domingo, septiembre 11, 2011

_ “SEÑOR, ¿CUÁNTAS VECES DEBERÉ PERDONAR A MI HERMANO SI ME HACE ALGO MALO?”



Mt 18, 21-35

“Te hacemos, Señor, patente nuestro afecto, contándote nuestras miserias y tus misericordias, para que nos libres eternamente, ya que comenzaste. Para que dejemos de ser miserables en nosotros y seamos felices en ti, ya que nos llamaste” (San Agustín. Conf. 11,1).
Cuando se asume que el cristiano solo tiene como meta cumplir precepto; olvidamos que nuestra espiritualidad cristiana nacida de la fe en el Mesías, el Hijo del Dios viviente. Por esta razón no concebimos que somos deudores ante Dios, necesitados de perdón,  para poder perdonar a nuestros hermanos a pesar de sus fallas: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecado” (Mt 6, 14-15; Cfr. Mt 18,35; Mc 11,25; Ef 4,32; Col 3,13; Eclo 28,2-5).
El  no ser conciencia de esta práctica de perdón, crea caminos de egoísmos, de desamor, de rencor y sobre todo un cristianismo sin espiritualidad y muy lejos de la pedagogía de la oración y del amor: “Por eso, sean ustedes juiciosos y dedíquense seriamente a la oración. Haya sobre todo mucho amor entre ustedes, porque el amor perdona muchos pecados” (1P 4,7-8) Quienes practican esto, no están preocupados en predicar que los demás son los pecadores; porque este sería el mayor de los pecados, señalar, pensar, creer,  ver a  los demás como pecadores (Cfr. Lc 18,9-14) No podemos justificar nuestros errores culpando a los demás, sino que debemos ser propiciadores de una comunidad fraterna que practica el perdón y el amor: “Dios perdonará los pecados de quienes practican el amor fraterna (Cfr. 1Co 13,7; St. 5,29; Prov 5,20)
Es este el sentido de la parábola que Jesús coloca para responder a la pregunta de Pedro:    __ “Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete veces? (Mt 18,21)  Esta pregunta surge al querer justificar la actitud egoísta y de juez que asumimos para no vivir comprometidos con la espiritualidad cristiana, perdiendo el sentido de la misericordia y del amor, alejándonos de la pedagogía del perdón-corrección fraterna y la reconciliación (Mt 18,23-34; Cfr. Eclo 28,3-4).
Pero Jesús en su infinita pedagogía,  da el sentido de la misericordia de Dios con su respuesta: _ “No te digo hasta siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18,22) e inmediatamente con la parábola coloca el perdón como condición para vivir en el reino de Dios, condición realizable de la espiritualidad, evitando de esta manera, toda tentación de convertirnos en jueces de los demás. Porque al tener conciencia que somos deudores ante Dios, debemos tener igual misericordia con nuestros hermanos, deudores como yo: “¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión ti” (Mt 18,33).
El perdón es terapia para combatir nuestra prepotencia frente a los demás,  el perdón es la terapia que se hace frente a la injusticia que otro comete contra uno. Creemos que por pertenecer a un grupo dentro de la Iglesia tenemos la facultad angelical de no pecar y de hacernos jueces de  los demás: ¿Quién nos ha dado tal facultad de juzgar?  
Hay personas “creyentes” que al vivir circunstancias de enfermedades piensan que han sido predestinadas o propietarias de revelaciones sentimentalistas, producto de misticismos piadosos, exagerados y sin formación; que son llamados en visiones por Dios o la Virgen María, para ser reparadores de los pecados de los otros, es decir, que su sufrimiento es “por la reparación del corazón inmaculado de María llena de gracia”. Hay  otros que se dicen poseedores de estigmas y que estos son  consecuencia del pecado de los demás, por lo tanto, son los llamados a sufrir por estos pecados en nombre de  la Virgen María.
Al respecto es necesario tener mucho cuidado, porque según la tradición bíblica el único redentor es Cristo: “Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús. Porque Él se entregó a la muerte como rescate por la salvación de todos” (1Tm 2,5-6; Cfr. Heb 8,6; 9,15; 12,24; Mt 20,28; Mc 10, 45; Gl 1,4; Tit 2,14;) Jesucristo es quien ha dado la vida en recate por todos: “Porque, del mismo modo, el Hijo del hombre, no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,28; Cfr. Lc 22,27; Jn 13,12-15; Fil 5,5-7; Mc 10,45;   Jn 10,11; Ef 1,7; Col 1,13-14; Heb  2,9; 1P 1,18-19;  Is 52,13-53,12).
Por esta razón, el perdón-corrección fraterna y la reconciliación, no es el camino para justificar nuestros pecados, haciéndonos jueces inmisericordes de los demás. El Señor es el mediador y el que da la vida en rescate por los demás, Él es quien ha perdonado nuestros pecados en la Cruz (Lc 23,34) El perdón es el sentido de la parábola, en la cual El señor aparece como el rey justo que tiene misericordia con el deudor que le pide misericordia, esta es la actitud de misericordia  que debemos tener con nuestros hermanos que han caído igual que nosotros en la desgracia del pecado, el perdón no tiene límite: “Si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo. Aunque peque contra ti siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: No lo volveré hacer, debes perdonarlo” (Lc 17,3-4; Cfr. Lv 19,17)
El perdón y la oración son esenciales en la espiritualidad cristiana: “Y cuando estén orando, perdonen lo que tengan contra otro, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados” (Mc 11,27-27; Eclo 28, 2-5) El perdón es la fiesta del que se librara de toda “amargura, enojo, ira, gritos, calumnias, junto con toda maldad. Más bien sean bondadosos los unos con los otros, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdono a ustedes en Cristo” (Ef 4,31-32) Esta fiesta espiritual es propio del que ama (Cfr. 1Cor 13,4-5; 1P 4,8) El amor lo lleva a  comprender que no se debe volver a pecar y que todos debemos colaborarnos mutuamente en el amor (Cfr. Gal 6,1), para no entristecer a los demás con nuestra rigidez de jueces, sino ser animadores de los hermanos para que no se vuelva a  pecar (2Cor 2,5-11). 
“El perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella” (Robert Enright, "The World of Forgiveness", octubre/noviembre de l996).

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