiguos leccionarios de Capua y Wursemburgo hacen referencia al Adventu Domini. En los leccionarios gregoriano y gelasiano se encuentran algunas plegarias con el título de Orationes de Adventu. Más tarde comienzan a aparecer las domínicas ante Adventum Domini, en las cuales al término adventus se le asocia con la preparación a la Navidad.
A pesar de que esta temporada es muy peculiar en las Iglesias de Occidente, su impulso original probablemente vino de las Iglesias Orientales, donde era común, después del Concilio ecuménico de Efeso en 431, dedicar sermones en los domingos previos a la Navidad al tema de la Anunciación. En Ravena Italia - un canal de influencia oriental a la iglesia de Occidente - San Pedro Crisóstomo (muerto en 450) daba estas homilías o sermones.
La primera referencia que se tiene a esta temporada es cuando el obispo Perpetuo de Tours (461-490) estableció un ayuno antes de Navidad que comenzaba el 11 de Noviembre (Día de San Martín). El Concilio de Tours (567) hace mención a la temporada de Adviento. Esta costumbre, a la cual se le conocía como la Cuaresma de San Martín, se extendió por varias iglesias de Francia por el Concilio de Macon en 581.
El período de seis semanas fue adoptado por la Iglesia de Milán y las iglesias de España. En Roma, no hay indicios del adviento antes de la mitad del siglo VI AD, cuando fue reducida - probablemente por el Papa Gregorio Magno (590-604) - a cuatro semanas antes de Navidad. La larga celebración gala dejó su presencia en libros de uso litúrgico como el Misal de Sarum (Salzburgo), que era muy usado en Inglaterra, con su domingo antes de Adviento. La llegada de Cristo en su nacimiento fue cubierta por un segundo tema, que también proviene de las iglesias galas, su Segunda venida al final de los tiempos. Este entretejido de temas de los dos advientos de Cristo da a la temporada una tensión particular entre penitencia y alegría en la espera de Cristo que está por "venir".
Espíritu del Adviento
El tiempo de Adviento posee una doble índole: es el tiempo de preparación para Navidad, solemnidad que conmemora el primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres, y es al mismo tiempo aquel, que, debido a esta misma conmemoración o recuerdo, hace que los espíritus dirijan su atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo como un tiempo de parusía piadosa y alegre.
Comienza el domingo más cercano al 30 de noviembre (día de San Andrés) que es el inicio del año litúrgico; terminando con las vísperas de Navidad. Durante este tiempo se cuenta con cuatro domingos de Adviento. Del 17 de Diciembre al 24 la misma liturgia intensifica la preparación de los fieles para vivir los días de Navidad.
En este período más que fijarnos en la serie de hechos históricos que sucedieron antes del nacimiento de Cristo, se debe meditar en el misterio de la Salvación que en ellos se contiene. De alguna manera este tiempo nos hace repasar el camino de la salvación, preparándonos para seguirlo; el recuerdo de los hechos históricos que narran como Cristo siendo Dios se hizo hombre para salvarnos.
La alegría de saber que ese Dios que vino, viene de nuevo a nosotros para seguir viniendo y habitar en el corazón humano nos llena de Esperanza. El deseo de prepararnos para estar vigilantes, recibirle bien haciendo penitencia, amando a Dios y al prójimo, perdonando con generosidad las ofensas de los hermanos, ejercicios de caridad, como prójimos. Estas características de la espiritualidad cristiana se viven en la escuela del discipulado es la afabilidad de la fe desde la vivencia de la Palabra de Dios.
De adviento a navidad
Las celebraciones pascuales se convierten en el núcleo, es decir en el eje de todo el año litúrgico. Navidad es un encuentro pascual de la historia de Dios Hijo, con la historia de los hombres como plantea Hugo Rahner: “Navidad no es otra cosa que una pascua celebrativa anticipadamente, el comienzo de una maravillosa primavera, una fiesta del sol, porque en él se alzó sobre el mundo por vez primera, aunque todavía profundamente escondido el sol de justicia”.
Jesús ha venido a la tierra y se ha hecho hombre encarnándose en nuestra historia (Jn 1,14), porque al llegar la plenitud de los tiempos el Padre ha manifestado su gloria a través de la encarnación del Hijo en una Mujer de nuestro pueblo: “Pero cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés, para rescatarnos a los que estábamos bajo esta ley y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios” (Gal 4, 4-5).
