Por la semejanza subimos a Dios. Por la desemejanza, nos apartamos de Él.
(San Agustín. De Civ. Dei, 9,18)
El seguimiento de Jesús se enmarca en la pedagogía de la Cruz; el que sigue a Jesús participa del destino en la cruz como consecuencia del seguimiento (Mt 16,21) y esto hace que quien quiera asumir el riesgo del seguimiento, asuma la pedagogía de la Cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su Cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, lo encontrará”. (Mt 16,24-25)
En el contexto de la pedagogía de la cruz se da la propuesta de Jesús en la montaña por medio de la transfiguración (Mt 17,1-9) y sus paralelos Mc 9,2-8; Lc 9,28-36; Cfr. 2P 1,16-18) Según el texto de Mateo (Mt 17,1-9) Jesús subió al monte con Pedro, Juan y Santiago, testigos de su destino y se transfiguró delante de ellos: ¿Pero qué sentido tiene este textos para nosotros hoy? Antes de responder a esta pregunta miremos algunos elementos que nos ayuden a comprender el texto.
En el texto se nos presenta que en la montaña se le aparecieron Moisés y Elías. ¿Qué implicaba para el pueblo la figura de Moisés y Elías. Moisés profeta por excelencia de Dios, que fue llamado para liberar al pueblo del poder de Egipto, Moisés representó el cambio para el pueblo escogido por Dios, él dialogaba con Dios (Ex 3). Elías, quien llamaba al pueblo para que vuelva a Dios (1R 17-2R 1-2,1-18) Que así como fue arrebatado de la tierra por un carro de fuego, según la tradición había de regresar (Ml 3,23-24; Cfr. Mt 17,10) para restaurar todo, Jesús afirma que ya ha venido pero no lo reconocieron y lo discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista (Mt 17, 11-13).
En el Evangelio de Mateo se pretende que el lector comprenda que Jesús ha recibido por parte del Padre la herencia de la tradición veterotestamentaria atestiguada por la presencia de Moisés y Elías de liberar al pueblo por medio de la palabra que lo restaura todo a través de su destino hacia la Cruz, mostrando así el camino que debemos seguir en continuidad con lo que Dios hizo por su pueblo en la antigüedad. Jesús recibe la gloria de Dios que irradia a los testigos que sorprendidos asumen la actitud de escucha desde el silencio: “Este es mi Hijo Amado, en quien me complazco; escúchenle” (Mt 17,5) Este texto también se desarrolla en el contexto del Bautismo de Jesús (Mt 3,16; Cfr Mc 1,11; Lc 3,22) en el que el Padre ha manifestado que Jesús era el Hijo en quien tenía su complacencia, Bautismo y transfiguración relacionados, en cuanto el eje central es el destino de la Cruz. Jesús es Bautizado y Ungido por el Espíritu del Padre manifestado por medio de su gloria a los hombre, que al participar de su destino en la Cruz es Ungido por medio de su Sangre derramada en el madero para iluminar y redimir a los hombres por su Resurrección.
Teniendo en cuenta estos elementos que nos presenta el Evangelio de Mateo, podemos responder la pregunta que nos hicimos: ¿Pero qué sentido tiene este textos para nosotros hoy? Jesús recibe la gloria de Dios por la teofanía de la transfiguración; el hombre asume la condición de rechazo de este destino en su propio destino: “¡Ni se te ocurra, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt 16,22), esta afirmación no se puede entender como una defensa al Maestro que se debe enfrentar a su destino, sino como defensa de la propuesta egoísta que el seguidor debe asumir, que es el destino del maestro, desde la pedagogía de la Cruz. Jesús rechaza esta actitud e interpela a que el seguidor asuma el compromiso adquirido con el llamado que recibieron (Mc 3,13), “Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levántense, no tengan miedo” (Mt 17,7), por esta razón, debemos asumir nuestro compromiso como creaturas que hemos sido creados a imagen como a semejanza de Dios” (Gn 1,26 Cfr. 2,7), pero al no asumir nuestra condición de seguidor de Jesús, hemos caído en la desemejanza frente a Dios, hemos destruido el compromiso de escuchar al Hijo que es el mandato del Padre.
Hoy como cristianos no hemos tomado conciencia de esta responsabilidad que hemos adquirido desde nuestro bautismo. Vivimos alejados de Dios, en realidad no podemos afirmar con convicción que somos creyentes, hemos desfigurado la presencia de Jesús en nuestras vidas. Frente a la propuesta de no violencia de Jesús (Mt 5,20-48), nosotros proponemos violencia; Jesús nos propone un proyecto de vida, como cristianos (Mt 5,1-12) y nosotros proponemos un anti – proyecto, que consiste en validar todo tipo de injusticia alejándonos de su presencia.
Hemos desfigurado el plan salvífico con nuestras actitudes: “Los que buscan sus propios intereses son como los que van al templo a comprar y vender de lo suyo. A esos tales el Señor los arroja del templo con un látigo de cuerdas…Sus artimañas son como fibras de esparto que, retorciéndose y sobreponiéndose unas a otras se convierten en su cordel para su propio castigo” (San Agustín. In ps 130,2).

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