Como hijo rescatados por el Hijo de la esclavitud del pecado emprendemos este caminar de preparación de conversión, porque nosotros estamos llamados a vivir en estado de conversión permanente, renovar nuestra vida como Hijo de la libertad: “Y porque ya somos hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones; y el Espíritu clama: “¡Abba! ¡Padre! Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser hijos suyo, es voluntad de Dios que seas también su heredero” (Gal 4,6-7).
Esta dinámica presentada por Pablo en Gálatas es el sentido de la fe al que llegamos como discípulos de Jesucristo; con la responsabilidad de ser los encargados como discípulos misioneros de llevar la Palabra de Dios a todos nuestros hermanos, anuncio Kerygmático-Pascual a los que no conocen a Cristo y a aquellos que conociéndolo no han creído en Él y que aún no lo asumen en su vida como camino de salvación; esta es la misión renovadora pasando de una pastoral de conservación a una pastoral novedosa donde podamos asumir a plenitud el compromiso de bautizados.
Esta reflexión de adviento y de navidad que desarrollamos debe llevarnos a la plenitud y madurez de fe para comprender que el nacimiento de Cristo, es un nacimiento que se realiza en el corazón de la humanidad:
“El nacimiento de Jesús en Belén ha de ser en nosotros no una conmemoración, sino un acontecimiento nuevo; aquella noche santa es nuevamente un “hoy” porque cada vez que una persona permite que la luz del bien haga desaparecer en ella y en las demás las tinieblas del egoísmo y del pecado, es el mismo Dios que está naciendo allí donde se obra por inspiración del amor del señor, donde el principal intercambio de regalos está en darse y ofrecerle a los demás las cualidades y dones con que Él nos adorna para que los demás sientan y vean en nosotros el amor de un Dios”[4], que nace en el pesebre del corazón humano.
CONCLUSIÓN
1. Si Cristo no nace en nuestros corazones, convertiremos estas celebraciones de adviento y navidad en cultos vacíos, solo ritualismos, propios de una fe idolátrica que se queda en pesebres, novenas, cantos que hoy no significan nada, buñuelos, natillas, luces, regalos y otras muchas manifestaciones que producen estas celebraciones sin corazón.
2. Jesús ha de nacer el pesebre de nuestro corazón, en la luz del evangelio; en las novenas de la vida que son producto de reflexiones coherentes con la Fe y la Palabra de Dios; en canticos que nacen del corazón humano y sensible del que ama al Dios de la vida.
3. “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace en tu corazón, seguirías siendo un desgraciado”[5].
4. En navidad debemos ubicar el verdadero culto en el Dios que vendrá; pero en el que vendrá para habitar en el corazón de la humanidad, donde se dé el verdadero culto en “Espíritu y en Verdad” (Jn 4,23-24): “Los discípulos al presenciar los hechos, la Muerte y la Resurrección de Jesús, comprenderán que Jesús es la verdadera y definitiva casa de Dios entre los hombres (Él es la Bet - El (אל בית), – Gn 12,8; 13,3; 28,10-19; 35,15-)”[6].
“Mi alma andaba fuera de su casa, merodeando por las formas corporales” (San Agustín. Conf. 4,15)
[1] Esta propuesta de Dios a los hombres es lo que San Pablo llama mysterion (musterion), cuya traducción latina es sacramentum (Sacramento). No podemos entender como misterio lo tenebroso, lo oscuro, lo indescifrable, lo oculto. Entendamos por misterio la apertura de Dios a los hombres, es decir, el encuentro personal entre Dios y los hombres, la encarnación del Hijo en nuestra historia. La obra salvífica de Jesús entre los hombres, la realización plena del proyecto de Dios: El Reino y su Justicia que llevó a Jesús a la muerte en la cruz y luego Dios lo resucitó para que rescatara al hombre agobiado por los sufrimientos del pecado. Este misterio es entendido hoy como la acción que realiza el hombre en la tierra para llegar al encuentro definitivo con el Padre.
[2] Perícopa es un fragmento de un texto bíblico con sentido propio: Introducción- Mensaje- Conclusión
[3] CASALINS, Guillermo, Manuscrito: Año litúrgico y el Adviento, Bogotá Septiembre 4 de 2000.
[4] Hna. ARANZAZU A, Faride. Adviento, camino hacia la navidad. Bogotá, 2010. Paulinas. Pág.38
[5] P. Sergio Cordova LC http://www.es.catholic.net/aprendeaorar/103/477/articulo.php?id=7588
[6] Cfr. SBU. La biblia de estudio - Dios habla hoy. Comentario a Jn 2,19 y Jn 1,51).
[1] CASALINS, Guillermo, Manuscrito: Año litúrgico y el Adviento, Bogotá Septiembre 4 de 2000.
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